domingo, 15 de septiembre de 2024

perojo se va a hollywood

Tras dirigir en los estudios parisinos de la Paramount Un hombre de suerte (1930), a partir de un libreto de Pedro Muñoz Seca, y en los berlineses la azarosa producción multilingüe El embrujo de Sevilla (1930), Perojo se embarca hacia Hollywood contratado por M-G-M. La idea es que colabore con el dramaturgo Gregorio Martínez Sierra, aunque el desmantelamiento del departamento hispano del estudio del león deja al realizador sin cometido concreto. Martínez Sierra, que ha viajado a Estados Unidos con su compañera, la primera actriz Catalina Bárcena, le deja en la estacada:

Se hizo el reparto, se comenzaron los ensayos, dirigiendo el diálogo Martínez Sierra en persona, ¡y a los cuatro días se suspendió la filmación! Perdióse en esto la friolera de 18.000 dólares, y la Metro, que era la compañía productora, acordó suspender las actividades en español por un par de meses. [Miguel de Zárraga: “En la meca del cine: Lo que interesa en España”, en ABC, 15 de marzo de 1931.]

Martínez Sierra llega a un acuerdo con Fox Film a principios de 1931. No se trata ya de dirigir a los actores en la adaptación de una película estadounidense —como en El proceso de Mary Dugan (Marcel De Sano, 1930), que ha supervisado en M-G-M—, sino de adaptar su propia obra Mamá. Esta comedia dramática con apuntes feministas, como otras de las coescritas con María Lejárrega, fue estrenada por María Guerrero en 1913.

La adaptación, firmada por Martínez Sierra y el propio Perojo, diversifica las localizaciones y echa el resto en un prólogo situado en el Casino de Biarritz. Aquí, Perojo hace un derroche de sofisticados movimientos de cámara que sirven para presentar a los personajes de la trama: la coqueta y disipada Mercedes (Bárcena), su padre (Andrés de Segurola), un calavera siempre en pos de jovencitas, y Alfonso (José Nieto), un canalla dispuesto a obtener favores sexuales de Mercedes a cambio de un préstamo de juego. El regreso a casa de los hijos de Mercedes y Santiago (Rafael Rivelles) supone un vuelco en la vida de Mercedes, que lleva una vida de coqueteo y compromisos sociales sin reparar en gastos para retener una juventud que se le escapa. La negativa de Mercedes a los requerimientos de Alfonso activa dos acciones paralelas protagonizadas por los hijos (Julio Peña y María Luz Callejo). Ella se convertirá en la nueva presa de Alfonso y él robará el dinero que debe su madre de la empresa del padre con la consiguiente crisis familiar. Tras una proclama feminista por parte de Mercedes, que se da cuenta de que debe asumir su papel la madre y esposa, pero que reprocha a su marido su desatención, la familia cenará por fin reunida en casa. El único que no parece dispuesto a dar su brazo a torcer es el abuelo, que sigue tan crápula como siempre.

Tras las secuencias iniciales, en las que dominan los amplios movimientos de grúa, las secuencias resueltas con recursos del cine silente —la sobreimpresión de la ruleta sobre los rostros de la jugadora y su seductor— y las transiciones visuales —de la ruleta girando a las ruedas del tren que trae a los hijos de vuelta a casa—, Perojo intenta traducir en acciones el texto teatral y se pone al servicio de los intérpretes. El incidente del robo de la nómina, creado ex novo para la película, juega la baza del suspense.

Catalina Bárcena sale razonablemente bien librada en su primera incursión en la pantalla. José Nieto compone su villano con naturalidad y no pocas dosis de autoironía. En cambio, la bisoñez de Julio Peña queda en evidencia en la mayoría de sus intervenciones, sobre todo, cuando tienen carácter dramátrico. Rivelles y Segurola hacen gala de recursos totalmente teatrales, ajenos por completo a los requerimientos de la cámara, pero como el personaje del segundo tiene un carácter farsesco, el subrayado declamatorio se soporta mejor.

Hollywood me parece un gigantesco imán —diría Catalina Bárcena—. Atrae como ninguna otra ciudad del mundo. Y no solo a la juventud ansiosa de gloria y de fortuna, sino a cuantos, por su bien o su mal, caen en aquel torbellino de ambiciones, del que puede decirse, como en los cuentos de la infancia, que es el verdadero castillo de irás y no volverás. [Antonio Guzmán: “El imán de Hollywood: Una conversación con Catalina Bárcena”, en Luz, 30 de marzo de 1934, pág. 4.]

