domingo, 1 de enero de 2023

iquino y su molino

A los planos del molino y las faenas agrícolas que han servido de fondo a los títulos de crédito de Aquel viejo molino (Ignacio F. Iquino, 1946) se yuxtapone un fondo de oleaje en el mar sobre el que se inscribe la dedicatoria a los emigrantes españoles, “que han dejado el terruño con un hatillo a cuestas por todo equipaje: con la fe en sí mismos y la nostalgia de España por toda fortuna y con el mar reflejado en los ojos por todo horizonte”.


La acción nos traslada entonces a la clínica bonaerense donde está a punto de expirar Luis (Francisco Melgares), compañero de emigración y fatigas de Lucas (Adriano Rimoldi). Éste ha creado una gran industria y ha formado una familia, que, como todas las familias de clase alta retratadas por Iquino en estos años, se maneja entre la frivolidad y el puro disparate, eso sí, con acento porteño. A su mujer (Consuelo de Nieva) sólo le importa el qué dirán y su hija Mery (Pepi Gaos) celebra su compromiso con un petimetre que no le interesa lo más mínimo. Atribulado por la muerte de su amigo, Lucas le cuenta a su hija cómo tuvo que dejar atrás el molino de su familia y echarse mundo adelante para buscarse la vida.

Al marchar, deja en el pueblo una casi novia (Juny Orly) y, tras colarse como polizón en un barco y trabajar en una mina africana, termina conociendo nada menos que en Pretoria (Sudáfrica) a una cantante española (Alicia Palacios) con la que parece dispuesto a iniciar una nueva vida. Pero todo se tuerce porque él es “demasiado bueno” para una mujer “con pasado” como ella y porque estamos en 1914 y acaba de estallar la Gran Guerra. Es así como los dos amigos terminan en Buenos Aires y, después de perderlo todo a manos de un timador (Antonio Bofarull), Lucas logra recuperarse y salir adelante gracias a su trabajo y su talento. Ahora, la muerte de Luis le empuja a volver a España, al viejo molino cuyas aspas en movimiento son metáfora de la vida y la harina que produce su muela, símbolo de la tierra fértil que tuvo que abandonar hace tantos años. En este viaje le acompañará su hija, que encontrará en España el amor verdadero en brazos del hijo de un ganadero (Carlos Agosti).

1945 supone un año de transición en la trayectoria de Iquino en el seno de Emisora Films tras una etapa dedicada sobre todo a la comedia. Los temas algo más ambiciosos alternan con el codornicismo de la desaparecida Ni pobre ni rico, sino todo lo contrario (Ignacio F. Iquino, 1945). En esta ocasión, además, se trata de un empeño del que no están exentos los acentos patrióticos. La cita a Argentina no es en vano, dado que será el único país que apoyará abiertamente a Franco cuando la ONU apruebe, en diciembre de 1946, la retirada de los embajadores acreditados en España. Por otra parte, en la posguerra española había habido llamamientos a que las fortunas amasadas en la emigración regresasen a España para la reconstrucción del país, motivo que constituye el meollo argumental de Santander, la ciudad en llamas (Luis Marquina, 1944).

Primer Plano, núm. 257, 16 de septiembre de 1945

Que la cinta de Iquino contaba con los parabienes oficiales queda demostrado por los dos reportajes que el falangista Santos Alcocer le dedica a a finales de 1945 y principios de 1946 en la revista Primer Plano [núms. 257 y 279]. La sintonía con el Nuevo Estado queda refrendada por la obtención de la categoría de Interés Nacional. Que la producción también tocó la fibra sensible del público transatlántico —no sabemos si únicamente de los transterrados por motivos económicos o también por el exilio político— lo acredita el que la copia en que, al fin, hemos podido ver esta cinta proceda de una emisión en la televisión argentina.

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