domingo, 31 de julio de 2022

los créditos de antonio fos

 Las enfermeras (Ricardo Blasco, 1963), guiones de la serie de TVE

El nombre de Antonio Fos surge una y otra vez al frecuentar el cine de género español por sus contribuciones como guionista al fantaterror y al giallo, en producciones que destacan de la media por la originalidad de sus planteamientos o por ciertos detalles bizarros. Los directores —León Klimovsky, Paul Naschy, Eugenio Martín o Javier Aguirre— solían estar más preocupados por ceñirse a los estrictos plazos de rodaje y a la eficacia de cara a la taquilla, que por las gollerías autorales. Pero también escribe guiones para Vicente Escrivá, José Antonio de la Loma y, sobre todo, Eloy de la Iglesia, en cuya filmografía se inscribe entre 1969 y 1973. 

En total, son unos cuarenta títulos —incluidos puntuales trabajos televisivos— entre 1963 y 1980, adscritos casi siempre a los filones subgenéricos del momento, y en los que aparece acreditado generamente como Antonio Fos, auqnue también encontramos variantes como Antonio F. Fos, Antonio Fos Ferrando, Tony Fos e, incluso, Antonio Fox.

Ella y el miedo (León Klimovsky, 1964), argumento y guión

 
El filo del miedo (Jaime Jesús Balcázar, 1964), guión y diálogos

Whisky y Vodka (Fernando Palacios, 1964), argumento


No importa morir / Quel maledetto ponte sull’Elba (León Klimovsky, 1969), guión


Cuadrilátero (Eloy de la Iglesia, 1970), argumento y guión


Una maleta para un cadáver / Il tuo dolce corpo da uccidere (Alfonso Brescia, 1970),
argumento y guión


Techo de cristal (Eloy de la Iglesia, 1971), argumento y guión


 

Joven de buena familia sospechosa de asesinato / Ragazza tutta nuda assassinata nel parco
(Alfonso Brescia, 1972), argumento


La semana del asesino (Eloy de la Iglesia, 1972), guión


Yo los mato, tú cobras la recompensa / I senza Dio (Roberto Bianchi Montero, 1972), guión


Un Casanova en apuros / Fuori uno... sotto un altro arriva il Passatore (Giuliano Camimeo, 1973),
argumento y guión (no acreditado en la versión italiana)


La orgía nocturna de los vampiros (León Klimovsky, 1973), argumento y guión


Las señoritas de mala compañía (José Antonio Nieves Conde, 1973), argumento


Nadie oyó gritar (Eloy de la Iglesia, 1973), argumento y guión


Una gota de sangre para morir amando / Le Bal du vaudou (Eloy de la Iglesia, 1973), argumento y guión


Una vela para el diablo (Eugenio Martín, 1973), guión

Volveré a nacer (Javier Aguirre, 1973), guión


El insólito embarazo de los Martínez (Javier Aguirre, 1974), argumento y guión


Polvo eres... (Vicente Escrivá, 1974), guión

 

 Crónicas de un pueblo: El niño que no vino de París (Antonio Mercero, 1974), guión TVE


El mejor regalo (Javier Aguirre, 1975), guión y diálogos


Infamia / La moglie giovane (Giovanni d’Eramo, 1975), argumento y guión
(no acreditado en la versión italiana)


No quiero perder la honra (Eugenio Martín, 1975), argumento y guión

Call-Girl (Vida privada de una señorita bien) (Eugenio Martín, 1976), guión


Esclava te doy (Eugenio Martín, 1976), argumento y guión


Secuestro (León Klimovsky, 1976), argumento y guión


Niñas... ¡al salón! (Vicente Escrivá, 1977), guión


El transexual (José Jara, 1977), guión

Tengamos la guerra en paz (Eugenio Martín, 1977), argumento y guión


El hombre que yo quiero (Juan José Porto, 1978), guión


El huerto del Francés (Jacinto Molina, 1978), guión

Extraño matrimonio / Maternidad prostituida (Ángel del Pozo, 1978), guión


El maravilloso mundo del sexo (Mariano V. García, 1978), guión


El virgo de Visanteta (El virgo de Vicentita) (Vicente Escrivá, 1979), adaptación y guión


Visanteta, esta-te queta / Gata caliente (Vicente Escrivá, 1979), argumento y guión


Terror en el tren de medianoche (Manuel Iglesias, 1980), guión

De hombre a hombre (Ramón Fernández, 1985), argumento

domingo, 24 de julio de 2022

giallo punto rojo

Ya nos hemos acercado ocasionalmente al giallo [https://documentitosdeunindocumentado.blogspot.com/2020/06/dobles-perversiones.html o https://documentitosdeunindocumentado.blogspot.com/2020/06/dobles-perversiones.html] debido a la condición de coproducciones hispano-italianas de las películas. El hecho de que debieran enfrentarse al distinto rasero censorial en ambos países favoreció la creación de dobles versiones.