Novelización de la editorial Bistagne (Filmoteca Española)

domingo, 8 de septiembre de 2024

apuntes sobre perojo antes del sonoro

El recorrido por la filmografía de Benito Perojo durante la década de los veinte es necesariamente fragmentario. Algunas películas no se han conservado —o se conservan reducidas a su mínima expresión, como Boy / El marino español (1926), cuya imagen encabeza estas líneas— y el exhaustivo análisis que realizó Román Gubern en su monografía para Filmoteca Española nos exime de meternos en mayores honduras, algo siempre complicado en este formato. Así que vamos al lío sin más preámbulos...

La acumulación de presentaciones ralentiza notablemente el principio de Más allá de la muerte (Benito Perojo, 1924). Tanto es así que las tramas parecen multiplicarse cuando, una vez, centrada la línea principal de acción, siguen un curso razonablemente lineal y muchas de las figuras a las que se han dedicado un par de planos y un epigrama descriptivo de su carácter tienen intervenciones muy secundarias. La principal concierne Raimundo de Mendoza (Georges Lannes), un hombre obsesionado por la muerte de su primera novia, que encuentra un nuevo amor en la ingenua Florencia (Andrée Brabant). Pero ésta es explotada por el profesor Belfegor (Gaston Modot), falso vidente y médico que acelera la muerte de sus clientes, una vez han aceptado éstos suscribir un seguro de vida a su favor. Le secunda en alguna de sus fechorías su hermano, Bruner (Paul Vermoyal), que en esta ocasión tiene planes propios, puesto que Raimundo de Mendoza es el heredero legítimo de la fortuna de un tal Davidson (Frank Dane), a quien Burner ha planeado desplumar con la complicidad de la falsa condesa Alma (Renée van Delly).

Perojo reelabora de cabo a rabo un texto teatral del reciente premio Nobel Jacinto Benavente como segunda y última producción de la marca creada por ambos con el nombre de éste último: Benavente Films. Para toda la vida (Benito Perojo, 1923) ha servido para poner en marcha una sociedad en la que Perojo actúa como director artístico no exento de ambición, pues ante la pobreza de medios técnicos en los estudios —“galerías” se denominaban por entonces— españoles, ha decidido buscar intérpretes y técnicos en París. Así es como se incorpora al equipo el ruso Pierre Schild, que acabará estableciéndose en España en la década de los cuarenta convertido en reputado especialista internacional en la técnica de las maquetas pintadas. En Más allá de la muerte su creación más espectacular es el Paladium, club nocturno adscrito al estilo art déco con influencias egipcias y orientales, aunque también tiene ocasión de crear lujosas viviendas de la alta burguesía y la aristocracia internacional.

En cuanto al reparto, buena parte de él procede del serial Les mystères de Paris (Los misterios de París, Charles Burguet 1922), lo que indica las intenciones de Perojo a la hora de adaptar una obra de intriga criminal que sucedía en dos únicos decorados y con el espiritismo y la hipnosis como excusa argumental. Perojo toma modelo iconográfico los seriales de Fritz Lang para la Ufa y los de Louis Feuillade para Gaumont. Del folletín cinematográfico proceden la proliferación indiscriminada de personajes, las intrigas entrecruzadas y los villanos irredimibles. En lugar de desenmascarar las supercherías del espiritismo, tal como parecen indicar el título y las cartelas de apertura, Más allá de la muerte se centra en el desarrollo de una aventura sensacionalista en la que los presentimientos letales y el hipnotismo ocupan un lugar preeminente.

Es una lástima que varias de las audacias de planificación y montaje ideadas por Perojo –cámara en movimiento, planos subjetivos, iluminación expresionista para indicar la evolución de la hipnosis...- casen mal con el tono engolado de las didascalias benaventinas, más adecuados para un “film de arte” que para la perversa maquinación que rige la enunciación formal de la película.

De Malvaloca, drama de ambiente andaluz de los hermanos Álvarez Quintero estrenado en 1912, se han rodado tres versiones. La de Perojo de 1926, al contrario que en otros sainetes de los comediógrafos sevillanos, el humor recae en los personajes secundarios y la trama se centra en una joven que “se echa a la vida”. Malvaloca es la mantenida de un canalla simpático, Salvador, y se enamora de un hombre recto y honrado, Leonardo. Hay un paralelismo alegórico entre la mujer caída que lucha por la redención y una campana que los dos hombres de su vida, socios en una fundación, deben volver a fundir. Se ilustra de este modo la copla que dio lugar al argumento: “Meresía esta serrana / que la fundieran de nuevo / como funden las campanas”.

