Creo que la solución que encontré estaba en darle profundidad a la película, es decir, en hacer olvidar el mito para niños, el wéstern para niños grandes, y hacer un film profundo que remitiera no sólo al wéstern norteamericano, sino que pudiera suceder igualmente entre los negros de África. Y creo que, en este sentido, lo conseguí. Es decir, universalizando el tema, el problema. Creo que era una buena película de acción. [Antonio Gregori: El cine español según sus directores. Madrid: Cátedra, 2009, pág. 18.]
No podemos estar de acuerdo. Si por algo ha pasado a la historia Fuera de la ley es porque sirvió de excusa a la construcción del poblado del Oeste Lega-Michelena en la Dehesa de Navalvillar, en el término municipal de Colmenar Viejo. Carter (Tomás Blanco) es asesinado por Black (Jack Taylor), el sicario de Price (Luis Induni). Billy Carter (George Martin) incendia un almacén perteneciente a Price. El sheriff a sueldo de Price, que ha exculpado a éste de la muerte de su padre, lo detiene. Billy escapa de la cárcel y se refugia en la montaña. Entretanto, llega a Rockwell un capitán del ejército (Alberto Dalbes) que había comprado unos caballos a Carter y decide que el procedimiento ha sido muy poco claro, por lo que va a investigar por su cuenta. Los tópicos se acumulan: rancheros que ponen alambre de espino para proteger sus tierras, villanos que asesinan a sangre fría a quien se les ponga por delante, sheriffs venales, cabalgadas dignas de un serial... La desafortunada partitura de Daniel J. White refuerza el tono paródico del conjunto. Y, sin embargo, no se trata de una parodia, como lo fuera Torrejón City. Esta vez Klimovsky se ciñe a la falsilla sin ironía alguna... y la película se resiente, claro.
El wéstern es un mito y nosotros hicimos en España un wéstern de segunda mano, porque no era un mito nuestro, como podía ser el de los bandidos españoles, sino un mito que existía en otro país, donde tampoco era verdad. A pesar de todo, la dificultad estaba en que era un mito de segunda mano que se basaba en un personaje real. Y, si no era así, si era el centro de una gran cantidad de leyendas, poemas, novelas y libros. [Ibidem]
Eso sí, ven la película casi un millón de espectadores, así que no es raro que, a partir de entonces, Klimovsky reincida, aprovechando la veta de las coproducciones con Italia. Allí, Fuera de la ley ha tenido sus más y sus menos con la censura. Fida Cinematografica la presenta a calificación el 23 mayo de 1964 con el título de L’uomo dell’O.K. Corral. La comisión considera que las escenas de violencia, la venganza como motivación fundamental del protagonista y el que no haya un castigo ejemplar para el mismo desaconsejan su visión a los menores de catorce años. Fida Cinematografica recurre esta calificación hasta en tres ocasiones. La segunda, con un nuevo título, cortes, doblaje suavizado y un nuevo final, pero la comisión constata el 29 de julio que en Alle frontiere del Texas sólo se ha modificado el título. Finalmente, el 2 de septiembre emite un nuevo dictamen en los siguientes términos:
La Comisión, por mayoría, si bien observa que en la nueva edición de la película todavía hay algunas escenas de violencia, por demás connaturales al género cinematográfico, considera que no representan una intensidad tal que puedan considerarse peligrosas para la sensibilidad el desarrollo de los menores de catorce años; por lo que, contrariamente a la opinión expresada por la Comisión de primer grado, considera que la película puede proyectarse en público sin restricciones de edad. [https://www.italiataglia.it/]
Aunque en algunas fuentes se cita la participación transalpina en Dos mil dólares por coyote (1965), lo cierto es que tal aportación no consta en ningún registro oficial.
