domingo, 27 de octubre de 2024

martin a. gosch, otro primer bronston

 

De esta película [Horas de pánico / Day of Fear (Donald Taylor, 1957)] no me acuerdo de nada, sólo me acuerdo de Martin Gosch, que era un hombre muy interesante. [...] Fue el primer productor americano que vio la posibilidad de hacer películas en España, el primer Bronston. [Pascual Cebollada: Fernando Rey. Madrid: Centro de Investigaciones Literarias e Hispanoamericanas (CILEH), 1992, pág.157.]

Como ya hemos visto más de una vez hay bastantes aspirantes a convertirse en “el primer Bronston”. Han ido compareciendo por aquí: Mitchel J. Frankovich y Binnie Barnes, Sidney Pink o Jack L. Miles y Helen Golino Miles. En cualquier caso Martin A. Gosch se presentó en España hacia 1954 con la intención de rodar veintiséis episodios para una serie de televisión que se emitiría en Estados Unidos y de título inequívoco: It Happens in Spain.

Gosch había empezado haciendo humor judío en la radio y se había dedicado luego a producir para el medio. Mediada la década de los treinta lo encontramos como responsable de un novedoso boletín informativo radiofónico en Filadelfia que conjuga la recepción de teletipos en tiempo real con la presencia de dos locutores y un actor que pone voz a las declaraciones de los protagonistas de la noticia. [“How WFIL Dramatizes News”, en Broadcasting, 1 de junio de 1935.]

En 1943 se casa con la actriz Joan Arliss, pero tres años y dos hijos más tarde ya está en marcha la demanda de divorcio. Para entonces él ha escrito y producido su primer —y que sepamos, único— largometraje: Abbott and Costello in Hollywood (S. Sylvan Simon, 1945). La productora es M-G-M. O las cosas no van bien con la compañía o Gosch es un hombre de culo inquieto porque en 1947 lo encontramos metido en otro fregado antípoda: Costa Este, teatro musical, un tema inquietante en la posguerra... The Gentleman from Athens, de Emmett Lavery, presenta a un miembro del Congreso de los Estados Unidos como un tipo corrupto que aboga por un gobierno mundial. La obra se estrena en Broadway el 9 de diciembre de 1947 con Anthony Quinn al frente del reparto. Su debut no debe resultar suficiente atractivo para el público porque la obra se cae del cartel con apenas siete representaciones. Pero en plena fiebre anticomunista, la madre de Ginger Rogers declara en un debate televisivo que la obra es una apología del marxismo a la soviética. Lavery y Gosch se querellan contra ella. ¿Sacaría algo Gosch? Lavery declaró ante el Comité de Actividades Antinorteamericanas que él siempre había sido un ferviente católico y pidió un millón de dólares por daños morales, de los cuales acabo consiguiendo treinta mil.

Por entonces, Gosch tiene sus oficinas en el Hotel Savoy-Plaza de Nueva York y produce espectáculos para televisión, como las entrevistas y retransmisiones de Tonight on Broadway (1948-1949), patrocinadas por Esso. En 1949 es elegido presidente de la Independent Television Producers Association.

El idilio hispano-estadounidense tras la firma de los acuerdos militares y comerciales de 1953 parece estar tras el movimiento que nos ha traído hasta aquí. El convenio cinematográfico bilateral permite la utilización de hasta el sesenta por ciento de los beneficios que las empresas norteamericanas tienen bloqueados en España en la producción de cine. Aparte de eso, la producción de los episodios de It Happens in Spain cuenta con toda clase de apoyos oficiales: “Recibimos la ayuda de los ministerios de Información y Turismo, de Comercio y del Instituto de Moneda Extranjera. Pensamos, no obstante, hacer películas de distintas regiones, siempre que encontremos facilidades para el desplazamiento y el rodaje”. [El Silencioso: “Díganos la verdad: Martin A. Gosch”, en Pueblo, 19 de junio de 1956, pág. 6.] Además, de los contratos y las relaciones internacionales se encarga el bufete de Antonio Garrigues, que ya ha actuado como mediador —cuando no de testaferro— en este tipo de operaciones internacionales. [AGA, caja 36/03600]

Las oficinas de Martin A. Gosch Motion Picture Productions siguen estando en Nueva York —25, Central Park West—, pero en Madrid tiene su sede en los flamantes estudios Sevilla Films, propiedad de la familia Luca de Tena. Para negociar con la administración española, Gosch cuenta con la complicidad de Alfonso Migoya Valdés, propietario de la distribuidora y productora Eos Films. También la realización y la dirección de actores se duplica: por la parte estadounidense, el especialista en producciones televisivas Frederick Stephani; por la española, Pedro de Juan, compinche de Antonio Román en sus películas de los años cuarenta. Manuel Berenguer se hace cargo de la fotografía y cuenta con un material de rodaje que causa asombro al reportero de Primer Plano destacado en los estudios:

La entrada al plató número 4 de los estudios Sevilla Films me imagino que debe ser como entrar a cualquier estudio de Hollywood. Oigo habla en inglés por todas partes y veo muchas caras desconocidas, hay organización y sincronía en el trabajo y un material de rodaje mucho más moderno y perfecto que el utilizado en las películas españolas. [Pío García: “En el bar de los estudios”, en Primer Plano, núm. 816, 3 de junio de 1956.]

El protagonista es el actor estadounidense Scott McKay, en el papel del detective estadounidense residente en España Joe Jones. Para completar el elenco español Gosch se pone en contacto con Niels W. Larsen, quien le ofrece un abanico de actores que hablan inglés y a los que representa: Elena Barrios y Fernando Rey serán los elegidos para encarnar a personajes fijos. Recordaba este último: “Yo hago un detective de la policía española, un policía de comisaría, que colabora con un detective americano que es el protagonista. Yo aquí hablo en inglés con sonido directo”. [Pascual Cebollada: Fernando Rey. Madrid: Centro de Investigaciones Literarias e Hispanoamericanas (CILEH), 1992, pág.157.]

Como compositor, Gosch contrata a Leo Arnaud, un francés establecido en Hollywood. La gacetilla sobre su llegada a Madrid pone en evidencia el entramado ideológico-diplomático sobre el que se sustenta la serie: “Serán composiciones originales que han de reflejar el avance enorme de la España moderna y su tendencia progresista”. [“Una gran personalidad de Hollywood en España”, en Pueblo, 10 de mayo de 1956, pág. 12.] Y reincide en ello el productor al hablar del contenido de cada episodio:

Se desarrolla con un sentido policiaco y humorista. Explicando siempre el lugar que aparece en la pantalla y narrando, a través de la conversación de los personajes, la historia de ese lugar. [...] Hemos escogido calles típicas, el Museo del Pardo, palacios, estaciones de ferrocarril, hoteles, etcétera, incluso destacamos automóviles y productos de fabricación nacional española, a fin de que sean conocidos por el público de Norteamérica. [El Silencioso: “Díganos la verdad: Martin A. Gosch”, en Pueblo, 19 de junio de 1956, pág. 6.] 

El vespertino nacional-sindicalista Pueblo parece convertirse en portavoz de la estrategia promocional de la productora. A lo largo de la primavera y el verano de 1956 en su sección de “Espectáculos” se van dando como sucesos sensacionales los argumentos de los diferentes capítulos. “El caso del hombre sin nombre” es el primero del que tenemos noticia:

Todas las guerras dejan una inevitable estela de inmoralidad y delincuencia. La última conflagración mundial, por su enorme extensión y crueldad, nos legó una ola de criminalidad, a la que tuvieron que oponerse con energía los servicios de Policía de todas las naciones afectadas. En general, se logró combatir la plaga, pero hubo casos que por su misterio impenetrable hicieron fracasar, una y otra vez, las investigaciones oficiales. Uno de los criminales más peligrosos de los últimos tiempos fue el hombre, a quien correspondía la carpeta “Archivo Secreto número 4”, que tuvo en jaque durante los años de la guerra a los servicios de información aliados. A este misterioso personaje, del que nunca se supo su verdadera identidad, le conocían los agentes del Servicio Secreto por Mr. Cero, apelativo que dice, con elocuencia, el oscuro misterio del personaje. Fue precisamente en Madrid donde tuvo lugar la eliminación de tan peligroso delincuente. La sagacidad, del major Jones, del Ejército americano y el talento del inspector Gómez, de la Investigación Criminal española. consiguieron descifrar el misterioso robo de una valiosa joya de la época romana: un cáliz que perteneció al emperador Nerón. En esta ocasión hizo Mr. Cero alarde de sus perfectas caracterizaciones que, por primera vez, no lograron burlar a la Policía.
El relato completo de este fascinante episodio fue convertido en guión cinematográfico y rodado para la televisión norteamericana por el productor Martin A. Gosch con el título El caso del hombre sin nombre. [“Las aventuras del americano, un film policíaco para la televisión”, en Pueblo, 15 de mayo de 1956, pág. 12.]