La primera fue la de Perojo, rodada en buena parte en localizaciones naturales en Málaga y con un largo prólogo en el que se relata la caída de Malvaloca (Lidia Gutiérrez) y el nacimiento de una hija de padre desconocido que no volverá a aparecer en ninguna de las otras adaptaciones postbélicas. Perojo se ciñe a los códigos del silente aunque, como en otras ocasiones, hace uso de recursos como la cámara subjetiva en una escena de hondo dramatismo en la que el padre, borracho, deja aflorar sus deseos incestuosos. De este modo, se justifica la entrega de la chica a quien la deja abandonada con “el fruto del pecado” y que se había ofrecido a sacarla de aquella casa. 

La fundición de la campana y los enfrentamientos entre el asturiano Leonardo (Manuel San German) y el andaluz Salvador (Javier de Rivera) culminan en una procesión religiosa durante la que la hermana de Leonardo (Florencia Bécquer) acepta a Malvaloca y Salvador decide abandonar Las Canteras para que su presencia no obstaculice el amor sincero entre dos personas a las que estima. Si la escena climática procesión supone un tour de force de planificación y montaje, no lo es menos el alarde espectacular que supone la recreación de un breve episodio de la guerra de Marruecos integrado en el relato a modo de flashback cuando una madre entrega en la fundición las medallas ganadas por su hijo fallecido. El desastre de Annual aún estaba muy presente en el ánimo de los españoles y, sin duda, esta secuencia debió causar honda impresión entre los espectadores de la época.

Alberto Insúa, narrador a la moderna, de la escuela cosmopolita y galante, distribuye la acción de El negro que tenía el alma blanca entre Madrid y París. Madrid de palacios aristocráticos en los Altos del Hipódromo y hoteles de lujo, pero también de los barrios bajos, de la calle de la Ruda donde vive Emma Cortadell con su padre y de las envidias e intrigas del Teatro del Sainete. Sin embargo, en París, la imagen de España es un cabaret llamado El Patio, ambientado como un jardín de la Alhambra y decorado con panós de corridas de toros y procesiones sevillanas del Corpus. Perojo rueda en 1927 las escenas que le sugieren estos capítulos en un inmenso decorado que alterna motivos castizos y déco, pero —madrileño rodando tierras de Merimée— afila la puya contra la espagnolade al vestir a la orquesta negra de jazz band con un traje campero y sombrero cordobés.

La historia es la del amor imposible del cubano Pedro Valdés (Raymond de Sarka) convertido en “Peter Wald”, el bailarín de moda en el París del charlestón, por la tímida Emma Cortadell (Concha Piquer), a la que convierte en estrella. En la pesadilla de Emma, planificada por Segundo de Chomón, se intenta reflejar el terror subconsciente al “otro”. Ya la novela de Alberto Insúa ligaba gráfica y metafóricamente la imagen del negro a la del mono antropomórfico de la conocida marca de anís y Perojo recurre, edulcorando un poco el tropo, a otro emblema publicitario, el del papel de fumar “Bambú”. 

La condesa María (1928) es una coproducción entre la empresa madrileña Julio César, que ha distribuido El negro que tenía el alma blanca, y Albatros Films, la productora de los exiliados rusos en Francia. La comedia que le sirve de base argumental, original de Juan Ignacio Luca de Tena, había sido estrenada por María Guerrero y Carlos Díaz de Mendoza en el otoño de 1925. Su tema sentimental y melodramático —amor interclasista, la abuela de noble corazón y su hijo desaparecido en la guerra del Rif, unos intrigantes herederos, un hijo natural— conquistó un sonoro éxito de público. Perojo desmantela las unidades teatrales de tiempo, acción y lugar y se recrea en los ambientes lujosos y exóticos que propicia el nuevo medio: fiestas aristocráticas, verbenas populares y acciones bélicas sirven de escenario a los antecedentes que en la obra teatral se daban por el diálogo, de tal modo que ya ha transcurrido la mitad del metraje cuando la película alcanza el primer acto escénico. Claro que, a partir de ahí, y sin la servidumbre de largos intertítulos que ilustren lo sucedido, la acción puede mantener un ritmo sostenido, únicamente roto por el “falso” flashback de la boda entre la modistilla y el hijo de la condesa que abisagra la película. La huida de este de sus captores rifeños está resuelto como un relato de aventuras exento. Pero es en la primera parte cuando Perojo acumula todo el arsenal retórico del cine de vanguardia: el montaje sincopado a la soviética para relatar el vértigo amoroso en la feria, las imágenes múltiples cuando las coquetas se maquillan durante la fiesta goyesca, los encadenados del jazz band o una insólita sobreimpresión para ilustrar la confusión del combate.

