No importa morir / Quel maledetto ponte sull’Elba (León Klimovsky, 1969),
adaptación de la novela homónima de Lou Carrigan publicada en 1962 por Ediciones Manhattan
El 29 de julio de 2024 fallecía Lou Carrigan, uno de los más fértiles escritores de novelas de a duro. Antonio Vera Ramírez, que tal era su verdadero nombre, había nacido en Barcelona noventa años antes. Estudió Comercio y entró a trabajar en un banco, antes de darse cuenta de que podía vivir de la máquina de escribir, que no de la pluma. Manhattan, Rollán, Bruguera y, más tarde, Ediciones B, recibían semanalmente sus originales, centrados habitualmente en los filones del western, el policial, el de hazañas bélicas, la ciencia-ficción o el espionaje. En este último género, alcanzó inmensa fama en Brasil, donde llegó a publicar a lo largo de treinta años quinientos títulos protagonizados por la periodista y agente ZZ7 de la CIA, Brigitte “Baby” Monfort. [Lou Carrigan: “My Loved Spy”, en Lou Carrigan: http://www.loucarrigan.com/?page_id=9]
A decir de Fernando Eguidazu...
su cualidad más estimable es la agilidad de la escritura, el tono dinámico que imprime a sus relatos, con abundantes rasgos de humor, mujeres despampanantes y dosis generosas de erotismo. Quizá el defecto que se le pueda achacar es precisamente su excesiva facilidad, que le hace hacer con alguna frecuencia en el humor demasiado fácil y elemental y una cierta vaciedad. [Fernando Eguidazu: Una historia de la novela popular española (1850-2000). Sevilla-Madrid: Ulises / Consejo Superior de Investigaciones Científicas, 2020, págs. 728-729.]
La primera novela de entre las suyas llevada al cine fue No importa morir / Quel maledetto ponte sull’Elba (León Klimovsky, 1969), adaptación de la obrita homónima publicada en 1962 en la colección “Casco de Acero” de Ediciones Manhattan.
Pero el grueso de su filmografía lo constituyen producciones de Ignacio F. Iquino, escritas por el propio Iquino y firmadas también por Juliana San José de la Fuente con su seudónimo habitual de Jakie Kelly. En la transición de los sesenta a los setenta el de Valls factura cuatro títulos en cuyos créditos se asegura que están inspirados en novelas innominadas de Lou Carrigan.
La banda de los tres crisantemos / Tre per uccidere (Ignacio F. Iquino, 1969) adapta la novela Tierra de hombres, publicada en 1962 como número 7 de la colección “Chicago” de Ediciones Manhattan; Veinte pasos para la muerte / Saranda (Manuel Esteba, Antonio Mollica, 1969) se inspira en Quemado, número 1 de la colección “Western Club” de la editorial Rollán en 1964, reeditado por Bruguera en los ochenta en la colección “Bisonte”; La diligencia de los condenados / Prima ti perdono... poi ti ammazzo (Juan Bosch, 1970) está basada en El hombre y el miedo, número 16 de “Western Club”; Un colt por cuatro cirios / La mia colt ti cerca… quattro ceri ti aspettano (Ignacio F. Iquino, 1971) es la versión libre —con trueque genérico incluido— de Juega un G-Man (1965), número 2 de la colección “Los Intocables”, de Rollán.
Los buitres cavarán tu fosa / I corvi ti scaveranno la fossa (Juan Bosch, 1971) toma como base Siempre acuden los buitres, editada en 1970 con el número 1095 de la colección “Extra Oeste” de Rollán, aunque en esta ocasión asume la parte española de la producción Miguel de Echarri y no Iquino. [Carlos F. Heredero y Antonio Santamarina: Biblioteca del cine español. Madrid: Cátedra / Filmoteca Española, 2010, págs. 157-159.]
