domingo, 9 de octubre de 2016

panorama del cine criminal barcelonés (1)

Escribí la primera versión de este texto en 2010, como presentación de un ciclo de cine policial español. Ya entonces las incursiones madrileñas o internacionales del género me parecieron derivaciones del camino recto que trazaba la producción barcelonesa con ambientación autóctona y que constituía la parte troncal de aquel ciclo. Así que seis años después, tras haber visto un buen número de cintas que escapaban al canon y haber tropezado con alguna joya oculta, me decido a rescatarlo, corregido, ampliado y circunscrito a lo que he denominado “cine criminal barcelonés”, eludiendo así etiquetas como noir, procedural o whodunit, aunque todas ellas aparecen a lo largo de la serie que hoy da comienzo.
Como he dedicado entradas a las filmografías de Miguel Iglesias y Ricardo Gascón remito al lector a los comentarios aparecidos en aquéllas cuando se pueden adscribir al filón criminal. No es cosa de repetir lo dicho, aunque puede que alguna idea resulte reiterativa. Vayan las disculpas por delante.
La bibliografía —que detallo al pie de esta primera entrega— ha seguido engrosando con los años, pero para un análisis riguroso y conciso, remito al lector a las tres entradas que, con el título de “Catálogo Criminal Español”, aparecieron en Esbilla Cinematográfica Popular al tiempo que uno escribía esto.
Seguramente el noir a la española sea el único género nacido de un ataque de cuernos. Hay precedentes ilustres, pero la partida de nacimiento del policial de por acá está firmada la primera semana de diciembre de 1950, cuando se estrenan en Barcelona, casi simultáneamente, Brigada criminal (Ignacio F. Iquino, 1950) y Apartado de Correos 1001 (Julio Salvador, 1950).

Los precedentes a los que aludo son los seriales rodados en Barcelona hace ahora casi cien años: con sus villanos encapuchados y sus herederas en apuros y, sobre todo, una serie de películas facturadas en los años cuarenta por admiradores del sainete y de las novelas de Simenon. Películas ambientadas en el Madrid castizo —El crimen de la calle de Bordadores (Edgar Neville, 1946) y María Fernanda la jerezana (Enrique Herreros, 1948)— o en ciudades portuarias que remiten al universo fatalista de Marcel Carné y Julien Duvivier —Barrio (Ladislao Vajda, 1947) y La calle sin sol (Rafael Gil, 1948)—. Crímenes cinematográficos de pregón de ciego o de novela popular, para entendernos.

Emisora Films, la compañía de la que Ignacio F. Iquino es el puntal creativo y su cuñado Francisco Ariza, gestor, da soporte a la frenética actividad del primero desde febrero de 1943. Han hecho un buen puñado de comedias con incrustaciones musicales, pero también ha habido melodramas, películas históricas y algún policial. No importa mucho, siempre que se produzcan a buen ritmo y con un presupuesto ínfimo, porque cuentan con un acuerdo de distribución con la filial de la 20th Century Fox, Hispano Foxfilm, lo que les permite realizar un pingüe negocio a costa de los permisos de importación obtenidos con sus producciones. En Emisora hay un plantel fijo de escritores, técnicos e intérpretes a bajo coste gracias a los contratos continuados. Salvando las distancias transatlánticas, Emisora es una factoría según el modelo de las productoras del Callejón de la Pobreza de Hollywood.
El proyecto de una película de corte policíaco rodada a pie de calle lleva ya un tiempo dando vueltas por Emisora. Pero al bueno de Iquino le gusta más la hermana adolescente de su señora que su señora y en 1948 tiene que abandonar la empresa con lo puesto. El resultado es que la película se rueda por duplicado. Ariza da la oportunidad de dirigir Apartado de Correos 1001 al guionista de plantilla Julio Salvador y se encuentra, de rebote, con una pareja de intérpretes que hará fortuna en el cine de la época: Conrado San Martín y Elena Espejo. Entre tanto, Iquino, a medio acondicionar su propio estudio en Barcelona, se desplaza a Madrid para rodar Brigada criminal.