El considerable éxito del filón de los misteriosos asesinos en serie y las chicas ligeras de ropa a principios de la década de los setenta no influyó únicamente en la producción cinematográfica, sino que también pasó a la literatura de quiosco. La editorial Bruguera lanza en 1962 la colección “Punto Rojo”. Mientras en “Servicio Secreto” primaban las intrigas de espionaje, en la nueva serie el misterio puede llegar a coquetear con el terror y lo sobrenatural. [“La colección Punto Rojo de Bruguera”, en La Memoria del Bolsilibro, 27 de enero de 2021.] La longevidad de la colección, que se prolongó hasta la desaparición de la editorial en 1985, propicia, no obstante, la acomodación a los diferentes filones que van surgiendo en la cultura popular. Y es así como dos autores de la casa, Juan Gallardo Muñoz y Miguel Oliveros Tovar —alias Curtis Garland y Keith Luger, respectivamente— escriben a principios de la década de los setenta varios títulos con modos de giallo. Tres de ellos, al menos, llegan a las pantallas españolas cuando el ciclo está en su máximo apogeo, aunque paradójicamente las tres adaptaciones serán producciones estrictamente españolas y ninguna de ellas lograra estrenarse en Italia, saturada de cintas del subgénero que, en el mejor de los casos, muestran una sofisticación visual de la que las cintas hispanas carecen.

Juan Gallardo Muñoz es un auténtico especialista que ha pasado con distintos seudónimos por Bruguera, Rollán y Toray, factorías de publicaciones populares que hacen suyos modelos foráneos: las hazañas bélicas, las operaciones del FBI, el terror victoriano o el wéstern con monstruo... Dos mil títulos —a razón de cinco al mes en sus mejores tiempos— son testimonio elocuente de su imaginación y de su capacidad de trabajo. A principios de los setenta regresa a Bruguera y se encuentra a pleno rendimiento. Tal como recuerda en sus memorias...

Era la época del movimiento hippie promovido en los Estados Unidos contra la guerra del Vietnam, y veíamos curiosísimos personajes de esas comunas y grupos, tan estrafalarios como inofensivos, y cuya utopía de paz y amor, tan loable, luego se fue diluyendo.
Fue por entonces cuando Alfonso Balcázar, el productor de cine, me compró los derechos de El pez de los ojos de oro, casi simultáneamente a que Pérez Tabernero, desde Madrid, adquiriera mi novela titulada ¿Quién era Cat?, que la censura me había hecho titular así, suprimiendo el original Sexy Cat, gilipolleces de los censores, claro. Sin embargo, se mantuvo en el film. [Juan Gallardo Muñoz: Yo, Curtis Garland. Barcelona: Morsa, 2009, pág. 81.]

La negativa de Balcázar a acreditarlo en Le llamaban Calamidad (Alfonso Balcázar, 1972), basada en la novela Ese tipo llamado Sacramento, de la colección “Bisonte Roja” (núm. 1296) de Bruguera y firmada como Donald Curtis, le lleva a rechazar el ofrecimiento de firmar conjuntamente la adaptación de El pez de los ojos de oro para vendérselo a la productora Universum Film “y eso sí que no lo acepté ni de lejos, pese a sus amenazas, más o menos veladas; por fin Pedro López (sic) Ramírez la rodó en Madrid, con guión mío propio, y sin aceptar falsas colaboraciones. Fue mi modo de tomarme una revancha justa, creo yo”. [Ibidem, pág. 82.]

