domingo, 15 de diciembre de 2019

lazaga 101 (28)


Las últimas adaptaciones españolas de la obra de Álvaro de Laiglesia son dos cintas sobre un mismo personaje: la Mapi de Yo soy Fulana de Tal (1975) y Fulanita y sus menganos (1976). El moralismo exculpatorio y el recurso a la narración episódica de la picaresca con su invocación al lector en busca de su complicidad, tan habituales en de Laiglesia, encajan perfectamente en el esquema de la “comedia sexy” del tardofranquismo. Probablemente sea ésta la causa que empuja a la efímera productora Minerva Film a encargar un guión al cómplice de Dibildos en sus inicios, José María Palacio. La responsabilidad de la dirección recae en Lazaga.

Mapi (Concha Velasco) relata —y la película muestra— su “caída” en siete u ocho episodios. Se prescinde de los primeros de la novela, relacionados con su infancia —“película ya vieja, rota y olvidada, porque en el cine de la vida el material envejece pronto”—y se tergiversan y resumen otros. Se nos muestran en rápida sucesión las variopintas ocupaciones de Mapi: monaguillo travestido, chica para todo en un establecimiento de ultramarinos, el noviazgo con Afrodisio (Paco Algora), que debe marchar al servicio militar en África. En su ausencia y durante las fiestas, Mapi se emborracha y, en un pajar, pierde la virginidad.
—En este país todo el mundo da mucha importancia a los precintos de garantía... hasta tu propia madre.

De este modo, Mapi se traslada a Madrid y entra a servir en una casa, donde es seducida por don Rodolfo (Fernando Fernán-Gómez), el preceptor de los niños. Rodolfo le enseña a leer y la lleva a ver el mar, pero cuando descubre su embarazo también la deja tirada. Mapi busca en una farmacia algo para suicidarse y allí conoce a Merche (May Heatherly), que la acoge y le explica su método de supervivencia: “el 60/20”. Sesenta años, veinte millones. Ella es la mantenida del farmacéutico (José Riesgo) y no hay mejor sistema. Mapi encuentra su “60/20” en Marcelo (Antonio Ferandis), un pintor que le pide que pose para él como Eva. A renglón seguido, la mirada de Lazaga se encarga de desbaratar el aserto. El resultado del cuadro, en un estilo perfectamente pompier, es el correlato de la secuencia planificada por Lazaga, su operador y su montadora: exento, académico... Su ejecución, que en la versión literaria se resuelve mediante indicaciones precisas de Marcelo y una borrachera de absenta que culmina con un “y ocurrió lo que tenía que ocurrir”, en la cinematográfica se concreta en una serie de panorámicas encadenadas que muestran en paralelo las etapas de realización del cuadro –abocetamiento, coloreado...– y el cuerpo desnudo de Mapi, recorrido por el objetivo con delectación. La escena se convierte en un canto al voyeurismo, porque es imposible abstraerse de que quien se desnuda es Conchita Velasco, la chica de la Cruz Roja, la chica yeyé, aquella chulilla pizpireta que siempre conseguía esquivar los avances de Tony Leblanc. Mirada compartida, por otro lado, por el casi millón de espectadores que pasan por taquilla y a los que Lazaga retrata, no sin sarcasmo, en la escena prólogo de la película, donde Mapi y Nati son asaeteadas por las miradas de los rijosos clientes del bar de alterne.

Las desventuras literarias de Mapi continúan en Fulanita y sus menganos, Cuatro patas para un sueño y Réquiem por una furcia. La segunda también llega a las pantallas de la mano de Lazaga, aunque ahora Concha Velasco pasa el testigo a la emergente Victoria Vera, en una suerte de relevo generacional que dice más de la voracidad de la pantalla española que de la habilidad de la “musa de la Transición” para orientar su carrera cinematográfica. Los nuevos episodios acuden a su memoria durante la asistencia a un congreso europeo de prostitutas que se celebra en París, lo que otorga a la película una construcción aún más episódica, si cabe, que la precedente. Para lubricar estos saltos en el tiempo y el espacio insertados en el “travelogue” parisino, el montador, Antonio Ramírez de Loaysa, organiza unos breves “staccatos” de insertos de la secuencia marco y de la correspondiente analepsis, aprovechando, de paso, los recursivos zooms con los que Lazaga planifica la película. Toda su originalidad se reduce a esto. Las viñetas de la vida de Mapi se yuxtaponen sin orden ni concierto dramático y resultan rutinarias y tediosas —el primer pecado, tratándose de Lazaga—, cuando no chabacanas. Como la esforzada interpretación de Victoria Vera no da para tanto, en sus primeras aventuras hace que la acompañe la veterana Elisa Montés y, luego, todo se confía al protagonista de cada episodio en cuestión: Manolo Gómez Bur como empleado de una empresa de refrescos que tiene que recurrir a una colchoneta hinchable en el almacén; Manolo Zarzo como el celestino de un jeque que necesita media docena de mujeres para pasar la noche porque su harén se ha extraviado; Alberto de Mendoza en el papel de un chulo que estafa a Mapi y a la hija de un militar necesitada de un marido; Antonio Vilar en un aristócrata homosexual que la utiliza como tapadera para poder seguir manteniendo relaciones sexuales con su chófer; y Pedro Osinaga como un policía parisino con el que se supone que habría encontrado el verdadero amor en un impostado “happy end” ante la torre Eiffel.

El clímax carpetovetónico tiene lugar, no obstante, durante la intervención de Mapi en el congreso. Argumenta aquí de Laiglesia —la cita de Sor Juana Inés de la Cruz en boca de Mapi carece de otro sentido— que si la Comunidad Europea sigue rechazando a España por su bajo desarrollo industrial —sin que, al parecer, cuenten lo más mínimo las carencias democráticas—, en cuanto a la productividad de las trabajadoras del amor nuestro país se encuentra al frente de las potencias mundiales y reclama por tanto la integración de pleno derecho en el Mercado Común de la prostitución. Inefable.

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