Las siguientes entregas no son menos rocambolescas ni los títulos de las gacetillas menos alarmistas: “El cuadro de Los borrachos, la obra maestra de Velázquez, a punto de ser robado del Museo del Prado” [Pueblo, 18 de mayo de 1956, pág. 12.], “Tráfico clandestino de diamantes descubierto en el Rastro” [Pueblo, 25 de mayo de 1956, pág. 13.], “Se pretendía vender antiguas reliquias de Colón en una tienda de antigüedades” [Pueblo, 1 de junio de 1956, pág. 12.], “Falsificación de una partida de nacimiento para apoderarse de 500.000 dólares” [Pueblo, 16 de agosto de 1956, pág. 12.], “Famosa bailarina raptada la noche de su debut” [Pueblo, 18 de agosto de 1956, pág. 12.]... Y así hasta veintiséis. Todas estas situaciones se dan como hechos verídicos ocurridos en España que han dado pie a que la pareja de guionistas formada por George y Gertrud Fass decida semana tras semana que pueden constituir buenos argumentos para las películas de media hora de duración. La serie es sindicada a través de la Television Programs of America (TPA) para su comercialización en las televisoras estadounidenses. Acaso por ello, hoy es imposible encontrar una ficha de It Happens in Spain en ninguna parte. Tampoco Eos Films logró colocarla en TVE cuando ésta empezó a emitir series estadounidenses. Todo parece indicar que el interés económico no estaba en el producto resultante.


En paralelo a la realización de la serie, se pone en marcha la producción de una película en Eastmancolor, titulada provisionalmente Evil Star / La mala estrella, a la que se le concede permiso de rodaje el 19 de noviembre de 1956. El equipo técnico-artístico es idéntico, salvo porque desaparece el detective protagonista. Desbaratarán la trama criminal urdida en esta ocasión, el inspector de policía encarnado por Fernando Rey y un joven médico interpretado por Rubén Rojo. Elena Barrios es ahora su novia. Asume la dirección el británico Donald Taylor. Para que la película reciba la nacionalidad española, aparte del reparto y de otros jefes de equipo, es preceptivo que haya un “director adjunto” español. En este caso cubre el expediente Arturo Ruiz-Castillo, que ha dirigido para Eos Films Dos caminos (1953), Los ases buscan la paz (1953) y Pasión en el mar / L'île des désespérés (1956). De los diálogos se hace cargo Clemente Pamplona, aunque el guión está firmado por Gosch y los Fass.

El Sindicato Nacional del Espectáculo autoriza la coproducción, pero advierte seriamente a Eos Films “que la intervención del personal español debe estar de acuerdo con su categoría, lo que se tendrá en cuenta por la representación sindical al visionar la película para la estimación de su coste”. [AGA, caja 36/03600] O sea, que no vale que los actores locales con categoría de coprotagonistas salgan en un par de escenas o que el director de fotografía esté de pasmarote al lado de un profesional foráneo.


La trama urdida para el largo arranca cuando el Hospital General de Madrid debe enfrentarse a una epidemia de virus espinal. El único modo de hacerle frente es conseguir un medicamento denominado Corolen. Hubbard, un farmacéutico estadounidense está dispuesto a distribuirlo en España como un regalo del pueblo de Estados Unidos al de Madrid. El doctor Paul Rainer (Rolf Wanka) está al frente del equipo médico que tiene que acometer la tarea, pero su plan es robarlo en el trayecto entre el aeropuerto de Barajas y el centro médico. El botín está valorado en medio millón de dólares. La intención del médico es marcharse a Suiza con la bella Margot (Nina Karell), de la que ha ejercido de pigmalión hasta convertirla en la propietaria de una lujosa casa de modas. Miguel Valdés (Rojo), uno de los asistentes del doctor Rainer, ha inyectado curare a un niño enfermo, contando con la llegada del antídoto, pero cuando la droga desaparece, se ofrece a ayudar al inspector Alonso (Rey), que debe descubrir contrarreloj a los autores del robo antes de que el niño muera y la epidemia se extienda por toda la ciudad. Entretanto, Carlos de Marco (Julio Peña), el último eslabón de un golpe cuidadosamente preparado, recibe un porrazo en la cabeza y alguien le sustrae el Corolen. Las cosas se complican para unos y otros.


Dirigida sin el más mínimo pulso por Donald Taylor, con abundancia de escenas expositivas y dialogadas, Horas de pánico apenas destaca por la fotografía en Eastmancolor de Manuel Berenguer y por la oportunidad de contemplar un Madrid predesarrollista, con escaso tráfico, y por cuyos lugares emblemáticos —el aeropuerto, la Cibeles, el Paseo de la Castellana, el Palacio Real, la Ciudad Universitaria, la plaza de toros de las Ventas...— se incluye un indisimulado y plúmbeo recorrido turístico. O sea, lo que debía de ser más o menos la hoy invisible serie.

El estreno queda acordado para el Domingo de Resurrección de 1957. De hecho, la película se presenta a censura apenas una semana antes, en blanco y negro y con sonido magnético, dado que aún se está tirando la copia en Eastmancolor en los laboratorios Cinefoto de Barcelona. Debido a ello, y como en el Ministerio no cuentan con proyección interlock, Gosch solicita que la comisión censora se desplace a Sevilla Films o a los estudios de sonido Exa para ver la copia provisional y emitir el certificado para que pueda proyectarse el 21 de abril, ya que tienen...

el propósito de invitar a Madrid, en colaboración con la Dirección General de Turismo, a altas personalidades de la prensa extranjera para dicha fecha, debido a que la película, a nuestro entender, por su color y exteriores de Madrid, con su versión inglesa creemos tendrá un indudable interés turístico. [AGA, caja 36/03600]

El presupuesto, considerablemente hinchado en la participación española —al menos a juicio del Servicio de Ordenación Económica de la Cinematografía del Ministerio de Comercio—, queda considerablemente rebajado durante la tramitación administrativa. De los casi seis millones y medio presentados por la productora, se reconoce un coste de poco más de tres millones y medio. Además, la clasificación en Segunda A sólo proporciona a Eos Films una subvención del 30% de esta última cantidad. La productora española ha negociado con Gosch quedarse con el cien por cien del mercado peninsular, el cincuenta de los beneficios en Estados Unidos y Canadá, y el setenta en el resto del mundo. Son unas condiciones claramente ventajosas para la obtención de divisas para España. Pero la administración española quiere saber qué ha pasado con las divisas que deberían haber generado las anteriores coproducciones de la casa. Alfonso Migoya cursa una detallada respuesta el 15 de noviembre de 1956. Detalla en ella que la película hispano-francesa Pasión en el mar acaba de ser calificada y que aún no se ha podido exportar al extranjero. En cuanto a la serie Aventuras del americano, sólo los catorce primeros episodios han sido remitidos a Estados Unidos. Quedan por enviar los negativos y primeras copias de los restantes doce, que viajarán desde Cádiz en el buque Guadalupe de la Compañía Transatlántica. Así que las únicas divisas obtenidas hasta ahora han sido las tres mil libras del seguro de buen fin de la serie contratadas con la compañía británica Film Finance Limited y que en su momento fueron depositadas en el Instituto de Moneda Extranjera. [AGA, caja 36/03600]

Aún ha habido un tejemaneje más en todo este asunto. El abogado Antonio Garrigues Díaz-Cañabate escribe directamente al director de Cinematografía, Muñoz Fontán, para decirle que su hijo Antonio Garrigues Walker ha sido el encargado de la asesoría jurídica y financiera de la producción y que sería muy conveniente que se le otorgara a la cinta la clasificación en Primera A:

Como esta película ha sido producida o coproducida con miras principalmente a su distribución y difusión en el extranjero, su clasificación como 1ªA sería casi imprescindible para poder discutir y tratar con una posición fuerte y en términos favorables con las distribuidoras en el extranjero. Según me han comunicado les interesa mucho más el mero título de 1ªA que los subsidios económicos que se derivan de esta clasificación. [AGA, caja 36/03600]

El recurso no obtiene resultados o, al menos, no consta en el expediente. Migoya y Garrigues hijo deberán conformarse con la Segunda A.


