domingo, 31 de enero de 2021

buchs hijo (y 6)

 
 
El guión de Los espectros, la última colaboración de Julio Buchs con Federico de Urrutia, resulta premiado en el concurso convocado por el SNE en 1972. Está en fase de preproducción cuando fallece Buchs hijo. Acaso el libreto resultara tan deshilvanado y desconcertante como el que coproducen finalmente con el título de Mal de ojo / Malocchio (Eroticofollia) (Mario Siciliano, 1975) la madrileña Emaus Films —tan cercada por las deudas de su titular, Espartaco Santoni, que ésta será la última entrega de la firma— y la romana Metheus Film, sus socios habituales. El titular de ésta es Mario Siciliano, que asume también la dirección de la cinta. 

Peter (Jorge Rivero) tiene últimamente unas pesadillas en las que aparecen extraños rituales ejecutados por los miembros de una secta. Sin embargo, él sigue con su vida disipada: una orgía esta noche, al casino mañana, una fiesta en compañía de Tanya (Pia Giancaro)… Pero cuando empiezan a aparecer las víctimas de las mujeres a las que ha soñado asesinar, decide ponerse en manos de un psiquiatra (Richard Conte), amigo de su padre. Otra doctora que trabaja en la clínica (Pilar Velázquez) se enamora de él y decide llevarle a su casa de la montaña para que se restablezca totalmente. La proliferación de asesinatos ha puesto en marcha una investigación policial. Un comisario (Anthony Steffen) se pone sobre su pista, pero también él empieza a sufrir extraños accidentes telequinésicos.

La película se presenta a la censura italiana en diciembre de 1974. El presidente aconseja el corte de la escena en la que Peters y la doctora hacen el amor, pero el resto de la comisión acepta íntegro su metraje para mayores dieciocho años. Esta calificación se debe a las continuas escenas de violencia, desnudos femeninos, escenas en las que van de la mano el erotismo y el terror, “que pueden causar grave turbación a la sensibilidad de los menores”. Metheus Film presenta recurso y el 17 de enero se rebaja la edad a catorce años siempre que se “aligere” la secuencia de uno de los asesinatos para sea “menos detallada y terrorífica” (1,20 m)  y la escena de cama del protagonista y la doctora (8,60 m).

A la hibridez genérica —giallo, terror psicológico, moda parapsicológica...— se suma una estructura acumulativa en la que los personajes y situaciones extrañas se van sumando sin que ninguna de ellas tenga incidencia en la misma. La mayoría de las víctimas entran en el relato para morir minutos después, los miembros de la secta irrumpen en la trama sin ton ni son, las acciones de los personajes carecen de la más mínima coherencia. El indignante final no es más que la constatación de la abulia narrativa. ¿Tenía alguna idea Julio Buchs de lo que quería hacer con la película? Parece probable, pero lo cierto es que Siciliano, un productor-realizador siempre atento a las modas, decide apuntarse al éxito de cintas como The Reincarnation of Peter Proud (La reencarnación de Peter Proud, J. Lee Thompson, 1975) y The Exorcist (El exorcista, William Friedkin, 1973) aunque sea a base de acumular situaciones extemporáneas que nunca terminan de integrarse en la historia. A pesar de todo, vaya usted a saber por qué, la película que pone un ignominioso broche a la filmografía de Julio Buchs se convertiría en un título de culto entre los fanáticos del fantástico.

Algo por debajo en este rango, aunque tampoco demasiado, andan los otros dos guiones de Julio Buchs que tampoco lleva él mismo a la pantalla y que se inscriben plenamente en el universo pop sesentero. Lucky, el intrépido / Agente speciale L.K. (Operazione Re Mida) / Lucky M. füllt alle Särge (Jesús Franco, 1967) es una suerte de broma intermedial a costa de las parodias bondianas, lo que implica un desorbitamiento al cuadrado. El argumento y el guión de Julio Buchs y José Luis Martínez Mollá serían parte de la aprtación de José Frade a la coproducción con Italia y Alemania, aunque Carlos Aguilar afirma que "la línea argumental pertenece inequívocamente a Franco, con su protagonismo de dos guapotes agentes secretos, que bien mirado significan una suerte de Labios Rojos en masculino, corriendo aventuras demenciales de acá para allá, al fondo de las cuales late un asunto de falsificación de billetes. [Carlos Aguilar: Jesús Franco. Madrid, Cátedra, 2011. pág. 120.]