Sexy Cat (Julio Pérez Tabernero, 1973) bebe de dos filones procedentes de Italia: el giallo y el fumetto nero. Del primero toma los crímenes sofisticados y un cierto barroquismo formal, aunque abortado en buena medida por la escasez de medios entre la que tiene lugar el rodaje. Del segundo, el personaje del héroe enmascarado dedicado en cuerpo y alma al mal. En ambos casos tiene carácter precursor Mario Bava con La ragazza che sapeva troppo (La muchacha que sabía demasiado, 1963) y Diabolik (Diabolik, 1968). Este exploit español se suma a la ola de productos italianos firmados por Dario Argento y Umberto Lenzi, pero lo más significativo para nuestro propósito es que utiliza como material de base ¿Quién era Cat? ha aparecido en la colección Punto Rojo (núm. 499) en 1971 y el propio autor se encarga de la adaptación para la pantalla junto al director. 

El protagonista es un tal Mike Cash (Germán Cobos), un detective en el que se dan cita la férrea ética personal de un Sam Spade o un Philip Marlowe, con el atractivo irresistible para las mujeres de un James Bond. En una lástima, porque chica a la que se acerca Mike para interesarse por quién es el auténtico autor del personaje que protagoniza los tebeos de Sexy Cat, chica que resulta muerta de la manera más aparatosa. Empezando por Martha (Dyanik Zurakowska), la actriz que debería haber interpretado a la heroína en una serie televisiva y continuando por Velda Glove (Monika Kolpek), la secretaria de la propietaria de la cadena de televisión. Lo malo es que los crímenes imitan los sofisticados métodos —una daga florentina, una serpiente coral...— que figuran en las historietas semanales de Sexy Cat y que Mike Cash siempre anda cerca por lo que la policía sospecha de él.

Como es preceptivo en esta clase de producciones, en aras a la exportación Julio Pérez Tabernero rueda una doble versión con exhibición anatómica de Dyanik Zurakowska y Brenda Bassett, que no es la que se puede ver en las pantallas españolas, donde sí se consienten, en cambio, los excesos hemoglobínicos que son parte de la gracia de esta modestísima producción. También en la línea de este tipo de productos de explotación, Sexy Cat ofrece algo menos de lo que promete.


El pez de los ojos de oro (Pedro L. Ramírez, 1974) es una película como poco estrafalaria. Juan Gallardo adapta con su propio nombre la novela homónima de la colección Punto Rojo (núm. 542), pero la producción parece basarse mas que en el argumento novelesco en la notoriedad de su protagonista masculino, Wal Davis. Era éste un ciudadano alemán llamado Waldemar Wolhfahrt al que la policía española detuvo en Benidorm en julio de 1966 por el salvaje asesinato en Alemania de tres jóvenes entre 1964 y 1966. Como los tres cadáveres aparecieron en la autopista Múnich-Karlshue, la prensa sensacionalista lo bautizo inmediatamente como “el vampiro de la autopista”. [David Bizarro: “¡Un vampiro en la Costa del Sol!”, en Agente Provocador, 20 de abril de 2022.] El comportamiento llamativo de Wolhfahrt en Benidorm que llamó la atención de algunos compatriotas que disfrutaban de sus vacaciones en la costa levantina y el hecho de que la policía encontrara una pistola en el deportivo rojo que conducía llevaron a su detención, aunque al poco pudo probar que cuando se cometieron los últimos crímenes él estaba ya en España. Una vez liberado grabó un disco que en la cara A llevaba el tema Benidorm, pero su efímera popularidad se debe a que José Luis Madrid monta en torno a él la producción de una película titulada precisamente El vampiro de la autopista (1970) que recrea los hechos de los que Wolhfahrt ha sido exculpado. Ya con el nombre artístico de Wal Davis protagoniza otra serie de cintas, de las que ésta que nos ocupa vuelve de nuevo sobre su historia personal a presentar a Derek, un tipo que viaja por la costa española y que tras ligar con Mónica (Montserrat Prous), una chica que acaba de romper con su amante (Rex Martin), se despierta junto a un cadáver degollado. El asesino le ha arrancado a su víctima un colgante con un pez con un ojo dorado, un motivo que también se repetía en la toalla de la bañista asesinada por un buzo en la secuencia de precréditos. Derek acude en busca de ayuda a casa de un matrimonio de artistas, los Kendall (Richard Kolin y Norma Kastel), pero da la casualidad de que el marido ha sido el único testigo del asesinato en la playa. El comisario de policía (Barta Barry) parece escasamente interesado en la resolución del caso porque deja libres a ambos y tampoco investiga al examante de la asesinada, un chulo de playa que aparece como principal sospechoso. Derek investiga por su cuenta con la ayuda de Marina (Ada Tauler), la hija del despótico conservador del Aquarium local (Víctor Israel). Como también éste está obsesionado con los peces, los sospechosos se multiplican.