No soy el primero en acercarme a este asunto, desde luego. Pablo Fernández realizó una panorámica exhaustiva sobre las adaptaciones de novelas de a duro, organizando en torno a sus autores el capítulo “Puerta a lo desconocido: La novela popular española frente al cine de género”, en Javier G. Romero (ed): Bolsilibro & Cinema Bis [Mieres: VTP Editorial, 2012, págs. 109-119], prologado por el mismísimo Lou Carriagn. Carlos Díaz Maroto se ha encargado de reseñar algunas de sus novelas en Universo Bolsilibro y le dedicó un sentido y documentado obituario. Otro blog, Bolsi & Pulp, dedicó una entrevista al autor centrándose precisamente en su relación con el mundo del cine y la Asociación Cultural Hispanoamericana de Amigos del Bolsilibro (ACHAB) ha reunido estas seis novelas en un único volumen bajo el título Cinema Carrigan. No obstante, el carácter parcial o generalista de estos artículos les impiden profundizar un poco más en los mecanismos formales e industriales que operan en estos trasvases entre distintos medios asociados a la cultura popular. Vamos a ello...
Aunque no le gustaba demasiado el género, Iquino debutó en el western como productor y director con Oeste Nevada Joe / La sfida degli implacabili (1964). El mercado manda. Le siguieron Un dólar de fuego / Un dollaro di fuoco (Nick Nostro, 1965), Cinco pistolas de Texas / Cinque dollari per Ringo (Juan Xiol Marchal, 1965) —una producción de la aragonesa Moncayo Films que Iquino acaba asumiendo— y Río maldito / Sette pistole per El Gringo (Juan Xiol Marchal, 1966). Luego hay un impasse con comedias protagonizadas por Cassen, Mary Santpere y Kiko, antes de recalar en las novelas de Lou Carrigan.
En nuestra primera entrevista —recordaba Antonio Vera— el señor Iquino me propuso la compra de los derechos cinematográficos de Juega un G-Man. Posteriormente, satisfecho de mi trato personal y de mi trabajo colaborando con él en el guión de la película, me fue proponiendo la compra de los derechos de otras novelas, en cuyos guiones también colaboré. [Bolsi & Pulp: http://encontretuslibros.blogspot.com/2008/02/entrevista-lou-carriganpunto-e-sus.html]
Según Àngel Comas, Iquino tenía muchas esperanzas puestas en la adaptación de Tierra de hombres y por eso habría asumido personalmente la dirección y puesto más recursos de los habituales para poder recrear adecuadamente los exteriores estadounidenses de los años treinta: “Iquino puso mucha ilusión y muchos recursos confiando en sus posibilidades comerciales. El director achaca su fracaso a la censura, que le cortó algunas secuencias. Se hizo doble versión”. [Àngel Comas: Ignacio F. Iquino, hombre de cine. Barcelona: Laertes, 2003, pág. 277.] En alguna otra ocasión hemos apuntado que la popularidad de The Untouchables (Los intocables, 1959-1963) y películas como The St. Valentine’s Day Massacre (La matanza del día de San Valentín, Roger Corman, 1967) y Bonnie and Clyde (Bonnie y Clyde, Arthur Penn, 1967) fueron el acicate para la activación del filón gangsteril en España e Italia.
El título de trabajo de La banda de los tres crisantemos fue Tres crisantemos llamados Clyde, en alusión indisimulada a la película de Penn. Tanto es así, que uno de los lectores del guión, cuando éste es sometido a censura previa, el 2 de septiembre de 1968, insiste en lo que de "bonniecladyano" hay en la trama. El libreto es rechazado de plano, debido a que "no quedan suficientemente reprobadas las actuaciones delictivas de los jóvenes y, lo que es peor, la película remata con una aureola romántica totalmente inaceptable en el conjunto argumental". [Archivo General de la Administración, caja 36/05235.] En esta primera versión, el libreto culmina con los amantes tiroteados por la policía cuando intentan huir del motel en el que se han refugiado. [Archivo General de la Administración, caja 36/05515.]
