domingo, 2 de febrero de 2025

josé maría zabalza en el instituto de investigaciones y experiencias cinematográficas


El irunés José María Zabalza se traslada a Madrid en 1946 para cursar la carrera de Económicas. Encauzados estos estudios, decide probar suerte en los exámenes de ingreso en la segunda convocatoria del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas. Consigue una plaza en la especialidad de Dirección al mismo tiempo que Paulino Garagorri y Esteban Madruga, aunque los cursos que repite coincidirá con Jesús Franco, Juan García Atienza y Ricardo Muñoz Suay.

En segundo curso los alumnos realizan una práctica filmada en 16mm, sin sonido. Zabalza se decide por un tema dramático en el que jugar con todas las posibilidades que le ofrecen la planificación y el montaje analítico: Suburbios (1950). La excusa argumental es el retrato de un hombre (su compañero de Dirección Juan María de Bourio) cuya mujer (la alumna de Interpretación Ofelia Gosálvez) se encuentra gravemente enferma en una vivienda miserable del extrarradio. El hombre se lanza a la calle a fin de buscar el dinero para pagar el medicamento que puede salvar la vida de su mujer, pero por el camino se encuentra con un amigo acompañado por dos prostitutas que le invitan a beber. El protagonista termina la borrachera derrumbándose ante la puerta de su casa. Cuando entra en ella, ya es tarde. Su mujer ha muerto. Una vecina intenta consolarle, pero otro vecino se burla de él. Horrorizado por su propio comportamiento, el hombre emprende una loca carrera que le conduce hasta un puente, donde se derrumba.

Con una influencia temática evidente del neorrealismo y de la literatura social contemporánea, Suburbios es, ante todo, un ejercicio formalista. La historia se estructura mediante dos flashbacks que constituyen sendos bloques narrativos —el planteamiento y el nudo del relato— y a los que accedemos mediante un artificio estandarizado: un primer plano del protagonista sumido en las brumas del recuerdo. Sin embargo, la pobreza de medios hace que esta “brumosidad” no esté resuelta mediante filtros —ni mucho menos efectos de laboratorio, impensables para un ejercicio de este tipo—, sino provocando que una nube de humo pase por delante del objetivo, lo que inicialmente nos induce a pensar que se ha producido un pequeño incendio en el plató. Aceptado el “efecto especial”, el espectador puede seguir la historia sin problemas, gracias a la estandarización de este tipo de códigos. Otro efecto al que se recurre es la sobreimpresión del rostro de la moribunda sobre el del protagonista bebiendo, realizado probablemente en cámara mediante una doble exposición. Desenfoques, planos de detalle, insertos —alguno de ellos de carácter abiertamente simbólico, como el del protagonista con una máscara de diablo— constituyen un relato marrado en ocasiones por exceso de ambición y casi siempre por la limitación de las interpretaciones.

En su siguiente práctica, Tragedia muy... muy íntima (1951), Zabalza opta, en cambio, por la sátira. El cortometraje se confiesa basado “en una idea” de Wenceslao Fernández Flórez. Héctor Paz, Asier Aranzubia y José Luis Castro de Paz [Escuela de cineastas. Madrid: Cátedra / Filmoteca Española, 2024, págs. 97-99] han identificado el relato: La triste historia de dos amigos, incluido en el volumen de 1924 Visiones de la neurastenia. Desde luego, el espíritu antimilitarista de Fernández Flórez —siempre incómodo para el Régimen— está presente en la tragedia grotesca de un capitán del ejército que, debido a una urgencia mingitoria, se ve imposibilitado para defender su honor cuando se encuentra con su mujer, en su propia casa, en brazos de otro. La institución militar asume la afrenta como propia y expulsa del ejército al marido burlado.

En esta ocasión, el desarrollo es lineal, como interesa al ritmo de un relato que va acumulando obstáculos por los que el protagonista no consigue su objetivo, que no es otro que aliviar la vejiga: unos amigos discutidores, una conocida que es una parlanchina inagotable, un superior que le invita a una caña... De nuevo el alcohol tiene un papel de cierto peso en la trama, aunque el humor surge de algunas situaciones: el botón de la guerrera que el capitán le entrega a un pedigüeño como si fuese una limosna para quitárselo de encima, el grifo de la cerveza en el momento en que las ganas de orinar resultan ya incontenibles...