En efecto, Lucky y Michele (Ray Danton y Dante Posani) viajan de Roma a Albania y a una isla caribeña para desmantelar la red de falsificadores de moneda de Gafas de Oro (Marcelo Arroita Jáuregui), que pretende desestabilizar la economía mundial. Por el camino, tiroteos, traiciones sobre traiciones —una de ellas perpetrada por el propio Jesús Franco—, mil persecuciones y un puñado de mujeres atractivas (Teresa Gimpera, Rosalba Neri, Beba Loncar, Barbara Bold), que lo mismo interrogan al agente fusta en mano que resultan ser oficiales de unas SS secretas que han pervivido dos décadas a los juicios de Núremberg. Así que es probable que Buchs hijo y Martínez Mollá le proporcionaran a Frade un guión completo y Jesús Franco lo fuera aderezando a su gusto conforme avanzaba el rodaje.

En plena fiebre del fumetto nero en el terreno de las coproducciones hispano-italianas —La máscara de Kriminal / Kriminal (Umberto Lenzi, 1966), Los cuatro budas de Kriminal / Il marchio di Kriminal (Fernando Cerchio, 1967) o Míster X / Mister X (Piero Vivarelli, 1967)—, los hermanos Balcázar se lanzan al ruedo con un extraño híbrido del cine de luchadores mexicanos, la ola de bondismo, el superheroísmo del Batman televisivo y el truco promocional de llamar Diabolikus al profesor chiflado y megalómano. A partir de una idea del productor italiano Ottavo Poggi, que pretende introducirse en el mercado latinoamericano y con un guión firmado por Jaime Jesús Balcázar, el protagonista de Superargo, el hombre enmascarado / Superargo contro Diabolikus (Nick Nostro, 1966) es un luchador contra el mal en su más amplia acepción, aunque lleva sobre su conciencia la muerte accidental de un compañero en el cuadrilátero. El éxito de taquilla de esta primera entrega propicia la creación de una secuela, Superargo, el gigante / L’invincibile Superman (Paolo Bianchini, 1968), aunque en esta ocasión Balcázar cede la producción a Ízaro Films. 

Manteniendo el tono folletinesco que tenía la anterior, Buchs hijo refuerza como guionista lo que de tebeo había en aquélla. Superargo (de nuevo Ken Wood) se hace acompañar ahora por un sabio indio llamado Kamir (Aldo Sambrell) que ha expandido sus poderes más allá de lo físico. El luchador es ahora capaz también de destruir jarrones a base de concentración mental y de levitar, lo que se demostrará utilísimo cuando él y su compañero sean encerrados por el villano profesor Wond (Guy Madison) en una celda que se va llenando poco a poco de gas venenoso. El tal Wond está secuestrando a los mejores atletas del mundo, dejando de ellos sólo la carcasa y cambiándoles el corazón por un circuito electrónico gracias al cual controla sus actos. Entre los secuestrados está el hermano de Claire Brand (Luis Baratto), a la que el superhéroe quiere ayudar al tiempo que la utiliza como cebo, y el villano está secundado por Gloria Devon (Diana Lorys), la hija del profesor chalado al que se le ocurrió lo de crear seres biónicos. A pesar de que el jefe del servicio secreto (Tomás Blanco) no está dispuesto inicialmente a darle la autonomía que exige en la resolución de los enigmáticos secuestros, termina cediendo y proporcionándole un Jaguar con toda clase de gadgets bondianos y una pistola de rayos con la que liquidar a sus enemigos. Entretanto, peleas sin cuento, persecuciones, mazmorras con viejos instrumentos de tortura, e incluso, la humorada de que la doctora Devon conozca a Superargo porque ha leído en la prensa la noticia de cómo acabó con Diabolikus. Puro entretenimiento de raigambre cien por cien popular, en fin, que sólo decae algo al final, cuando los hallazgos inventivos empiezan a resultar un poco reiterativos. En cualquier caso, esta incursión de Julio Buchs en el tebeo cinematográfico —género al que no se acercará nunca como director— puede saldarse con un notable en la escala de divertimento pop a la que se adscribe descaradamente.

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