Hasta cinco versiones se presentarán a censura previa antes de que le sea concedido a Iquino el permiso para rodar la película. En las últimas, la acción sucede ya al sur de la frontera y con una partida de mexicanos como responsables de la muerte de la pareja protagonista. La cuarta versión aún mantiene el tono romántico, al exclamar Katherine antes de expirar: "¡Cuando empezábamos a vivir...!" En ella, la chica había exigido a Owen que entregara todo el dinero del botín a su hermano Frank, a fin de empezar su nueva vida libres de la maldición. Sin embargo, tampoco este final satisface a los censores y, en la versión definitiva, autorizada con reservas el 30 de abril de 1969, Owen se quedará con una parte del botín para que sus crímenes pasados no queden impunes de cara a la censura. Por eso, las últimas palabras de Katherine son "Ese dinero nos costará la vida.... Ese dinero, ese dinero..." [Archivo General de la Administración, caja 36/05533.]
A pesar de ésta y otras modificaciones, José María Cano, uno de los censores, observaen su informe que el guión se presenta "como afeitado" e incluye la siguiente advertencia:
Se evitan detalles descriptivos de violencia y erotismo, pero erotismo y violencia persisten con posibilidad de hacer una película que haya de prohibirse por acumulación de brutalidad y lascivia. [Archivo General de la Administración, caja 36/05325.]
A Iquino, auténtico experto en dobles versiones semejantes admoniciones le entran por un oído y le salen por otro. Finalmente, la cinta cuenta la historia los tres hermanos Olinger —Owen (Dean Reed), Frank (Daniel Martín) y Cliff (Luis Duque)— y su banda de atracadores. Después de un atraco a un banco en el que Cliff resulta herido, se refugian en Strongville, el pueblo en el que su tío el sheriff (Ramón Durán) los crió a base de golpes. En la primera versión del guión, para escándalo de los censores, el parentesco era directamente paterno-filial, un tema carísimo a Carrigan.
Los Olinger y sus secuaces se instalan en el prostíbulo de Margot (Lina Canalejas) y toman como rehén a la mujer del alcalde hasta que el médico (Gustavo Re) opere a Cliff. Catherine (Krista Nell), otra chica adoptada por el sheriff, está enamorada de Owen, lo que da pie a una subtrama semincestuosa que Iquino se preocupa en subrayar, no como el carácter “anormal” de Frank, apenas sugerido por su sadismo con las mujeres. Porque más allá de lo que pudiera “exigir el guión”, el cineasta se centra en incluir como sea escenas con desnudos femeninos: la primera aparición de María Martín es emblemática en este sentido. La copia internacional, que es la que hoy resulta accesible, incluye escenas de cama, violaciones y desnudos gratuitos en tal cantidad que la continuidad narrativa queda descalabrada. Para colmo, Iquino introduce varios insertos de archivo de una cesárea y un parto, y flashbacks en sepia, rodados a cámara lenta y con filtros difusores, explicando el pasado de la familia, lo que produce aún más arritmias. ¿Estaría menos trompicada la versión sin desnudos estrenada en España e Italia? No hay modo de saberlo. Las escasas reseñas hablan simplemente de una realización rutinaria, de fuertes dosis de violencia y del reaprovechamiento del poblado del Oeste de los Balcázar, con mínimas modificaciones, como escenario de la América rural de los años treinta.
El final, en la playa, reconduce el drama hacia el enfrentamiento cainita entre los dos hermanos, pero cuenta con un estrambote surrealista: Owen y Catherine perseguidos a la orilla del mar por una cuadrilla de revolucionarios que pasaban por allí casualmente.
Iquino reincidirá como realizador y adaptador del corpus corriganiano en Un colt por cuatro cirios. Ya hemos dicho que la base es una novela que relata las hazañas del FBI —los G-Men titulares— de la que nada hemos podido averiguar, así que nos ceñiremos a lo que cuenta la película una vez birlibirloqueado el género criminal por el western: “El ayudante de dirección, José Ulloa, explicaba que un día Iquino le entregó una de las mencionadas novelas baratas de gangsters, encargándole que la transformase en una del Oeste: coches por caballos, ametralladoras por pistolas, night clubs por saloons, etc.” [Àngel Comas: Op. cit., 2003, pág. 279.]