La crítica se muestra inclemente. No hay reseñista que no diga que esas cosas pasan en Chicago o Nueva York, pero de ningún modo en Madrid. Al otro lado del charco, nadie les lleva la contraria porque Day of Fear no se estrena en salas. Es más, ni siquiera consta como producción estadounidense: no hay rastro de ella en el exhaustivo catálogo del American Film Institute. Para colmo, en España uno de los intérpretes —¿Fernando Sancho? ¿Adriano Domínguez? ¿Julián Ugarte?— expresa públicamente su desagrado al comprobar que se le ha excluido de la publicidad. Gosch y Migoya publican una nota de prensa en la que aseguran que “no existe ninguna obligación contractual con el aludido actor por el que deban hacer público su nombre en ningún anuncio” y que por el artículo tantos del contrato tipo del Sindicato Nacional del Espectáculo los intérpretes se comprometen a no hacer “manifestaciones publicitarias ni informativas sobre su trabajo en la película”. La nota concluye afirmando que “las estrellas no las hacen los productores, realmente el público es el que los eleva a la fama”. [Pueblo, 30 de mayo de 1957.]

¿Sería esta recepción negativa la causa del fin de la aventura española de Gosch? Porque su opinión es, desde luego, favorable a seguir trabajando en España:

Los productores norteamericanos pueden filmar en España ahorrando un cuarenta por ciento sobre lo que les costaría producir un material de idéntica calidad en las factorías de Hollywood. Otros intentos de abaratar nuestros costes en Europa han fracasado por varios factores: gobiernos inestables, unas cinematografías desprovistas de técnicos habilidosos y fracaso en comprender a los técnicos locales y su forma de trabajar. Mi equipo comprende técnicos españoles en todos los puestos clave y gracias a la organización que hemos logrado en Sevilla Films, puedo filmar cada una de mis películas cortas en brevísimo espacio de tiempo. [“Norteamérica hace su cine en España”, en Mundo Hispánico, núm. 104, noviembre de 1956, pág. 46.]

De hecho, tenía previsto continuar con un nuevo largometraje: La máscara roja. En marzo de 1957 Nina Karell hace escala en Madrid para concretar las fechas de la segunda película para la que la ha contratado el productor. No en vano, aseguran las columnas de chismorreo que éste ha asegurado los ojos de la actriz en medio millón de dólares. [Pío García: “Nina Karell de nuevo en España”, en Primer Plano, núm. 859, 31 de marzo de 1957.]

Lo cierto es que esta película ni siquiera se somete a la consideración de la comisión de censura previa —al menos, con este título—, como tampoco salió adelante la que le valió a Gosch el calificativo de “primer Bronston”: El Cid. Era éste un viejo proyecto de Vicente Escrivá y Rafael Gil, pero tras la salida de Aspa Films de este último, a Escrivá se le ocurre plantear la producción como un gran proyecto internacional: Technicolor, CinemaScope y un presupuesto de sesenta millones de pesetazas. [“Se hará El Cid en Cinemascope”, en Primer Plano, núm. 908, 9 de marzo de 1958.] Anuncia el rodaje para agosto de 1958 y dice del estadounidense que, después de tres años en España...

conoce nuestros usos y costumbres y ha demostrado cumplidamente ser un buen entendedor de nuestra idiosincrasia. Durante los meses que lleva trabajando con nosotros hemos podido comprobar la manera clara y abierta con que ha recogido el sentir de los españoles y de su historia. [“El Cid será producida en agosto por Aspa y Martin A. Gosch”, en El Adelantado, 11 de abril de 1958.]

Escrivá retoma con esta maniobra un proyecto cuya inviabilidad económica en coproducción con Italia le había llevado a dejar caducar el permiso de rodaje un par de años antes. Todavía resucitará el proyecto cidiano en 1960 cuando el auténtico Samuel Bronston ponga en marcha el rodaje de El Cid (El Cid, Anthony Mann, 1961). Según Agustín Rubio Alcover, Escrivá, esta vez en connivencia con Cesáreo González, habría resucitado por enésima vez su libreto con fines chantajísticos, a los que Bronston se habría avenido. [Agustín Rubio Alcover: Vicente Escrivá: Película de una España. Valencia: Ediciones de la Filmoteca/Culturarts-IVAC, 2013, pág. 282.]


También en 1958 había anunciado Gosch que iba a producir una adaptación de la novela Arena, de Charles Grayson, una historia romántica de alto voltaje en torno al mundo de los toros. Nada se vuelve a saber de esta película. A partir de entonces, Gosch sigue residiendo en Madrid, pero se dedica a “otros negocios”. [Carmen Deben y José Antonio Plaza, “Hora y media duró la declaración de Martin Gosch anoche en Madrid”, en Pueblo, 1 de febrero de 1962 pág. 8.]

El último proyecto de Gosch en Europa resulta tan abracadabrante que terminará opacando a todos los demás. No ha tenido el más mínimo empacho en saltar de las glorias patrias de El Cid a las fazañas delictivas de Lucky Luciano. El capo neoyorquino fue deportado a Nápoles al finalizar la II Guerra Mundial, pero ha seguido manteniendo su red de narcotráfico entre Europa y Estados Unidos y el control de la organización desde Italia. Gosch se entrevista varias veces con él a lo largo de 1960 y graba en cinta magnetofónica sus recuerdos a fin de producir un biopic. A cambio, le entregará cien mil dólares y un diez por ciento de los beneficios. El 26 de enero de 1962 viaja a Nápoles para ultimar los detalles del contrato y, en el mismo aeropuerto, Luciano se desploma en sus brazos víctima de un infarto. O acaso envenenado, según deja caer el productor en algunas declaraciones.

Gosch declaró que desde hace dieciocho meses proyectaba filmar una película sobre la vida de Luciano y que se había trasladado el viernes a Nápoles, desde Madrid, para resolver detalles finales con el propio Luciano. “Caminábamos juntos hacia consigna para recoger mi equipaje —ha dicho— cuando, repentina e inesperadamente, Luciano sufrió un colapso y murió en mis brazos”. [“Ha muerto Lucky Luciano”, en Pueblo, 27 de enero de 1962.]

Francesco Rosi recrea esta escena en Lucky Luciano (Lucky Luciano, 1973). Es la última de la película.

Ahí aparece Gosch interpretado por un actor al que no he logrado identificar. El telegrama en el que anunciaba su visita es la prueba incriminatoria para la Guardia di Finanza italiana, que sospecha de los encuentros de Luciano en Nápoles con viejos amigos que hacen la ruta Miami-Cuba-España-Sicilia-Nápoles-Nueva York. Uno de ellos es Pasquale “Patty Ryan” Eboli, de la familia Genovese de Nueva York, otro viajero habitual a España. Por tanto, no es extraño que el mensaje del productor afincado en Madrid levantara sospechas. La policía le detiene, la Interpol le interroga y sólo logra salir de allí cuando, desde Madrid, la Brigada de Investigación Criminal da referencias de su personalidad y negocios en España.

Como no ha podido firmar la cesión de derechos con Luciano y, al parecer, en Estados Unidos le han amenazado de muerte si lleva adelante la película, Gosch realiza un triple salto mortal. La nueva cinta, que podría protagonizar Henry Fonda y dirigir Delbert Mann, contaría “la aventura de un hombre que se ve envuelto casualmente en una serie de acontecimientos motivados por la muerte de un célebre gángster en sus brazos. Algo así como mi propia historia”. [Carmen Deben y José Antonio Plaza, “Martin Gosch (el hombre en cuyos brazos murió el gángster) acaba de regresar de EE.UU.”, en Pueblo, 8 de junio de 1962 pág. 8.]

