La última etapa de la filmografía de José Antonio de la Loma está marcada por los repartos internacionales (doblados para su estreno local), los escenarios españoles, la presencia en los créditos de su hijo José Antonio de la Loma jr. como montador y/o productor ejecutivo, y un marcado interés por la figura del senex amans, aunque sólo en Pasión de hombre / A Man of Passion (José Antonio de la Loma, 1989) se convierte en el protagonista del relato.
Aquí, Mauricio Canals (Anthony Quinn) es un viejo pintor afincado en la Costa Brava. Su hija (Elizabeth Ashley) debe interpretar una obra de teatro en Londres durante el verano y no se le ocurre mejor idea que dejar a su hijo George (R. J. Williams) al cuidado de su abuelo. El muchacho es un apasionado de la música, así que los tres comparten una misma pasión creativa, lo que pronto creará un fuerte vínculo entre el desordenado abuelo y el metódico nieto. La relación del pintor con varias modelos —la profesional Teresa (Shari Shattuck), la aristocrática Susana (Maud Adams), la caprichosa Nuria (Victoria Vera) y la musa fantasmal (Lara Ventura), encarnación de la misma muerte— pautarán el ritmo de un verano de fideuás y habaneras que constituirán toda una escuela de vida para el pequeño George... aunque en la mayoría de las ocasiones De la Loma lo deje fuera de juego. Torpezas de guionista cansado, incapaz de seguir al señuelo que ha lanzado a la pista. Acaso en la novela editada por Planeta, Pasión de hombre - Mi abuelo y yo, el asunto del punto de vista esté mejor resuelto. En la práctica, el enigma del huevo y la gallina queda sin resolver. Carlos F. Heredero y Antonio Santamarina analizan las fechas de publicación, rodaje y estreno y no se muestran concluyentes sobre si se trata de una novelización del guión o de un trabajo previo. Los créditos de la cinta hablan de “una idea original”, aunque la existencia del paratexto literario haya llevado a algunos a concluir que se trata de una adaptación. [Carlos F. Heredero y Antonio Santamarina: Biblioteca del cine español: Fuentes literarias (1900-2005). Madrid, Cátedra / Filmoteca Española, 2010, pág. 300.]
El otro contexto en el que se inscribe esta producción es el industrial, que ha variado sustancialmente en España desde mediados de la década debido a la irrupción del vídeo doméstico, al cierre masivo de las salas de barrio y a la reconfiguración del panorama productivo tras la promulgación de la Ley Miró… a la que De la Loma alude frecuentemente durante la promoción de esta cinta. Y es aquí donde se produce el principal salto cualitativo. Frente a las películas de espectáculo que ha estado realizando durante las décadas de los setenta y los ochenta, Pasión de hombre se presenta como un drama intimista sobre los tormentos y contradicciones del creador. No en vano, durante los últimos años de su vida Anthony Quinn ha expresado repetidamente su interés en interpretar a Picasso. La ambientación en la Costa Brava favorece también la inclusión en la trama de una visita al Teatro-Museo Dalí, en Figueras, y la reflexión de Mauricio sobre el arte ante el óleo La cesta de pan. Además, frente a la música de librería y las canciones que han constituido la banda sonora de su última obra, en ésta y en su siguiente película, De la Loma encarga una partitura ex profeso al compositor ucraniano Vladimir Horunzhy. Estamos, por tanto, ante una operación highbrow, que lucha a brazo partido por conciliar la alta cultura que utiliza como referente y el carácter pompier de la caligrafía de De la Loma. El personaje de Victoria Vera, que más parece una parodia que un remedo de la Sara Montiel más amanerada, termina de boicotear el mecanismo desde su interior.
Los personajes se van incorporando a la acción de Oro fino / Fine Gold (José Antonio de la Loma, 1989) en secuencias tan breves como tópicas —don Pedro de Ollauri (Lloyd Bochner, el Cecil Colby de Dynasty) es un bodeguero a la antigua usanza con una quimera llamada oro fino que no sabremos en qué consiste hasta mediado el metraje, a Simón Andreu no le gusta una máquina porque destroza los racimos, Julia (Jane Badler, de la serie V) es una heredera caprichosa enamorada de un tal Andrés (Ted Wass, de Soap)...— lo que convierte a la cinta en un cruce entre digest de serie televisiva —los tipos proceden directamente de Falcon Crest (Lorimar, 1981-1990)— y documental empresarial sobre la industria vitivinícola. El robo por parte del atolondrado Miguel (Andrew Stevens, de Dallas) de la caja de caudales de su padre, seducido por la ambiciosa Stella (Tia Carrere, de General Hospital), pone por fin en marcha los mecanismos melodramáticos que posibilitan el reencauzamiento de la acción: acusado del robo, Andrés decide irse a Jerez a aprender el oficio desde cero, cuando lleva toda su vida entre viñedos. El Conde (Stewart Granger) nombra director de la bodega a su hijo tarambana en el peor momento posible y Julia resuelve entonces ponerse a trabajar para don Pedro. Da igual, nada de ello importa porque la ruina del Conde tiene más que ver con un tipo desconocido de plaga y el éxito de Andrés se basa en un pelotazo inmobiliario en la costa andaluza.