Gonzalo Delgrás revisará el argumento a principios de la década de los cuarenta trasladando la acción (elíptica) de la guerra de Marruecos a la División Azul.

Lo de la última película estrictamente muda de Perojo fue toda una odisea. Para la adaptación de la novela de Pedro Mata Corazones sin rumbo, la Julio César se asocia con la Phoebus Films alemana. Los exteriores se rodarán en España y los decorados se construirán en los estudios Emelka de Múnich. Hasta allí viajan con Perojo los intérpretes Imperio Argentina, Valentín Parera y Alfredo Hurtado “Pitusín”. Al parecer, el guión técnico no satisface a la parte germana y le colocan a Perojo un supervisor: el vienés Gustav Ucicky.

El fragmento conservado —menos de ocho minutos— muestra el encuentro de Isabel con el grupo de músicos ambulantes a los que se une como bailarina a fin de llegar a Madrid. Acaso lo más interesante sea el paseo de la joven por la ciudad, resuelto a base de sobreimpresiones, con intención de trasladar al espectador el vértigo de la vida urbana. La planificación se remansa y vuelve al cauce clásico cuando llega a las afueras y tropieza con el carricoche de los artistas ambulantes que dan título a la película.

Perojo rueda La bodega (1930), a partir de una novela de Vicente Blasco Ibáñez, en el otoño de 1929 en París y Andalucía. La eclosión del cine sonoro decide al cineasta madrileño a meterse en el berenjenal de la postsincronización. Así que la película exhibe una banda musical sincrónica compuesta ex profeso. Algunos efectos sonoros —ladridos de perros, diálogos indistintos...— completan la banda sonora, pero nada de ello puede competir con los dos momentos en que Concha Piquer se arranca a cantar sendas coplas. La Piquer, que ha triunfado en los teatros de Broadway antes que en España, había sido pionera en interpretar algunos de sus temas ante la cámara y el micrófono de Lee De Forest, cuando este ponía a punto el Phonofilm en 1923 y ha protagonizado para Perojo El negro que tenía el alma blanca. La acompañan, al frente de un reparto internacional, Valentín Parera, el galán descubierto por el propio Perojo en El negro que tenía el alma blanca, y el bello Enrique Rivero, futuro protagonista de Le sang d’un poète (La sangre de un poeta, Jean Cocteau, 1932). María Luz Callejo encarna a Dolores, una de las maltratadas trabajadoras del cortijo, en un papel para el que Perojo quiso contratar a Conchita Montenegro, célebre en Francia por haber protagonizado La femme et le pantin (La mujer y el pelele, Jacques de Baroncelli, 1928).

Un cartel de la Exposición Iberoamericana de Sevilla de 1929 firmado por J. Alcaraz sirve de datación a la cinta al tiempo que certifica su vocación internacional. Estilísticamente, Perojo busca rehuir la españolada contraponiendo escenas que parecen traídas de un wéstern a sus habituales ambientaciones cosmopolitas. Esto soliviantó en su momento a algún crítico comprometido, que veía en la obra de Perojo una falsificación del conflicto en el campo andaluz consustancial drama social que noveló Blasco Ibáñez. Las aristas del naturalismo quedan limadas mediante la potenciación del doble embrollo amoroso interclasista aunque Perojo no se corta a la hora de mostrar la elección de guapas vendimiadoras que proporcionen aliciente a la fiesta de los amos, como si de un mercado de ganado se tratara. Eso sí, la subsiguiente juerga de los menesterosos tiene un carácter grotesco digno de Viridiana (Luis Buñuel, 1961).

La pelea entre el señorito calavera y el padre de la chica deshonrada resuelve en clave de drama calderoniano la lucha (literal) de clases.

