domingo, 10 de febrero de 2019

la balada del verdugo (y 2)



La carta de Alfredo Sánchez Bella a raíz del pase en el Festival de Venecia ha sido ampliamente difundida. Las reacciones de José María García Escudero y del consejo de ministros presidido por Franco forman parte de la leyenda de la película. Las críticas se repartieron entre quienes le afeaban su mal gusto en la elección del tema y los que encontraban que el tratamiento servía a los intereses de España. Muñoz Suay y Berlanga solían quejarse de que la crítica italiana de izquierdas no les fue especialmente propicia, más allá del elogio momentáneo destinado a dar publicidad internacional a las ejecuciones del comunista Julián Grimau, el 20 de abril, y las de los anarquistas Francisco Granados Gata y Joaquín Delgado Martínez, el 17 de agosto.

Mario Soldati siente cierta desazón, pero todo su interés está en la interpretación de Manfredi, a la cual considera que la realización no ha sabido ceñirse adecuadamente. Según el cineasta y escritor, Manfredi —que acaba de debutar en la dirección con el episodio “L’avventura di un soldato”, de L’amore difficile (1963)— habría hecho mejor en dirigirse a sí mismo. Berlanga y Azcona no contarían demasiado en las elecciones temáticas y formales, y sería Flaiano quien habría elegido “de entre las diversas cuerdas de su humorismo, el macabro”, toda vez que “por su apariencia física podría haber nacido en España en vez de en los Abruzos”.Sin embargo, la crítica de L’Unità, órgano del PCI, no puede ser más elogiosa:
“apólogo amarguísimo por una condición humana atroz, La ballata del boia congela la risa en los labios en el mismo momento en que la suscita. El humor negro de Berlanga (y de Azcona) pierde aquí y allá su carácter de extravagancia elusiva, para incardinarse con firmeza no sólo en la tradición cultural ibérica, sino en la realidad contemporánea concreta del infeliz país”.
En la orilla opuesta se sitúa la muy desinformada del Diário da Manhã portugués tras el pase de la cinta en una Semana de Cine Español en Lisboa, en enero de 1964:
“La sangrienta crueldad castellana tiene una truculencia y una vivacidad que no se compadecen con clasificaciones que la parangonen con el humor anglosajón o francés, avatares mucho más comedidos e intelectuales del pesimismo existencial que a todos es común. Por la parte española figura Rafael Azrona [sic.] para representar la vena humorística española y el italiano Tulio Pimelli [doble sic.], argumentista habitual de Fellini, vino a ayudarle a darle un lado cotidiano sórdidamente ‘día a día’ que acrecienta considerablemente el horror de toda la cinta".

Menos ideologizado pero igualmente espantado parece Bosley Crowther, crítico titular de The New York Times, quien después de alabar individualmente el reparto, la música, la fotografía e, incluso, el subtitulado inglés, aconseja a sus lectores que, “a menos que tengan ustedes un sentido del humor un tanto morboso, piénsenselo dos veces antes de ir a ver esta película”.

Las reacciones internacionales aconsejan nuevos cortes que se han de sumar a los ya realizados antes de su proyección en Venecia y que afectaban a la escena de la instalación del garrote en el patio de la prisión provincial y al volumen del sonido de los hierros en la banda de efectos, que debía amortiguarse convenientemente.

Al igual que el sonido de los hierros, algunos diálogos fueron silenciados. Los desajustes entre las versiones editadas en formato domestico en España e Italia nos permiten comprobar que mientras José Luis se hace lustrar los zapatos por un limpiabotas antes de solicitar la plaza de verdugo, está murmurando algo sobre largarse a Alemania a trabajar como mecánico, que es una de los temas suprimidos en la copia española. Como la frase no está en boca, poco costaría alterarla.

El cotejo de ambas copias no permite establecer conclusiones definitivas en cuanto a la censura. Aparte de las lógicas diferencias en los títulos de cabecera —en las que cada cual barre para casa—, diez secuencias presentan alteraciones en el montaje. Las escenas del aeropuerto, de la funeraria y del patio de la prisión terminan antes en el montaje italiano. Las secuencias de la llegada al puerto de Palma de Mallorca y de la comitiva de las misses también presentan breves diferencias al principio o el final de la secuencia, aunque ninguna de estas alteraciones sea atribuible a la censura. No es el caso de los últimos 22 segundos de la trifulca en quiosco, cuando José Luis va a buscar la moto y Álvarez se queda hablando con uno de los bronquistas; en este caso hay alusiones a la dudosa moralidad de la mujer y al vestuario de los ministros, en afilada réplica al reproche de que vayan disfrazados “a la federica” para un entierro de postín.

En cambio, de la copia italiana ha desaparecido el fragmento en que dos jóvenes preguntan en la Feria del Libro por alguna publicación sobre Antonioni —con el que Flaiano ha colaborado en La notte (La noche, Michelangelo Antonioni, 1961)— o Bergman y el académico Corcuera (José Franco) replica si la tal Bergman es Ingrid.

También falta en el montaje español un único plano del guardia civil con el megáfono en las Cuevas del Drac y una explicación de Amadeo en la terraza de la fonda de Palma sobre las bondades del pescado del Mediterráneo: “Ya pueden decir lo que quieran del pescado del norte ¡Pescado como el de aquí no se encuentra en ninguna parte! ¡Menos las sardinas, claro”. Un poco antes, en esa misma escena, la fondista ha hecho un pregunta en mallorquín a un tal Sadurni que figura en la copia española y no está en la italiana.

