Como es habitual en la filmografía de José María Zabalza, también la coproducción Las malditas pistolas de Dallas / Le maledette pistole di Dallas (1964) tiene una genealogía confusa. Queda constatado oficialmente que la producción española corrió a cargo de Coperfilms con una particpación minoritaria (30%) frente al 50% que aporta la italiana Telles Cinematográfica y el 20% que corre a cargo de Paris International Productions. También que se rueda con el mismo equipo y prácticamente con el mismo elenco que Tres dólares de plomo / Tre dollari di piombo (Pino Mercanti, 1965). Incluso la paternidad está en entredicho, porque las cabeceras española e italiana no coinciden y la de este título además ostenta una doble cartela que fomenta la ambigüedad: se trataría de "una película de" Joseph Trader -esto es, Pino Mercanti- "dirigida por" José María Zabalza.
La sajonización de los nombres de los intérpretes crea también cierta confusión. Rob Messanger, por ejemplo, al que se encomienda un papel y se le encarga también coreografiar las peleas y las caídas, es en realidad Roberto Massina, un habitual de las películas de gladiadores.
Para terminar de complicar las cosas, los historiadores del poblado del Oeste "Golden City", en Hoyo de Manzanares, se empeñan en situar el rodaje en la provincia de Madrid cuando el testimonio del propio Zabalza y, de nuevo, la cabecera, atestiguan que los exteriores se rodaron en algún punto entre Liubliana y Trieste, pero en territorio yugoslavo. Para quien conozca la filmografía posterior de Zabalza y sus westerns rodados back to back, esta vez sí en Golden City, quedan pocas dudas sobre la paternidad de Las malditas pistolas de Dallas. Esa planificación desmañada que complica sobremanera un rodaje ininteligible, esas larguísimas canciones que acaparan minutos preciosos de acción o desarrollo dramático en playbacks desincronizados, el amateurismo en la puesta en escena de las peleas a puñetazos, el humor excéntrico que preside la secuencia de la adolescente que aspira a ser cantante de saloon o el inefable número musical con el que los forajidos entretienen sus ocios mientras mantienen secuestrada a la cantante que esperan en el pueblo... El cinéfilo Zabalza pone todo su empeño en emular a Ford -la cámara que asoma al exterior desde un interior en penumbra que abre la película y que toma de The Searchers (Centauros del desierto, 1956), la diligencia como microcosmos de personajes excéntricos de Stagecoach (La diligencia, 1939), el periodista que acaba malamente de The Man Who Shot Liberty Valance (El hombre que mató a Liberty Valance, 1962)...- aunque su imaginario se aproxime más al de Marcial Lafuente Estefanía.
¿La excusa argumental? El regreso de Clay Stone (Fred Beir) a Dallas, donde su padre, el banquero local, acaba de ser asesinado por Fast Draw (Luigi Ciavarro) y sus secuaces. La misma banda ha asaltado la diligencia en la que viajaban Clay, el jugador de fortuna Fred Foster (Olivier Mathot) y la cantante y bailarina Kathy Dior (Evi Mirandi). Los bandidos secuestran a esta última para asegurarse de que no les van a denunciar, pero Clay deja fuera de combate a Fast en una pelea a puñetazos y hace que el venal sheriff (Roberto Massina) lo encierre en el calabozo. Luego, cuando los bandidos amenazan con matar a Kathy si no sueltan a su cabecilla, el propio Clay lo libera para realizar el intercambio. Al regresar a Dallas, el sheriff le detiene. Fred se ofrece como rehén a la ley, de modo que Clay tenga cuarenta y ocho horas de libertad para detener de nuevo al bandido que, en realidad, trabaja para Colbert (Jesús Puente), un ranchero aparentemente honrado y al que el padre de Clay consideraba su mejor amigo. Con todo, lo más desconcertante es el modo en que está concebida, rodada y montada la engañosa muerte accidental de la cantante por el disparo de un niño o la falta de sentimientos de Clay ante la muerte de su padre, que, de haberse producido la película un año más tarde, en plena efervescencia del spaghetti-western, hubiera provocado una venganza que habría servido por si sola para sostener toda la trama.
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