Actualizado el 3 de noviembre de 2023.
Pedro Masó ha actuado como productor asociado en 091: Policía al habla (1960), Usted puede ser un asesino (1961) y Accidente 703 (1962). De la primera y la última de ellas ha sido además coguionista, así que no es raro que recurra a Forqué cuando pretende poner en marcha Atraco a las tres (1962), uno de sus proyectos más personales hasta entonces, coproducido con Hesperia Films.
Masó y Vicente Coello convencen a Forqué de que la dirija cuando éste todavía está rodando La becerrada (1962), así que el reparto y los decorados se resuelven por teléfono, según le gustaba recordar al realizador. También presumía de haber descubierto a Alfredo Landa para la pantalla. Cassen vuelve por la puerta grande, después de protagonizar Plácido (Luis G. Berlanga, 1961) y de escoltar a Arturo Fernández en Bahía de Palma (Juan Bosch, 1962). El resto del reparto —en estado de gracia— lo conforman el ya imprescindible López Vázquez, Gracita Morales, Manolo Alexandre, Agustín González, José Orjas, Manuel Díaz González, Rafaela Aparicio, José María Caffarel y una espectacular Katia Loritz que coloca a Galindo (López Vázquez) —“un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo”— al borde del colapso. A él se le sirve también en bandeja el diálogo: “Firme aquí, donde dice la imponente”. En su aparente sencillez —las secuencias en el interior de la sucursal bancaria están resueltas primorosamente— Atraco a las tres es una de las comedias más felices de la historia del cine español y digna de figurar en cualquier lista entre las diez mejores.
Masó también produce y coescribe El juego de la verdad (1963) y participa en el guión de Casi un caballero (1964) antes de ofrecerle a Forqué Vacaciones para Ivette (1964), una especie de coda a La gran familia (Fernando Palacios, 1962) —el auténtico lanzamiento popular y oficial de Pedro Masó P.C.—, en la que el productor-guionista aprovecha para colar unas relaciones simétricas entre España y Europa... al menos en el plano sentimental. La excusa argumental es un intercambio veraniego entre un niño español y uno francés. Éste es un gamberro de tomo y lomo, así que termina escayolado y en su lugar a Madrid viaja Ivette (Catherine Diamant), haciendo recuperar la ilusión a una familia pequeño-burguesa (López Vázquez, Luchy Soto y Guadalupe Muñoz Sampedro) y, sobre todo, enderezando gracias a un amor en flor al hijo universitario (Carlos Piñar), magnífico deportista y nefasto estudiante. El resultado es una comedia romántico-desarrollista multipremiada por el Sindicato Nacional del Espectáculo y, sobre todo, eficaz, ya que la dirección de Forqué es siempre una garantía.
Después de sus inicios conjuntos, los destinos de Forqué y Pedro Lazaga vuelven a confluir en Las viudas (1966), antes de que Lazaga monopolice la realización de las producciones de Masó hasta finales de la década. Nos detendremos en el sketch de Forqué cuando abordemos su labor en películas de episodios.
En el periodo de ajuste de esta engrasadísima maquinaria industrial —fotografía de Juan Mariné, guiones de Antonio Vich y Vicente Coello, música de Antón García Abril— Forqué colabora por última vez con Masó en Un millón en la basura (1966), una comedia asainetada de corte sentimental y navideño. Forqué da oportunidades de lucimiento a Julia Gutiérrez Caba y a López Vázquez. Los otros aciertos hay que apuntarlos en los capítulos de fotografía en blanco y negro, firmada por Juan Mariné, y la partitura de Antón García Abril, que juega con sutiles variaciones del villacinco popular Pero mira cómo beben. También la elección de algunos decorados y exteriores naturales resultan sugerentes y llegan a recordarnos a las decisiones de Jacques Tati en Mon oncle (Mi tío, 1958) y Playtime (Playtime, 1967). El único pero es que parece llegar con una década de retraso, como si por los mismos escenarios aún se moviera Manolo, guardia urbano (Rafael J. Salvia, 1956).
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