domingo, 25 de junio de 2023

la buena caligrafía de josé maría forqué (12)

Jaime Silas fue el seudónimo de un financiero catalán —Jaime Castell— con veleidades de comediógrafo que puso su fortuna al servicio de su afición. Llegó así a estrenar varias obras teatrales no sólo en Barcelona, sino también en París. A finales de la década de los sesenta incursiona en el mundo cinematográfico suministrando argumento, guión y diálogos a José María Forqué para dos películas: Estudio amueblado 2-P (1969) y El triangulito (1970). Ambas tienen otros puntos en común, como el protagonismo de Fernando Fernán-Gómez, cierta inquietud erótica de difícil encaje en los estrechos márgenes permitidos por la censura y un afán moralizador digno de mejor causa.

Los fondos de los títulos de crédito de Estudio amueblado 2-P muestran un catálogo completo de ciudades españolas —Segovia y Córdoba, Ávila y Gerona— al ritmo de una sintonía dabadaba compuesta por Adolfo Waitzman. La película se plantea así como un acertijo. Caeremos en la cuenta del significado del collage cuando descubramos que en la entidad bancaria en la que trabajan Miguel y Ramón (Fernán-Gómez y José Luis López Vázquez) han instalado un potente ordenador que los dos amigos, que no se comen una rosca, van a utilizar para planificar sus ligues con éxito es esa capital de provincia que funciona como sinécdoque de España. Pero, para ello necesitan una garçonnière, el estudio amueblado 2-P.

El contrapunto entre la sofisticación tecnológica y sus prosaicos objetivos tienen mucho que ver con lo que Forqué ya había probado en la cocina de los americanos de Las que tienen que servir (1967) y la escena en que los dos aprendices de donjuanes atienden a una viuda (Esperanza Roy) que llega al banco a retirar el dinero de su marido remite a la de “un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo” de Atraco a las tres (1962). O sea, que Forqué pisa terreno conocido y no teme pisar el acelerador de la farsa cuando, para recuperar su prestigio ante sus compañeros decidan organizar una orgía con dos extranjeras (Elisa Montés y Greta Hohfeld) que resultarán ser dos prostitutas nacionales. Forqué se quejaría de que la censura no le hubiera dejado llegar todo lo lejos que el hubiera querido, pero es precisamente esa exasperación histérica que provoca la imposibilidad de manifestación del deseo lo que resulta más elocuente hoy en día. En cambio, no se explica uno cómo algunos gags relacionados con el sacerdote de plantilla y su asistente postconciliar (Antonio Alfonso Vidal y Antonio Mayans) lograron pasar el filtro censor. 

El triangulito propone un imposible triángulo amoroso entre Laura (Dyanik Zurakowska), una ingenua alavesa que llega a Barcelona para abrirse camino en un gran almacén de muebles, Lázaro (Fernán-Gómez), jefe de personal, casado con una beata (Ana María Ventura), y Sabino (Gerard Barray), activísimo vendedor del departamento de camas y padre nada menos que de seis hijos nacidos de su matrimonio con Petra (Verónica Luján). Lázaro y Sabino se enamoran perdidamente de Laura, pero por aquello de la censura, el triángulo es puramente platónico. La presencia de ambos en todo momento y la honestidad de la chica, impiden que la situación pase nunca a mayores. Eso sí, alquilan entre los dos un moderno piso en el que poder merendar todos los días con su amada. La idea del director (Sergio Doré) de la tienda de muebles —que no en vano se llama La Felicidad— para promocionar “la cama de la era especial” pone en conocimiento de la ciudad entera este curioso triángulo. Inane desde el punto de vista de la crítica de costumbres y avejentada en su supuesta picardía, El triangulito presenta algún punto de interés por el cuidado formal que Forqué pone en ella apoyándose en la brillante fotografía de Cecilio Paniagua y en una banda sonora de Adolfo Waitzman, quien también compone un tema cantado por Ana Belén. Lo que diez años antes podía haber funcionado en una comedia con Rock Hudson, Doris Day y Tony Randall, no encuentra su sitio cuando se estrena, con un trío protagonístico bastante desequilibrado, en la España de 1971.

domingo, 18 de junio de 2023

la buena caligrafía de josé maría forqué (11)

