En ese periodo escribí dos o tres historias que fueron rechazadas por la censura, con la correspondiente desmoralización que lleva aparejada toda modificación de una cosa que has escrito y que consideras acabada, y la pereza correspondiente que sientes de rehacer algo con lo que lógicamente estás encariñado. [...] Así es que cuando me propusieron hacer Maribel y la extraña familia [1960] acepté. [Antonio Castro: El cine español en el banquillo. Valencia: Fernando Torres, 1974, pág. 178.]
Al principio de Una mujer cualquiera (Rafael Gil, 1949) la prostituta le pregunta al hombre si en la casa hay alguien más y él contesta, con sorna, que sus tías. En Maribel y la extraña familia, Miguel Mihura decide llevar esta ocurrencia adelante. ¿Qué pasaría si este hombre de verdad viviera con sus tías y llevase a la prostituta a su casa convencido de que es una chica moderna, de esas a las que no les importa ir solas a las cafeterías? Forqué asiste a la gestación de la obra con Tono y Mingote en el Café Gijón. La comedia constituye un gran éxito de público. Forqué asiste al estreno, habla con Mihura de la posibilidad de adaptarla y casi inmediatamente As Films Producción decide encargarle el trabajo en firme.
He dicho en más de una ocasión que, a pesar del poco apego que siento por Adolfo Marsillach, Maribel y la extraña familia me parece una de las mejores adaptaciones la obra de Miguel Mihura, por mucho que éste no estuviera de acuerdo. Forqué realiza una muy acertada adaptación con la colaboración de Vicente Coello. Prescinden de algunos diálogos de los que el comediógrafo se sentía especialmente orgulloso y refuerzan el tratamiento de suspense. Esto de que el pazguato protagonista pudiera ser un Landrú ya estaba en la comedia de Mihura, pero envuelto en un velo de misterio y lirismo que Forqué trueca en intriga cinematográfica.
Maribel y la extraña familia iniciaba lo que luego ha sido mi cine, un cine parecido al de Berlanga, aunque quizá una punta menos agresivo, que se dirige a un público de nivel medio. [...] Un cine que no es descaradamente cómico, pues yo no hago cine cómico, [...] que son historias patéticas que hacen reír, con temas insólitos, que derriban tabús, como por ejemplo el tema de las relaciones hombre y mujer, que en nuestra sociedad sufre, además de las facetas que se constatan en el mundo, el de una cierta pervivencia feudal, porque lo que el tema de la acomodación de la mujer al mundo moderno es no sólo el tema que me parece más importante, sino la revolución social más auténtica e irreversible del momento actual. [Antonio Castro: El cine español en el banquillo. Valencia: Fernando Torres, 1974, pág. 178.]
Sobre los lugares en los que Maribel (Silvia Pinal) y sus amigas pescan a los clientes ya hemos escrito aquí.
El origen de Usted puede ser un asesino (1961) es similar al de Maribel y la extraña familia, aunque en esta ocasión la relación con Alfonso Paso es mucho más estrecha que con Mihura. Forqué había asistido al estreno de la comedia negra —o vodevil macabro— de Paso y piensa que puede realizar una adaptación al servicio de la pareja de hecho, auspiciada por Pedro Masó como productor, que conforman Alberto Closas y José Luis López Vázquez. Por si acaso la censura, se conserva la ambientación francesa del asunto, que Paso había justificado del siguiente modo:
La Censura era bastante extremosa en aquellos tiempos y permitía cierto desahogo cuando la obra sucedía en países extranjeros. [...] A la Censura española no le cabía la idea de que un inspector de policía español pudiera ser tan tonto. Me mudé a París y la Censura convino en que un inspector de policía francés sí podría serlo. [José Payá Beltrán: Alfonso Paso y el teatro español durante el franquismo. Alicante: Universidad de Alicante, 2015, pág. 280.]
Para Forqué, la intriga de Usted puede ser un asesino viene a ser la inversión cómica del meollo de La noche y el alba (1958) limpia de polvo y paja mensajeriles. Dos rodríguez parisinos (Closas y López Vázquez) aprovechan las vacaciones de sus respectivas para contratar a dos prostitutas con las que correrse una juerguecita. Pero en lugar de las chicas, llega su proxeneta con intención de chantajearlos. La muerte accidental del chulo, el regreso inopinado de las mujeres (Amparo Soler Leal y Julia Gutiérrez Caba) y la sospecha de que sean ellas quien pretendían deshacerse de sus maridos para cobrar el seguro activa todos los mecanismos cómicos del vodevil con cadáver(es).
