Si en 1918 Arturo Carballo fue capaz de presentar en su sala una Pasión de Cristo cinematográfica ideada, filmada, revelada y proyectada veinticuatro horas, ¿por qué no iba a proponerse José María Zabalza una hazaña análoga en 1972?
El retorno de los vampiros (José María Zabalza, 1972) se presentó a la prensa como el primer largometraje rodado en un solo día. La argucia consistía en escribir un diálogo para dos intérpretes —algo que Zabalza ya había hecho en sus obras teatrales— y acordar con la firma Expomueble que utilizarían uno de sus establecimientos como decorado único a cambio de que luego aparecieran en los títulos de crédito y uno de sus camiones apareciera de fondo en alguna escena de la película. Los guiones nunca fueron un problema para el irunés. Aceptaron el reto de interpretarlo Simón Andreu y María Salerno —por entonces conocida en la pantalla como Marta Monterrey—. Vestuario prácticamente único; cuando están en la cama, él lleva el pantalón del pijama y ella la chaqueta. Ni con el truco de intercalar fragmentos de cola negra y títulos cuando la luz de la habitación está apagada se consiguió alcanzar el metraje mínimo para su exhibición, así que hubo que buscar un jardín con un invernadero donde rodar todo el diálogo que no había podido manufacturarse en veinticuatro horas. Y luego hay unas ruinas y una cripta que hubo que localizar en otro momento, hasta conseguir alcanzar una duración estándar y dar fin a una historia tan abracadabrante como su propia concepción.
Bill y Ann son una pareja adúltera. Sin embargo, ante la obsesionante presencia de una reproducción del lienzo Saturno devorando a sus hijos, ella se convierte en vampiro y le ataca. Él la descalabra con una lámpara y la entierra en el jardín. Pero cuando regresa a la casa, ella duerme plácidamente. Bill llama a Harry, el jefe de seguridad de su empresa, para que haga averiguaciones sobre una mujer idéntica a Ann y llamada Cynthia Baird. Ahora es él quien deja que aflore su lado salvaje ante el cuadro de Goya y pretende hundir sus colmillos en el cuello de ella. En justa correspondencia, Ann le arrea otro estacazo, aunque no consigue acabar con él. Cuando Harry le comunica que Cynthia Baird lleva muerta más de cien años y que fue acusada de vampirismo, Bill y Anna bajan a la cripta y descubren sus ataúdes vacíos. Son dos vampiros redivivos. Las cosas se complican cuando Harry aparece por allí y, tras discutir con Bill, termina matándolos a ambos. Se reúne entonces con la mujer de Bill. Todo ha sido una añagaza llevada adelante gracias a un alucinógeno vertido en el whisky de la pareja adúltera. Ahora son libres para vivir su amor, aunque Harry está preocupado porque ha creído ver los colmillos en la boca de Ann/Cynthia. La mujer de Bill le tranquiliza: los vampiros no existen. ¿O sí?
Hablar de genialidad en el caso de Zabalza no pasaría de ser una boutade, pero no es extraño hallar en sus películas intuiciones que, en manos de otro, hubieran dado lugar a secuencias magníficas. Piénsese, por ejemplo, en la pelea a muerte con hachas entre Bill y Harry. Inopinadamente, los contendientes de esta especie de duelo medieval pasan del jardín a un cañaveral tupido, que apenas nos permite ver lo que ocurre. ¿Qué no hubiera dado de sí esta situación en manos de un Sam Fuller o de un Akira Kurosawa? Pero las premuras en la planificación, el rodaje y el montaje dan al traste con la idea.
Otrosí, las escenas del pasado que se repiten como flashes después de cada supuesto asesinato… Pasadas a cámara lenta mediante la truca y ensambladas al buen tuntún al son de la Sinfonía fantástica de Berlioz —¿a falta de un tema atonal o una melodía al piano de Ana Satrova?— no parecen tener otro objetivo que rellenar minutos de metraje, aunque parece evidente que debía de haber una intención significante cuando se concibió la operación.
Bueno, pues a pesar de todo, la película no llega a los cines hasta 1985, trece años después de su realización y cuando Zabalza ha puesto ya punto final a su carrera. Por si alguien se acordaba entonces aún de la hazaña cormaniana acometida por el realizador en 1972, los distribuidores titulan la película El misterio de Cynthia Baird. [Gurutz Albisu: José María Zabalza: Cine, bohemia y supervivencia. San Sebastián: Diputación Foral de Gipuzkoa, 2011, pág. 150.]