Jaime de Armiñán, Enrique Llovet y Forqué escriben un guión y un puñado de canciones que sirvan de vehículo a Rocío Dúrcal, la estrella juvenil con la que Época Films pretende ganar por la mano a una Marisol de dieciséis años que los Goyanes no tienen más remedio ya que convertir en adolescente; es el año de Búsqueme a esa chica (Fernando Palacios, 1964), junto al Dúo Dinámico. Rocío no tenía ya diecisiete años, como aseguran el título y la canción —“No me entienden, / No me entienden/ Ni yo quiero que me quieran entender. / Tengo diecisiete años. / ¡Qué enfermedad! / Cuando tenga dieciocho / Se me curará”—, sino diecinueve, así que la pugna por el nicho de mercado sigue ahí. La cinta es un musical familiar que fagocita, con pretensión irónica, cuentos infantiles como Blancanieves y los siete enanitos —Rocío (Dúrcal) escapa de su madrastra (Luz Márquez) y se instala en una casita del bosque con siete alfareros (Roberto Font, Luis Peña et al.)—, Ricitos de oro y los tres ositos —por cuenta de la llegada de Rocío a la casa del bosque—, Caperucita Roja —con un prestamista disfrazado de chino (Ángel Ter) ejerciendo de lobo feroz—, o El sastrecillo valiente —con el aspirante (Pedro Osinaga) al amor de Rocío luchando contra el gigantesco panadero (Ricardo Palacios)—. No obstante, ante el temor de haber ido demasiado lejos en la deriva inverosímil, los guionistas se sacan al final de la manga que todo podría haber sido un sueño. ¿O no? Con este envoltorio van incluidos un montón de buenos sentimientos, la defensa de la familia numerosa y algún diálogo ocurrente. 

El exdirector de Cinematografía, Gabriel García Espina, reconvertido en crítico de ABC [5 de junio de 1964] se deshace en elogios almibarados cuando se estrena Tengo 17 años (1964):

Un precioso cuento de Navidad ha salido de las manos de José María Forqué para los diecisiete años floridos de Rocío Dúrcal. Un cuento reminiscente de viejas historias infantiles; un cuento poético, con hermosa gracia literaria y dialogal que refresca el blanco lienzo de la pantalla con el sol cantarino de la belleza y la inocencia.

Forqué recicla algunas localizaciones —la gasolinera de 091, policía al habla (1960)—...

 

... símbolos —la pecera como metáfora de la reclusión del protagonista de La noche y el alba (1958)—...


... y avanza motivos que tendrán mayor desarrollo en el segundo y último musical de su filmografía: la China de cartón-piedra de ¡Dame un poco de amooor...! (1968). 

La cinta es una suerte de segunda parte de Los chicos con las chicas, que dirigiera el año anterior Javier Aguirre al servicio de la banda y su “Black Is Black”. Para la ocasión un heterogéneo equipo de guionistas urde una trama con malvados discípulos de Fu-Manchú (Luis Peña), la bella hija oriental (Rosenda Monteros) de un científico que debe proporcionar al villano una fórmula con la que someter la voluntad de toda la Humanidad y, por supuesto, las canciones de Los Bravos, con los hits “Bring a Little Lovin” y “Make It Last”. Forqué no está del todo a gusto y tira por el lado tebeo, con onomatopeyas batmanianas, estupendas secuencias de animación psicodélica firmadas por Francisco Macián, y concediendo carta blanca a Luis Peña en la encarnación del delirante Fu-Manchú. Álvaro de Luna interpreta un papel que es todo un catálogo de sus habilidades como cascadeur, igual que el año anterior en Las que tienen que servir. También salen Tip y Coll pero no comparten escena pues era antes de su emparejamiento.

domingo, 11 de junio de 2023

la buena caligrafía de josé maría forqué (10)