Sam Foster (James Philbrook) es un cazador de recompensas que recorre la frontera a la caza de la banda de Sonora (Vidal Molina), un bandido mexicano que comete sus fechorías al norte de Río Grande y gasta el fruto de sus rapiñas al sur, junto a Rita (Perla Cristal), la propietaria de una cantina. Durante un robo en Hot Springs, Sonora se aprovecha de la ingenuidad de Jimmy Patterson (Julio Pérez Tabernero), cuya hermana Mary (Nuria Torray) regenta una parada de postas en la frontera. Enamorado de ella, Foster deja escapar a su hermano, pero la banda de Sonora incendia el lugar. Foster consigue del sheriff de Hot Springs (Alfonso Rojas) cinco días para capturar a los ladrones y recuperar el dinero. Cuando por fin los atrapa, el jefe indio Águila Blanca acude en ayuda de los bandidos. Trae como rehén al hijo adolescente de Foster (Rafael F. Rosas), que sobrevivió a la matanza y pretendía reunirse con él. ¿Se rendirá el justiciero, que no ha aceptado el soborno de Sonora, resistir este chantaje? Ha llegado la hora de que Jimmy demuestre de qué lado está.
A partir de un guión de Federico de Urrutia y Manuel Sebares, dirigentes del Sindicato vertical de Guionistas, Klimovsky elabora una película ajena a los esquemas del filón mediterráneo. El protagonista no actúa por venganza, sino impulsado por la muerte de su mujer y su hijo durante la Guerra de Secesión. El incendio de su rancho le dejó sin raíces y desde entonces vagabundea convertido en un justiciero con su propio código de conducta, ajeno a la ley que debe imponer un sheriff elegido democráticamente, lo que ocasiona las burlas de su hermana (Lola Lemos).
Todos los prontuarios sobre el spaghetti-western atribuyen la paternidad —o, al menos, buena parte de la misma— de Alambradas de violencia a Enzo G. Castellari. Éste es uno de los siete títulos que R.M. Films —cuyo titular es Rafael Marina Soraiz— coproduce con Italia entre 1966 y 1970. Cuatro de ellos están dirigidos por Klimovsky. Además, cinco están escritos por el poeta Manuel Martínez Remis. Aquí, figura como guionista por la parte española Manuel Sebares Caso. Como el crédito también figura en las copias italianas podemos dar el dato por bueno. En connivencia con Tito Carpi conciben una historia de regusto clásico —el conflicto entre colonos y ganaderos por las cercas de alambre de espino— y la ponen al día con el protagonismo de un antihéroe: un cazador de recompensas llamado Regan (Anthony Steffen) que se hace pasar por sheriff al encontrarse al titular muerto en las afueras de Mile City. Como en Rio Bravo (Río Bravo, Howard Hawks, 1959) contará con la ayuda de un viejo cascarrabias (Sandalio Hernández) para hacer justicia. Pero no es el falso sheriff el único personaje con doblez; busca a un pistolero y bandido llamado Jim Norton que ahora se hace pasar por su hermano gemelo, Trevor. El hecho de que la hija del primero (Gloria Osuna) conviva con el segundo sin darse cuenta de que es su padre es uno de tantos desafíos a la suspensión de incredulidad del espectador, por mucho que se repita que la chica pasó varios años en un colegio del Este. Y Brownsberg (Alfonso Rojas), el cacique del pueblo, se vale de pistoleros a sueldo para mantener su imagen de hombre honrado. Lo que ocurre es que todas estas duplicidades se desarrollan en un esquema de novela de a duro y mediante el diálogo: no hay ni una sola idea de planificación que las apoye. Quizá la bicefalia a la que aludíamos al principio pueda explicar el prólogo netamente leoniano —poncho, encuadres enfáticos, puritos, primerísimos planos— que poco tiene que ver con el resto del metraje.