No hay nadie dispuesto a financiar esta pionera autoficción. El proyecto duerme en un cajón durante una década. El éxito de The Godfather (El padrino, Francis Ford Coppola, 1972) pone de nuevo la maquinaria en marcha. Gosch lleva mucho tiempo alejado del cine, pero convence a un antiguo periodista del New York Times, Richard Hammer, de que le eche una mano para dar forma a las transcripciones de las entrevistas. Los derechos de edición de The Last Testament of Lucky Luciano se venden por ochocientos mil dólares y la revista Penthouse publica el texto en forma seriada antes de la edición en formato libro. Es esta serie la que hace saltar las alertas en el FBI, que llevaba años detrás de las cintas. Se revisan los informes del interrogatorio de Gosch en Roma por parte del Jefe de la Federal Bureau of Narcotics estadounidense donde constaba esta entrañable definición del productor: “totalmente indigno de confianza, mentiroso y oportunista, que intenta aprovecharse de su relación con Luciano para realizar una película sobre el mafioso fallecido”. [“The Last Testament of Lucky Luciano by Martin A. Gosch and Richard Hammer, Information Concerning”, en The FBI Files, 25 de septiembre de 1974.] Según la investigación del FBI, el libro contendría viejas acusaciones de sobornos a políticos y otros asuntos investigados y nunca probados. Por este motivo, los responsables de la investigación no consideran “que este libro tenga ningún valor para el FBI, ni para nadie”. [ibidem] Sin embargo, actualmente aparece citado en cientos de crónicas sobre la vida criminal en Estados Unidos.

Martin A. Gosch nunca pudo disfrutar de su éxito porque falleció en Nueva York un año antes de la publicación de la biografía de Luciano, en 1973, a los sesenta y dos años.

domingo, 20 de octubre de 2024

las aventuras de harry alan towers en españa


El ápice de la relación con España del británico trotamundos Harry Alan Towers tiene lugar entre 1967 y 1973. Son cuatro años en los que llega a producir —y a menudo coescribir con el seudónimo de Peter Welbeck— diecisiete títulos, nueve de ellos en colaboración con Jesús Franco. [Carlos Aguilar: Jesús Franco. Madrid: Cátedra, 2011, págs. 131-132.] 

Nacido en el seno de una familia dedicada al show business, Towers organiza sus producciones desde principios de los sesenta en África, Europa del Este, Líbano, Hong-Kong, Brasil o donde se tercie, con repartos internacionales encabezados por algún nombre de relumbrón. Explota así las localizaciones exóticas al tiempo que aprovecha capitales estadounidenses bloqueados o determinadas exenciones de impuestos. [Carolyn Richards y Sarah Street: “The Colour of Crime”, en Sarah Street et al. (eds.): Colour Films in Britain: The Eastmancolor Revolution. Londres: British Film Institute, 2021, pág. 109.] A partir de 1965 entra en contacto Samuel Z. Arkoff, de American International Pictures, lo que facilita la distribución de sus producciones en los circuitos populares estadounidenses, amén de permitirle incorporar a los repartos a estrellas de dicha procedencia. La base literaria de las películas procede a menudo de probados maestros de la literatura pulp, como Edgar Wallace, Agatha Christie o Sax Rohmer.

Sus dos incursiones en España previas a su colaboración con Jesús Franco están dirigidas por el televisivo Jeremy Summers: La casa de las mil muñecas / House of a Thounsand Dolls / Das Haus der tausend Freuden (1967) y Eva en la selva / Eve (1968). La primera figura oficialmente como coproducción germano-española con participación de la Constantin Film de Múnich e Hispamer Films; la segunda, como hispano-estadounidense de Udastex y Ada Films, la marca de Tibor Révesz, quien ejerce como productor ejecutivo en ésta y como supervisor de producción en la anterior. En La casa de las mil muñecas el primer ayudante de dirección es Juan Estelrich.

Vamos con la primera... El Gran Manderville (Vincent Price), asistido por la hermosa Rebecca (Martha Hyer) y el oriental Ah Toy (el irunés pasado por Hollywood Juan Olaguibel), lleva varios años ejecutando su número en todos los teatros de Europa. Al parecer la Interpol no ha atado cabos, pero las chicas solitarias a las que ha hecho desaparecer en el escenario acaban invariablemente en un burdel de Tánger o cualquier otra ciudad que se pueda sugerir con una cúpula morisca y un par de palmeras; chilabas, feces y turbantes repartidos al buen tuntún entre la figuración y algún cartel en árabe completan el efecto. Que luego por la avenida principal de la ciudad norteafricana circulen taxis y autobuses madrileños es harina de otro costal.

Hasta allí ha llegado un valeroso caballero español (Sancho Gracia), dispuesto a encontrar a su novia, Diana (Maria Rohm), desparecida en Viena sin que al parecer la policía se haya tomado el más mínimo interés por aclarar el misterio. Un chivatazo le lleva hasta una “extraña casa de juegos”, que es el eufemismo que la censura debía admitir para denominar un burdel de lujo regentado por madame Viera (Yelena Samarina). Allí están las muchachas escamoteadas por el Gran Manderville a lo largo y ancho de Europa, aunque el millar se quede en una docena. El joven pagará con su vida el intentar rescatar a Diana, pero su buen amigo Stefan Lemburg (George Nader), que está en Tánger de vacaciones con su mujer (Ann Smyrner), toma el relevo de la investigación. Mientras tanto, Diana y una compañera, intentan escapar de la casa —la otra afirma que cuando fue secuestrada trabajaba como acróbata en un circo— y son sometidas a tortura en un ritual harto frecuente en la serie de películas que Harry Alan Towers está rodando contemporáneamente sobre el doctor Fu-Manchú. A partir de ahí los acontecimientos se precipitan y las diferentes tramas —los enfrentamientos de Lemburg con los sicarios de madame Viera, el nuevo secuestro de Maria, la inoperante investigación policial y la tortura de las pupilas de La Casa de las Mil Muñecas— nos conducen a trompicones hacia el desenlace.

Con un argumento tan espinoso y varias escenas demasiado explícitas para el rasero censor hispano, es comprensible que la cinta llegara mutilada a las pantallas locales. La ausencia de doblaje en varias escenas y algunas fotografías del rodaje acreditan que, además de una prudente censura para el público local, hubo doble versión para los mercados internacionales.

Jesús Franco toma el tren de Fu-Manchú en marcha con Fu-Manchú y el beso de la muerte / The Blood of Fu Manchu / Der Todeskuss des Dr. Fu Man Chu (Jess Franco, 1969). Para entonces, Harry AlanTowers, poseedor de los derechos del personaje creado por Sax Rohmer, ya ha hecho tres películas de la serie en las que el diabólico doctor ha sido encarnado por Christopher Lee. Tsai Chi hace el papel de la pérfida Li-Tang y Howard Marion-Crawford el del doctor Petrie, compañero inseparable de fatigas de sir Nayland Smith. Juan Estelrich y Perico Vidal habrían intrigado en el entorno de Towers para que incorporara a Jesús Franco a la serie. [Juan Estelrich Révesz y José Luis Castro de Paz (eds.): Juan Estelrich, el eslabón necesario del cine español. Demipage Services, 2021, pág. 110.] El resultado de este encuentro fue una fertilísima colaboración a lo largo de dos años entre el realizador y el productor británico.

En esta cuarta entrega, Fu-Manchú se ha trasladado al corazón de la selva amazónica. Allí ha descubierto el poderosísimo veneno de los incas. Su principal tarea es secuestrar a bellas mujeres de todo el globo terráqueo, inocularles el tóxico y enviarlas a que besen a los principales estadistas del mundo, provocándoles la muerte instantánea. Antes debe deshacerse de su archimortal enemigo, el inspector de Scotland Yard sir Nayland Smith (Richard Greene). Pero éste queda sólo ciego. En compañía del doctor Petrie se trasladan a Sudamérica para encontrar el antídoto. La selva está más transitada que la Gran Vía en navidades: hay exploradores, agentes secretos y un cangaçeiro (Ricardo Palacios) que ha debido perder el camino del sertao y que se comporta como el cabecilla de una partida de guerrilleros mexicanos en un wéstern mediterráneo. ¿Que Fu-Manchú pasa más tiempo contando sus maléficos proyectos que haciendo realmente el mal? ¿Que sus planes de dominio del mundo carecen del más mínimo plan? ¿Que las panorámicas por una serie de rostros alineados entre vegetación exuberante se prolongan más allá de lo tolerable como recurso de planificación? ¿Que, para colmo, hay una secuencia con Shirley Eaton que, claramente, procede de otra película? Da igual... Mientras haya bellas mujeres encadenadas y aventuras de tebeo, Jesús Franco pisa terreno firme. Eso sí, el resultado no siempre es todo lo entretenido y loco que parece prometer.