Alicia (Analía Gadé) discute con el primer actor (Saza) de una compañía que va representando el Tenorio por pueblos. Alicia, mujer liberada y acostumbrada a la vida nocturna de los cómicos, está harta de las exigencias del primer actor y de las burradas de los paletos. Un bache a la entrada de Torrecilla de los Infantes provoca una avería en su coche y ella se ve obligada a hacer noche en casa de los Bolante, madre (Milagros Leal) e hijo (Fernando Fernán-Gómez), que la toman por una monja. Sin embargo, la confusión se deshace rápidamente y Alicia seduce al hombre, que sigue siendo virgen a los treinta y siete años. El juego que propone Juan José Alonso Millán en La vil seducción (1968) —adaptada por él mismo de una comedia propia— se basa en una inversión de roles que ya había ensayado Miguel Mihura en Maribel y la extraña familia, cuya adaptación cinematográfica realizara Forqué al principio de la década. El personaje de la madre, empeñada en llevar a su hijo a los cabarets de Madrid para que encuentre una mujer digna de los Playboys que constituyen una de sus principales lecturas viene directamente de las tías de aquélla. Hay de nuevo la creación de un paleto que es una mezcla de encanto y cazurrería y que cae rendidamente enamorado de la chica que se le ofrece sin otro afán que el de no pasar la noche sola. Un tema de los que entonces se consideraban picantes y que tiene en el físico de Analía Gadé su baza principal. Como ella y Fernán-Gómez habían estrenado la comedia, la adaptación cinematográfica no se hizo esperar. Forqué hace un trabajo más que correcto y, ternurismo aparte, consigue una de las más afinadas comedias sexys de las que entonces empezaban a inundar las pantallas españolas:

En esta película había elementos que yo entendía muy bien, unos elementos marcadamente populares. Yo soy aragonés y creo que había cosas muy aragonesas en esta comedia. Además, me entendí muy bien con Analía Gadé y con Fernando Fernán-Gómez. En la película hay algo que merece ser destacado y es que significó un importante cambio de rumbo en la carrera artística de Analía Gadé, que, hasta entonces, sólo había hecho mujeres maravillosas, pero frías y lejanas. A partir de La vil seducción empezó a hacer personajes más apasionados, más directos e inmediatos. [Antonio Gregori: El cine español según sus directores. Madrid, Alianza Editorial, 2009, pág 235.]

Lou Bennett, organista estadounidense afincado en Europa, pasó largas temporadas en Barcelona y de ahí su participación en la banda sonora de Ditirambo (Gonzalo Suárez, 1967) y en La vil seducción, a la que incorpora una composición completa en la que destaca la bossa nova de la escena de la seducción en el palomar.

No debió ir mal la relación de Forqué con Alonso Millán, porque nada más terminar La vil seducción se mete en la adaptación de otra obra suya: Pecados conyugales (1969). En este caso, se trata de tres actos autónomos con esquema de alta comedia, tragedia grotesca y sainete. En los tres géneros esta versado Forqué y en Italia se están haciendo este tipo de películas de episodios con razonable éxito de público, así que, con este modelo en mente, se embarca en la dirección de ésta, en la que abundan los papeles de lucimiento para un elenco amplio. El primer episodio es el que iba en el estreno teatral situado en último lugar. Se trata de una alta comedia que en el escenario se titulaba “Torremolinos” y ahora toma el nombre de “La duda”. Una mujer frívola a más no poder (de nuevo Analía Gadé) toma como amante a un auténtico apolo (Arturo Fernández) al que pretende compatibilizar con su marido (José Luis López Vázquez), al que no quiere renunciar porque es el que aporta seguridad económica y prestigio social al matrimonio. “La ambición” muestra como una mujer (Esperanza Roy) termina convenciendo a su marido (Juanjo Menéndez) de que se queme a lo bonzo para reclamar un ascenso y obtener así un ascenso en el taller fallero en el que trabaja. “Los celos” es un sainete ambientado entre basureros —¿aquellos mismos de Un millón en la basura (1966)—. Uno de ellos (Manolo Gómez Bur) está empeñado en que su mujer (Julita Martínez) le engaña con un inválido (Zori) que la lleva de excursión en su cochecito con motor, en un guiño más que evidente a la película de Marco Ferreri y Azcona.

