domingo, 10 de junio de 2018

ramón torrado (10)


El gran éxito popular de Botón de ancla (1948) propicia que el mismo equipo y, sobre todo, el mismo trío protagonista –Jorge Mistral, Fernando Fernán-Gómez y Antonio Casal- intervenga en La trinca del aire (1951), remedo de aquélla en el que la Escuela Naval de Marín se veía sustituida por la de Cazadores Paracaidistas de Alcantarilla. Jabato (Casal) y Zanahoria (Fernán-Gómez) se dedican a embromar al tenorio Alberto (Mistral), que lleva tiempo intentando conquistar a Irene (Carmelita González) pero la deja de lado por la bella Nati (Helga Liné). Entre aventuras románticas, bromas cuarteleras, lecciones teórico-prácticas y ejercicios de salto en paracaídas se va desarrollando la vida en la Escuela de los tres tenientes. Torrado se atreve, incluso, a introducir sin la más mínima justificación una fantasía oriental a modo de sueño, lo que permite a Helga Liné lucir sus encantos y sus habilidades como bailarina, y a Fernán-Gómez ejecutar el clásico número cómico de la odalisca. El último acto presenta una acción heroica, como en Botón de ancla: cuando un hangar se incendie, Alberto que estaba a punto de desertar en pos de Tina, regresa para salvar a Jabato, sólo que esta vez todo se resuelve felizmente.

El mismo esquema argumental de aquéllas sirve como punto de partida para Héroes del aire (1957). Tres hombres se incorporan a la escuadrilla de cazas del comandante Gonzalo Rivas (Alfredo Mayo). El más descarado del grupo es Alfredo Soler (Julio Núñez), de cuya hermana (Lina Rosales) se enamora el heroico comandante. Pero este esquema argumental constituye sólo el primer flashback de un relato que adopta sucesivos esquemas genéricos -algo muy habitual en Torrado- para constituir un melodrama en toda regla construido en torno a dos historias de amor cuyo foco de atención se ve continuamente desplazado. A esta lógica del punto de vista alterno corresponden los otros dos flashbacks carentes de interés en lo relativo a la progresión dramática, suerte de piezas exentas con autonomía propia. Si el primero, focalizado en el comandante, corresponde a este esquema bélico, propicio a la aventura heroico-aeronáutica y a la diversión polifónico-cuartelera, el segundo, que se centra en Isabel, desarrolla la trama romántica del militar convaleciente y la mujer de pasado infeliz. El colofón melodramático será la reaparición del marido al que Isabel creía muerto (Tomás Blanco) quien la chantajea para desaparecer definitivamente de su vida. Ambas analepsis se encuadran en la investigación que se sigue en el presente contra Soler por haber estrellado su aparato y negarse a revelar a dónde voló con él. La tercera y última presenta el encuentro de Soler con Herminia (Maria Piazzai) una bella azafata y sus planes de boda. Ha sido precisamente durante el último vuelo transatlántico de ésta, que Isabel le ha pedido que vaya a pagar al chantajista y por lo que él no puede revelar la verdad al ahora coronel Rivas, su superior en el servicio de Búsqueda y Salvamento de Aviones. El último acto tiene lugar en el marco de este servicio, del que Soler ha sido relevado. No obstante, decidirá abordar en pleno vuelo el avión de pasajeros en el que viaja Herminia, al sufrir el piloto un desvanecimiento, haciéndose acreedor así a la redención de cara a sus superiores. Encuadrable plenamente este último dentro del cine de catástrofes, con un razonable trabajo de maquetas y fotografía en brillante Eastmancolor, Héroes del aire termina siendo una de las mejores películas de Ramón Torrado, en la que, a pesar del desgalichado armazón argumental, puede lucirse en todos los registros.

En Un paso al frente (1960) Torrado se atiene una vez más a un clásico esquema que ya devenido clásico y reúne a tres aspirantes a paracaidistas bisoños en la academia. Gabriel Linares (Julio Núñez) es un chico humilde dispuesto a salir adelante en la vida, Rafael Aguirre (Germán Cobos) el típico donjuán, y Miguel Ibarra (José Campos), el hijo de papá que se cree que el mundo es suyo y ha llegado allí por una apuesta. Bajo la paternal tutela del comandante Guzmán (Alfredo Mayo) y la severa vigilancia del sargento Canuto Bermúdez (Tomás Blanco), se desarrolla el periodo de formación que, como en otras películas del ciclo, se convierte en una especie de publirreportaje para que la juventud española se aliste al cuerpo. Vida saludable, sana camaradería y alguna gamberrada, que alternan con secuencias en las que el páter canta las excelencias arquitectónicas e históricas de Alcalá de Henares. Una vez pagado el peaje al estilo plateresco y al ejército español, se desarrollan una serie de aventuras sentimentales en los que juega el papel principal Milagros (Charito Maldonado), la chica del estanco de la plaza. De este modo, Torrado tiene ocasión de mostrar su aseo a la hora de hilvanar secuencias sin que el cambio de registro continuo parezca importarle demasiado. A algunas escenas resueltas con cierta habilidad les suceden otras cuya comicidad forzada no termina de rendir los dividendos pretendidos, como por ejemplo el larguísimo gag del puro explosivo, cuya resolución nos escamotea. La operación de salvamento durante el desbordamiento del río en el pueblo de Gabriel proporciona el clímax. Cuando el comandante (José Nieto) pide voluntarios para tan arriesgada misión, toda la compañía de “un paso al frente”. La reconfiguración del ejército español a dos décadas de la finalización de la Guerra Civil exige la misma eficacia en la guerra que en la paz y el proceso de maduración de los tres jóvenes no exige ya, como en Botón de ancla, el sacrificio de uno de ellos. España puede mirar al futuro con optimismo.

El ciclo tiene su estrambote en Ella y los veteranos (1961). La cinta arranca con un grupo de abueletes que juega a la guerra con el hijo de la dueña de la pensión en la que viven. En el ardor de la batalla han olvidado que es uno de abril, el día del Desfile de la Victoria, en el que las fuerzas armadas renuevas su adhesión al régimen y a quien lo personifica: el Caudillo. En la tribuna de veteranos, aunque tarde, ocupan sus puestos, mientras ante ellos se exhibe el más moderno armamento militar. No por ello dejan los ancianos de representar las dos Españas: si unos militaron en el carlismo, los otros estuvieron en el bando isabelino cuando la insurrección carlista de 1872. Eso sí, hace unos años que firmaron su propia paz para juntar sus ahorros y poder llevar una vejez más o menos digna en una pensión. Pero todo enfrentamiento termina cuando llega de Zamora Ana María (María Luz Galicia), la sobrina de don Joaquín (Jesús Tordesillas). A pesar de las reticencias iniciales, pronto los cuatro cascarrabias se rinden a los encantos de la sobrina. Las batallas, a partir de este momento, se libran en el campo de los sexos, porque Ana María se ha enamorado de un teniente de infantería (Javier Armet). La vigilancia de los ancianitos, el miedo a quedarse solos y, luego, la guerrilla de celos entre los jóvenes va acumulando incidentes sin que aquello tenga mayor interés que las inocentes meteduras de pata de los cuatro vejetes a la hora de reconciliar a la pareja.
Una vez casada la pareja, hay una coda patética: la muerte de don Joaquín, el primero de ellos en abandonar a sus camaradas. Si el desfile militar remitía a Un paso al frente, esta muerte que sirve para reconciliar a los demás es herencia de Botón de ancla, sólo que aquí no hay heroísmo, ni verdadera rivalidad, ni nada.

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