Jaime Silas fue el seudónimo de un financiero catalán —Jaime Castell— con veleidades de comediógrafo que puso su fortuna al servicio de su afición. Llegó así a estrenar varias obras teatrales no sólo en Barcelona, sino también en París. A finales de la década de los sesenta incursiona en el mundo cinematográfico suministrando argumento, guión y diálogos a José María Forqué para dos películas: Estudio amueblado 2-P (1969) y El triangulito (1970). Ambas tienen otros puntos en común, como el protagonismo de Fernando Fernán-Gómez, cierta inquietud erótica de difícil encaje en los estrechos márgenes permitidos por la censura y un afán moralizador digno de mejor causa.
Los fondos de los títulos de crédito de Estudio amueblado 2-P muestran un catálogo completo de ciudades españolas —Segovia y Córdoba, Ávila y Gerona— al ritmo de una sintonía dabadaba compuesta por Adolfo Waitzman. La película se plantea así como un acertijo. Caeremos en la cuenta del significado del collage cuando descubramos que en la entidad bancaria en la que trabajan Miguel y Ramón (Fernán-Gómez y José Luis López Vázquez) han instalado un potente ordenador que los dos amigos, que no se comen una rosca, van a utilizar para planificar sus ligues con éxito es esa capital de provincia que funciona como sinécdoque de España. Pero, para ello necesitan una garçonnière, el estudio amueblado 2-P.
El contrapunto entre la sofisticación tecnológica y sus prosaicos objetivos tienen mucho que ver con lo que Forqué ya había probado en la cocina de los americanos de Las que tienen que servir (1967) y la escena en que los dos aprendices de donjuanes atienden a una viuda (Esperanza Roy) que llega al banco a retirar el dinero de su marido remite a la de “un admirador, un esclavo, un amigo, un siervo” de Atraco a las tres (1962). O sea, que Forqué pisa terreno conocido y no teme pisar el acelerador de la farsa cuando, para recuperar su prestigio ante sus compañeros decidan organizar una orgía con dos extranjeras (Elisa Montés y Greta Hohfeld) que resultarán ser dos prostitutas nacionales. Forqué se quejaría de que la censura no le hubiera dejado llegar todo lo lejos que el hubiera querido, pero es precisamente esa exasperación histérica que provoca la imposibilidad de manifestación del deseo lo que resulta más elocuente hoy en día. En cambio, no se explica uno cómo algunos gags relacionados con el sacerdote de plantilla y su asistente postconciliar (Antonio Alfonso Vidal y Antonio Mayans) lograron pasar el filtro censor.
El triangulito propone un imposible triángulo amoroso entre Laura (Dyanik Zurakowska), una ingenua alavesa que llega a Barcelona para abrirse camino en un gran almacén de muebles, Lázaro (Fernán-Gómez), jefe de personal, casado con una beata (Ana María Ventura), y Sabino (Gerard Barray), activísimo vendedor del departamento de camas y padre nada menos que de seis hijos nacidos de su matrimonio con Petra (Verónica Luján). Lázaro y Sabino se enamoran perdidamente de Laura, pero por aquello de la censura, el triángulo es puramente platónico. La presencia de ambos en todo momento y la honestidad de la chica, impiden que la situación pase nunca a mayores. Eso sí, alquilan entre los dos un moderno piso en el que poder merendar todos los días con su amada. La idea del director (Sergio Doré) de la tienda de muebles —que no en vano se llama La Felicidad— para promocionar “la cama de la era especial” pone en conocimiento de la ciudad entera este curioso triángulo. Inane desde el punto de vista de la crítica de costumbres y avejentada en su supuesta picardía, El triangulito presenta algún punto de interés por el cuidado formal que Forqué pone en ella apoyándose en la brillante fotografía de Cecilio Paniagua y en una banda sonora de Adolfo Waitzman, quien también compone un tema cantado por Ana Belén. Lo que diez años antes podía haber funcionado en una comedia con Rock Hudson, Doris Day y Tony Randall, no encuentra su sitio cuando se estrena, con un trío protagonístico bastante desequilibrado, en la España de 1971.
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