domingo, 3 de enero de 2021

buchs hijo (2)


En la escueta filmografía de Julio Buchs el western tiene un peso considerable. A ello contribuye, qué duda cabe, la década en que ejerció como director cinematogrñafico, pero también su vocación de probarse en todos los géneros. Su ambición en los temas que trata, tanto en el aspecto formal como en el argumental, se traslada también al western en Mestizo (1965). Tanto que, a veces nos parece que hay demasiados temas encima de la mesa como para poderlos abordar todos en el tiempo de un metraje convencional.

Peter (Hugo Blanco) tiene sangre francesa y de indio creek. Al volver un día a su casa de las montañas, donde ha estado casando, descubre que su hermana se ha suicidado porque no ha podido soportar la vergüenza de haber seducido por un casaca roja del fuerte cercano. Dispuesto a consumar su venganza, Peter se presenta en el fuerte con la excusa de ofrecerse como guía. Sin embargo, las cosas se torcerán rápidamente. Es difícil saber cuál de los seis hombres que estuvieron en la zona pudo ser el seductor, pronto salva la vida del cabo Lex (Gustavo Rojo) y traba amistad con él, y, para colmo los indios se rebelan contra la corona británica alentados por dos hombres sin escrúpulos, Lecomte y Bordeaux (Armando Calvo y Luis Induni). Peter se ve aprisionado en un conflicto de lealtades, mientras ve cómo los hombres entre los que debe estar al que él quiere matar con sus propias manos, van cayendo bajo las fechas de los indios. 

La cuestión del racismo en la Policía Montada del Canadá no se obvia y la decisión de Peter se va resquebrajando conforme se da cuenta de que no puede mantener su meta individual en medio de un conflicto colectivo. Pero decíamos que había más. Peter salva a un comerciante también mestizo de morir a manos de un sargento brutal y su hija Paulette (Nuria Torray), con todos los atributos icónicos de una india, se ofrece al guía a modo de recompensa. Pero es que Helen (Susana Canales), la prometida de su amigo, una joven rubia y con una extraña facilidad para mudar de afectos, decide en cuanto ve a Peter que él es el hombre de su vida, aunque el guía rechaza sus avances no sabemos si por su amistad con Lex o por prejuicios raciales. La cosa es que durante el asalto de los creek a Fuerte Pit, los dos hombres se lanzan a salvarla cuando está a punto de sucumbir bajo la culata de un rifle. Pero Lex llega antes y volviéndose al mestizo le espeta: “Esto es cosa mía”.

Y aún queda la venalidad de los políticos que siguen jugando a la guerra en sus despachos mientras los militares son masacrados y el dilema del capitán Dickinson (Luis Prendes) que está dispuesto a rendir el fuerte si con ello puede salvar la vida del personal civil al que se han comprometido a proteger, poniendo en entredicho el honor de la Policía Montada. El prestigio queda redimido al ofrecerse la guarnición entera voluntaria para servir de cebo y que los indios salgan de su escondite para que el ejército inglés y la Policía Montada puedan cargar contra los creek. Antes, Peter ha sufrido su particular proceso de redención al ser crucificado en el suelo cuando se ha entregado a los indios para que estos tomen venganza en él y no en los civiles de Fuerte Pit. Este tipo de conflictos y algunas ejecuciones sumarias nos traen a la memoria el ciclo africanista y el de Cruzada que se cultiva en España durante la década de los cuarenta. En ciertos pasajes, la transposición podría considerarse prácticamente literal, lo cual no resulta tan extraño pues el argumentista Juan Bautista Lacasa Nebot es un autor de novelas de a duro —con los seudónimos de John Lack y John Nebot— y los trasvases genéricos son el pan nuestro de cada día en este negociado. Además, ha participado previamente en el guión de La carga de la policía montada (Ramón Torrado, 1964), otro de los títulos de este pequeño ciclo anómalo en el western mediterráneo que se miraba en el espejo de Northwest Mounted Police (Policía montada del Canadá, Cecil B. DeMille, 1940). El otro firmante del libreto es José Luis Martínez Mollá, cómplice literario de Julio Buchs a lo largo de toda su carrera.

En cuanto al aspecto formal, la pantalla ancha está razonablemente aprovechada con un buen despliegue de figuración en el asalto al fuerte por parte de los creek y en la batalla final, donde no sólo destaca el trabajo de planificación de Julio Buchs, sino también el montaje firmado por el veterano José Antonio Rojo. Por el contrario, el director parece incómodo a la hora de resolver las (discretísimas y como vergonzosas) declaraciones de amor y recurre en ellas a planos de perfil de las parejas tan cerrados que provocan cierta incomodidad.

La labor del realizador fue elogiada por el crítico de ABC:

El gran animador de Mestizo es Julio Buchs. Su trabajo en las escenas de movimientos de masas, ayudado por una excelente fotografía de Francisco Sánchez, merece una buena calificación, en líneas generales, que sobrepasa el resto de los valores formales de la película. [Harpo: “Informaciones teatrales y cinematográficas”, en ABC, 3 de agosto de 1966.]