La alternancia de planos de situación con primeros planos de conversaciones se ciñe a la más rutinaria puesta en escena televisiva, pensada para explotar al máximo el tiempo en pantalla de las estrellas. Adiós a las escenas de acción en las que De la Loma ha brillado a lo largo de su carrera. Adiós a unos diálogos, a veces pretenciosos, pero casi siempre eficaces. Dos ejemplos de la desidia que preside Oro fino. En el primero, Andrés analiza con el responsable de la planta la calidad de las instalaciones de su nueva bodega:
—Esta centrifugadora está bien.En el otro, Stella intenta seducir al conde:
—Sí.
—Cámbiame esa mezcladora, no me gusta.
—Es muy buena.
—Muy buena no es suficiente. Quiero la mejor. ¿Es que no te das cuenta de lo que voy a elaborar? ¡Oro fino!
—Sería maravilloso. Te haría más feliz de lo que puedas imaginar.Más allá de la ambición, el poder y el sexo, la fijación con el concepto del hombre hecho a sí mismo delata la matriz norteamericana del relato. También el reparto, el vestuario y los automóviles remiten al mismo modelo, del que De la Loma ya se ha probado experto copista en sus películas de acción. Las localizaciones riojanas y andaluzas no dejan de ser escenarios exóticos para un público internacional. Otrosí, durante la preparación de esta película, escribe y acaso realiza —sólo he localizado una referencia vaga— un cortometraje promocional titulado Los vinos de la Rioja (1987).
—¿Harías algo por mí? ¿Harías algo muy especial?
—Sí, mi amor. Lo que quieras. Dime qué quieres que haga. Lo que sea... Cualquier cosa. Dímelo.
—¿Quieres...?
—¿Sí?
—¿Quieres salir ahora mismo de mi casa, maldita zorra, antes de que te dé unos azotes en el culo? ¡Fuera!
En un momento en que la industria cinematográfica catalana se muestra renqueante —parece que todas las inversiones estuvieran orientadas a la celebración de las Olimpiadas—, De la Loma vuelve a tirar de rodaje en inglés y de reparto internacional para poner en pie Lolita al desnudo / Lolita’s Affair (José Antonio de la Loma, 1991). El presupuesto declarado es de trescientos cincuenta millones de pesetas, una décima parte de los cuales se cubrirían con una subvención anticipada del Ministerio de Cultura y otros veinte con una ayuda de la Generalitat. [“La industria cinematográfica catalana vuelve a rodar”, en La Vanguardia, 8 de julio de 1990, pág. 62.]
El día en que Lolita (Clare Hoak, no pudo ser Brooke Shields como quería el director) cumple dieciocho años, el inspector Computer (Andrew Stevens, el heredero tarambana en Oro fino) —que hasta ayer mismo pensaba que podía estar mezclada en el asesinato de su padre, el millonario Brian Foster (Anthony Eisley)— se planta en su casa con una rosa.
—¡Te has acordado!Este diálogo resulta ejemplar de la degradación a la que ha llegado el melodrama criminal según De la Loma a estas alturas de su filmografía.
—Hace cinco minutos que eres mayor de edad.
—Gracias. Estoy a punto de marcharme.
—¿Le conozco?
—No es ningún amante, es sólo trabajo.
—Pues no te vayas.
—Tengo que hacerlo... Es mi carrera.
—El matrimonio es una buena carrera.
—Para algunas mujeres, sí, pero no para mí.
—¿Y qué pasará si no consigues lo que buscas?
—Dime que me quieres. Dímelo.
—Te quiero, Lolita. Te quiero y...
—Shh... No digas nada más. Sólo abrázame. Por primera vez voy a entregarme al único hombre que me ha querido de veras.
La inspiración esta vez no proviene de un serial televisivo, sino del cruce de algunas noticias de la crónica negra con el patrón de Laura (Laura, Otto Preminger, 1944). A raíz de la investigación, se pone al descubierto una trama de explotación sexual de menores que opera en Perpiñán a fin de ofrecer carne joven y fantasías eróticas a viejos podridos de dinero, cuyos escarceos son oportunamente grabados en vídeo para extorsionarlos. El que todas las menores sean ya mayores de edad tiene que ver con una corrección política que convierte en peligrosa la explotación de ciertos materiales dramáticos. Mejor ceñirse por tanto al vestuario histórico, a la estética Playboy y a algún apunte de sadomasoquismo de guardarropía. En este terreno, la actriz Mónica Pont realiza todo un ejercicio de valentía al enfrentarse a un par de escenas de persecución fuera de la escenografía que amparaba su sucinto atuendo.
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