Concluyen Paz, Aranzubia y Castro que la práctica "aúna comedia, crítica y derrota, ingredientes reiterativos en la obra literaria de Fernández Flórez y en buena parte del cine popular español de los años cuarenta y cincuenta". [Ibidem]

El año siguiente Zabalza reincide en el humor surrealizante con una película titulada Parodia en dos tiempos (1952), de la que Gurutz Albisu —investigador pionero sobre el cineasta irunés y con quien están en deuda estas notas— proporciona la siguiente sinopsis:

Un poeta se hospeda en un estrafalario lugar llamado Café La Lavativa. De día funciona como bar-restaurante, de noche desempeña las veces de albergue, al colgarse en la sala cuerdas donde los clientes se apoyan para dormir. Una mañana el poeta sale de la pensión y se encuentra en la disyuntiva de elegir entre un bocadillo qon el que saciar su hambre o ir tras su musa, decide perseguir a ésta- Tras mil peripecias, que lle llevan a ser salvado in extremis de las aguas de un río, logra el amor de la musa. La pareja vive en un humilde patio de vecinos donde se ve al poeta insatisfecho por la rutina diario. La acción da marcha atrás, el poeta vuelve a despertarse en el Café, sale del mismo y al encontrarse de nuevo ante la necesidad de elegir entre el bocadillo y el amor, en esta ocasión opta por llenar su estómago. [Gurutz Albisu: José María Zabalza: Cine, bohemia y supervivencia. San Sebastián: Diputación Foral de Gipuzkoa, 2011, pág. 179.]

Parodia en dos tiempos aparece consignada de nuevo en el segundo curso, o sea, que Tragedia muy... muy íntima no debió merecer el beneplácito del claustro. Ahora sí, ya en tercero, acomete la realización de Los ojos que no se apagan (1953). En su reciente documental sobre el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas —La primera mirada (2023)— Luis E. Parés ha acometido la exhumación de esta práctica en la que, ante la ausencia de censura para los estudiantes del Instituto, se habría atrevido a rodar el primer desnudo del cine durante franquismo. [Luis Martínez: "Un documental rescata una película inédita de Berlanga y el primer desnudo del franquismo", en El Mundo, 23 de octubre de 2023.]

Por más llamativo que resulte, el desnudo femenino como figuración del deseo no deja de ser un elemento más o menos circunstancial en un una cinta que busca la transgresión desde su mismo inicio, robando imágenes de un convoy militar para ambientar el despertar en un descampado de dos lumpen, uno de los cuales, de oficio limpiabotas, decidirá alcanzar la santidad aunque sea a costa de cegarse a sí mismo con un clavo, dado que la visión tentadora de las piernas femeninas le conduce al pecado. Pero ni aún así el protagonista logra liberarse de la esclavitud del deseo, cuya plasmación lleva a Zabalza a concebir numerosas imágenes de cuño surrealista en las que el cuerpo de la mujer alterna con la iconografía religiosa y con señales de circulación de peligro, en una pirueta de escenografía pop que el realizador llevará hasta sus últimas consecuencias en El vendedor de ilusiones (1971).

Acaso por ello hubo de repetir el tercer curso, lo que le proporcionará la ocasión de rodar Entierro de un funcionario en primavera (1954). De nuevo en 16mm, sigue adoleciendo de un montaje tosco, con la novedad de un doblaje no menos pedestre, pero que le permite contar en esta ocasión con el diálogo como complemento cómico a las situaciones de macabro humor negro que constituyen la sustancia de la práctica. Cuatro años más tarde, cuando aborde su segundo largometraje, ampliará este corto manteniendo el relato en boca del muerto —como José Gutiérrez Solana en su única novela, Florencio Cornejo— adensando el material de partida con dos tramas que se entrelazan con la original del desopilante velatorio: un familiar del difunto al que sustraen la cartera en el autobús y el ladrón descubre en ella una foto de su mujer y los preparativos de la boda de unos vecinos. Algunos gags de repetición, como el de cerrarle la boca al difunto, pecan de reiterativos, pero hay que reconocerle a Zabalza el carácter pionero en una línea de humor genuinamente hispana que tendrá continuidad en Las dos y media... y veneno (Mariano Ozores, 1959) y en La garbanza negra, que en paz descanse (Luis María Delgado, 1972).

Hasta el 25 de abril de 2025 está abierta en Filmoteca Española (c/ Magdalena, 10) la exposición "Los 100 metros libres. Vida y milagros de la Escuela de Cine (1947-1976)".

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