Al año siguiente él mismo cerraría el ciclo con El castillo de Fu-Manchú / The Castle of Fu Manchu (Jess Franco, 1969), en la que el siete veces doctor se ha convertido en un Stavros Blofeld cualquiera, poseedor de un artilugio capaz de provocar una reacción de frío en cadena, semejante a una fisión nuclear.  Ni los historiadores ni los aficionados han sido demasiado benévolos con esta última entrega y, sin embargo, hay que atribuirle a Franco el mérito de retomar la chaladura y la desfachatez del serial protagonizado por Henry Brandon para la Republic, como el momento en que, para demostrar su poder, Fu-Manchú decide destruir una presa y Franco toma el metraje de otra película y confecciona una espectacular escena de cuatro minutos a base de contraplanos de los protagonistas en el Parque Güell, porque si alguna continuidad puede establecerse con La casa de las mil muñecas es el impudor de Towers al elegir la emblemática localización barcelonesa como supuesto cuartel general del diabólico doctor en Anatolia.

Tres décadas después Álex de la Iglesia está a punto de reabrir el filón con una película personal sobre el personaje, pero el desbaratamiento de la productora de Andrés Vicente Gómez, que ya había iniciado los contactos con Harry Alan Towers, y los desacuerdos sobre presupuesto y reparto dan al traste con el proyecto.

La ciudad sin hombres / Die sieben Männer der Sumuru / The Girl From Rio (Jesús Franco, 1969) es la secuela de The Million Eyes of Sumuru (El millón de ojos de Sumuru, Lindsay Shonteff, 1967), en la que Harry Alan Towers había llevado a la pantalla a la contraparte femenina de Fu-Manchú, debida también a la pluma de Sax Rohmer. Si en aquélla la acción se desarrollaba en Hong-Kong gracias a una alianza con los Shaw Brothers, aquí se traslada a Brasil. La moderna ciudad de Brasilia se convierte así en el reino de Fémina, regido por Sumuru (la bondiana Shirley Eaton) y habitado por un ejército de amazonas con un sugerente vestuario que secuestran a familiares de millonarios y convierten el dinero de los rescates en lingotes de oro. Jeff Sutton (Richard Wyler) es un ladrón internacional que aparentemente ha robado diez millones de dólares de Barcelona y ha viajado con el dinero a Río de Janeiro. En realidad, es todo un señuelo para que Sumuru le lleve a Fémina y rescatar a la princesa Lori (Maria Rohm). Aquí se produce una curiosa desviación de la ortodoxia pulp: las hembras no enloquecen con la aparición de un macho en el gineceo. Si la lugarteniente de Sumuru facilita la huida de Jeff es porque lo percibe como una amenaza para el amor lésbico, no porque haya Sumuru de muestras de debilidad por él. Pero aún tienen que jugar su baza sir Masius y su secretaria (George Sanders y Elisa Mantés), que pretendes hacerse con el oro de Sumuru. Poco parecen importarle a Jesús Franco el enredo y las idas y venidas durante el Carnaval de Río, más preocupado por mostrar los nuevos espacios arquitectónicos en estáticas composiciones con mujeres armadas o los reflejos sobre los que planifica varias escenas protagonizadas por Sanders. La abstracción y los colores planos dominan en los interiores en estudio. El resultado es un envoltorio de película de superagentes en el que apenas cuentan la aventura y la acción. Franco lo subvierte además con una narración anárquica y ese humor un poco tontorrón al que tan proclive era. Queda como hito el “suplicio del beso”, con Jeff encadenado a un pentágono en el suelo devorado por dos mujeres en cuyos labios “hay una sustancia que al ponerse en contacto con la piel del hombre quema como el fuego”.

La presencia en los repartos de Christopher Lee y Maria Rohm, la fotografía en Eastmancolor y Techniscope de Manuel Merino, las localizaciones exóticas y el recurso a la parafernalia pop proporcionan cierta homogeneidad formal a toda la serie, ya que como películas seriadas se producen y consumen.

El último tramo del tándem Towers-Franco tiene su mediador administrativo hispano en Arturo Marcos, otro lince de la producción:

Cuando los temas eran aceptables para la censura, [Jesús Franco] solía combinar coproducciones con España, en general en condiciones favorables para los productores españoles, dentro de las normas señaladas en los convenios con los distintos países, y ésa fue la principal razón para que a partir de 1969 coprodujera con Alemania, Francia e Italia una serie de diez películas de terror —la última en 1983— y tres de aventuras, con rodajes en varios países: Portugal —donde encontramos un buen filón, por los bajos costes de salarios y servicios—. Brasil, Alemania, Italia y aproximadamente la mitad del total en España- Tuve muchos problemas para la aprobación de algunas de ellas, por la dificultad de justificar las aportaciones económicas fijadas en los convenios, pero finalmente lo conseguí en todas y pude hacer un negocio muy aceptable en su conjunto. [...] El proceso de las brujas fue promovida por el productor inglés Harry Alan Towers y realizada en coproducción tripartita —cincuenta por ciento de España, treinta de Alemania, veinte de Italia— y con una importante aportación de productor inglés, a cuenta de los mercados extranjeros. [Arturo Marcos Tejedor: Una vida dedicada al cine: Recuerdos de un productor. Salamanca: Junta de Castilla y León, 2005, pág. 109.]

El proceso de las brujas es la réplica al éxito de público de Witchfinder General (Michael Reeves, 1968), protagonizada por Vincent Price en el papel de un inquisidor religioso y político. En el argumento de Peter Welbeck —seudónimo habitual de Towers— el histórico juez Jeffries (Christopher Lee, el Fu-Manchú del ciclo toweriano) persigue por igual a los insurrectos contra el rey y a cuanta mujer bonita se le pone a tiro, acusándola falsamente de brujería. Buena parte del metraje se va en los suplicios que les infligen en las mazmorras los verdugos encarnados por Howard Vernon y Milo Quesada, en tanto que entre las torturadas se encuentran Margaret Lee, Diana Lorys y la imprescindible Maria Rohm. La escena en la que esta última lame el cuerpo lacerado de una prisionera, resuelto mediante zooms, primerísimos planos y continuos desenfoques, es cien por cien Jesús Franco. También resulta evidente su mano en la resolución de la carga de caballería rebelde, rodada con escasos medios, y en la que aplica, salvando las distancias, lo aprendido en el rodaje de Campanadas a medianoche / Falstaff (Orson Welles, 1965).

También El conde Drácula / Nachts, wenn Dracula erwacht / Count Dracula (Jesús Franco, 1970) figura como una coproducción de Arturo Marcos con sendas empresas alemana e italiana y una participación de Towers of London, el irónico nombre de una de las compañías del británico. El rodaje tiene lugar en Barcelona y Roma, dirige —e interpreta el papel de criado— Jesús Franco. La principal baza de la cinta es utilizar una vez más a Christopher Lee en el papel titular, después de sus deslumbrantes prestaciones en las películas dirigidas por Terence Fisher para Hammer Films. Como cualquier película de bajo presupuesto que se precie, El conde Drácula tiene su gimmick, un truco promocional que sirve para su lanzamiento. En este caso será la fidelidad a la novela de Bram Stoker y el hecho de que el conde va rejuveneciendo a medida que vacía de sangre el cuerpo de Lucy (Soledad Miranda), al que volverá una y otra vez para saciar su sed de vida.

Carlos Aguilar [Op. cit., pág. 162] argumenta que la relación entre Franco y Towers había ido deteriorándose y que el mal resultado internacional de El conde Drácula —sin distribución en Estados Unidos y estrenada tardíamente en Gran Bretaña— determinó la decisión del realizador de renunciar a Das Bildnis des Dorian Gray / Il Dio chiamato Dorian / Dorian Gray (El retrato de Dorian Gray, 1970) que terminaría dirigiendo Massimo Dallamano.

