domingo, 25 de agosto de 2019

lazaga 101 (12)


Los siete espartanos / I sette gladiatori (1962) es la única incursión de Lazaga en el peplum y, si exceptuamos el ciclo bélico, también su única escapada del mundo contemporáneo.

Tras un sangriento y desigual combate en el circo contra los feroces gladiadores galos, Darío (Richard Harrison) obtiene su libertad y regresa a Esparta. Pero al llegar a su hogar se entera de que Hiarba (Gerard Tichy) ha asesinado a su padre. A partir de ese momento, su único objetivo será la venganza. El instrumento de la misma: la espada de su padre. En su ayuda, Livio (Enrique Ávila), el hijo de su nodriza, y otros cinco luchadores dispuestos a luchar contra la tiranía impuesta por Hiarba. Pero, para cometer el crimen y propalar que ha sido un suicidio, éste ha contado con la ayuda del padre de Aglaia (Loredana Nusciak), la prometida de Darío. Una vez formalizado este planteamiento, la mayor parte del metraje está dedicado a contar cómo vuelve a reunirse el grupo y las peculiares circunstancias en que vive cada uno. Destacan Panurgo (Livio Lorenzon), un herrero que se niega a pagar los abusivos impuestos que cobra Hiarba y cuya hija, Licia (Franca Badeschi), se enamora de Darío, y Vargas (Nazzareno Zamperla), un ladronzuelo que ha sido apresado de nuevo y devuelto al circo donde, en el momento en que sus amigos van a liberarlo, combate contra un toro de lidia, en un apunte idiosincrático que se repite en alguna otra ocasión en los péplum rodados en España.

Suele achacarse a Lazaga el mimetismo con el planteamiento de Shichinin no Samurai (Los siete samuráis, Akira Kurosawa, 1954) y con The Magnificent Seven (Los siete magníficos, John Sturges, 1960), pero lo cierto es que el argumento -calco de la cinta de Sturges adaptado a la plantilla del cine de gladiadores, o sea, que Spartacus (Espartaco, Stanley Kubrick, 1960) tampoco está muy lejos- está firmado por Italo Zingarelli y Alberto de Martino. Lazaga se aplica a insuflar dinamismo en las escenas de acción que ocupan buena parte del metraje. Los actores cumplen con su musculatura y poco más y la única caracterización que precisan es el arma en la que son especialistas. Una vez más demuestra el de Valls su buena mano para planificar en formato anamórfico. Además, esta es la primera ocasión en la que se utilizan los objetivos italianos del Techniscope en una película con participación española. Desde entonces y hasta mediada la década de los setenta otros cuatrocientos títulos más recurrirán a este humilde hermano menor del CinemaScope concebido por la central italiana de Technicolor y que permitía ahorrar la mitad del negativo al utilizar sólo la mitad de la altura del fotograma estándar de 35mm -esto es, dos perforaciones en lugar de las cuatro habituales- y aplicar los objetivos anamórficos en el tiraje de copias y la proyección.

También rueda en pantalla ancha su otra incursión en un género canónico, como el musical a la americana. En Dos chicas locas locas (1964) aprovecha el formato panorámico para incluir varias coreografías de Gene Collins inspiradas en West Side Story (Robert Wise y Jerome Robbins, 1961), aunque obviando los aspectos oscuros de la producción estadounidense. Todo aquí es luminoso, juvenil y feliz.

Las gemelas Aurora y Pilar Bayona debutaron en el cine con dieciséis años en Como dos gotas de agua (Luis César Amadori, 1963). El seguidismo de las películas de Marisol producidas por su yerno, Manuel Goyanes, es tal que el libreto tiene muchos puntos en común con Marisol rumbo a Río (Fernando Palacios, 1963), la película en la que despuntaba ya la adolescencia de Pepa Flores. La formación como bailarinas de las hermanas Bayona les proporcionaba una buena base para hacer crear un producto diferenciado, al tiempo que su condición de gemelas favorecía el enredo. En  la segunda película de la pareja, Pili y Mili han sido separadas al nacer y las han criado sus tías, una en Madrid y otra en Canarias. El fallecimiento del abuelo hace que la mayor de ellas entre en posesión de la fortuna familiar, pero sólo doña Rosa (Mari Carmen Prendes) sabe quién es la mayor. Carlos (Tito Mora), el hijo del notario, viaja a Torremolinos a visitarla para desfacer un entuerto que se enreda por momentos debido a la excentricidad de "La Bella Ninón", como se la conocía cuando trabajaba en la revista. Así, las chicas se quedan a vivir con ella y conocen a un amigo de Carlos (Miguel Ríos), hijo del propietario de un hotel en la costa y apasionado del la música melódica. Los cuatro deciden escapar, de modo que la herencia no suponga un obstáculo a su relación: como autoestopistas, secuestradoras de una lancha, polizones en un mercante y fugitivas en una camioneta de leche y en una avioneta intentarán huir una y otra vez de quienes quieren separarlas por motivos puramente económicos.

Film Ideal, la revista especializada que se erige en defensora de Lazaga de estos años, echa las campanas al vuelo:
Pili y Mili bailando, levantadas por los aires en el baile del gimnasio, poniéndose pelucas color zanahoria en el del barco, corriendo locamente en el playback de la obra en construcción, son ellas, dos mellizas españolas contratadas para una serie de películas por Perojo y que han alcanzado fama y bailan y cantan un poquito. Sus problemas poco importan; ellas no los tiene y eso se adivina. El caso es que son ellas, se mueven y no reemplazan ni fingen ser otros […]. Las veo hablar, andar, bailar y sé que o están haciendo, no hay truco. [Vicente Molina Foix, en Film Ideal, núm. 169, junio de 1965.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario