domingo, 25 de diciembre de 2022

sagitario films

Actualizado el 11 de abril de 2023

Con permiso... Esta semana, la Academia de Cine anunciaba que el Premio Muñoz Suay al mejor trabajo de investigación histórica sobre cine español de 2021 ha recaído en Sagitario Films, oro nazi para el cine español, publicado por Shangrila Textos Aparte, en la colección Hispanoscope.

Por aquí se nos ha quedado la misma cara de pasmo que a Carlitos Muñoz en la portada del libro.

Actualización:

El 20 de abril de 2023 a las 19:00 se proyectará en la sede de la Academia (c/ MonteEsquinza, 30) El señor Esteve (Edgar Neville, 1948), una producción de Sagitario Films. Antes habrá un coloquio con Marina Díaz López (responsable del área de Audiovisual del Instituto Cervantes), Asier Aranzubia (historiador cinematográfico y prologuista del libro), Felipe Cabrerizo (compañero de fatigas del autor en otras ocasiones) y Santiago Aguilar.

https://www.academiadecine.com/actividades/premios-munoz-suay-2021-proyeccion-el-senor-esteve/

El 26 de abril, en el mismo lugar y a la misma hora, tendrá lugar la entrega de los premios Muñoz Suay a los mejores ensayos cinematográficos de 2021 y 2022.

domingo, 18 de diciembre de 2022

coda a la filmografía de luis marquina

La operación Tuset Street (1969), promovida por Ricardo Muñoz Suay, pretendía la incorporación de los elitistas postulados de la Escuela de Barcelona al cine, llamémoslo, comercial. De ahí que se contara con Jorge Grau para dirigir la película y con Rafael Azcona como colaborador literario. También de la incorporación al reparto de Teresa Gimpera, Emma Cohen, Joaquín Jordá y Luis G. Berlanga. En la contraparte estaban Sara Montiel y la producción de Proesa y Cesáreo González. Proesa estaba formada por Marciano de la Fuente —representante de los intereses de Cesáreo González— y José Vicente Ramírez García-Olalla, marido y representante de Sara Montiel, que de este modo invertía su caché como coproductora. [Esteve Riambau y Casimiro Torreiro: Productores en el cine español: Estado, dependencias y mercado. Madrid: Cátedra / Filmoteca Española, 2008, pág. 234.]

Aquello acabó como el rosario de la aurora. Todos los implicados han dado su versión del asunto, más o menos interesada. El hecho es que en enero de 1968, después de haber rodado un tercio del metraje —en su monografía sobre Marquina, Julio Pérez Perucha afirma que el 80%—, la estrella se plantó, el director negoció su salida del proyecto y el veterano Marquina se hizo cargo de la película, así que es difícil atribuirle a nadie la autoría de lo que queda. La sinopsis de partida era obra de Grau y de Enrique Josa. Estaba pensada para que la protagonizara Serena Vergano y trataba sobre la relación entre una vedette del Molino y un joven profesional en una Barcelona que buscaba sus referencias en el swinging London y en el París de la Nouvelle Vague. Lógicamente, la presencia de la internacional manchega descompensó lo que sobre el papel podría haber funcionado al modo de un drama romántico en sordina, contemporáneo y truffautiano, como el que Grau acababa de hacer en Una historia de amor (1966).

En su versión definitiva Tuset Street presenta a un donjuán moderno (un desnortado Patrick Bauchau) que seduce por una apuesta a la vedette del Molino y prostituta ocasional Violeta (una reciclada Sara Montiel), para terminar dándose cuenta, cuando ya sus amigos han puesto en evidencia la superchería inicial, de que éste era el amor de su vida. O sea, una nueva Calle Mayor (Juan Antonio Bardem, 1956) con los roles cambiados. El final ofrece, en montaje paralelo, las frías calles en el amanecer barcelonés después de una noche de juerga y los calurosos aplausos en el Paralelo para la artista que ha fracasado una vez más en el amor. Una idea que posiblemente estuviera en el argumento original, pero que no termina de encajar en una cinta que ni pudo ser escaparate para el gran público de la Escuela de Barcelona ni vehículo para la puesta al día de Sara Montiel.

Marquina ya había tenido relación con la estrella cuando se le encargó desde Balcázar proporcionar viabilidad presupuestaria a la producción de La dama de Beirut (1965), cuyo rodaje se había visto suspendido repentinamente por el fallecimiento de Ladislao Vajda, y mantenía relaciones cordiales con Marciano de la Fuente desde su etapa de Tarfe Films, así que la elección estaba clara. En junio de 1970 se anuncia que está punto de empezar a rodar Esta noche a las diez, comedia policiaca que deberían protagonizar Elisa Montés, Pastor Serrador y Paco Morán. [Antonio Colón: “El cine del mundo”, en ABC, 19 de junio de 1970, pág. 52.] Sin embargo, su última película como director será Cerco de terror / Corruption (1970). La cinta bascula entre el thriller psicológico y el giallo. Ambientada en Nueva York y Miami, la historia arranca con un crimen montado como si fuera una alucinación. Carla (Libertad Leblanc) dispara contra su amante, Nick (Carlos Piñar). Inmediatamente después de los créditos la vemos llegar a Florida, donde su marido, el doctor Warren (Riccardo Garrone), un médico eminente, asiste a un congreso de su especialidad. La vida marital no es nada fácil porque, debido al trauma que le causó aquella muerte, Carla es incapaz de mantener relaciones sexuales con él. Además, éste debe tratarla de las alucinaciones que sufre continuamente y en las que se cree atacada por el fantasma del difunto. Para terminar de liar la situación, el detective del hotel, Andrew (Tony Kendall, el protagonista de la serie de pseudo-Bonds alemanes Kommissar X), deja plantada a su novia (Loredana Giusti) con la excusa de que debe vigilar a la atractiva señora Warren. Finalmente, Carla decide ponerse en manos de un psiquiatra (Francisco Piquer) que es el futuro suegro de Andrew. Ha transcurrido una hora de metraje cuando Carla le cuenta al psiquiatra lo que ocurrió en Nueva York y de que en un inesperado —¿o no?— giro argumental descubramos que nada es lo que parece.

Homenajes a Psycho (Psicosis, Alfred Hitchcock, 1960) y visiones distorsionadas por el LSD se alternan con largos fragmentos de viaje en coche o de navegación en hidrodeslizador por los manglares de Florida que parecen exclusivamente concebidos para que luzcan las localizaciones, sin el más mínimo interés dramático. Todo ello propicia una estructura en dientes de sierra en la que la posible intriga se diluye una y otra vez en interludios inanes. Tampoco las interpretaciones del elenco ítalo-español, con el añadido de la argentina Libertad Leblanc —menos desnuda que en otras películas coetáneas, al menos en la versión que se exhibió en España—, resultan sobresalientes. En un conjunto, por tanto, con notables carencias sobresalen la voluntad de estilo en algunas secuencias aisladas, la relevancia un tanto ornamental de las localizaciones estadounidenses, y ciertos apuntes argumentales que, más allá de la intriga de novela de quiosco, buscan dotar al villano de un carácter de superhombre nietzscheano.

Pareciera que este extraño quiebro hubiera supuesto el telón en la filmografía de Luis Marquina. Pues no. En 1973 se estrena en España la comedia familiar de filiación disneyana El hombre invisible / L’inafferrabile invincibile Mr. Invisibile (Antonio Margheriti, 1970) —nueva coproducción con participación de la Producciones DIA de Miguel Tudela— en cuyos créditos Marquina figura como guionista único a partir de una supuesta novela de Mary Eller. Telón rápido.

Caricatura de Luis Marquina por Savoi,
publicada en Primer Plano, núm. 323, 22 de diciembre de 1946
 
Filmografía de Luis Marquina como director cinematográfico:
 
Don Quintín el amargao (1935)
El bailarín y el trabajador (1936)
La chismosa (1938), con Enrique Susini
El último húsar / Amore di ussaro (1940)
Yo soy mi rival / L'uomo del romanzo (1940), con Mario Bonnard
Su hermano y él (1941)
Torbellino (1941)
Malvaloca (1942)
Vidas cruzadas (1942)
Noche fantástica (1943)
Santander, la ciudad en llamas (1944)
Doña María la Brava (1948)
Filigrana (1949)
El capitán Veneno (1951)
Quema el suelo (1952)
Amaya (1952)
Manchas de sangre en la luna / Come Die, My Love (1952), con Edward Dein
Así es Madrid (1953)
Alta costura (1954)
Las últimas banderas (1957)
Aventura para dos / Spanish Affair (1956), con Don Siegel
¡Adiós, Mimí Pompón! (1961)
Ventolera (1962)
La viudita naviera (1962)
La batalla del domingo (1963)
Valiente (1964)
Tuset Street (1968)
Cerco de terror / Corruption (1970)

domingo, 11 de diciembre de 2022

reciclaje de material de archivo

No tengo mucho que decir de La batalla del domingo (1963), más allá de su intención decididamente humorística, al contrario que otras cintas que Di Stéfano ha protagonizado tanto en su Argentina natal —Con los mismos colores (Carlos Torres Ríos, 1949)— como en España —La saeta rubia (Javier Setó, 1956)—. Marquina escribe el guión con José López Rubio y José Vicente Puente.