Tras las nueve películas con Jesús Franco, el hambre se junta con la ganas de comer: Andrés Vicente Gómez, con una única experiencia previa como productor, compra la marca Eguiluz Films y, bajo el paraguas de Elías Querejeta, pone en marcha tres proyectos con Harry Alan Towers.

Belleza negra / Black Beauty (James Hill, 1971) y Diabólica malicia / Night Child / La tua presenza nuda (James Kelley, Andrea Bianchi, 1972) están protagonizadas por el preadolescente Mark Lester; La isla del tesoro / The Treasure Island (1972), por el expatriado Orson Welles, que entablaría así contacto con el productor español y juntos iniciarían la procelosa travesía de The Other Side of the Wind.

La pluralidad de títulos de Diabólica malicia delata el origen multinacional de la coproducción. Todavía quedarían por consignar el internacional, What the Peep Saw, y los alemanes, Der Zeuge hinter der Wand / Diabolisch. Esta multicefalia también se aprecia en la dirección, con la atribución de las copias anglosajonas a James Kelley y la de la italiana, al menos, a Andrea Bianchi con su propio nombre o con su habitual alias de Andrew White. No resulta menos peliagudo el asunto de las versiones, con doblaje asegurado en cada uno de los idiomas de los cuatro países implicados en la producción. En España, Selica Torcal puso voz Britt Ekland, Juan Logar a Hardy Kruger y Delia Luna a Lilli Palmer. Conchita Montes se dobla a sí misma y, acaso por ser una de las pocas actrices nacionales que podían actuar con cierta soltura en inglés, se justifique su presencia en el reparto. Su papel es episódico y se reduce a tres escenas en las que comparte encuadre con Britt Ekland.

Aunque el guión se supone que es un original del televisivo Robert Preston, su germen está en Otra vuelta de tuerca, de Henry James, y en una serie de películas coetáneas de corte fantástico que utilizan a la infancia como elemento perturbador, como The Nightcomers (Los últimos juegos prohibidos, Michael Winner, 1971) o The Other (El otro, Robert Mulligan, 1972). Es en este marco y en las múltiples refracciones que provoca Repulsion (Repulsión, Roman Polanski, 1965) que cabe ubicar esta historia de un preadolescente perverso (Mark Lester) o de su madrastra perturbada (Britt Ekland). El libreto juega con esta ambigüedad y habría resultado mucho más sólida si hubiera mantenido la coherencia en los puntos de vista porque, en ocasiones, el rigor se sacrifica al efecto.

Belleza negra y Diabólica malicia —recuerda Andrés Vicente Gómez—, cuya producción física asumí casi en exclusividad, me ofrecieron la oportunidad de adquirir una experiencia notable y sobre todo demostrar que podía gobernar situaciones difíciles con actores internacionales, coproducciones de diferentes países y directores extranjeros. Harry Alan Towers, un hombre muy activo con varias películas en diferentes continentes y una especial animadversión hacia los rodajes y sus problemas, me traspasó toda la responsabilidad de llevar a buen término La isla del tesoro, una coproducción hispano-ítalo-germano-franco-inglesa hecha para un distribuidor norteamericano. Era imposible incluir más compañías y países dentro de una misma película y la confusión era notable. A efectos ingleses y americanos la película estaba dirigida por un inglés, John Hough, mientras que para el resto de los países europeos (o sea, para las autoridades cinematográficas de los respectivos Ministerios), lo estaba por el italiano Andrea Bianchi (también conocido como Andrew White. El guión lo firmaban españoles, italianos y franceses, cuando lo había escrito originalmente Harry, con su nom de plume Peter Welbeck. [Andrés Vicente Gómez (ed.): El sueño loco de Andrés Vicente Gómez. Málaga: Festival de Cine Español de Málaga, 2001, pág. 30.]

Las dos adaptaciones de novelas de Jack London que Towers produce en 1972 y 1973 tienen aún participación española, como su segunda versión de Diez negritos, de Agatha Christie. Tibor Révesz y Juan Estelrich siguen figurando en los equipos de producción.

Hasta donde se me alcanza, las últimas películas de Harry Alan Towers coproducidas con España habrían sido sendos productos eróticos destinados a la distribución internacional por parte de la revista Playboy: Venus negra / Black Venus (Claude Mulot, 1983) y Christina y la reconversión sexual / Christina (Francisco Lara Polop, 1984).

domingo, 13 de octubre de 2024

cuando josé frade se apuntó al filón del giallo

El giallo irrumpe con inusitada fuerza en el cine europeo de los primeros setenta gracias a la trilogía de Dario Argento que inaugura L’uccello dalle piume di cristallo (El pájaro de las plumas de cristal, 1970), aunque algunas de sus características distintivas ya estaban presentes en dos películas dirigidas por Mario Bava a principios de la década anterior: La ragazza che sapeva troppo (La muchacha que sabía demasiado, 1963) y Sei donne per l’assassino (Seis mujeres para el asesino, 1964). El giallo se articula financieramente gracias a las coproducciones europeas y las ventas internacionales en las que cobran un papel fundamental las localizaciones foráneas —Londres, París, grandes ciudades estadounidenses— y los repartos internacionales. [Stefano Baschiera y Francesco Di Chiara: “Once Upon a Time in Italy: Transnational Features of Genre Production 1960s-1970s”, en Film International, núm. 48, 2009.] De este modo, la/el protagonista se encontrará en un medio ajeno que favorezca su desubicación y el ambiente de pesadilla o alucinación consustancial al filón.

Más allá de las manos enguantadas del asesino, la utilización de armas blancas y un erotismo fetichista, el subgénero se caracteriza por unos argumentos tan enrevesados que en la mayoría de los casos permiten desentenderse de ellos para centrar la atención en una serie de set pieces de un barroquismo exacerbado, situación favorecida porque habitualmente la víctima con la que debemos identificarnos como espectadores deambula por el metraje en un estado de trance alucinatorio de naturaleza onírica o debido a algún trauma psicológico, cuando no al consumo de alcohol o estupefacientes.

El trabajo como modelos, bailarinas de striptease o, incluso, fotógrafas de algunas protagonistas favorece una lectura especular de las cintas y la articulación de secuencias exentas, ajenas a la trama, centradas en la atracción del cuerpo femenino desnudo. En esta misma línea inciden las escenas de amor, coreografiadas siempre primando la abstracción formal y con el acompañamiento de las partituras de Ennio Morricone, Riz Ortolani o Stelvio Cipriani.

Ya hemos visto en alguna ocasión cómo la entrada de España en este tipo de coproducciones se vio afectada por el distinto rasero censorial aplicado en cada país. Es una situación aún más sangrante durante el periodo álgido del giallo, que coincide con la presencia del opusdeísta Alfredo Sánchez Bella al frente del Ministerio de Información y Turismo, y el consiguiente recrudecimiento de los criterios censores. Por eso resulta aún más llamativa la decidida apuesta de José Frade por el filón.

José Frade Almohalla (Madrid, 1938) se inició desde muy joven en la representación artística y en la producción teatral. Cumplidos los veinticinco años se vuelca en la producción cinematográfica asociado con Luis Méndez en la Cooperativa Cinematográfica Trébol Films, la Cooperativa Cinematográfica Atlántida y, a partir de 1966, Atlántida Films. [Esteve Riambau y Casimiro Torreiro: Productores en el cine español: Estado, dependencias y mercado. Madrid: Catedra / Filmoteca Española, 2008, págs. 340-345] Con esta última empresa tendrá por fin el éxito de taquilla que iba buscando desde el principio: No desearás al vecino del quinto / Due ragazzi da marciapiede (Ramón Fernández, 1970).

Inmediatamente después crea José Frade P.C. que durante un tiempo compagina con Atlántida Films, volcada en las coproducciones. Además, se implica en el campo de la distribución lo que hace que en su catálogo figuren actualmente unas cuatrocientas cincuenta referencias.

Frade no le ha hecho ascos a ningún subgénero: el spaghetti-western, las películas de superagentes, el denominado macaroni-combat, la comedia sexy... En todos ellos las coproducciones con Italia están a la orden del día, a fin de aprovechar al máximo la legislación creada por José María García Escudero para abrir los mercados foráneos al cine español, objetivo marrado por la picaresca productiva, tanto al sur de los Pirineos como al de los Alpes.