 

Bibliografía:

Román Gubern: Benito Perojo, pionerismo y supervivencia. Madrid: Filmoteca Española, 1994.

domingo, 1 de septiembre de 2024

miguel iglesias en el cinematic club amateur

La celebración del centenario del Cinema Amateur por parte de Filmoteca de Catalunya nos ha permitido acceder a la mayor parte de las películas que Miguel Iglesias rodó en 9,5mm. Todas fueron realizadas en el marco de la actividad de Producciones Independientes del Cinematic Club Amateur (PICCA), una entidad que él mismo crea a los dieciocho años en su propio domicilio:

Ahorrando, se compró un proyector y junto con unos compañeros de trabajo, tan locos por el cine como él (especialmente Joan Casals), compraron una cámara Pathé-Baby y crearon en 1933 el Cinematic Club Amateur, una insólita productora de films de aficionados estructurada como las productoras profesionales con guionista, operador, maquillador, técnicos, actores... los cuales formaban una especie de consejo de producción, aunque Iglesias aparece prácticamente como su único director. [Àngel Comas: Miguel Iglesias Bonns: Cult movies y cine de género. Valls; Cossetània, 2003, pág. 18.]

En el club impera el trabajo colectivo; de este modo, marcan las diferencias —que las hubo, y muchas— con la sección de cine del Centre Excursionista de Catalunya. ¿Será por eso que el documentadísimo El cinema amateur a Catalunya [Jordi Tomàs i Freixa y Albert Beorlegui y Tous. Barcelona: Institut Català de les Indústries Culturals, 2009, págs-193-194.] apenas dedica una página a sus actividades? A saber.

T.S.F. (1934) es un drama de montaña en toda regla. Las dificultades meteorológicas en el Turó de l’Home, en el macizo del Montseny, obligan al equipo a posponer el rodaje iniciado a principios de 1933 hasta el invierno siguiente. La producción, cuya fotografía firman Galo Felgueras y Joan Casals, se da por finalizada en enero de 1934. [Boletín del Cinemátic Club Amateur, núm. 13, febrero de 1934.] Como corresponde a un primer intento, algunas de estas dificultades no quedan convenientemente registradas en la cinta, pero Iglesias suple estas carencias y las del tópico argumento, con un excelente trabajo de planificación y montaje a fin de crear la buscada atmósfera de suspense. Seguramente contribuiría a ello el montaje musical a base de discos que se realizaba en directo durante cada pase.

Probablemente las dificultades que hubo que encarar en su producción anterior, Miguel Iglesias se decide en su siguiente cinta de ficción por un tema más ligero. Un pantalón para dos (1935) es una comedia sobre dos bohemios cuya miseria les ha empujado a empeñar uno de sus pantalones, de modo que cuando han de salir a la calle lo hacen por turnos. Pero hete aquí que les llega una invitación a una fiesta donde van a estar sus amadas y ninguno está dispuesto a renunciar a la cita. Uno de ellos se anuda un mantelillo de cuadros a la cintura e intenta hacerse pasar por escocés hasta llegar a la casa de campo donde se celebra la fiesta. Intentarán ver a las chicas turnándose de nuevo con el pantalón, pero los enredos se suceden a ritmo sostenido de vodevil. Seguramente esto sea lo mejor de la película, que sólo decae puntualmente en su casi media hora de duración. Otra cosa son los gags, que Iglesias no siempre logra plenamente, recurriendo en ocasiones a la comicidad en primer grado.

Una fotografía del rodaje muestra un interior iluminado con tres aparatos, lo que da idea del nivel de profesionalidad con el que se tomaban sus producciones los del Cinematic Club Amateur.

En esta ocasión, Iglesias dirige por primera vez a Pilar Gallemí y al orondo Enric Aycart que se van a convertir en puntos fijos de sus repartos. La otra protagonista es Carme Fábregas, que aún debe tener dieciséis o diecisiete años. Porque, aparte de Joan Casals, Josep Coll y otros miembros bastante activos, en la asociación se ha integrado también como actriz aficionada Carme Fábregas, con la que Iglesias contraerá matrimonio en 1936 y que a partir de la década de los cincuenta emprenderá su propia carrera como montadora. [Jordi Torras: “Carmen Fábregas”, en Cuadernos de la Academia, núm. 3: Memoria viva del cine español. Madrid: Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España, 1998, págs. 95-99.]

