El acuerdo de
coproducción hispano-italiano
En España, periclitado el periodo de autarquía cinematográfica con la firma de los acuerdos militares y comerciales con Estados Unidos, se pone en marcha a principios de 1953 una política que favorece las coproducciones con Francia e Italia. Ambos países ya han firmado en 1949 un convenio en París que, por la parte italiana, negocia el ente paraestatal Associazione Nazionale Industrie Cinematografiche e Affini (ANICA). El primer fruto de este acuerdo es la enésima puesta al día del realismo poético: Le mura di Malapaga / Au-delà des grilles (Demasiado tarde, René Clément, 1949). El texto del acuerdo invoca intereses comunes entre los dos países de la órbita mediterránea que intentan reconstruir sus cinematografías tras la II Guerra Mundial y servirá de plantilla a los que España firma con Francia e Italia en 1953. El convenio de coproducción hispano-italiano argumenta que...
la cinematografía española y la
cinematografía italiana están destinadas, por sus características tradicionales
y ambientales, a completarse mutuamente, con la posibilidad, a través de las
normas a que se refiere el presente acuerdo, de realizar una colaboración
eficaz en la consecución común de películas de importancia internacional.
Las ventajas administrativas para estas obras son máximas,
pudiendo gozar de la protección vigente en ambos países como si se tratara de
producciones propias. Así es como, en el verano de 1955 Gutiérrez Torrero entra
en contacto con la productora italiana Phoenix Film, de Guido Manera.
La casa tiene, desde finales de la década de los cuarenta,
una trayectoria consolidada como productora de documentales antropológicos de
corto metraje, sobre todo en localizaciones exóticas. Se trata de un centenar
de títulos realizados con equipos estables al frente de los cuales se encuentran
especialistas como Giuliano Tomei o Vittorio Gallo. En 1951 Manera abre una
nueva línea de producción gracias a la llegada al mercado del procedimiento de
color de los laboratorios Ferrania, el autóctono Ferraniacolor. Con la
colaboración del operador subacuático Giovanni Roccardi rueda en Sicilia y
otras islas del Mediterráneo cortometrajes sobre el mundo submarino. Es así,
como en 1952 se embarcan en una expedición que les llevará por el Mar Rojo en
un largometraje —Africa sotto i mari
(África bajo el mar, Giovanni
Roccardi, 1952)— en el que se dan la mano el documental etnográfico sobre los
pueblos de Eritrea y Etiopía, la investigación científica sobre la fauna marina
en aquellas latitudes, las espectaculares escenas subacuáticas y una leve trama
romántica protagonizada por Sophia Loren.
Para hacerse cargo de esta parte de la producción, del
trabajo en estudio y de la distribución, Manera firma un acuerdo con la potente
Titanus de Goffredo Lombardo. Africa
sotto i mari tendrá una suerte de continuación en Eva nera (Giuliano Tomei, 1953), en la que se narra el viaje de un
periodista italiano a los escenarios mencionados, donde entra en contacto con
algunos personajes que relatan historias sobre la situación de la mujer en el
continente, a caballo entre el cine-encuesta y el exotismo ilustrado. De hecho,
la censura italiana solicita de la productora que se corte o acorte la
secuencia en la que una de las mujeres degüella a un pollo y se bebe su sangre.
Durante el año 1955 el radio de acción de Phoenix Films se amplía a América
Latina y, en concreto, a Chile, donde Arturo Gemmiti rueda seis cortometrajes
en Ferraniacolor.
Con tal historial y las facilidades proporcionadas por ambas
administraciones, la opción de una colaboración entre ambas compañías no parece
descabellada y, sobre todo, va a permitir a Itálica Films afrontar una
producción en color, pantalla ancha y con dos intérpretes de fama
internacional.
En esos mismos días —junio de 1955—, los productores y
directores de La gata (Margarita
Alexandre y Rafael M. Torrecilla, 1956) emprenden un proyecto pionero: rodar en
España en CinemaScope, Eastmancolor y con sonido estereofónico. Sin embargo, la óptica anamórfica aportada por Italia al
rodaje de Fiesta brava no es la del
flamante CinemaScope, sino la francesa bautizada como Cinépanoramic. Se trata
de unas lentes creadas por la casa parisina Distribution Internationale Cinématographique,
dirigida por el magnate de la prensa Jean-Paul Mauclaire. Según todos los
indicios, el Cinépanoramic no es otra cosa que la reformulación por el profesor
alemán Ernst Abbe de los principios adoptados por el galo Henri Chrétien, que
son los que 20th Century Fox ha adquirido para crear su popularísimo
CinemaScope. El formato de pantalla es el mismo en el que se exhibe en todo el
mundo The Robe (La túnica sagrada, Henry Koster, 1953) —2,55:1—, lo que permitiría
dotar a las copias de proyección de sonido estereofónico.
En el verano de 1954 se realizan las primeras demostraciones
del Cinépanoramic para profesionales belgas y españoles. Las proyecciones de
prueba en Madrid tienen lugar el 9 de julio en el cine Carlos III. Un año
después, la marca de relojes Omega patrocina el estreno de un documental en
color sobre los Juegos del Mediterráneo celebrados en Barcelona —II Juegos Mediterráneos (1955)—. La cinta
se proyecta en salas de veinticinco ciudades de toda España en las que ya se
han implantado sistemas anamórficos de proyección compatibles.
El otro título en Cinépanoramic en cuya producción participa
España es Un hombre en la red / Agguato a
Tangeri (Riccardo Freda, 1956), presentado en Italia como SupercineScope,
una de las muchas marcas que utilizarán estas lentes en el país transalpino. En
Francia también cambiará de nombre ese mismo años y pasará a denominarse
Franscope. El largo proceso de producción de Toro bravo hará que se mantenga en los títulos de crédito la marca
inicial con la que apenas se han rodado media docena de largometrajes en
Francia e Italia. Sin embargo, conviene hacer notar que es la óptica usada por
Vittorio de Seta en sus documentales sobre marineros y campesinos de Sicilia y
Cerdeña. Al fin y al cabo, la espectacularidad visual no está reñida con la
mirada antropológica, que es la que debiera prevalecer en Fiesta brava desde la óptica productiva de Phoenix Films.
En cuanto al Ferraniacolor, lanzado en Italia con el
largometraje Totò a colori (Steno,
1952), ya se ha utilizado en España en dos producciones: La reina mora (Raúl Alfonso, 1954) y Tirma / La principessa delle Canarie (Paolo Moffa, 1954). La
presencia de un director italiano que desplazará a Viladomat de la dirección
titular es parte del peaje que hay que pagar para llevar adelante esta
ambiciosa coproducción. Viladomat figurará entonces en los créditos como “director
adjunto” en una operación absolutamente habitual en esos años y promovida desde
el propio Sindicato Nacional del Espectáculo como pieza de toma y daca para
obtener la nacionalidad española. Directores en el declinar de sus carreras
—Eusebio Fernández Ardavín— o en el inicio de las mismas —Luis María Delgado—
suelen figurar en estos puestos meramente testimoniales. Éste último no dudaba
en afirmar:
Bueno, ya se sabe que durante
una serie de años hubo una infinidad de coproducciones extranjeras con España
en las que había esa codirección. En realidad, la mayor parte de las veces era
el de fuera quien dirigía mientras tú ponías el nombre a efectos
administrativos. (Delgado
entrevistado por Luis Fernández Colorado, en Memoria viva del cine español – Cuadernos
de la Academia, núm. 3. Madrid, Academia de las Artes y las Ciencias
Cinematográficas de España, 1998.)
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