Tras su paso por Italia, Marquina regresa al cine español en 1941 de nuevo de la mano de Cifesa, compañía a la que su padre —Eduardo Marquina— ha vendido un original titulado Su hermano y él. El dramaturgo asegura que su hijo...
lo realizó a conciencia, pisando sendas vírgenes con tino y amor exquisitos. Estrenada con varia fortuna, la obra rozó el éxito sin conseguirlo. Era seguramente la película que convenía al guión; pero tal vez no era el guión que debe escribirse para una película. Además, llegó en el peor momento: cuando lo álgido de aquella absurda ofensiva contra la literatura en el cine que, afortunadamente (para el bien del cine y de la literatura en general), parece ir cediendo. [Eduardo Marquina: “Mis contactos con la pantalla”, en Primer Plano, núm. 210, 22 de octubre de 1944.]
Actualmente, podemos dar la película por desaparecida. [https://www.culturaydeporte.gob.es/cultura/areas/cine/mc/fe/icec/icecconservado.html]
En Torbellino (1940), el director de una emisora de radio de altas aspiraciones artísticas, Segundo Izquierdo (Manuel Luna) vive en un segundo izquierda. O sea, el astracán a pleno rendimiento. Si además, se monta una trama a partir de una confusión de identidades y se coloca en el centro del reparto a Estrellita Castro como una mocita sevillana con la voz de oro, ya tenemos una comedia de las de la primera etapa de Cifesa; para el caso, Torbellino. Álvaro de Esquivias (Arturo Marín) está dispuesto a hundir la cadena de radio que dirige don Segundo, un vasco amante del arte y la ciencia y serio como él solo. Para ello, sólo tiene que alentar las ambiciones artísticas de un director de orquesta enloquecido (Freyre de Andrade) y de una cantante lírica propensa al gorgorito (Irene Caba Alba). La llegada de Carmen Moreno (Estrellita Castro), con su ingenuidad, su gracia desarmante y su voz de oro, desbaratará sus planes. Carmen no sólo salvará la radio sino que conseguirá el amor del estirado Segundo.
Marquina intenta imprimir un pulso de comedia desenfadada a la acción y lo logra durante casi todo el metraje. La localización madrileña —aunque la acción tiene lugar exclusivamente en interiores— y la ambientación en una estación de radio otorgan cierto aire de modernidad a una trama construida a golpe de tópicos. Sin embargo, se echa de menos el aire decididamente cosmopolita y la imaginación visual que hicieron de El bailarín y el trabajador (1936) una de las mejores cintas del periodo republicano.
De la versión de Marquina de Malvaloca, la comedia de los hermanos Álvarez Quintero, lo más interesante es el trabajo del trío protagonista, con una muy sólida interpretación de Amparito Rivelles que contaba con sólo dieciséis o diecisiete años cuando rodó la película en 1942 y debía encarnar a la experimentada amante que se ha dejado arrastrar por todas las pasiones hasta que encuentra el amor verdadero. Pero los insertos documentales del trabajo en la fundición —al contrario que en El bailarín y el trabajador— no terminan de integrarse en el desarrollo de la trama y el personaje cómico interpretado por el gran Freyre de Andrade —Joaquín Carrasco en la versión de 1926 y Miguel Ligero en la de 1954— resulta excesivamente antipático. El galán por antonomasia del cine español de estos años, Alfredo Mayo, encarna al adusto y trabajador Leonardo, y el sevillano Manuel Luna al trueno Salvador.
Félix Fanés ha subrayado la filiación de la cinta con el “realismo poético” francés al modo de Marcel Carné o Jean Grémillon, antes que por su ambientación, por el pesimismo que impregna sus imágenes, insólito —continúa argumentando Fanés— en el cine español de la época. [Félix Fanés: El cas Cifesa: anys de cine espanyol 1932-1951. Valencia: Filmoteca de la Generalitat Valenciana, 1989, pág, 199.]