En un rasgo de la ambición que caracteriza a PICCA, Un as per amor (1935) se presenta como la “primera película amateur de argumento sobre el tema de la aviación”. [Boletín del Cinemátic Club Amateur, núm. 23, diciembre de 1934.] Pili (Pilar Gallemí) tiene que decidirse entre el amor del botarate (Fermí Esteve), por el que aboga su tío y tutor (Enrice Aycart) y el de un intrépido aviador (Tomás Moliné). La elección es evidente, pero por supuesto no se producirá hasta el último minuto, merced a una serie de obstáculos que tienen que ver con la afición del tío a la butifarra y con los malentendidos que siempre se dan entre enamorados, con las escenas de comedia y drama convenientemente dosificadas. En cualquier caso, el ingrediente novedoso son las secuencias que tienen lugar en el aeródromo y en vuelo.

El homenaje al aviador y a su flamante esposa tras su raid de España a Sudáfrica se logra mediante una operación de montaje en el que un raccord no del todo bien resuelto permite mostrar a la multitud reunida en torno a los coches de los recién casados y del tío y el pretendiente chasqueado. Este reciclaje del material de archivo, al que se otorga un nuevo sentido mediante el montaje, va a ser el quid de Per terres de l’Àfrica (1936). En esta ocasión Enric Aycart y Josep Coll encarnan a un explorador del África salvaje y al operador —del Cinemátic Club Amateur, claro— que la acompaña en su peligrosa expedición. Sigue así la senda marcada por Eduardo García Maroto y Miguel Mihura en Una de fieras (1934), en su parodia de la moda de los documentales exóticos de Soedshack y Cooper, las cintas de Johnny Weissmuller en el papel de Tarzán o la por entonces celebérrima Trader Horn (Trader Horn, W.S. Van Dyke, 1931).

La mayoría de los gags se resuelven mediante un hábil uso de la edición que permite la convivencia virtual de los prosaicos exploradores con los habitantes de los lugares más remotos de la Tierra y con las fieras más terribles, procedentes todas ellas del catálogo de cintas de viajes de Pathé-Baby. La parodia alcanza también a los títulos de crédito, donde el director se presenta como "M. Churches" y se asegura que sus asistentes han sido Cecil B. De Mille, King Vidor y René Clair.

El humor se convierte así en la principal baza de Miguel Iglesias como cineísta, apoyado por los intertítulos, unas veces expositivos, otras resueltamente cómicos, que redacta invariablemente Josep Coll.

Tras los premios obtenidos por Per terres de l’Àfrica, Miguel Iglesias asegura que piensa tomarse unos meses para redactar el guión de su siguiente película, que está dispuesto a rodar en 16mm. "Ya estoy un poco escamado con el 9,5, porque después de pasar dos veces por el proyector se queda que no tiene ni cara ni ojos, además de la poca seguridad del revelado". [Boletín del Cinemátic Club Amateur, núm. 32, abril de 1936.] El golpe militar del 17 de julio de 1936 dará al traste con todos sus planes y pondrá fin a su carrera en el campo amateur. El Boletín [núm. 36] de abril de 1937 da la noticia de su reclutamiento. 

Àngel Comas amplía las vicisitudes por las que pasó el cineísta durante el trienio bélico:

El 3 de abril de 1937 fue movilizado y destinado a Andalucía. Estuvo un año en el frente pero no entró en combate, haciendo sólo cinco disparos de prácticas. Su joven esposa, Carme, realizó un viaje erizado de dificultades para pasar dieciocho días a su lado. El 6 de julio de 1938, el mismo día de su nacimiento, volvió a nacer salvándose de milagro de una bomba que cayó a su lado y de la que Iglesias todavía conserva un trozo de metralla. Destinado al frente del Ebro, allí se planteó la inutilidad de su sacrificio en una guerra que no entendía y junto con algunos compañeros se metió en un camión militar con el que regresó a Barcelona. Ya en la ciudad, se camufló en el domicilio de sus suegros, en la barriada de Sants, hasta el fin de la guerra. [Àngel Comas: Op. cit., pág. 20.]

 

Caricatura anónima de Miguel Iglesias
en el Boletín del Cinemátic Club Amateur, núm. 32, abril de 1936.

Filmografía amateur de Miguel Iglesias:

Falsedad (1934)
T.S.F. (1934)
Un pantalón para dos (1935)
Marinada (1935)
Cadaqués (1935)¸ codirigido con Joan Casals y Josep Coll
Un as per amor (1935)
Dintre el bosc (1935)
Retalls barcelonins (1935)
Per terres de l’Àfrica (1936)

 

El Boletín del Cinemátic Club Amateur se puede consultar en el Repositori Digital de Filmoteca de Catalunya: https://repositori.filmoteca.cat/

Las películas se pueden ver en: https://vimeo.com/filmotecacat