En Un hombre vino a matar / L’uomo venuto per uccidere (1967) Klimovsky hace lo que buenamente puede con un guión imposible y unos actores poco más allá. El argumento de Eduardo Manzanos arranca en tres o cuatro ocasiones antes de centrar el tiro. Todo para presentar la caída en la ignominia moral por parte del sargento Garnett (Richard Wyler), hijo de un oficial del ejército, cuando le acusan falsamente de haber asesinado al teniente para robar la caja de caudales de Fort Jackson. Gracias a la ayuda de un sacerdote logrará escapar de la ejecución, pero se dedicará sistemáticamente a eliminar a los que cometieron el crimen, lo que le vale el sobrenombre de “Rattler Kid” y que pongan precio a su cabeza. Pero, ay, aunque haya localizado a los ladrones sin apenas pistas, no sabe quién es el jefe de la banda. No pasa nada porque éste es nada menos que su hermanastro —o su hermano, este punto no queda demasiado claro— Riff (Guglielmo Spoletini), que precisamente va a buscarle para atracar el banco de un pequeño pueblo llamado Aquila. Cuando la historia está arrancando por tercera vez, aparece el maestro (Jesús Puente) del pueblo en el que se criaron Kid y Riff. Con su ascendiente moral sobre el primero intacto, le convence de que debe volver al buen camino. Ahora el sheriff de Aquila (Brad Harris) y Rattler Kid siguen a los malhechores, cada uno por su cuenta. Y además hay un tres de chicas (Femi Benussi, Conny Caracciolo y Aurora de Alba) enredadas en el asunto y un duelo entre los hermanastros armados con espinosas hojas de agave.
La regeneración del protagonista gracias a la firmeza de su antiguo maestro —que le hizo copiar de niño quinientas veces la fecha de la muerte de Julio César— resulta tan inopinada como la espiral de venganza en la que se ha abismado el joven y sorprende aún hoy que la censura española le dejara irse de rositas con un puñado de asesinatos a sus espaldas. Pero el libreto parece más un recosido de situaciones de novelita del Oeste, a las que Klimovsky parece rendir homenaje en la escena de la muerte de Ellen. Después de haberse acostado con Kid, busca un collar en su joyero, que resulta ser la caja de caudales de Fort Jackson. Kid le exige entonces que le diga quién se la regaló. Ella confiesa, al tiempo que descubre a través de la ventana la llegada de Riff y su secuaz. Ellen abraza a Kid. Fuera, Riff desenfunda. Ellen maniobra para interponerse en la trayectoria de la bala. Las cuentas del collar ruedan por la colcha y caen al suelo. Los ladrones huyen. Kid deposita a la mujer en la cama, que todavía tiene tiempo a pronunciar unas palabras en las que le explica que su sacrificio ha sido voluntario. Kid de acerca a la ventana y mira a través del cristal roto mientras, una vez más, jura vengarse...
Diálogos imposibles pero una muy eficaz resolución formal. Materiales de derribo que sutura Klimovsky con un plano evocador de tantas y tantas portadas de novelas de Silver Kane, Fidel Prado o Marcial Lafuente Estefanía.
En Pagó cara su muerte / E intorno a lui fu morte (1968) el marshal Johnny Silver (Wayde Preston) llega a un pueblo de Nuevo México buscando al proscrito Martín Rojas (Guglielmo Spoletini), pero lo único que encuentra allí es un reguero de muertos y a Yuma (Fernando Sánchez Polack), un amigo del forajido al que los del pueblo pretenden linchar. Silver lo encierra en el calabozo y escucha el relato de cómo un puñado de pacíficos agricultores mexicanos se convirtieron en bandidos cuando los estadounidenses que se habían anexionado el territorio los echaron de sus tierras.
Aunque en el núcleo del guión del italiano Odoardo Fiory, a partir de un argumento del español Miguel Cussó, hay un botín escondido y una venganza —o sea, los motivos de un wéstern mediterráneo al uso—, Klimovsky deja que los personajes respiren y que sus avatares se rijan antes por las reglas del melodrama que por las de la acción. Y así, fallecida la mujer de Rojas (Pilar Cansino) y acogido su hijo (Fabrizio Mondello) por el hombre que le ha dado caza (Sydney Chaplin), la historia se centra en el reencuentro de padre e hijo y en la renuncia final del primero. Por supuesto, hay un villano de tomo y lomo (inevitable Eduardo Fajardo), un sádico capaz de apagar su puro en el pecho de la criatura para que su padre confiese dónde guardó el dinero, pero también apuntes sobre los cambios que el telégrafo ha traído a la frontera como trasunto de la obsolescencia del viejo revolucionario. Es en estos momentos cuando Klimovsky deja entrever lo que podría haber llegado a ser Pagó cara su muerte.