Quedan huellas de su origen, claro. Más allá de su ambientación texano-fronteriza, lo que nos encontramos es un juego del ratón y el gato entre los miembros de la banda de Oswald (Cris Huerta) por el botín de un atraco. Farley (Antonio Molino Rojo), harto de que su mujer (María Martín) le ponga los cuernos con Rogers (Mariano Vidal Molina), otro miembro de la banda, roba el botín y huye a México. Todos salen en pos de Farley, al que alguien asesina. Los delincuentes sospechan de Rogers, que pide ayuda a Steve (Robert Woods), un amigo de la infancia que ahora ejerce de sheriff; entre los dos buscarán al asesino. La película —imagino que también la novela— tiene su centro de gravedad en esta historia de amistad más allá del lado de la ley en el que se encuentre uno, con la perturbadora propina de que Roger sea un psicópata que estrangula prostitutas. Por si estos tres vértices —Steve, Rogers, Oswald— fueran poco, el sheriff toma bajo su protección a la mujer de Farley y a una hija de su primer matrimonio (Olga Omar). Para proporcionarles cierta complejidad, la mujer es una exprostituta y la hija es alcohólica.
Entre los personajes anecdóticos, el ayudante del sheriff interpretado por Indio González y el enterrador borrachín y gangoso a cargo de Luis Ciges, cuyas intervenciones se encuentran en un registro completamente ajeno al del resto del elenco. Por lo demás, todo el guión son idas y venidas sin otro propósito que propiciar persecuciones, peleas y tiroteos. En plan ahorrativo, Iquino recicla las actuaciones en el saloon de Un dólar de fuego y se saca de la manga un regimiento de Caballería, procedente de Cinco pistolas de Texas, que nada tiene que ver con la trama.
Apenas terminado el rodaje de La banda de los tres crisantemos, con exteriores en Fraga —con el Cinca travestido de Río Grande—, Esplugas City y Barcelona, Iquino pone en marcha en las mismas localizaciones y de nuevo con el protagonismo de Dean Reed, Veinte pasos para la muerte. En esta ocasión delega la dirección en Manuel Esteba. A pesar de que el libreto se dice inspirado en una novela de Lou Carrigan, Iquino asume “argumento, guión y diálogos” en tanto que Jakie Kelly y el italiano Guido Leoni se habrían hecho cargo del “guión literario”.
Una cartela sitúa el inicio de la acción el 9 de abril de 1865, con la rendición del ejército Confederado que pone fin a la Guerra de Secesión. Los hermanos Kimberly convencen a Aleck Kellaway (Alberto Farnese) de que les ayude a asaltar una columna del ejército nordista para robarles un cargamento de dinero y poder reanudar la guerra. Pero los hermanos Kimberly son dos facinerosos en absoluto patriotas y no tienen otro interés que apoderarse del dinero. Kellaway mata a uno y entrega al otro. De regreso a su hogar para abrazar a su hija Deborah, encuentra a un mestizo de india e irlandés enterrado vivo. Lo rescata y lo lleva a su casa. Unos años después, Mestizo (Dean Reed embetunado) —Saranda en Italia, Quemado en la novela original— está enamorado de Deborah (Patty Shepard), pero Kellaway se niega a que su hija se case con un mestizo porque aspira a convertirse en alcalde del pueblo. Él mismo se ha enamorado de Hazel (Maria Pia Conte), que en realidad es la amante de un Clegg Kimberly (César Ojinaga) y éste busca de venganza por los años que ha pasado en prisión. El western sobre el clásico tema del ajuste de cuentas y la cobardía deviene, en virtud de estos elementos argumentales, en melodrama sobre el racismo, las relaciones paterno-filiales y la lealtad. También en esta ocasión se producen importantes cambios en el paso de la novela a la pantalla. Desaparecen Ned Hilton, el revólver más rápido del sudoeste, y su esposa, "la hemosísima Ludmila", inesperados aliados en el enfrentamiento final entre Quemado y Kellaway con la banda de Clegg Kimberly. Hay en cambio en la novela un acendrado sentido de la lealtad y el respeto, independientemente de las muescas que cada cual luzca en su Colt. Las mujeres son para Lou Carrigan compañeras fieles dispuestas a todo con tal de complacer a su hombre. Sólo Maxine —Deborah en la película— atiza los celos de Quemado/Mestizo porque sabe que su amor es imposible mientras su padre aspire a la alcaldía: los ciudadanos nunca aceptarían que la chica se casara con el hijo de una chiricahua.