La presencia de José Mallorquí como argumentista de El hombre que mató a Billy el Niño / ... e divenne il più spiatato bandito del Sud (1966) pesa en su ambientación fronteriza y en mantener el mínimo contexto histórico en torno a la figura de William Bonney, su relación con Pat Garrett y su intervención en la guerra entre rancheros en el condado de Lincoln. Aunque la cinta arranque con Garrett (Fausto Tozzi) aceptando su destino trágico —el del hombre que merece admiración porque acabó con la vida de su propio amigo—, igual que hubo de asumirlo Billy (Peter Lee Lawrence), el personaje desaparecerá salvo muy esporádicamente del resto del metraje. No se trata por tanto de la historia de una confrontación entre la amistad y el deber, sino de la construcción de las leyendas en el Oeste, un motivo tomado directamente de The Man Who Shot Liberty Valance (El hombre que mató Liberty Valance, John Ford, 1962), cuyo título se parafrasea y su final se plagia. La cartela con que se rematan los créditos y que da paso al flashback que constituye el relato formula esta tensión entre lo verídico —se nos dice que el recuerdo del personaje aún pervive en Nuevo México— y la leyenda, cuando se postula que los hechos “pudieron suceder así”. Si la relación de Billy con su madre (Gloria Milland) adquiere un carácter típicamente edípico, es en la desdoblada figura del padre ausente donde el drama gana algo de intensidad: Garrett estuvo presente en el nacimiento del chico y le entrega una cajita de música que perteneció a su padre; y el ranchero Tunstall (Luis Prendes) le salva la vida cuando van a lincharlo y Billy se enfrenta con su antiguos compañeros para protegerle, al tiempo que se enamora de su hija (Dianik Zurakowska). Todos ellos reniegan de la violencia y están del lado de la ley, aunque luego ésta quede en manos de sheriffs cobardes y terratenientes sin escrúpulos. De este modo, se logra mantener a lo largo de todo el metraje la ambigüedad sobre el fetichismo de las armas y la exultación que provoca, por ejemplo, el robo de ganado.

Una vez más nos sentimos tentados a cargar en la cuenta del aventurero y falangista Federico de Urrutia la autoría de tan arriesgadas derivas argumentales. Es su primera colaboración con Julio Buchs. De Urrutia fue corresponsal del diario filonazi Informaciones en la Abisinia ocupada por Italia y autor del romance Castilla en armas y de Poemas de la Falange eterna durante la Guerra Civil. Tras ocupar algunos puestos oficiales, a principios de la década de los sesenta se recicla en guionista, dedicándose preferentemente al cine de género. Es así como, tras su colaboración en el libreto de El hombre que mató a Billy el niño, su carrera queda indisolublemente ligada a la de Buchs jr. La mitad de los guiones que escribe a lo largo de la siguiente década están dirigidos por y coescritos con él.

Aunque algunos especialistas le ponen objeciones, más allá de sus personajes diáfanos y su trama pulp, la película está realizada con solvencia: los tiroteos resultan plausibles y las escenas dramáticas nunca mueven a risa. Otra cosa es que su estreno coincida con la ola del spaghetti western y ni el tema ni el tratamiento de la película de Buchs hijo tengan la más mínima relación con el filón. Lo mismo ocurrirá con sus películas de intriga de principios de la década de los setenta, cuando los recensionistas intenten encajarlos en el molde del giallo.


Más que desesperados, los protagonistas de Los desesperados / Quei disperati che puzzano di sudore e di morte (1969) son auténticos desalmados. La brutalidad de la venganza de estos facinerosos contra la sociedad que les ha dado de lado, apenas tiene razón de ser en el caso del cabo John Warner (George Hilton), de la muerte de cuyo hijo recién nacido tiene tanta culpa Sandoval (Ernest Borgnine), el despótico y brutal padre de su novia, como la insolidaridad de los humildes. La deserción del ejército confederado para casarse, le coloca además en una situación que no tiene vuelta atrás. Los sucesivos enfrentamientos con Sandoval y su hijo (Manuel de Blas) y los encontronazos con el ejército, constituyen el sostén de la acción. Pero el resto se van sumando al grupo por codicia o porque ya estaban al otro lado de la ley. El ladrón Lucky Boy (Alberto de Mendoza) ha desertado con Warner, como Sam Powell (Antonio Pica), Chicho “El Fraile” (Leo Anchóriz) es un lego apicarado, tan hambriento como pendenciero, El Guadalupano (Gustavo Rojo) es un orgulloso mexicano, más rápido con los revólveres que cualquier gringo, Morton (Luis Barboo) asesina a sus rivales por la espalda, William Loney “El tuerto” [al que ha conseguido identificar nuestro confidente Jorge Leblanc; es José Manuel Martín] es un depredador de niñas. Si bien el trío inicial resulta una mera transposición de los alegres bandidos de Sherwood, el tono sórdido de sus hazañas alejan Los desesperados del modelo desenfadado del cine aventuras.

Además, la situación de la acción a ambos lados de la frontera produce una nueva anomalía. Si en el patrón marcado por las tempranas adaptaciones por Joaquín Luis Romero Marchent de El Coyote, de José Mallorquí, los personajes de origen hispano eran siempre nobles y defendían la justicia frente al materialismo yanqui, aquí don Pedro Sandoval es un antagonista en toda regla: despiadado, cruel, vengativo y desquiciado. Este mismo carácter fronterizo, amén de su nihilista final y una patente misoginia, emparentan a la película de Julio Buchs con el cine de Sam Peckimpah, aunque sin el mordaz rigor ético del estadounidense.

Acaso por el trabajo como operador de cámara del italiano Roberto Girometi, acaso porque el realizador se siente más cómodo con la pantalla ancha que cuando hizo Mestizo, cuatro años antes, lo cierto es que Los desesperados presenta unas composiciones llamativas e imaginativas a lo largo de todo su metraje. 

A su paso por la censura italiana, el 20 de noviembre de 1969, sufrió los siguientes cortes para recibir el nihil obstat para “todos los públicos”: 1) la cabeza del actor en el cubo de leche; 2) el primer plano del hijo del hacendado con el agujero de bala en la frente; 3) el primer plano del bandido asesinado en la choza; 4) toda la secuencia del protagonista con la mujer del gobernador; 5) la secuencia del asesinato del personaje interpretado por Borgnine.

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