El valor de un cobarde / Quinto: Non ammazzare (1969) arranca con una idea bizarra de las que solía prodigar el wéstern mediterráneo. Un grupo de jinetes encapuchados y con campanillas llega a un poblado del Oeste. Los paisanos creen que son leprosos y huyen despavoridos. Los encapuchados aprovechan para asaltar el banco local. Pero cuando salen con el dinero, uno de ellos dispara sobre el que llevaba los sacos con el botín y se queda con él. ¿Quién ha sido? Con los capuchones, imposible saberlo. ¿La solución? Encerrarse todos en una parada de postas del desierto, donde hay mujeres fáciles (una de ellas, Charo Soriano), un cocinero al que dejan viudo (Roberto Camardiel) y un joven cobardica (Steven Tedd), y esperar a que el traidor se delate. Por supuesto, las bajas se irán acumulando conforme las sospechas y las envidias se multiplican. Sólo logrará escapar de allí Navajo (José Marco), un piel roja que ha recogido a una moribunda en el desierto. Sucre (Germán Cobos), un mexicano al que no le queda mucho de vida y busca venganza, enseñará a disparar al joven cobarde, quien, como su maestro, también esconde un secreto. Y luego están Blackie (Alfonso Rojas), el sanguinario jefe de la banda, y su amante, Katie (Sarah Ross), igual de sádica que él y, además, dispuesta a seducir a cuanto hombre se le ponga a tiro, y otros secuaces, y una chica buenecita (Diana Sorel), que se arrima al joven para que no se la lleve al catre alguno de los bandidos... O sea, un huis clos en toda regla, con recurso a los flashbacks para ir esclareciendo dónde estaba cada cuál durante el asalto al banco y quién puede haber escondido el botín. La inconsistencia de los personajes propicia que la historia se vaya desenvolviendo a trompicones.
Un dólar y una tumba / La sfida dei MacKenna (1970) es, sin duda, el wéstern más ambicioso de Klimovsky. Apenas hay contaminación del filón al modo Leone y, en cambio, se toman como modelos la tragedia clásica y el wéstern estilizado, con Johnny Guitar (Johnny Guitar, Nicholas Ray, 1954) en lugar preeminente. Los créditos españoles dicen que se trata de un argumento del magistrado y autor de bolsilibros Antonio Viader, desarrollado por Pedro Gil Paradela y León Klimovsky, con la colaboración del italiano Edoardo Mulargia. James Prickette [Actors of the Spaghetti Westerns. Xlibris, 2012, pág. 244] asegura que el actor John Ireland, el protagonista, habría estado trabajando en el libreto durante toda la producción. Quizá fuera durante este proceso que la sinopsis inicial —Jonas MacKenna vuelve al lugar donde se crio para recuperar las tierras de las que expulsó a su familia el mexicano don Diego— perdió el hálito vengativo y se convirtió en algo mucho más sofisticado. En un trayecto inverso al del Reverendo Colt —al que conoceremos en el siguiente párrafo—, Jonas (Ireland) colgó los hábitos para poder casarse con una mujer que le engañó con otro. Despachó a ambos y ahora vaga por el Oeste en busca de perdón. Cuando descubre a un hombre ahorcado y a una mujer desvanecida a sus pies, decide enterrar al joven y devolver a la chica a su casa. En un prólogo tan efectista —contraluces, encuadres enfáticos, sin apenas diálogo — como eficaz, ya hemos visto que los responsables de esta muerte son don Diego (Roberto Camardiel) y su hijo (Robert Wood), el sádico Chris. Aparte de esta escena y de alguna otra de inusitada crueldad, la cinta reposa más en la reiteración de las vueltas al lugar del linchamiento que en las grandes escenas de acción. Tiroteos y pelas aparte, apenas la escena de la huida de Jonas del pueblo en una carreta puede calificarse de este modo. El atormentado protagonista masculino tiene su contraparte en Maggie (Annabella Incontrera), la dueña del saloon, capaz de entregarse a don Diego para salvarle la vida. Será un sacrificio inútil porque Jonas es un hombre condenado a la soledad por su pasado. Desde el punto de vista plástico lo más que llama la atención es el llamativo colorido del vestuario, que permite identificar a los personajes en los amplios planos generales en pantalla ancha en el inevitable Techniscope.