El protagonismo de Mestizo en la película convierte a Hazel en una vamp de manual, en tanto que en el texto de origen es ella quien confiesa a Maxine su amor por Aleck y su pasado, entregándose a Clegg sólo para que el hombre al que ama tenga tiempo de organizar su defensa. En la cinta, será Mestizo quien alerte a Kellaway de su perfidia, lo que provoca el desencuentro entre ambos hombres. En la película, los malentendidos sentimentales —Kellaway cree que Hazel está enamorada de él, Mestizo piensa que Deborah le ha traicionado— sirven como hitos dramáticos, que permiten prolongar la tensión unos metros de película más hasta el enfrentamiento final en el que Mestizo deberá tomar partido por Kellaway o por Clegg, algo que nunca se plantea en la novela. Para colmo, el clímax tiene lugar en un pueblo oscense abandonado, localización tan inadecuada como exótica en un western, lo que provoca un nuevo —y suponemos que indeseado— efecto de extrañamiento.
El final propuesto por Lou Carrigan se decanta por el romanticismo lacónico: "Verano. Texas. "Quemado Ranch". Un hombre. Una mujer. Un beso... para empezar". [Lous Carrigan: Quemado. Barcelona: Ediciones B, 1988, pág. 92.]
La ambigua autoría de Antonio Mollica, que firma como “Ted Mulligan”, y Manuel Esteba, que tuvo sus más y sus menos con Iquino [Àngel Comas: Op. cit., 2003, pág. 366], tampoco parece pesar demasiado en el resultado final, un western con atractivos visuales tan parcos como su presupuesto puntuado por sendas escenas discursivas en las que se explican el pasado de Mestizo y el de Hazel. Eso sí, hay un par de momentos de violencia que la productora italiana se ofreció a cortar para obtener el nihil obstat para todos los públicos: cuando el prometido de Hazel intenta sacarle los ojos a Mestizo en la primera pelea en el río y el estrangulamiento de uno de los secuaces de Clegg (Antonio Molino Rojo) por parte del protagonista. [Italia taglia: Expediente de censura del 28 de abril de 1970]. Pero esto resulta pura ganga en el género al modo post-Leone.
Burlando levemente la cronología, hemos dejado para el final los dos títulos dirigidos por Juan Bosch a partir de novelas de Lou Carrigan. Uno en IFI y otro en Midega, coproducidos ambos por el italiano Luciano Martino...
Harto de dirigir comedias para Iquino, Bosch le pide que le deje dirigir un western, género al que es aficionado y al que cree que puede aportar algo de creatividad. Iquino le propone que adapte una novela de quiosco y entre las que lee, a Bosch le llama la atención El hombre y el miedo. Se trata de un relato ambientado en un único decorado, una estación de postas de Wells Fargo, donde un grupo de bandidos retiene a los viajeros de una diligencia. El sadismo de Quinton Monaway, el jefe de la partida, incluye ahorcamientos inconclusos y completos, el reventarle mediante sendos disparos los dos hombros al escopetero de la diligencia, la orden a una vieja dama de que se desnude para solaz de los bandidos, amenazas de violación varias, la amputación de las orejas y el corte del cuello cabelludo a otro personaje, amén de ejecuciones sin más, por supuesto. Frente a la historia matriz del pistolero retirado que no se atreve a volver a empuñar las armas por temor a no ser tan rápido con la mano izquierda como lo fue con la derecha, son estos episodios de violencia extrema lo que termina calando en el ánimo del lector, aunque los más pasados de vueltas quedan fuera de la adaptación cinematográfica.