Pedro L. Ramírez utiliza alguno de los recursos visuales y de montaje del filón —planos estroboscópicos de los motivos piscícolas, el reflejo de la víctima en las gafas negras del asesino...—, pero inserta al principio del metraje una especie de sueño-flashback con un crimen y unos peces de colores agonizantes al estrellarse la pecera contra el suelo que proporciona al espectador la pista impepinable de quién es el asesino, algo imperdonable en una cinta del (sub)género.


Keith Luger se lanzó en 1951 a escribir novelas policiacas y de ciencia ficción en una editorial familiar, Ediciones Batería, en la que él mismo se encargaba de los textos y del trabajo editorial, en tanto que su hermano se hacía cargo de las portadas. Semejante carga de trabajo duró poco más de un año y, tras su paso por algún otro sello, el autor ingresó en la todopoderosa Bruguera en 1953, especializándose en novelas policiacas y del Oeste, aunque no le hizo ascos a otros géneros. En total, publicó unas novecientas referencias en colecciones de bolsillo. “En su momento de máxima actividad llego a escribir hasta ocho novelas al mes. Y para mantener ese frenético ritmo hubo de recurrir al dictado, para lo cual contrató una secretaria que después reforzó con una segunda”. [Fernando Eguidazu: Una historia de la novela popular española (1850-2000). Sevilla: Ediciones Ulises / Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2020, pág. 690.]


En los títulos de crédito de Los fríos senderos del crimen (Carlos Aured, 1974) el guión queda atribuido a Rafael Medina, a partir de una historia de Keith Luger. El hecho de que éste hubiera publicado una novela homónima y, a juzgar por todos los indicios, con la misma trama en 1971 en la colección Punto Rojo (núm. 496) no se menciona en ningún momento. 

Desde su misma secuencia de apertura, la película remite al giallo canónico: asesino con sombrero y guantes negros al que no vemos el rostro, una joven que se desnuda —¡mientras aparenta leer interesadísima una novela!— para meterse en la ducha, un estrangulamiento... Los periodistas se burlan de la ineficacia de la policía; o al menos, eso asegura el comisario. No menos tópico resulta el encuentro entre Fred Connors (Daniel Martín) y Helen (Ágata Lys) cuando ella se cae del caballo. Es una joven independiente; bibliotecaria, según se comenta en algún momento. El matrimonio de Fred con Jane (María Perschy), una millonaria alcohólica y despótica hace tiempo que no funciona, así que no es raro que entre Fred y Helen surja el amor. Estamos en Lisboa. Todo ocurre así, en una yuxtaposición de escenas que saltan de una subtrama a otra, de una localización a la siguiente sin que parezca haber otra regla que la inconcreción.

Probablemente se deba al humor socarrón de Luger el hecho de que Fred sea presidente de la editorial propiedad de su mujer. Jane se ha encaprichado de un escritor joven y genialoide y ordena a Fred que sus novelas se editen inexcusablemente. Durante la reunión del consejo de la editorial con el autor, los responsables le proponen reforzar la psicología de sus personajes y limar todo lo relacionado con “la sangre, los asesinatos y las palabras fuertes”, que, por otra parte, intuimos que constituyen el meollo de las obras del joven autor. Como las de Luger para Bruguera. Este carácter autorreferencial es el principal valor de una película bastante desangelada en la que, por supuesto, el asesino es quien menos uno se espera.

domingo, 17 de julio de 2022

azcona y forqué en la calle ballesta

Rafael Azcona arranca su novela Los europeos con una descripción de la fauna que se daba cita en el bar americano Jimmy's, en el número 4 de la calle de la Ballesta, a finales de la década de los cincuenta:

