Yo llegué a la capital de España como un buen lector de Benito Pérez Galdós, conociendo, por tanto, el Madrid viejo y como si se tratara de la cuarta o quinta vez que venía aquí. [...] Volví en el 1953 mientras terminaba la última película que tenía que hacer en Argentina, para realizar aquí una curiosa adaptación del poema romanticón de Campoamor. [Antonio Gregori: El cine español según sus directores. Madrid: Cátedra, 2009, pág. 14.]
En efecto, asentado definitivamente en España, Klimovsky busca su camino un poco a tientas y entra en contacto con el productor Eduardo Manzanos. En algunas filmografías El tren expreso (1954) figura como una coproducción hispano-argentina fechada en 1957, aunque el registro oficial español la acredita como producción exclusiva de Unión Films. Película, pues, de transición, con un pie en cada continente, en la que Laura Hidalgo repite su papel habitual de femme fatale y hermosa esfinge, émula de María Félix. Ya había trabajado con Klimovsky en El túnel (1952) y estaba casada con Narciso Ibáñez Menta, con el que también había colaborado el realizador. Sin embargo, parece que este rodaje en España supuso el fin de la pareja debido a una supuesta aventura romántica de la actriz con el galán de la película, Jorge Mistral.
Mario (Mistral) es un célebre concertista de piano aquejado de una neurosis obsesiva. Abandona pues París, rescinde sus contratos y regresa a España para concentrarse exclusivamente en la música. En la frontera conoce a Andrea (Hidalgo), una dama misteriosa a la que socorre cuando ella intenta arrojarse del tren en marcha. Todos los lugares comunes del artista romántico y de la cultura high brow se dan la mano en El tren expreso. Mario toca una pieza arrebatada en unas fiestas populares y sólo en este entorno vuelve a recobrar la fe en sí mismo. Andrea está marcada por la muerte de sus padres y un matrimonio desgraciado. Durante unos días, refugiados en un idílico pueblo castellano, son felices. Luego, ella pone a prueba su amor. Se citan tres meses después en Arévalo, el pueblo donde ella va a vivir con sus tíos. Si él llega a la estación el 6 de noviembre en el mismo tren expreso que los ha unido y los separa, será señal de que su amor es verdadero.
Salvo la curiosidad de estar basado en un poema de Ramón de Campoamor, poco de reseñable hay en este melodrama, lastrado por unos diálogos ampulosos a más no poder y cargado con cuanto incidente demanda el folletín. Klimovsky tiene fe en el material de partida y cumple con lo que se demanda de él pero poco puede hacer por sacar a flote tal cúmulo de tópicos.
Su siguiente película en España va a suponer un giro en su trayectoria y también signo de su devenir como cineasta durante las dos siguientes décadas. Es así como Klimovsky entra en la órbita de Benito Perojo, con su política de coproducciones en color. Sobre la primera de ellas, La pícara molinera / Le moulin des amours (1954), el lector interesado encontrará en información en la entrada dedicada a las producciones con participación española rodadas mediante el procedimiento belga denominado Gevacolor.
He aquí una sucinta sinopsis y algún apunte de realización que en aquella ocasión quedaron fuera... El capitán, el alcalde y el escribano de Arcos de la Frontera (Antonio Riquelme, Raymond Corday y Manuel Requena) y sus respectivas mujeres (María Gámez, Toni Soler y Matilde Muñoz Sampedro), funcionan como una especie de coro cómico alrededor del cuarteto protagonista. Pascual, el corregidor (Mischa Auer) envía Cristóbal, el molinero (Paco Rabal) a Alcalá de los Gazules a recoger una carga de trigo, de modo que esa noche pueda colarse en el molino. Pero Lucía, la molinera (Carmen Sevilla), le prepara una recepción a base de barreños de agua helada, perros fieros y arcabuces y lo deja encerrado en el molino. Corre entonces a advertir a Jacqueline, la corregidora (Madeleine Lebeau) del comportamiento de su marido. Comoquiera que ella había mostrado interés en Cristóbal esa misma mañana, cuando éste descubre las ropas del corregidor en el molino, cree que su mujer le está engañando. Se las pone y se abre así paso hasta el dormitorio de la corregidora. Ésta y la molinera deciden embromarlo y Cristóbal pasa la noche con Lucía cuando cree haberlo hecho con Jacqueline. A la mañana siguiente las dos mujeres castigan a sus maridos por sus intenciones aunque nada reprobable haya pasado en realidad. Ligeramente osada para lo permitido en su tiempo e intentando sacar todo el partido posible de la carnalidad de Carmen Sevilla, Klimovsky pone su oficio al servicio del ritmo del relato, acentuando los aspectos farsescos del mismo. La presencia de Misha Auer y José Isbert en papeles principales refuerza esta componente, anunciada en los títulos de crédito por el teatrito de títeres de cachiporra.
En cuanto a la participación de Klimovsky en Los amantes del desierto / Gli amanti del deserto (Goffredo Alessandrini, Fernando Cerchio, León Klimovsky y Gianni Vernuccio, 1957), esta vez coproducida por Perojo con Italia, remito al lector a la entrada dedicada a las cintas que Ricardo Muñoz Suay firmó como director adjunto contratado por Perojo.
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