Las dos cintas son lo que los sajones llaman procedurals, películas dedicadas a describir los procedimientos policiales. Por mucho eco que la prensa se hiciera del sello “neorrealista” de ambas propuestas argumentalmente la mirada estaba puesta en policiales americanos tipo Contra el imperio del crimen (G-Men, William Keighley, 1935) o La ciudad desnuda (Naked City, Jules Dassin, 1948). La fascinación de la cultura popular por “lo norteamericano” como epítome de modernidad ha sido muy bien analizada por Pedro Porcel:
“Lo urbano, la acción, la violencia, el sexo en tímidas dosis permitidas, las altas finanzas, los chantajes, la corrupción, la escenografía de los peligros del progreso: todo un confuso batiburrillo de ideas e imágenes que definen de nuevo al género” (Tragados por el abismo: La historieta de aventuras en España. Valencia, Edicions de Ponent, 2010.)

Se evidencia aquí, más que en ningún otro lugar, el trasvase entre los distintos medios. Del cine a la novela de kiosco, de aquí, al tebeo, y de vuelta al cine, como veremos en el caso atípico de No dispares contra mí (José María Nunes, 1962). Un buen ejemplo de todo ello es la llegada a los kioscos españoles en 1950 de una colección de bolsilibros de la Editorial Rollán, centrados en las aventuras de los agentes del FBI norteamericano. Dirige la colección Alf Manz, en realidad Alfonso Rubio Manzanares Muñoz, nacido en Ciudad Real en 1922 y fallecido en Madrid en 1989. Antes de dedicarse a la novela policíaca, fue boxeador aficionado y actor ocasional. Además del director son varios los autores que americanizan sus nombres: Octavio Cortés Faure, el más veterano del grupo, firma O. C. Tavin, o sea, Octavín. Juan Benito Alarcón lleva por alias Alar Benet, Federico Mediante se hace llamar Fred Baxter, Luis Rodríguez Aroca se sajoniza en Lewis Haroc y Eduardo de Guzmán, firma como Edward Goodman o Eddy Thorny. Éste último afirmaba con toda contundencia y bastante impropiedad que tales novelas habían inaugurado en España el género negro. A la colección de Rollán se añaden en rápida sucesión “Brigada Secreta” de Toray o “Servicio Secreto” de Bruguera. Con guión de Federico Mediante y dibujos de Luis Bermejo llegan a las manos de los chicos de la España de los cincuenta los cuadernillos de historietas titulados “Aventuras del FBI”. La diferencia entre la literatura de kiosco y el cine es que, con los mismos mimbres, el Federal Bureau of Investigation se convierte en la Brigada de Investigación Criminal y los míticos coliseos de la calle neoyorquina 42 devienen teatritos de revista del Paralelo.

Alf Manz escribe sin ningún pudor:
“Mis conocimientos del hampa neoyorquina, del valor heroico de los agentes del F.B.I. y de la pasión amorosa, han creado mi novela más interesante y emotiva: La hora gris”.

Y en la nota previa al lector de Entre rejas moraliza:
“Si presento la ruindad, la venganza y el odio, es para que, al contraste, resalten mucho más la nobleza, la generosidad y la pureza de espíritu. ¡Admiración a los desinteresados servidores de la ley! ¡Desprecio y maldición para los encenagados del Mal!”.

Las soflamas que se lanzan desde los pórticos de las películas de Iquino y Emisora van en la misma dirección: pura exploitation con la excusa de la glorificación de las fuerzas del orden. Es por ello que los estudiosos del tema han coincidido en la imposibilidad de un genuino noir a la española dadas las circunstancias de censura, falta de libertad y obligada apología del orden en las que fermenta el género. Recojamos, entonces, la taxonomía propuesta por Ramón Espelt, para caracterizar las películas que componen el ciclo propuesto, aquéllas cuyo asunto contemple
el hecho delictivo contemporáneo y la tensión que se deriva de la existencia de fuerzas enfrentadas a uno y otro lado de la frontera (muchas veces discutible) de la ley y el orden vigentes” (Ficció criminal a Barcelona (1950-1963). Barcelona, Laertes, 1998.)