Bosch se pone en contacto con Antonio Vera y arman el guión que luego firmarán Iquino y Juliana San José, por la parte española, y Luciano Martino por la italiana. Martino es el propietario de Devon Film, que coproduce con IFI la cinta. Pero apenas comienza el rodaje, Bosch se cae del guindo cuando comprueba que en algunas jornadas de trabajo tiene que rodar más de cuarenta planos. A pesar de ello, La diligencia de los condenados demuestra algo más de concisión que las películas anteriores producidas por IFI a partir de novelas de Lou Carrigan. En lugar de acumular peripecias, la historia queda claramente planteada en los primeros minutos: Tony Stevens (Bruno Corazzari) y sus secuaces han sido detenidos por violación y asesinato y serán juzgados en cuanto llegue un testigo. La partida de Sartana (Fernando Sancho) —reelaboración de acuerdo con las convenciones del subgénero del villano de la novela— retiene a los pasajeros de la diligencia: saben que uno de ellos es el testigo, pero no cuál. Para averiguarlo, los conducen a la parada de postas de Walton, pero éste es en realidad el expistolero Wayne Sonnier que tiene cuantas pendientes con Stevens. Unos breves flashbacks en blanco y negro van pautando el metraje como premonición del enfrentamiento final entre ambos.
Las cosas no terminan de resultar porque hay algunas situaciones inconsistentes y los personajes son meros arquetipos, pero por lo menos no entran en continua contradicción con su propio carácter. Por momentos parece que la planificación está dispuesta a secundar el punto de vista del hijo del pistolero retirado —la larga sombra de Shane (Raíces profundas, George Stevens, 1953), claro—, avergonzado por lo que interpreta como cobardía de su padre, cuya vida anterior tiene mitificada. Y aunque al final esta subtrama sea la que proporciona a la película su happy end tras el inevitable tiroteo, lo cierto es que Bosch apenas deja esbozada la idea sin acabar de explotarla. Tampoco la tensión del huis clos termina de fraguar: la partida de cartas y algunos cambios de tornas demasiado bruscos resultan derivativos y restan fuerza al motivo central.
En mi debut en el cine de caballistas o de cowboys sin vacas —recordaba Bosch— me encontré con un mundo totalmente desconocido para mí. Hasta aquel momento había hecho películas de acción y comedias, pero el género del western era totalmente diferente. Descubrí, por ejemplo, que el actor que más ensayaba y calculaba las distancias para pegar un falso puñetazo siempre acababa KO en la segunda toma. Aprendí que el galán que más presumía de conocer a los caballos no tenía ni puñetera idea y era seguro que acabaría en tierra, desmontado. Todos los villanos querían morir gloriosamente a base de planos enfáticos, inacabables... les encantaba morirse.
La caída de un especialista desde un tejado se pagaba a mil pesetas el metro (de altura), con derecho a un ensayo. La caída de un caballo al galope, a tres mil pesetas. La caída con el caballo incluido, cinco mil. Las repeticiones se cotizaban aparte. Aquellos especialistas eran la gente más sacrificada y romántica que he conocido en el cine, y eran los que se llevaban siempre la peor parte. [Ángel Comas: Joan Bosch: el cine i la vida. Valls: Cossetània Edicions, 2006 págs. 101-104.]
La demostración de puntería de Sartana —tres relojes arrojados al aire que han de ser destrozados con sendos disparos antes de que lleguen al suelo— fue realizada con una escopeta por el propio Iquino como el último plano que rodaba en sus estudios del Paralelo, circunstancia en la que Bosch quiso ver una diáfana metáfora de rebelión contra el paso del tiempo.
