domingo, 5 de mayo de 2019

ocurrió a la luz del día (y 7)


De policías y escritores de novela policiaca

Del primer tratamiento sólo podemos hacernos a la idea por su versión novelada. Se explicaba Dürrenmatt:
Una vez acabado el guión yo seguí trabajando en mi historia. Retomé la fábula otra vez y me la replanteé desde otro punto de vista, ya no tan pedagógico. En cierto sentido, el tema del detective fracasado se convirtió en una crítica de una de las estructuras típicas del siglo XX, lo que me alejó necesariamente del propósito original de la película como trabajo de equipo. [Dürrenmatt, 1957: 8.] 
La novela se abre y se cierra nueve años después de concluida la acción medular. Dürrenmatt ironiza sobre su condición de escritor de género, metiéndose –metiendo al narrador- en la piel de un novelista que acude a dictar una conferencia sobre su oficio en una pequeña ciudad Suiza. Entre los escasos espectadores se encuentra el comandante H., de la policía cantonal de Zúrich, que se ofrece a llevarle en coche. Se detienen en la ruinosa gasolinera de Matthäi donde una avejentada Ana María –tiene dieciséis años y ya aparenta treinta- les sirve de beber. Es a la salida cuando un Matthäi alcoholizado parece reconocer al comandante y le espeta que él sigue esperando.

El comandante le cuenta entonces al escritor el caso de Gritli Moser. Sigue casi punto por punto la estructura secuencial del guión en su primera parte. Luego, cuando Matthäi coge la gasolinera, la presencia del comandante como narrador gana protagonismo. El asesino es un fantasma. Acaso exista, acaso no. El comandante y el fiscal creen en la teoría del policía en excedencia y se suman a la utilización de Annemarie como “cebo”, hasta que después de una semana de espera improductiva acosan a la niña a preguntas, utilizando la violencia para que confiese quién le ha dado el chocolate. Los matices no hacen sino acentuar los aspectos más sórdidos del relato: Jacquier (en la novela Von Gunten) ha sido condenado previamente por la violación de una adolescente, la situación de Matthäi cuando visita al psiquiatra es crítica, la señora Heller es una conocida prostituta y su hija seguirá sus pasos apenas salida de la pubertad.

Dos modificaciones fundamentales introducidas en este momento son la conversión de la señora Heller en madre soltera trabajadora, en lugar de ejercer la prostitución, y el desarrollo del papel de Schrott, el asesino. Si la novela se corresponde con el guión original, entonces el cambio más radical habría sido la sustitución del desesperanzado final propuesto por Dürrenmatt por otro, feliz, aunque un tanto ambiguo.

La novela está dedicada a Wechsler y a Vajda, lo que no impide a Dürrenmatt exponer sus puntos de vista sobre la distancia entre realidad y ficción, o, acaso, entre la ficción moral que él proponía y la ficción dramática que es la película. El comandante diserta mientras conduce a propósito de la función catártica y moral del relato policiaco. El castigo del criminal
forma parte de una de las mentiras que sostienen el Estado (…), lo dejo pasar aunque sólo sea por principios sociales, pues todo público y todo contribuyente tienen derecho a su happy end y eso estamos obligados a procurarlo por igual nosotros los de la policía y ustedes los de la literatura. [ibídem.]
 El happy end introducido por Vajda y Jacoby funciona como elemento catártico de la historia, pero deja fuera las implicaciones que hemos ido encontrando a lo largo de la historia. Para mejor cazar al asesino, Matthäi se convierte en su doble. Una de las escenas desaparecidas del guión -¿no se rodó? ¿se descartó su montaje?-ilustra los primeros pasos de la investigación personal de Matthäi. La secuencia nos sitúa en las proximidades de una escuela, en Zúrich. Matthäi acecha a algún posible merodeador. Un gesto aparentemente inocente, como el dar caramelos a un niño comprar trufas en una pastelería se convierte par él en un indicio de posible culpabilidad. Poco después, en el parque, una niña le pregunta la hora. Matthäi pregunta a la niña porque está sola y la madre llega corriendo. A sus ojos, Matthäi no es más que otro sacamantecas. Se han conservado algunos planos con un sentido similar, insertados tras la conversación de Matthäi con los golfillos que pescan en el río. Es una escena en la que se verbaliza la necesidad de “un cebo vivo” para pescar truchas. En su aproximación al pueblo, antes de descubrir a Ana María, como la doble ideal de Greta, Matthäi detiene su coche a la puerta de un colegio y en los alrededores de un parque. Su sonrisa cuando estudia a los niños jugando, ajenos a su presencia, lo convierte en un depredador infantil.

Son creación de Vajda, en cambio, las dos escenas sin diálogo en las que se hacen patentes las simetrías morales entre el asesino y su perseguidor. La primera, bastante simple, tiene lugar mientras ambos esperan que les den paso en una obra de la carretera. Viajan cada uno en su coche, en direcciones opuestas. Aguardan. Un obrero da paso al coche de Schrott. La mirada de Matthäi registra automáticamente la matrícula del condado de Grisones y se posa de modo casual en el rostro del conductor. La segunda, modélica, retrata a Schrott contemplando los maniquíes de un escaparate de tienda de ropa infantil. Matthäi le observa a él desde el otro lado del escaparate, Schrott no lo advierte. Vajda planifica con maestría. Cuando Schrott se marcha, Matthäi sigue allí todavía un instante, contemplando los maniquíes infantiles. Pronto advertiremos que ha comprado uno de aquellos maniquíes para tender su celada al asesino. Sin embargo, esa mirada suspendida al final del plano anterior ha creado una especie de espejo entre cazador y presa.

La señora Heller lo ha comprendido desde el principio. Esas llamadas nocturnas a las que se entrega el hombre que la ha contratado, preguntados siempre por niños, inventando mentiras con una insistencia enfermiza… La relación entre ambos es absolutamente impersonal. En cualquier construcción al uso, la presencia de la señora Heller en la casa hubiera dado lugar a la clásica subtrama amorosa. Pero en la severidad de El cebo no caben estas distracciones. Lo confesará la señora Heller cuando descubra el juego que Matthäi se trae entre manos: “¿No sabe que Ana María le quiere?”. No ella, sino su hija. Por eso, al final el excomisario se coloca la marioneta en la mano para que Ana María no vea la sangre que mana de la herida que le ha hecho Schrott. La niña ha encontrado por fin un padre y la señora Heller permanece en segundo plano. El planteamiento formal del desenlace es tan esclarecedor como turbador.

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