La primera incursión de Frade en el giallo es Una historia perversa / Una sull’altra / Perversion Story (Lucio Fulci, 1969). Rodada en escenarios naturales de San Francisco, el guión de Lucio Fulci, Roberto Gianviti y, por la parte española, José Luis Martínez Mollá retoma varios motivos argumentales de Vertigo (De entre los muertos, Alfred Hitchcock, 1958) para elaborar un cóctel descaradamente pop en el que los (numerosos) giros argumentales que conducen a Jean Sorel al corredor de la muerte importan casi menos que el vestuario de Marisa Mell o las fotografías eróticas que realiza en su estudio el personaje de Elsa Martinelli.

La cantidad de desnudos que contiene el metraje hacen inviable en España su exhibición tal cual. La operación fue tan evidente que varios reseñistas hicieron notar el pernicioso efecto de las tijeras sobre la cinta:

Los actores y actrices cumplen su cometido, que en un buen porcentaje se limita a exhibir sus encantos físicos. Ello ha llevado consigo una perjudicial acción de la censura (en la estética y el montaje), ya que la serie de pequeños cortes rompen la continuidad y ritmo del relato. [A.S.M.: “Cine Rex: Una historia perversa”, en Aragón Exprés, 25 de febrero de 1971.

Porque las dos largas y estilizadas escenas de cama —carentes de diálogo— podían amputarse completas sin prejuicio de la continuidad, pero no las escenas en el estudio de la fotógrafa ni las del club de striptease.

La película es una coproducción entre la casa italiana Empire Films, el francés Jacques Roitfeld y la cooperativa española Trébol Films. La distribución local, con copias en 70mm en salas seleccionadas, estuvo en manos de Atlántida Films, que intervendrá como productora en la nueva incursión de Fulci en la coproducción giallística. Del San Francisco hitchcockiano Fulci se traslada al swinging London de Antonioni para ambientar Una lagartija con piel de mujer / Una lucertola con la pelle di donna (Lucio Fulci, 1971). Muchas cintas del filón recurrirán a esta misma localización porque la progresiva distorsión sicodélica de la realidad que presentan parece cuadrar mejor a estos ambientes en los que se supone que el LSD circula sin cortapisas. Es lo que ocurre en casa de la vecina de Carol Hammond (Florinda Bolkan), hija de un abogado aspirante a un puesto en el Parlamento, y paciente del doctor Kerr (Jorge Rigaud), al que cuenta sus pesadillas, en las que habría asesinado a su vecina como modo de sublimar la atracción homosexual que parece sentir por ella. Las cosas se complican cuando la mujer aparece, efectivamente, brutalmente asesinada con el abrecartas de Carol y en el escenario del crimen se encuentra el abrigo de pieles que llevaba en el sueño. Y el asunto pinta aún peor para ella porque en su sueño una pareja de hippies (él es Mike Kennedy, el cantante de Los Bravos) habrían presenciado el crimen.

Más allá del argumento y de la burla de la moda del psicoanálisis, la cinta de Fulci constituye un generoso despliegue de recursos técnico-artísticos —partitura no convencional de Morricone, fotografía desquiciada de Luigi Kuveiller, montaje aún más desquiciado de Vincenzo Tomassi, animatronics de Carlo Rambaldi...— que encajan a la perfección con sus aspiraciones. Salvo el chapucero modo de proporcionar una explicación racional al espectador para que no se sienta decepcionado por el engaño de que ha sido objeto, Una lagartija con piel de mujer es la cinta más coherente —coherencia interna, claro— de todo el ciclo en el que participó Frade. Era evidente que las escenas de lesbianismo con desnudos por parte de Florinda Bolkan y Anita Strindberg no iban a pasar la censura española; tampoco buena parte de la orgía en casa de esta última, ni la vivisección canina —tan realista que obligó a Fulci a demostrar ante la justicia italiana que estaba realizada con animatronics y no con perros auténticos—, ni las alusiones al sexo mercenario al que recurren las buenas damas burguesas, ni las efusiones sanguinolentas. En Italia pasó para mayores de dieciocho años una vez eliminado el plano de las amantes totalmente desnudas. Claro, que todos estos elementos “externos” no deberían hacer que perdamos de vista la naturaleza última del argumento: el cuestionamiento de la hipocresía social y la elucidación del precario equilibrio sobre el que está construida la integridad familiar cuando se basa en apariencias. Algo de todo ello había aflorado en Una historia perversa, pero en esta ocasión cobra fuerza gracias al mecanismo de la falsa pesadilla que pone en marcha otras mucho más reales.

Días de angustia / Foto proibite di una signora per bene (Luciano Ercoli, 1970) es una nueva coproducción de la cooperativa Trébol Films con Italia; en esta ocasión con Produzioni Cinematografiche Mediterranee, la productora de Ercoli, que debuta en la dirección y coloca en el papel protagonista a su mujer, la almeriense Nieves Navarro, con su seudónimo ya consolidado: Susan Scott.

La participación española en el exiguo reparto se completa con Simón Andreu, que en algunos momentos parece clonar la interpretación de Jean-Pierre Clementi en Belle de jour (Belle de jour-Bella de día, Luis Buñuel, 1967). Alejandro Ulloa tiene menos ocasiones de lucirse en la fotografía que en Una historia perversa, Juan Alberto Soler se hace cargo de los decorados y el segoviano Mahnahén Velasco colabora con Ernesto Gastaldi en el libreto y ejerce de ayudante de dirección. Éste desarrolla una de las líneas habituales del giallo, la derivada de Gaslight (Luz de gas, Thorold Dickinson, 1940) y su remake estadounidense Gaslight (Luz que agoniza, George Cukor, 1944). La/el protagonista ve tambalearse su estabilidad mental cuando empiezan a ocurrir hechos extraordinarios que nadie más que ella/él parece ver y oír. En esta ocasión la trama atañe a una mujer burguesa (Dagmar Lassander) cuyo marido (Pier Paolo Capponi) suele dejarla sola por motivos de trabajo. Una noche recibe la visita de un extorsionador sádico (Andreu) que le ofrece la prueba de que su marido habría cometido un crimen. Para recuperarla, ella se entregará a él. Y lo curioso es que la experiencia la satisface, lo que hace que acumule culpabilidad sobre culpabilidad. Pero el chantajista ha sacado unas fotografías de su encuentro —“las fotos prohibidas de una burguesa” del título italiano— y las amenazas suben de tono.

En cualquier caso, el erotismo en primer grado está mucho menos presente que en el título de Fulci. También los desnudos. De hecho, la censura italiana sólo pidió a Produzioni Cinematografiche Mediterranee un par de cortes en “gestos vulgares” demasiado sugerentes y, una vez atendidas sus peticiones, rebajó la edad de los espectadores de dieciocho a catorce años, “debido a la presencia de algunas escenas que presentan relaciones amorosas y desnudos femeninos”. [Informe de la Commissione di Revisione Cinematografica del 13 de enero de 1971, en Italia taglia.]

El guión de Tito Carpi, el realizador Enzo G. Castellari y el actor y pintor español Leo Anchóriz —acaso como mero traductor— para Los fríos ojos del miedo / Gli occhi freddi della paura (Enzo G. Castellari, 1971), la siguiente coproducción de Atlántida Films, plantea un tema harto frecuente en el thriller — unos delincuentes (Frank Wolff y Julián Mateos) que se cuelan en un domicilio y toman como rehenes a sus habitantes— para darle un par de vueltas que ponen patas arriba el valor de las instituciones. Para empezar, la casa no es la de una pacífica y ejemplar familia, sino la de un juez (Fernando Rey) que suele quedarse por la noche trabajando en el juzgado, lo que aprovecha su hijo (Gianni Garko) para llevarse allí a una prostituta (Giovanna Ralli). En un juego de apariencias que es el núcleo del asunto, el joven abogado conoce a la mujer en un club donde se representa un espectáculo erótico que sólo al final del número descubrimos que es un trampantojo. Tampoco los ex-convictos buscan el dinero que parecía guiar el asalto; uno de ellos —disfrazado de policía— ha engañado al otro y lo único que pretende es vengarse del juez y encontrar el expediente que demostraría que cargó con las culpas de un grupo en el que había parlamentarios y financieros; su posición les permitió marcharse de rositas. La exploitation recurre, como en otras ocasiones, a la lucha de clases como motivo argumental, aunque al final siempre quede reducida a un caso tan extremo como individual.