Miguel se encogió de hombros, encendió un pitillo y por la calle de Colón salió a la Corredera. Del mercado, cerrado y siniestro, emanaba un espeso olor a víveres fermentados, y envuelto en humo salía del bar de la esquina de Barco el griterío de unos borrachos. Siguió a buen paso hasta Ballesta, que se precipitaba desierta y tranquila en busca de las espaldas de la Gran Vía; sólo allí, en su arranque, la estrecha calle se animaba con los coches y las gentes que se movían entre una constelación de rótulos de neón multicolor. Muy cerca ya de ellos, Miguel se miró las manos, cubiertas de sudor en las palmas, y se las frotó contra los flancos del pantalón. Desde Pigalle llegaban las, notas de un acordeón, y de Picnic salían unos mocitos aleteando alrededor de una mujer vieja y elegantísima. Sin dejar de frotarse las manos, Miguel se dirigió a Jimmy's y entró en el local confundido con unos norteamericanos que acababan de apearse de un Buick.
Le golpeó la cara una oscura y casi sólida bocanada de ruido, calor y música. En la barra, colmada de clientes, se hablaba en varios idiomas, y en el fondo del establecimiento, por encima del murmullo de las conversaciones, cantaba una mujer acompañada por un piano. [...]
Estaban junto al piano, en un nivel más alto que la zona de la barra. Apoyada en el pianista, una chica cantaba borrorosamente algo que Antonio tarareó. Le preguntó al panameño:
—Oye, ¿qué es eso que canta?
Donne-moi, de Becaud. Donne-moi un peu d'espoir, un peu de vie, un peu d'amour...
—¿Has oído, Miguel? ¡Qué tío, el Pompeyo! Se sabe todas las canciones!
Miguel, con su coñac entre las manos, miraba hacia abajo. La mayor parte de las personas que llenaba el establecimiento eran hombres; todo el mundo estaba excitado o contento, y sobre las conversaciones estallaban grandes carcajadas. En los divanes más próximos a la barra había tres muchachas extranjeras y un enjambre de muchachos muy peripuestos, vestidos a la italiana y con el pelo peinado hacia adelante, manoteaban en un agotador intento por hacerse entender. Las mesas que, pegadas a la pared, corrían desde los escalones a la puerta, estaban ocupadas por hombres, casi todos jóvenes; sólo en una de ellas había una mujer pechugona y miope, la cual escuchaba atentatamente algo que le contaba un chico gesticulante. [Rafael Azcona: Los europeos. París: Libraire des Editions Espagnoles, 1960, págs. 17-20.]

Jimmy's, propiedad de Luis Miguel Domingín y del marqués de Villaverde, según decían algunos, era sólo uno de los locales de copas y/o alterne que había en la calle de la Ballesta, en la trasera de la Gran Vía. Harlem, Pigalle o Picnic eran otros tantos. Todos ellos sirven de fondo a José María Forqué para ambientar los exteriores de su adaptación de Maribel y la extraña familia, de Miguel Mihura. La comedia partía de la hipótesis de que un hombre tímido y provinciano conoce en un bar de alterne a una señorita y cuando ella cree que la lleva a su casa a rematar la faena, le presenta a su madre y a su tía, convencidas como él de que no es más que una chica moderna, de esas a las que no les importa ir solas a las cafeterías. Buena parte del éxito de la comedia de Mihura se debió a su habilidad para sortear las férreas indicaciones censoras; también, a unas situaciones siempre sorprendentes, con una hábil mixtura de intriga y humor, a unos personajes dibujados primorosamente y a unos diálogos descacharrantes, de los que José María Forqué saca el mejor partido en su adaptación para la pantalla de 1960.

En un momento, Maribel piensa que la cosa pasa de castaño oscuro y que debe explicarle a Marcelino a qué se dedica. En la comedia, el diálogo tiene lugar en el primer acto, mientras la tía prepara unos cócteles. En la pantalla, Forqué muestra, aunque sea brevemente, el ambiente de prostitución en torno a al primer tramo de Ballesta, el que va de la calle Desengaño a la esquina con Loreto y Chicote. Lo que más destaca, claro, son los anuncios luminosos que remiten a lugares exóticos asociados con la aventura, la delincuencia o el pecado, tan presente en la España nacional-católica.


 
 
En su recorrido periodístico por la calles de Madrid, Moncho Alpuente escribía que el poeta Ángel González frecuentaba la zona a finales de la década de los cincuenta y que allí buscaba "una sombra de libertad, un eco de Montmartre o del Soho. La añoranza del poeta incluía a una principessa, italiana de oscuros orígenes, aficionada al canto, que sujetaba con horquillas del pelo los restos de su último abrigo de visón". [Moncho Alpuente: "La Ballesta", en El País, 16 de septiembre de 1985.]