La sinopsis de Reverendo Colt / Reverendo Colt (1971) que la productora italiana presenta a censura no puede ser más sucinta: “Las hazañas heroicas de un pastor protestante del viejo Oeste que derrota a una banda de terroristas, trae la paz a la ciudad de Tuckson [sic] y devuelve muchas almas al redil. ¡Los caminos del Señor son infinitos!”. Los terroristas son una banda de malhechores comunes liderada por Mestizo (Pedro Sánchez), en Tucson el Reverendo Colt (Guy Madison) apenas hace otra cosa que ser detenido porque los ciudadanos deciden —sin el más mínimo motivo, a juzgar por el desenvolvimiento de la historia— que es el autor de un asesinato cometido durante el asalto al banco local y apenas se puede decir que salve el alma de un tahúr (Germán Cobos). Por lo demás, la historia urdida por Martínez Remis y desarrollada junto a su cómplice habitual, Tito Carpi, abunda en el tema del grupo aislado y la obligada convivencia entre “buenos” y “malos” con la mínima dosis de ambigüedad moral en algunos personajes sin demasiado desarrollo. También se repiten aquí, como en Alambradas de violencia / Pochi dollari per Django, las caracterizaciones a brochazos. Y si no, que se lo pregunten a Chris Huerta que encarna a un colono escocés de los de kilt y gaita.
En cuanto a los flashbacks a cámara lenta que buscan justificar el cambio del cazarrecompensas en pastor son un recurso rutinario a estas alturas. El desnudo femenino en la secuencia de créditos de la copia italiana habla a las claras de una doble versión. Por otra parte, Klimovsky no se moja. Cuando Antonio Gregori le pregunta por este lote de spaghetti-westerns contesta que simplemente que se rodó en los estudios Tirrenia. [Antonio Gregori: El cine español según sus directores. Madrid: Cátedra, 2009, pág. 19.]
Richard Harrison, que encarna al recto sheriff Donovan, aseguraba que la cinta habría sido dirigida por Marino Girolami; o sea, que también en este punto se repiten los rasgos fundamentales de Alambradas de violencia. En resumidas cuentas, estamos ante un producto estándar, en el que apenas podemos encontrar algún rasgo autoral —no es ni mejor ni peor que Entre Dios, el diablo y un arma / Anche nel West c’era una volta Dio (1968), una cinta del mismo equipo que sí que firma Girolami— por mucho que alguno lo reivindique como el mejor wéstern de los que llevaran la firma de Klimovsky. [Thomas Weisser: Spaghetti Westerns: The Good, the Bad and the Violent. McFarland, 2005.]
Un dólar para Sartana / Su le mani, cadavere! Sei in arresto (1971), el último wéstern de Klimovsky, es también uno de los más flojos. Ni las situaciones ni el tono terminan de empastarse nunca. Bueno, pues a pesar de eso, vende 561.392 entradas. La cosa empieza con una escena de tremenda brutalidad: acabada la Guerra de Secesión, un militar nordista (Aldo Sambrell) al frente de una partida recorre el frente cargándose fríamente a los heridos. Hay un enfermero cobarde (Peter Lee Lawrence), que apenas superados los títulos de crédito se ha convertido en un experto tirador e ingresa en los Rangers de Texas a fin de tener un aval para su venganza. Pronto su camino se cruza con el de un cínico cazarrecompensas apodado Dólar (Espartaco Santoni), que ejerce como una suerte de hado padrino, aunque el joven no parece necesitarlo para frustrar los planes del nordista, que ahora pretende quedarse con las tierras de los pequeños rancheros para pegar un pelotazo cuando se construya el ferrocarril. Klimovsky —que también hace un papelito como ingeniero del ferrocarril— juguetea con las angulaciones sin mucho acierto, permite que los montadores hagan algunos ejercicios de síncopa un tanto truquistas y no termina de tomarse el material en serio ni siquiera. O en broma, que también hubiera valido en plena eclosión del filón Trinidad. Aunque a lo mejor tampoco podemos echarle la culpa, porque una vez más algunos de los implicados aseguran que buena parte fue rodado por el productor y coguionista de la cinta Sergio Bergonzelli. Por supuesto, Sartana no aparece por ninguna parte.
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