Jacinto Benavente presentaba su comedia Vidas cruzadas en 1929 como un “cinedrama”, dada la profusión de cuadros breves —trece y un epílogo— en los que se organizaba la acción dramática. Acaso por ello los estamentos cinematográficos pensaron que era una obra fácilmente “cinematografiable”. A ello se aplican en 1942 Antonio Mas Guindal y José Antonio Nieves Conde como guionistas y Marquina como director. Lo logran en lo que la película tiene de variedad de localizaciones. Marquina utiliza además numerosos artificios para reforzar el dinamismo interno, pero todo queda torpedeado por la acumulación de epigramas y diálogos de alta comedia:
—Vengo a solicitar algo de usted.
—¿De usted?
—El tuteo está de más entre nosotros. Somos dos orgullos frente a frente.
—Me gusta verte así, desafiando con la mirada.
—Las mujeres de mi raza saben perder.
—¿Y amar?
—¿Sabemos nunca lo que en realidad es el amor?
—Querer... Desear nuestro gozo.
—También odiar lo que nos atrae, buscar lo que nos humilla.
—¿Amas?
—¡Qué más da!
Tal es el diálogo que mantienen Eugenia de Castrojeriz (Ana Mariscal) y Enrique (Enrique Guitart) cuando ella acude a su casa para ofrecérsele a cambio de que retire la denuncia de robo contra su hermano tarambana (Luis Peña). El conflicto de clase entre la aristocracia venida a menos y el nuevorriquismo de la posguerra constituye el meollo de la trama, una tesis que a ratos obliga a que los personajes actúen un poco como marionetas. Marquina no se arredra y procura proporcionar una ambientación plausible a la alta comedia benaventina. La supuesta localización en el sur de Francia coadyuva a tal propósito, así como el reconocido buen gusto de Marquina.
La concreción en imágenes de una fantasía oriental de Eugenia permite a Marquina desbordar los límites del relato a base de tableaux vivants y, sobre todo, lograr una serie de imágenes de impacto que fueron convenientemente aprovechadas en la promoción de la cinta. La utilización de éste y otros artificios formales —las cortinillas durante la escena del casino— ponía en cuestión la transparencia narrativa que el propio Marquina propugnaba en sus declaraciones y escritos programáticos. La sangre no llegó al río, pero el cineasta mantuvo un serio rifirrafe dialéctico con el crítico Domingo Fernández Barreira a propósito de esta evidente contradicción. [Domingo Fernández Barreira: “Los directores del cine español: Luis Marquina”, en Primer Plano, núm. 138, 6 de junio de 1943.]
Tanto Malvaloca como Vidas cruzadas son producciones de UPCE para Cifesa. Al parecer, la tal Unión de Productores Cinematográficos Españoles no figura en ningún registro, así que se trataría de un grupo de inversores anónimos o de profesionales que capitalizan parte de su trabajo a través de esta fórmula en un producto que Cifesa financia y distribuye.
Noche fantástica (1943) vuelve a ser una producción ciento por ciento Cifesa. La cinta propone un carrusel de amores y desamores. Los personajes que viajan en un tren representan distintos estadíos románticos: la extranjera (Lily Vincenti), que sólo siente cariño por su perrito; dos recién casados (Fernando Fernán-Gómez y Cristina Yomar) que todo lo ven teñido de un romanticismo empalagoso; el viejo marqués (Mariano Asquerino) que vive del recuerdo de una historia que pudo ser y no fue; Alicia (Isabel de Pomés) que siente un amor puro por Pablo (Carlos Muñoz), que, a su vez, se deja querer pero no está seguro de que esta historia convencional sea la gran pasión que llene su vida. El descarrilamiento del tren, la estancia forzosa en una ciudad de la costa y la presencia en ella de la condesa Diana (Paola Barbara), trastocan las vidas de todos ellos.
Resuelta con soltura por Luis Marquina, esta nueva producción de Cifesa no pretende evitar lo literario de los diálogos ni lo teatral de la declamación. Noche fantástica se mueve en el ámbito de la alta comedia y a ella remiten decorados, personajes y réplicas. Si por algo destacan situaciones e intérpretes, es por su contención. También la resolución, abierta a reconciliaciones, perdón y renuncias, pero suspendida por la entrada del tren en un túnel, hace suyo este tono mesurado, civilizado y un puntín pirandelliano.
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