Flor salvaje (Javier Setó, 1965) es un remake inconfeso de Debla, la virgen gitana (Ramón Torrado, 1951).
La acción se traslada a la época contemporánea y, de Granada, la localización cambia a Segovia. Eduardo —antaño Alfredo Mayo, hogaño el argentino Luis Dávila— pasa de pintor a fotógrafo. Lo mismo toma como modelo a una muchacha gitana un poco asilvestrada (Rosa Morena en lugar de Paquita Rico), lo que termina provocando los celos de su mujer (Mónica Randall en sustitución de Lina Yegros).
Cambia también el repertorio cancioneril para adaptarse a las necesidades de la protagonista, que ha vuelto de Estados Unidos convertida en una estrella de las variedades; a su servicio se ponen la película y el realizador, Javier Setó, avezado en estas lides por su colaboración continuada con la cantante, actriz y productora cinematográfica Marujita Díaz.
Los matices afectan al peso que la raza tiene en el argumento: en la película de Torrado los gitanos vivían en cuevas, alejados del pueblo y el estigma del “otro” era parte consustancial de la trama; ahora viven en el pueblo, razonablemente integrados y sólo el jardinero (Ricardo Palacios) parece tener prejuicios contra ellos. Este personaje también es de nuevo cuño, como lo es, por supuesto, su intento de violar a la mujer del artista. Sin embargo, el espinoso asunto del adulterio sigue siendo fundamental y colocando al protagonista masculino en una situación tremendamente antipática que, si quince años antes podía justificarse por los requerimientos censoriales, a mediados de los sesenta sólo puede ser leída como profunda hipocresía.
El editor francés interpretado por Erasmo Pascual busca distanciar al espectador del carácter de espagnolade que la película tampoco puede eludir.
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