Además de diversificar las localizaciones, Vicente Coello, Antonio Vich y Forqué, conciben una secuencia de créditos casi sin diálogo en la que la planificación subraya el humor físico alrededor del cual se concibe la pieza: movimientos de cámara rimados, predominio de la pantomima, simetrías que refuerzan la inverosimilitud de las situaciones... El otro gran hallazgo del guión es el almacén de maniquíes donde se desarrollará el clímax de la película, una vez el enigma policíaco ha sido resuelto en una conversación entre el asesino y sus futuras víctimas, como conviene al canon agathachristiano. Pero cada una de las piezas del rompecabezas ha sido convenientemente colocada allí previamente, de modo que a la precisa carpintería teatral de la comedia le corresponde una rigurosa construcción cinematográfica, reforzada por la fotografía en blanco y negro de Juan Mariné, los decorados de Antonio Simont y la partitura de Augusto Algueró.
El protagonista de Casi un caballero (1964) es de nuevo Closas. Lo curioso es que la comedia de Carlos Llopis —¿De acuerdo, Susana?— había servido en 1955 de carta de presentación en su tierra al actor, que había salido de España cuando era adolescente a consecuencia del cargo que su padre ocupaba en la España republicana y que López Vázquez ejerció entonces de escenógrafo, labor que compaginaba con sus intentos de pasarse a la interpretación. Concha Velasco pone su gracia sainetesca a un papel que en el escenario había compuesto Mari Carmen Díaz de Mendoza. Ella es una ladrona de no demasiados vuelos, asistida por dos delincuentes chapuceros (López Vázquez y Landa), que termina enamorándose de un ladrón de guante blanco y modales refinados (Closas). La principal diferencia con Usted puede ser un asesino es que aquí no hay cadáver y, por tanto, la comedia negra se convierte en comedia de enredo, donde las triquiñuelas de unos y otros terminan dejando paso al amor entre la pareja principal en un triple salto mortal que Alfredo Marqueríe alabó en la comedia de Llopis. [ABC, 10 de abril de 1955, pág. 40.] El tercer acto de la película se articula en torno al robo de un cuadro del Greco de un museo de Toledo y Forqué da cancha a la comicidad bufa de Landa y López Vázquez.
Alfonso Paso había estrenado la comedia antinorteamericana Las que tienen que servir en el teatro Infanta Isabel el 6 de septiembre de 1962. El éxito fue brutal pues permaneció casi un año en cartel y alcanzó las seiscientas representaciones. Lo que atrajo al público de tal modo fue, por lo visto, la confrontación entre el sentido común de las dos criadas españolas y el american way of life en un chalet en las proximidades de la base aérea de Torrejón de Ardoz. Una vez más, el enredo cómico servía al “mensaje” moralista de Paso:
No siento la menor antipatía por el pueblo norteamericano, no tengo prejuicios ante él. Tal vez lo único que pueda fastidiarme en concreto es que intenten cambiar mi mundo, mis ideas, mis preferencias y mi manera de enfocar la vida. [Francisco Álvaro (ed.): El espectador y la crítica: El teatro en España en 1962. Valladolid: Francisco Álvaro, 1963, pág. 98.]
La adaptación de Juan José Alonso Millán dirigida por Forqué no puede eludir el carácter moralista de la obra, pero resulta bastante divertida si uno es capaz de pasar por alto los asertos machistas, racistas o antidemocráticos que trufan la película y la justificación de la violencia contra la mujer “dentro del matrimonio”, en abierta contradicción con las tesis feministas que Forqué defenderá pocos años después. Esas tesis se sustentan en polaridades básicas —tradición-modernidad, picaresca-ingenuidad, propio-foráneo, despilfarro-modestia, whisky-Valdepeñas...— que se concitan en la elección que tendrá que hacer Juana (Velasco) entre un pretendiente estadounidense y su novio de toda la vida. Eso sí, cuenta con un diseño de producción magnífico, sobre todo en la cocina robotizada.
La producción corre por cuenta de José Luis Dibildos que demuestra un finísimo olfato ya que pasan por taquilla casi tres millones de espectadores, lo que convierte a esta cinta en la más vista de la carrera de Forqué.
En 1980, a punto de centrarse en la realización de series para la pequeña pantalla, Forqué vuelve una vez más a Alfonso Paso... y a Silvia Pinal, la Maribel de su primera incursión en el campo de las adaptaciones de comedias escénicas. Paso había estrenado su comedia El canto de la cigarra en la sala Windsor de Barcelona en 1958 y los críticos invocaron entonces a Frank Capra y Mi adorado Juan (Jerónimo Mihura, 1950), el elogio de la indolencia entonado por Miguel Mihura. Lo que en la comedia pudiera haber de contestación antiburguesa, se tiñe en la versión de Forqué, pasados veintidós años del estreno teatral, de hipismo tardío. Alfredo Landa, Verónica Forqué y Silvia Pinal —con el papel convenientemente ampliado— interpretan los roles que en el teatro encarnaron Enrique Diosdado, Julieta Serrano y Amelia de la Torre
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