Castellari mediante la puesta en escena, Morricone con la partitura, Antonio L. Ballesteros a los focos y Vincenzo Tomassi en la moviola orquestan una película manierista, con varias set pieces que tienden a la abstracción u optan por el expresionismo.

La escena inicial —teatralización, en un club del Soho londinense, del sexo y la violencia que constituyen el código genético del giallo— y la explosión final —un tour de force de violencia explícita— es dudoso que llegaran íntegras a las dependencias de la censura española.

En el último asalto de Frade al giallo al modo itálico, el tándem Luciano Ercoli-Nieves Navarro-Simón Andreu vuelve a la carga con La muerte camina con tacón alto / La morte cammina con i tacchi alti (Luciano Ercoli, 1971). En esta ocasión el macguffin son unos diamantes robados, aunque desaparecen de la trama al final del primer acto para reaparecer en la ultimísima escena. No han sido los celos, el sadismo o la venganza lo que ha provocado el asesinato de dos mujeres, sino la codicia. Prácticamente todos los personajes resultan sospechosos y casi todos tienen sus motivos: el carácter violento y el alcoholismo de Michel (Andreu), la escopofilia del viejo marino (Jorge Rigaud), la ceguera fingida de Smith (José Manuel Martín), el travestismo del criado con una mano de madera (Luciano Rossi) e, incluso, el traqueotomizado sacerdote local, cuya voz metálica es idéntica a la que amenazaba Nicole (Navarro), la bailarina de striptease francesa cuyo padre ha sido asesinado en un tren durante el pregenérico a causa del robo de diamantes. Nicole cree sentirse segura cuando un admirador, el doctor Matthews (Frank Wolf), accede a llevársela con él a Gran Bretaña sin hacer preguntas sobre su pasado.

Lo más interesante de la cinta se encuentra en la utilización de catalejos, lentillas, cámaras Super-8 y otros artilugios ópticos para subrayar la posición de voyeur del espectador. La estructura aprovecha varios flashbacks para incorporar nuevos puntos de vista a situaciones que hemos visto previamente desde fuera. No obstante, el relato descansa más que otros de la serie en la investigación policial llevada adelante por una suerte de pareja cómica al modo tradicional.

Hay otras tres producciones promovidas directamente por Frade en estos años que, sin ser gialli estrictos, sí que comparten características, formas expresivas y equipos técnico-artísticos del ciclo. Son una película de Julio BuchsLas trompetas del Apocalipsis / I caldi amori di una minorenne (1969)— y dos de Nieves CondeMarta / Dopo di che, uccide il maschio e lo divora (1971) e Historia de una traición / Diabolicamente sole con il delitto (1972)— de las que ya hemos hablado por aquí. Esta última supone la puntilla al interés de Frade por el subgénero. Coproducirá Detrás del silencio / Il coltello di ghiaccio (Umberto Lenzi, 1972) Mundial Films, en La muerte acaricia a medianoche / La morte accarezza a mezzanotte (Luciano Ercoli, 1972) participará CB Films y Enzo G. Castellari se pasará al poliziesco, un terreno en el que, por sus características puramente autóctonas, España tiene poco que decir.

Tras esta fase intensamente giallesca, José Frade amplía el espectro de sus producciones con varias películas de Pedro Olea, que van de Tormento (1974) a Un hombre llamado Flor de Otoño (1978), amén de lograr un nuevo taquillazo con La trastienda (Jorge Grau, 1975), una vez más en pugna con la censura por mostrar el primer desnudo femenino frontal del cine español.

Entre 1969 y 1973 se ruedan una veintena de gialli en coproducción con Italia. Que la tercera parte de los mismos pasaran por las manos de Frade resulta elocuente sobre su habilidad para manejarse en el terreno siempre complicado de las coproducciones y de su tenacidad para mantener el pulso con la censura. Otro con menos recursos hubiera renunciado antes.

Durante el bienio 1974-1975 lo más significativo es que el filón pasa a manos netamente españolas, una circunstancia facilitada probablemente por la tardanza con la que muchos de los exponentes del subgénero accedieron a las salas de nuestro país. Películas tan dispares como Una libélula para cada muerto (León Klimovsky, 1974), Sexy Cat (Julio Pérez Tabernero, 1973), El pez de los ojos de oro (Pedro Luis Ramírez, 1974), Los ojos azules de la muñeca rota (Carlos Aured, 1973) o El asesino no está solo (Jesús García de Dueñas, 1974) son una muestra de la pervivencia de una estrategia de producción y venta nacida en el terreno abonado de las coproducciones.

Filmografía tentativa de gialli con participación española:

Una historia perversa / Una sull’altra / Perversion Story (Lucio Fulci, 1969)
Un hacha para la luna de miel / Il rosso segno della follia (Mario Bava, 1969)
Días de angustia / Foto proibite di una signora per bene (Luciano Ercoli, 1970)
Una droga llamada Helen / Paranoia (Umberto Lenzi, 1970)
Cerco de terror / Corruption (Luis Marquina, 1970)
Una maleta para un cadáver / Il tuo dolce corpo da uccidere (Alfonso Brescia, 1970)
El ojo del huracán / La volpe dalla coda di velluto (José María Forqué, 1971)
La perversa señora Ward / Lo strano vizio della Signora Wardh (Sergio Martino, 1971)
La cola del escorpión / La coda dello scorpione (Sergio Martino, 1971)
Una lagartija con piel de mujer / Una lucertola con la pelle di donna (Lucio Fulci, 1971)
Los fríos ojos del miedo / Gli occhi freddi della paura (Enzo G. Castellari, 1971)
La muerte camina con tacón alto / La morte cammina con i tacchi alti (Luciano Ercoli, 1971)
El techo de cristal (Eloy de la Iglesia, 1971)
Marta / Dopo di che, uccide il maschio e lo divora (José Antonio Nieves Conde, 1971)
Historia de una traición / Nel buio del terrore ( José Antonio Nieves Conde, 1972)
Joven de buena familia sospechosa de asesinato / Ragazza tutta nuda assassinata nel parco (Alfonso Brescia, 1972)
Todos los colores de la oscuridad / Tutti i colori del buio (Sergio Martino, 1972)
Detrás del silencio / Il coltello di ghiaccio (Umberto Lenzi, 1972)
La muerte acaricia a medianoche / La morte accarezza a mezzanotte (Luciano Ercoli, 1972)
Sumario sangriento de la pequeña Estefania / Mio caro assassino (Tonino Valerii, 1972)
Pasos de danza sobre el filo de una navaja / Passi di danza su una lama di rasoio (Maurizio Pradeaux, 1973)
La flor de pétalos de acero / Il fiore dai petali d'acciaio (Gianfranco Piccioli, 1973)
Pena de muerte / Vita privata di un pubblico accusatore (Jorge Grau, 1973)
Nadie oyó gritar (Eloy de la Iglesia, 1973)
La corrupción de Chris Miller (Juan Antonio Bardem, 1973)
Sexy Cat (Julio Pérez Tabernero, 1973)
Los ojos azules de la muñeca rota (Carlos Aured, 1973)
El asesino no está solo (Jesús García de Dueñas, 1974)
Una libélula para cada muerto (León Klimovsky, 1974)
Infamia / La moglie giovane (Giovanni d’Eramo, 1974)
El pez de los ojos de oro (Pedro Luis Ramírez, 1974)
La muerte llama a las 10 / Le calde labbra del carnefice (Juan Bosch, 1974)
Los fríos senderos del crimen (Carlos Aured, 1974)
Mal de ojo / Malocchio (Eroticofollia) (Mario Siciliano, 1975)
El ojo en la oscuridad / Gatti rossi in un labirinto di vetro (Umberto Lenzi, 1975) 

Con un criterio genérico algo más laxo, Ángel Sala amplía el listado con algunos whodunits en Profanando el sueño de los muertos 1896-2022. [Barcelona: Hermenaute, 2024, págs. 163-175.]