El productor míster Thompson (Antonio Garisa) —un remedo paródico de Samuel Bronston— está dispuesto a producir la película definitiva sobre el fútbol. Para este fin, una guionista americana (Mary Santpere) ha escrito una absurda biografía del jugador del Real Madrid Alfredo Di Stéfano: Semana Santa en Sevilla, secuestro del futbolista vestido de gaucho, gánsteres disfrazados de rumberos... Cuando éste niega a participar en semejante disparate, ella tiene que convertirse en su sombra para conocer la auténtica y sencilla vida del ídolo del balompié, hecha de retazos de partidos extraídos del archivo del noticiario oficial No-Do.

Si en 1963 Marquina se acerca como director a la pasión balompédica, en 1964 le toca el turno al mundo de los toros. Ambos se encuentran en su momento álgido de popularidad gracias a las retransmisiones televisivas, que amplían lo que antes difundían la radio, el No-Do y la prensa. Pero la emoción del directo, la posibilidad de “ver” lo que está sucediendo en el estadio o en el ruedo en tiempo real, confiere a futbolistas y toreros una notoriedad impensable hasta ese momento. Y la industria cinematográfica aprovecha la ola y parece que no hubiera torero que no tenga su película en la década del desarrollismo: El Cordobés, Luis Miguel Dominguín, Palomo Linares, Miguel Mateo “Miguelín”, El Pireo, Pedrín Benjumea... Valiente (1964) es la película de Jaime Ostos. 

Como en otros casos, la historia de ficción se superpone con la biografía del matador, al que un doblador profesional (Simón Ramírez) coadyuva a convertirlo en personaje de ficción. Desde la confirmación de la alternativa en Madrid en 1958 hasta una cogida gravísima en Tarazona en 1963, las tardes de gloria y cornadas se van insertando en el metraje a partir —de nuevo— del material del noticiario oficial No-Do. Esta decisión narrativa condiciona tanto la elección del blanco y negro en un momento en que el color ya se ha generalizado como la estructura, que es lo más llamativo de la cinta. Otras películas del ciclo cuentan las ansias de gloria y el ascenso a la cumbre y/o la tragedia del fracaso o la muerte. Valiente, en cambio, opta por mostrar los pros y los contras de una decisión inquebrantable: la fama, el dinero, las mujeres, el cansancio... Y lo hace al modo brechtiano, insertando rótulos al principio de cada viñeta, que puede ser un breve sketch dramático, pero también una figura retórica. El episodio del “miedo” se resuelve al modo documental, con una serie de planos de toros en la dehesa que miran fijamente al objetivo; no hay más. El “cansancio” alterna faenas en la plaza con planos de “la rubia” —el haiga— recorriendo la geografía española: se trata de un montaje sincopado en el que la banda sonora de los planos de la plaza está ocupada por pasodobles y el ambiente de los tendidos, en tanto que los de las carreteras van acompañados por el ruido del motor coche al pasar: cortes abruptos de imagen y sonido que nos recuerdan que la primera ocupación de Marquina en el cine fue precisamente esa, la de ingeniero de sonido.

De cualquier modo, seguro que no era ésta la gran película taurina que Marquina llevaba anunciando desde la época del proyecto abortado sobre Manolete. En 1949 decía: “Las corridas de toros son fiestas de colorido, de luz y de pasión; tres cosas que el gris, el blanco y negro atenúan de tal manera que les quitan lo que tienen de emocionantes”. [Citado en Julio Pérez Perucha: El cinema de Luis Marquina. Valladolid: Semana Internacional de Cine, 1983, pág. 123.]

Entretanto, Marquina sigue participando en guiones para películas ajenas como Maribel y la extraña familia (José María Forqué, 1960), adaptación de una comedia de Miguel Mihura con varios puntos de contacto con la coetánea ¡Adiós, Mimí Pompón! (1961); Navidades en junio (Tulio Demicheli, 1960), adaptación de otra comedia de Alfonso Paso protagonizada por Alberto Closas; Crucero de verano (Luis Lucia, 1963), de la que ya hablamos aquí: https://documentitosdeunindocumentado.blogspot.com/2021/10/la-amargura-de-luis-lucia-8.html; y ha firmado las versiones españolas de los diálogos de A escape libre / Échappement libre (Jean Becker, 1964) y Atraco al hampa / Le Vicomte règle ses comptes / The Viscount - Furto alla Banca Mondiale (Maurice Cloche, 1967), una de las coproducciones de Miguel Tudela con la marca Producciones DIA adscritas al pseudobondismo.

domingo, 4 de diciembre de 2022

del escenario a la pantalla

La década de los sesenta arranca con la vinculación de Luis Marquina a Tarfe Films, la productora de Marciano de la Fuente. En ella ejerce como jefe de producción José María Ramos, que ha sido alumno de Marquina en esa especialidad en la primera promoción del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas.