En su biografía de Jaime Gil de Biedma, escribe Miguel Dalmau sobre la zona frecuentada por ambos poetas:

Eran modernos locales al gusto de los norteamericanos, que habían instalado recientemente sus bases militares en suelo español: el American Star, el Picnic o el Jimmy’s. En poco tiempo estas primeras whiskerías captaron a la clientela más audaz de las antiguas tascas y tabernas. En el Jimmy’s los noctámbulos buscaban relacionarse con mujeres liberadas —algo impensable en las cafeterías del centro— y en el Picnic los homosexuales podían confraternizar en libertad. Gil de Biedma siempre recordó aquella época en que "la cultura urbana madrileña se adelantó a la nuestra y dio de sí el primer whisky á gogo". Para un hombre como él, una velada en el Picnic era una bocanada de aire fresco: escuchar los boleros que interpretaba al piano un tal Manuel Alejandro, que luego fue compositor de Raphael, beber los primeros Cutty Sark y abordar a desconocidos. [Barcelona: Circe, 2004, pág. 239.]

Y el propio Manuel Alejandro recuerda así su paso por el local en unas notas autobiográficas:

Recalé, por varios años, en un llamado bar americano en la calle de la Ballesta, donde en las tardes distraía a parejitas de enamorados jóvenes tocando el Bésame mucho o el Volare de moda, y en las noches, con el Blue Moon de Elvis o los cuplés de Sarita Montiel enloquecía al colectivo homosexual, sus gigolós y sus "chaperos", que abarrotaban aquel bar mal llamado Picnic. Eran las primeras divisiones de homosexuales que salían con enorme sigilo de los armarios al estar tan perseguidos por el Régimen, y fui cum laude en un master acelerado de discreción… Me encontraba con profesores, honorables paisanos y hasta con amigos cercanos. Largo tiempo estuve tocando allí, hasta que se convirtió en el centro neurálgico de la prostitución madrileña, que con los soldados de la Base Americana, radicada en Torrejón de Ardoz, y los pertinentes "chulos" que merodeaban alrededor de las prostitutas, el Picnic se convirtió en un auténtico saloon del Oeste americano, donde en las muchas broncas que surgían me silbaban los vasos por las orejas mientras que tocaba a todo trapo charlestones y twist de moda. [Manuel Alejandro: "Cuento y recuento", en Sociedad de Autores y Compositores de México: https://www.sacm.org.mx/Informa/Biografia/34023]

El Pigalle, en la esquina de Loreto y Chicote con nuestra calle de referencia, se promocionaba en el año de su inauguración sugiriendo que el cliente podría vivir, "sin salir de Madrid", las mismas experiencias que en la parisina plaza homónima. Y añadía: "coma y beba al ritmo del acordeón de Jean Fred y Luis de Santos". [ABC, 7 de diciembre de 1957.] Por cierto, que la dirección artística del Jimmy's estaba en 1955 a cargo de otro célebre acordeonista francés establecido en Madrid, Jean Freber. Freber interpretó la banda sonora de las dos primeras películas producidas y dirigidas por Tony Leblanc y hace un cameo en la primera de ellas: El pobre García (1961).

Aparte de estos "bares americanos" en Ballesta y Desengaño había también tabernas de renombre donde matar el hambre y tomarse un vino en un ambiente menos selecto, como Asquiniña, La Cresta o La Tasquita de Enfrente —puerta con puerta con el Jimmy's y frente a la Gran Tasca, del mismo propietario—, que también aparece en Maribel y la extraña familia.

Década y media más tarde la degradación debía ser patente porque en su guía Pecar en Madrid, Antonio D. Olano se refiere a la zona como una de las muchas "costas" en las que practicar la lujuria, pero se limita a una mención genérica de los locales: "En Chouri, Honolulú, Pic-Nic, Club Amador (amador es el verdadero dueño de la costa"), Él y Eva, Manolo's, etc., usted tendrá la seguridad de que va a "tiro hecho". Las muchachas no quieren perder el tiempo". [Madrid: Ediciones 99, 1976, pág. 80.]