Según Florentino Soria, este último episodio sería lo mejor que Forqué habría hecho en comedia, a la par que Atraco a las tres (1962): "Se trata de un sainete esperpéntico, divertidísimo, un acierto completo de tono, situaciones, personajes y diálogo, todo ello aderezado por un grupo de excelentes actores". [Florentino Soria: José María Forqué. Murcia: Editora Regional de Murcia, 1990, pág. 105.]

domingo, 4 de junio de 2023

la buena caligrafía de josé maría forqué (9)

Algo muy valioso debe contener el cofre hallado por un submarinista en un pecio en aguas mediterráneas porque su posesión ocasiona tres muertes en los primeros cinco minutos de Zarabanda Bing Bing / Baleari: Operazione Oro / Barbouze cherie (1966). Se trata de un cetro desaparecido durante la II Guerra Mundial y cuyo precio sobrepasa el millón de dólares que valen sólo los cuatro zafiros que lleva incrustados. El alcalde del pueblecito ibicenco donde ha tenido lugar el hallazgo decide exponerlo en el Museo Arqueológico Municipal. Un servicio de inteligencia español en conexión con la Interpol decide enviar a vigilar el tesoro al que suponemos su agente más apto: Fernando Letona (José Luis López Vázquez). Hacia la isla se dirigen también una millonario obsesionada por las joyas (Daniela Bianchi), la pareja de ladrones formada por Sofia y Giuliano (Marilù Tolo y Venantino Venantini) y Polly (Mireille Darc), una turista un poco metomentodo que conoce allí a Pierre (Jacques Sernas), un inventor residente en la isla.

Forqué pone su sensibilidad pop al servicio de este guión de vodevil de golpes perfectos cuyas tramas se multiplican hasta la extenuación. Como en Atraco a las tres (1962) acentúa los rasgos burlescos de la trama criminal, pero donde antes había un sustrato costumbrista en perfecta sintonía con los actores que encarnaban a los personajes, ahora estamos ante un elenco internacional propiciado por la coproducción hispano-ítalo-francesa, terreno en el que José Gutiérrez Maesso, la parte española, es un auténtico experto. La presencia en el reparto de la Daniela Bianchi de From Russia with Love (Desde Rusia con amor, Terence Young, 1963) y del Harold Sakata de Goldfinder (James Bond contra Goldfinger, Guy Hamilton, 1964) resultan determinantes a la hora de contar Zarabanda Bing Bing como parte del filón a pesar de que la cinta bascula entre la parodia del ciclo Bond y el modelo Topkapi (Topkapi, Jules Dassin, 1964), entre las películas producidas por José Luis Dibildos y las comedias familiares de Disney.

La condición de adaptación Un diablo bajo la almohada / Le diable sous l’oreiller / Calda e... infedele (1968) de los capítulos autónomos del Quijote que constituyen el relato El curioso impertinente suele distorsionar su valoración. También el hecho de que sea una coproducción con un reparto de campanillas, aunque se mueva en registros tan diversos como el de los protagonistas —Ingrid Thulin, Maurice Ronet y Gabriele Ferzetti— y los subalternos españoles —Amparo Soler Leal y Alfredo Landa—. Lo primero que hay que decir es que Forqué lleva formalmente a su terreno —el mismo de Zarabanda Bing Bing o Las que tienen que servir (1967)— esta farsa boccaccesca y conjuga un vodevil sofisticado sin perder nunca de vista las películas contemporáneas de Stanley Donen.

Anselmo (Ferzetti) es un hombre infelizmente casado con Camila (Thulin). Infelizmente porque sufre unos celos patológicos que le obligan a dejar de lado sus investigaciones científicas para seguir a su mujer, dispuesto a descubrir a toda costa sus inexistentes infidelidades. Como el método no funciona, decide recurrir a Lotario (Ronet), amigo de la infancia y playboy internacional. Su idea es alquilar una villa junto al mar y dejarlos allí solos, previo aleccionamiento a Lotario sobre las mil debilidades de la mujer: el champán dulce, Sinatra, que le mordisqueen el pulgar del pie izquierdo... En realidad, Camila odia todo eso y la pareja termina enamorándose.

En el marco de estos trabajos con grandes repartos internacionales, Dibildos prepara en 1967 una película sobre Simón Bolívar en coproducción con Venezuela. Forqué habría tenido a sus órdenes, si el proyecto hubiera llegado a puerto, a Gina Lollobrigida, José Ferrer, Maximilian Schell y Paco Rabal. [Cinéfilo: “El cine y sus noticias”, en Baleares, 29 de noviembre de 1967, pág. 9.]