¡Adiós, Mimí Pompón! (1960) está basada en una pieza teatral que Alfonso Paso escribe en 1958 para la compañía de Ismael Merlo y Diana Maggi, que habían obtenido un éxito rotundo la temporada anterior con Usted puede ser un asesino. Según el propio autor, esta comedia habría sido pionera en llevar a la escena española el humor negro, por lo que decide seguir explotando el filón gracias a la saturación de situaciones macabras cuya posible acidez se diluye en la misma progresión exponencial del horror. En esta ocasión sitúa la acción en una ciudad de provincias francesa durante la Gran Guerra. Mimí Pompón, una especie de Madelón adorada por los soldados que luchan en el frente, se despide de la vida mundana parisina para casarse con Heriberto, un Landrú que ya ha pasaportado a sus seis mujeres anteriores a causa de unos celos prospectivos. O sea, que Heriberto no está dispuesto a que se la peguen y, para defender su honor antes de que esté quede manchado, se carga a sus esposas durante la misma noche de bodas. Luego, hace desaparecer los cuerpos en el horno. Pero en esta ocasión todo le sale mal: la futura asesinada consigue eludir siempre el atentado definitivo y Heriberto resulta cada vez más perjudicado por sus propias trampas. Como el Coyote y el Correcaminos de Chuck Jones, vamos. Las cosas se complican aún más en el último acto, cuando un inspector de policía y un psiquiatra le explican que Mimí es una lunática y que, en noches de luna llena, ha enviudado ya cinco veces.

La adaptación de Marquina se demora durante los primeros veinte minutos en la recreación ambiental de la época: la canción titular en el Moulin, la despedida de Mimí (Silvia Pinal) de sus admiradores, los celos de Heriberto (Fernán-Gómez), el inevitable cancán —pobremente puesto en escena y más si tenemos en cuenta que Marquina había dirigido El bailarín y el trabajador— e, incluso, una bien compuesta escena bélica en la que, bajo el influjo de la luna llena, la cancionista empuña una ametralladora y fulmina a todo un batallón enemigo. Luego, ya en la casa familiar, multiplica las acciones paralelas. La madre de Heriberto —la “reaparición cinematográfica de Catalina Bárcena” reviste carácter de acontecimiento en los títulos de crédito y las gacetillas— colecciona las calaveras de las mujeres asesinadas por su hijo, la hermana (Carmen Bernardos) está empeñada en que la oca que pulula por la casa es su marido y la sobrinita (Amparo Baró) no deja de proclamar que lleva en sus entrañas un hijo del pecado. Salvo en el caso de la madre, los otros dos personajes apenas tienen peso en la trama principal y aparecen a conveniencia del guionista. Más utilitaria resulta la figura del boticario (José Luis López Vázquez), que se presenta como admirador rendido de Mimí y podría estar proporcionándole un tóxico con el que envenenar el borgoña que bebe Heriberto. Hay también un asesino múltiple (Santiago Ontañón), que entiende, al modo de De Quincey, el crimen como una de las bellas artes; pero su presencia es puramente circunstancial. Y por último están el policía y el psiquiatra (Manuel Collado y Antonio Ferrandis) cuya presencia a lo largo del metraje no se concreta hasta el último acto. En resumen, que la trama avanza un poco a trompicones, con situación un tanto repetitivas y escaso interés más allá de unas situaciones puntuales y unos diálogos netamente codornicescos. No en vano, la crítica ha reprochado a la comedia de Paso su filiación jardieliana —Enrique Jardiel Poncela era su suegro y en efecto, hay ecos patentes de Eloísa está debajo de un almendro y Los habitantes de la casa deshabitada— y la película, sin resolver estos problemas, se crea algunos otros al añadir episodios. Nada de esto tiene que ver con la solvente factura técnica: los decorados de Enrique Alarcón, los figurines de Ontañón, el vestuario femenino de Pedro Rodríguez y la fotografía de José F. Aguayo proporcionan un envoltorio lujoso para una obra de bisutería.

