domingo, 4 de febrero de 2018

cine al ciclostil (12)


En cada puerto un amor

Parecido cometido tendría Neville en la confección de la versión de Way For a Sailor (Sam Wood, 1930), titulada En cada puerto un amor (Marcel Silver, 1931), aunque en esta ocasión la dirección de diálogos recayera en el chileno Carlos F. Borcosque. En ambos casos se trata de comedias románticas de ambiente marinero cuyos escenarios están perfectamente retratados en el propio título y por los que Neville no siente especial predilección. Un marino mercante que hace habitualmente la ruta de Londres a China acostumbra a gastarse la paga íntegra en mujeres y alcohol en cada puerto que toca. Sin embargo, en Londres se siente atraído por una modesta empleada de la oficina del puerto. El marino engañará a sus compañeros y a la mujer. A los compañeros haciéndoles creer que el dinero que le dan es para comprar una concertina; a la mujer, convenciéndola de que se case con él porque ha encontrado un empleo en tierra firme.

Como en El presidio, la versión española aprovecha al máximo las escenas espectaculares, las rodadas en alta mar, las maniobras en el puerto y las maquetas, y se limita a reproducir las escenas dialogadas. Mientras que en la cinta anterior cuatro o cinco planos generales o en los que no se ve a quien habla estaban doblados, en ésta son más abundantes. Algunas escenas en el puente de mando de los buques se han sometido a este proceso de postsincronización a fin de abaratar costes. La planificación está algo menos constreñida por las soluciones aportadas por la película estadounidense. De nuevo priman los planos largos donde en el modelo predominan los medios. También se echa de menos la figuración, lo que obliga a algunos encuadres más cerrados o picados.

La escena en la que el protagonista le cuenta a la chica de su pasión por el mar cambia de localización radicalmente. Way For a Sailor la localiza en la costa, con el fondo de las olas batiendo contra las rocas, en tanto En cada puerto un amor recurre a un anodino parque público, mucho más accesible y económico. La amputación de una breve secuencia con los amigos del protagonista llegando al puerto y una entrada un poco más tardía en otras no afecta demasiado a la continuidad. Resulta sintomático, en cambio, que la escena ambientada en un burdel de Singapur finalice en la versión española con un estrambote proporcionado por Juan de Landa, que habla bien a las claras del estatus que había logrado éste después de El presidio. Aquí reincide en su particular interpretación de Wallace Beery y hace de pareja cómica con Romualdo Tirado.

Es en el apartado del reparto donde las diferencias son más notables. José Crespo toma el puesto de John Gilbert, al que ya había doblado en His Glorious Night (Chester M. Franklin, 1930) —para los hispanohablantes, ¡Si el emperador lo supiera…! (Chester M. Franklin y Juan de Homs, 1930)— y con quien, según confesión propia, había trabado una cordial amistad.

La otra intervención señalada es la de la donostiarra Conchita Montenegro en el papel de Leila Hyams, actriz que había interpretado también el principal papel femenino en The Big House. Conchita ha trabajado desde muy joven en los teatros de variedades madrileños junto a su hermana Juanita con el sobrenombre de “Dresnas de Montenegro”. Ambas debutan en la pantalla como costureritas pizpiretas en Rosa de Madrid (Eusebio Fernández Ardavín, 1926). En estos años, Conchita Montenegro en una pin-up avant la lettre. Sus retratos en poses provocativas aparecen continuamente en la prensa, con fotos a toda página y declaraciones sensacionales. A su polémica decisión, luego desmentida, de obtener la nacionalidad estadounidense se suman los titulares agigantados por el viaje transatlántico: “Conchita Montenegro no quiere a los hombres con dinero” . Y los cronistas de por aquí tampoco se paraban en barras a la hora de piropearla:
Conchita es una bailarina enciclopédica. Lo mismo se marca un fandanguillo que una jota aragonesa, un tango argentino que un fox americano, un vals romántico que un chotis castizo.
Sería una bailarina enciclopédica, claro que sí, y fue nuestra estrella más internacional mucho antes de que Sara Montiel se empeñara en conquistar Hollywood, pero no es actriz. Es capaz de nadar y guardar la ropa en las escenas de comedia siempre que no se tenga muy en cuenta su peculiar dicción, pero naufraga irremediablemente en las dramáticas. Sin embargo, sus primeros planos dan en pantalla como nunca dieron los de María Alba o Catalina Bárcena. Como la de Luana Alcañiz en El presidio, su intervención se limita al interés romántico en un mundo esencialmente masculino.

Según José Crespo En cada puerto un amor tuvo un plazo anormalmente largo de producción ya que se prolongó a lo largo de tres semanas y su presupuesto alcanzó los cien mil dólares. En cambio, El proceso de Mary Dugan (Marcel De Sano y Gregorio Martínez Sierra, 1931) se resolvió en doce días. La noche del estreno de La mujer X (Carlos F. Borcosque, 1931) en el Teatro California de Los Ángeles, recordaba José Crespo, se rodaban las escenas del naufragio de En cada puerto un amor:
Éstas se hacían en un lago artificial que había en los estudios de la Metro, donde se producían unas olas con aparatos y habían unos depósitos, de una altura bastante considerable, desde los cuales se dejaban caer grandes cantidades de agua que pasaban por encima del barco. Yo estaba con el uniforme de capitán y un salvavidas nadando entre esas aguas especialmente removidas. Después de rodar todos los planos del hundimiento del barco tenía que vestirme de esmoquin para presentar la otra película. Pero teníamos más de lo previsto porque las escenas se tuvieron que repetir más de una vez. Estaba aterido de frío y cuando terminamos me envolvieron en mantas y me llevaron a mi cuarto, donde me desnudaron ypude entrar en calor para poder vestirme de nuevo. Aún no habíamos terminado En cada puerto un amor, pues todavía nos faltaban unas escenas por rodar, cuando empezamos con la filmación de La mujer X, por esa razón la terminamos casi al mismo tiempo. Así que comparecí a la presentación de La mujer X con gran éxito. Allí esperaban Martínez Sierra, Catalina Bárcena, Benito Perojo y todos los españoles que tenían algo que decir en el mundo de Hollywood.
Hemos de suponer que también estarían José López Rubio y Eduardo Ugarte, artífices de la adaptación, llegados a Los Ángeles por intercesión del Conde de Berlanga.

En cada puerto un amor es muy mal recibida por el público español. La recensión del diario ABC más parece una crónica de sucesos que una crítica cinematográfica. Con tal motivo la reproducimos por extenso:
La película estrenada anoche con este título en el cine Avenida tiene un asunto bastante flojo, pero aún es inferior la parte fotográfica de la prueba que se proyectó. Hasta tal punto resultó deficiente, que el público exteriorizó su desagrado ruidosamente, originándose varios escándalos durante el curso de la proyección.
Por esta causa no pudo apreciarse el trabajo inteligente de Juan de Landa, que en este film, no obstante su papel secundario, actúa acertadamente, resaltando su labor sobre las de José Crespo, Conchita Montenegro y los otros intérpretes, que no pasan de discretos.
A la salida del público se originó en la calle otro escándalo por reclamar algunos espectadores la devolución del importe de las localidades; un grupo de jóvenes destrozó las fotografías de la obra que como anuncio estaban en el vestíbulo.

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