Luciano Martino le ofrece a Bosch trabajar directamente para él, puenteando a Iquino, pero el director aún realiza en IFI Abre tu fosa, amigo... llega Sábata / Si già cadavere, amico... ti cerca Ringo (Juan Bosch, 1970), a partir de un guión original de Sauro Scavollini. A estas alturas, Iquino está ya en fase de supervivencia. Cierra sus estudios en el Paralelo y trabaja con presupuestos cada vez más escasos. La relación con Bosch se ha deteriorado y éste decide aceptar la propuesta del italiano. Midega, la productora de Miguel de Echarri, director del Festival de San Sebastián, actúa ante la administración española para legalizar la coproducción. Bosch ha entablado buena amistad con Antonio Vera y decide recurrir a él para levantar el nuevo proyecto, con mayoría italiana y rodaje en el poblado del Oeste de los estudios Elios Films, a las afueras de Roma.
Según Bosch, la productividad del novelista se debía a un método taylorista de producción. Dedicaba un día a planear el asunto y tomar notas sobre el argumento. Al día siguiente se sentaba a la máquina de escribir eléctrica —presumía de su velocidad como mecanógrafo— y escribía toda la mañana y, después de comer, de tres a cinco. Por la tarde se iba al gimnasio a practicar karate. El diez días había terminado una novela con sus correspondientes copias al papel carbón. Él mismo gestionaba los derechos de edición y las reediciones. Después de su colaboración en Los buitres cavarán tu fosa, Bosch intento convencerle de que probara como guionista, pero el novelista rechazó la oferta, a pesar de la mejora que podía suponer en sus ingresos, porque no quería renunciar a su independencia. [Àngel Comas: Op. cit., 2006, pág. 117.]
Ambos toman el argumento de la novela Siempre acuden los buitres y titulan el guión Los buitres cavarán tu fosa. Esta vez Lou Carrigan figura como coguionista con Bosch y Roberto Gianviti, pero, al menos en la versión internacional, Bosch consta como autor del argumento, sin ninguna alusión a la novela, de de cuyo decurso, por otra parte, se aparta en numerosos incidentes. En la adaptación se dramatiza el prólogo sobre los asaltos a las diligencias de la compañía Wells Fargo y la contratación que justicieros que persigan a los asaltantes en lugar de limitarse a defender los envíos de oro y plata desde California a la Costa Este. En el texto original es una suerte de nota histórica sobre la creación del departamento de detectives de la compañía, cuyo detonante fueron los treinta asaltos perpetrados por "Black Bart" entre 1875 y 1883. James B. Hume fue nombrado responsable de seguridad en 1882. [W. Turrentine Jackson: "Wells Fargo: Symbol of the Wild West?", en The Western Historical Quarterly, núm. 3, 1972, pág. 185.], en tanto que en la película, la escena sirve para presentar a los dos principales rivales en la captura, vivo o muerto, de Glenn Kovacs (Frank Braña): los
cazadores de recompensas —los “buitres” del título— Jeff Sullivan (Craig Hill) y Pancho
Corrales (Fernando Sancho). Luego, el libreto se atiene a la literalidad de los incidentes y los diálogos de la novela.
Sullivan rescata a Dan Barker (Ángel Aranda) de un campo de trabajos forzados para que le conduzca hasta Kovacs y a partir de entonces se entablará una partida entre los dos cazarrecompensas por hacerse con su presa. El mexicano no dudará en torturar a Barker atándolo con alambre de espino en una de esas escenas de sadismo extremo al que ya nos ha ido acostumbrando la deriva manierista del spaghetti-western. Es una de las influencias del subgénero en las novelas de Lou Carrigan. En otros casos, se atiene a los patrones de la novela popular y es en varios de estos momentos cuando el libreto diverge de su base literaria. Valga lo dicho para toda la subtrama novelística de Camelia y su padrastro, curandero y violador. Camelia se convertirá en el "interés romántico" de Jeff Sullivan y el happy end conducirá a ambos a Texas, nueva tierra de promisión. Sullivan es un rural —un ranger del estado sureño— que ha emprendido la aventura con una falsa identidad, otra de las señas de identidad de la novela de quiosco.