Por último, la secuencia de la funeraria termina en la copia española con un detalle lírico-macabro suprimido en la italiana. Para reconciliarse con Carmen, José Luis toma una flor de una corona mortuoria y se la entrega con delicadeza chapliniana.

Como el informe de la segunda intervención censorial no consta en los expedientes de conservados en el AGA, debemos guiarnos por las declaraciones de los protagonistas. García Escudero hablaba de algo más de cuatro minutos y catorce cortes. Con el paso de los años, Berlanga elevaba la cantidad hasta los ocho minutos. J. Creach, corresponsal en la clandestinidad en España de Combat, contabilizaba “doce cortes antes de poder ser estrenada en España” después de su pase en versión íntegra en Venecia.

A tenor de las declaraciones de los implicados podemos colegir que la mayoría de los cortes han sido repuestos en las copias que circulan habitualmente. La escena de la instalación del garrote en el patio de la prisión provincial de Mallorca es menos esperpéntica de lo que la recordaba Muñoz Suay, pero no por ello menos estremecedora. Más que porque José Luis hubiera de probar los hierros en su propio pescuezo —Amadeo ya le midió el cuello para que Carmen le comprara una camisa y el funcionario le colocará su corbata para la ejecución— porque supone un plus de tensión al momento en que José Luis deberá enfrentarse a su destino.

La secuencia del embalse resultaba gravemente afectada por la triple censura que impedía que José Luis sintiera deseo por el tentador cuerpo de Carmen, que expresara su voluntad de marcharse a trabajar a Alemania y por la demostración burlesca que Amadeo hace sobre el funcionamiento de sus herramientas con Álvarez como voluntario conejillo de indias. Poco debió quedar de ella entonces, más allá del preámbulo. En ambos guiones aparece Álvarez muy divertido sacando la lengua durante el simulacro de apiolamiento, algo que no era del agrado de nadie.

Si se pasó por alto la alusión a la Guerra Civil en la primera versión del guión —mientras le cambian el colchón a su suegro, éste le espeta a José Luis: “A ti lo que te estropea es que no has ido a la guerra” — no pareció conveniente insistir en uno de los diálogos más ácidos de la primera versión, que se verá compensado en la segunda con el hilarante discurso del verdugo sobre los distintos sistemas de ejecución de la última pena. Así rezaba el fragmento descartado:

“ALVAREZ
Que sí, hombre, que sí… Yo mismo, antes de conocerle, pensaba que los verdugos… eran…. Ya me entiende… Y ahora, en cambio.
Levanta la copa de anís y hace un vago gesto de brindis. AMADEO lo imita.
Ah, una cosa… He estado dándole vueltas a lo de la guerra. Usted tiene razón, pero es que en estado de guerra se fusila.
AMADEO, con mucha convicción:
Una salvajada, el fusilamiento. En cambio, si nos hubieran encargado a nosotros de…
Hace un gesto indefinible que significa ‘liquidar’.
Toda esa gente… Porque en el fusilamiento, como no son profesionales, unos tiran a los brazos, otros a las piernas, otros al aire… Al final, ya le digo, siempre hay que dar el tiro de gracia”.
Estos cortes llegan a afectar a la distribución de la película. Tanto es así que la distribuidora CB Films solicita que dichos cortes no figuren en el cartón que ha de acompañar a cada copia de exhibición. A cambio, su titular, Luis Garrido, se compromete a firmas una declaración jurada en la que hará constar que los cortes efectuados en la copia son los mismos que figuran en el expediente, para lo cual habrían procedido a seguir las indicaciones censoriales en el propio negativo de la película y habrían depositado los fragmentos correspondientes en dicho organismo. El motivo de esta solicitud, burocrático, no deja de tener un aspecto estrictamente comercial que a nadie se le escapa:
“El motivo de esta petición se debe a que al llegar a provincias y a los locales de pueblos la copia con el cartón de censura, por la extensión del texto, da la impresión de ser mucho más de lo que en realidad han sido, y de que se formule un juicio que hace rebajar la categoría de la película e incluso el que algunas empresas se nieguen a contratarla por creer que afecta al desarrollo de la misma”.
En noviembre de 1963, Naga Films solicita que le sea concedido el premio de Especial Calidad —denominado “Interés nacional” hasta la llegada de García Escudero a la Dirección General de Cinematografía—. La resolución de la comisión es negativa.

Al mismo tiempo, en los ambientes cinéfilos de Toulouse se espera con ansiedad el pase de la cinta. La asociación de críticos cinematográficos de la ciudad francesa realiza una petición en tal sentido ante el consulado español. El titular, Pedro Antonio Cuyas, remite una carta al Ministerio de Asuntos Exteriores en la que describe el “ambiente intelectual y periodístico” de la ciudad como “extremadamente hostil al Régimen español” por lo que opina que es una inmejorable ocasión para la propaganda sobre los logros y la apertura imperantes en España. No parecen opinar lo mismo los responsables de la Dirección General de Cinematografía, quienes, a raíz de la campaña orquestada por Sánchez Bella, aducen que
“dadas las circunstancias concurrentes en el caso y el ambiente creado a propósito y con motivo de la película de referencia no parece oportuno su presentación en dichos actos”.
Suponemos que no fue la inoportunidad de esta petición lo que propició su traslado a Mauritania como embajador ese mismo mes.

No hay comentarios:

Publicar un comentario