Estrenaron en el escenario del teatro Reina Victoria la “farsa gaditana con comentarios chirigoteros” de José María Pemán, La viudita naviera, Analia Gadé y el que había sido su marido hasta un par de años antes, Juan Carlos Thorry. Se trataba de una comedia de picardías ambientada en el Cádiz finisecular con la guerra de independencia de Cuba como fondo, por cuenta de una viudita que nunca consigue llegar a catar el matrimonio. Luis Marquina la adaptó de inmediato al cine, en 1961, aprovechando las dotes de cantante de Paquita Rico, la donosura para el musical de Lina Canalejas, la comicidad de Mary Santpere y la apostura de Arturo Fernández.

La excusa argumental son los amores nunca consumados de Candelaria (Rico), casada en primera instancia con el capitán Carmelo Pimentel (José Franco) que debe partir hacia Cuba inmediatamente y jamás regresa de allí. Fidelidad (Santpere), la hermana del fallecido, y Candelaria se visten de negro, rebautizan el barco con el nombre de “Difunto Carmelo” y le entregan el mando al apuesto Igartúa (Fernández). Aunque éste es un mujeriego empedernido, deja incluso de frecuentar el bochinche cubano de la Niña García (Canalejas). Está tan enamorado de la viuda que, para evitar maledicencias, le propone que se casen por poderes. Ella se casará en Cádiz con el indiano Filgueras (Ismael Merlo) y él, al otro lado del océano, con un señor inglés, pero “tan católico como la reina Isabel”. Pero, ya, cuando el “Difunto Carmelo” regresaba a España, naufraga. Filgueras ve expedito el camino al tálamo de la bella Candelaria y paga a las chirigotas para que canten que a Igartúa se lo comió una ballena. Pero éste, cual nuevo Jonás, reaparece en Cádiz para asegurarle a Candelaria que esta vez no ha enviudado y que no se puede casar con Filgueras. Fidelidad y ella urden entonces una estratagema que dará por resultado la formación de dos parejas.

La viudita naviera (1961) resulta interesante en la ambición de lograr un musical de raíz española que escape del imperio de la copla. Habaneras y fandangos hacen avanzar la acción y sirven a la vez de comentario a la misma, en tanto que la chirigota de Paco de Alba —que ya había intervenido en las representaciones teatrales de la comedia— actúa a modo de coro, ofreciendo una versión burlesca de la tragedia grotesca de la viuda que no consigue consumar nunca sus matrimonios.

Ventolera (1962) fue una obra póstuma de los hermanos Álvarez Quintero que la actriz Lola Membrives estrenó en Madrid en diciembre de 1944. Tórtola Cisneros es una viuda joven que llora la usencia su marido hasta que se entera por un señorito calavera que la pretende de que su príncipe azul era un golfo y con la misma vehemencia con la que se entregó a él busca ahora vengarse. La presencia en la casa de un hombre bueno, amigo de su marido hasta el extremo de prohijar a la niña que aquél tuvo fuera del matrimonio, terminará conduciendo a un final feliz a esta comedia sentimental, sazonada con diálogos intencionados y adobada en espíritu sevillanísimo, según la norma de la casa.

La adaptación de Luis Marquina en 1962 airea la comedia con el socorrido recurso a la Feria de Abril que, además, propicia la introducción de un par de números musicales, aunque la cinta se atiene a la falsilla genérica de la comedia dramática. El otro artificio para engrosar la trama y modernizarla un poco es la multiplicación del número de candidatos al corazón y la fortuna de la protagonista, rebautizada como Cristina (Paquita Rico). Están el señorito calavera (Ismael Merlo) y el amigo fiel (Francisco Muñoz), pero también el torero en la cumbre de su fama (Jorge Mistral), el hombre de negocios casado (Gabriel Llopart), el playboy italiano (Hugo Pimentel) y hasta un actor estadounidense (Jaime Avellán). 

Fotografiada en brillante Eastmancolor por Antonio L. Ballesteros, acaso lo más llamativo desde el punto de vista técnico sea el uso del registro directo de sonido, algo totalmente infrecuente en el cine español de estos años. También sorprende ese ir a contracorriente de los tiempos que supone el seguir atado al formato académico cuando la pantalla ancha y los formatos panorámicos han invadido Europa.

A principios de 1962 algunas gacetillas anuncian que Marquina se dispone a dirigir un guión original de Álvaro de Laiglesia titulado El vino de San Serenín, pero ni hay ninguna noticia ulterior de este proyecto ni el guión fue siquiera sometido al procedimiento de censura previa que hubiera sido indicio de que Marquina pretendía llevarlo adelante.