Brigada criminal y Apartado de Correos 1001 se estrenan con sólo dos días de diferencia. Ha habido una competencia entre los dos cuñados enemistados y antiguos socios por llegar con un mismo tratamiento y parecido tema a las salas de cine. Las dos películas se apoyan en una locución entre lo forense y lo propagandístico. Ambas muestran los antecedentes del caso a base de flashbacks. Las dos están rodadas a pie de calle. En ambos casos el protagonista es un joven policía inexperto pero lleno de ganas José Suárez y Conrado San Martín que se pone bajo la tutela de un veterano que se las sabe todas. A partir de ahí el espectador tiene un punto de identificación para familiarizarse con los procedimientos policiales a la española.

Si Apartado de Correos 1001 se retrasa levemente en su presentación pública —Antonio Isasi-Isasmendi, su montador, asegura que la compaginación se hizo en un voleo y que Emisora obtuvo el permiso ocho días antes que su competidora— en el ineludible panegírico iniciar no deja de reclamar su pionerismo:
“Emisora Films, siempre a la vanguardia del cine nacional, ha querido realizar una película distinta a las demás. Una película que incorpora por primera vez en nuestras pantallas el sentido realista de la actualidad más palpitante. (…) Es la historia silenciosa y abnegada de unos hombres que por vocación y honradez arriesgan su vida con el único objeto de defender a la sociedad de todos aquellos que intentan perturbarla”.

Las sombras de La casa de la calle 92 (The House on 92nd Street, Henry Hathaway, 1945) y La calle sin nombre (Street With No Name, William Keighley, 1948) planean sobre las recensiones de los dos títulos inaugurales de esta corriente. No sólo por retratar investigaciones policiales sino, sobre todo, por su empeño en sacar la cámara a la calle, en un alarde que poco tiene que ver con el Neorrealismo pero que en España se asocia a este movimiento tan prestigioso internacionalmente como desconocido. Años más tarde 091, policía al habla (José María Forqué, 1959) se apuntaría a la moda de las películas episódicas —que no de sketchs— con una aproximación bastante más costumbrista al trabajo de la policía. También aquí hay una persecución final a tiros por el aeropuerto de Barajas, pero López Vázquez siempre decía que él no sabía qué hacer con un subfusil ametrallador en las manos.

Bibliografía:
Ferrán Alberich: Paco Pérez-Dolz: El camí del ofici. Barcelona, Portic / Filmoteca de Catalunya, 2007.
Carlos Benpar: Rovira-Beleta - El cine y el cineasta. Barcelona, Laertes, 2000.
Ángel Comas: Ignacio F. Iquino, hombre de cine. Barcelona, Laertes, 2003.
Ángel Comas: Joan Bosch: El cine y la vida. Valls, Cossetània Edicions, 2006.
Roberto Cueto (ed.): Los desarraigados en el cine español. Festival Internacional de Cine de Gijón, 1998.
Rafael de España y Salvador Juan i Babot: Balcázar Producciones Cinematográficas: Más allá de Esplugas City. Universitat de Barcelona, 2005.
Ramón Espelt: Ficció criminal a Barcelona (1950-1963). Barcelona, Laertes, 1998.
Antonio Gregori: El cine español según sus directores. Madrid, Alianza Editorial, 2009.
Antonio Lloréns: El cine negro español. Festival de Cine de Valladolid, 1988.
Elena Medina: Cine negro y policiaco español de los años 50. Universidad de Oviedo, 1996.
Grace Morales: “España criminal: El cine negro español”, en Mondo Brutto, núm. 41, verano de 2010.
Jesús Palacios (ed.): Euronoir - Serie negra con sabor europeo. Madrid, T&B / Festival de Cine de Las Palmas de Gran Canaria, 2006.
Francesc Sánchez Barba: Brumas del franquismo: el auge del cine negro español (1950-1965). Universitat de Barcelona, 2007.

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