Además, Jeff Kovacs es su hermano y pretende llevarlo ante la justicia antes de que Pancho Corrales decida que es más fácil cobrar la recompensa con él muerto; el argumento de los hermanos en distintos lados de la ley es, una vez más, uno de los artificios más socorridos de la novela bélica, del Oeste o policial, en una transposición, acaso inconsciente, del reciente enfrentamiento civil. En la adaptación de Bosch, Barker es el hermano de Kovacs y Sullivan lo rescata del campo de trabajos forzados para que lo conduzca hasta él. Camelia se convierte en la irlandesa Susan y se enamora de Barker, no de Sullivan. A este le queda el papel de pistolero irredento: dispara repetidamente contra Kovacs porque éste mató a su mujer. Tras liquidar también a Corrales deposita a Barker en brazos de su amada y se pierde en el horizonte. En resumen, el guión prescinde de alguna trama secundaria derivativa y refuerza la principal con recursos distintivos del western mediterráneo, igual de tópicos a estas alturas que los de las novelas a destajo.
Algunas situaciones se reciclan casi literalmente de La diligencia de los condenados, como la del intento de violación y el asesinato del padre cuando intenta defender a su hija. En cuanto a rasgos estilísticos de interés, destaca sobre todo la ausencia de flashbacks, que habían sido signo distintivo de las adaptaciones corriganianas de Iquino, y la focalización en el punto de vista de determinados personajes en algunas escenas. Valga como ejemplo la pelea de Sullivan y Barker, en la que cada golpe queda reflejado en la mirada de Susan (Maria Pia Conte), enamorada del segundo, lo que la lleva a empuñar un rifle y disparar contra el cazarrecompensas. No es mucho, pero destaca por contraste con las rutinarias realizaciones de Iquino.
A pesar de estas gollerías, Bosch consigue terminar la película por debajo del presupuesto inicial, lo que propicia su vinculación al cine italiano durante los dos siguientes años en los que factura hasta seis títulos en cuyos créditos aparece como John Wood. Tras su regreso a la producción netamente española en 1975, dará a luz su obra maestra en el género, la epigonal La ciudad maldita / La notte rossa del falco (1978) que ya no es una adaptación de alguna novelita de Carrigan, sino de Red Harvest, de Dashiell Hammett.
El tema de la venganza y las cuentas pendientes del pasado constituyen la materia prima argumental del western mediterráneo. En los basados en las novelas de Lou Carrigan podemos advertir además un interés cardinal por los vínculos familiares, ya sean éstos entre padres e hijos o entre hermanos. También la presencia en los guiones de hijos adoptivos, madrastras y hermanastros, en unas relaciones no consanguíneas y a menudo interraciales que marcan el comportamiento de los personajes. Todo ello se incardina en unas tramas argumentales deudoras de arquetipos mil veces replicados: la sombra del pasado que empuja a la venganza, las alianzas traicionadas en pos de un botín, el pistolero que no quiere volver a utilizar las armas, los representantes de la ley sitiados por los facinerosos, los hermanos enfrentados cual nuevos Abel y Caín... Todas tienen ilustres precedentes en el cine estadounidense y se reciclan habitualmente en tebeos y novelas de quiosco. En este aspecto, tanto da que estemos en Chicago que en el Lejano Oeste: las tramas son perfectamente intercambiables. Conviene resaltar, eso sí, la prevalencia de localizaciones fronterizas con México, influencia de José Mallorquí adoptada por el cine rodado en España por afinidad cultural y facilidades de ambientación.
Él propio Antonio Vera resumía así su impresión —acaso edulcorada por el paso del tiempo— sobre estas adaptaciones:
Tengo un buen recuerdo de mi relación con el cine partiendo de mis novelas, y puedo decir que en todo momento fui tratado de modo cortés y respetuoso por los productores y directores de las películas basadas en novelas de mi creación. En ocasiones, el director se permitía hacer algunos cambios argumentales y ambientales que incluso un par de veces llegaron a resultarme muy chocantes, pero que acepté porque entendía claramente que su intención era mejorar la película, al menos desde el punto de vista comercial, y en ese aspecto sabía mucho más que yo sin la menor duda. [Lou Carrigan: “¿Cine de género?”, en Javier G. Romero (ed): Bolsilibro & Cinema Bis. Mieres: VTP Editorial, 2012, pág. 7.]