José María Zabalza debuta en el largometraje con un drama social al aguafuerte: También hay cielo sobre el mar (1955). Las peroratas ejemplarizantes del cura (Antonio Prieto) y el maestro (José María Prada) no logran compensar el clima desasosegante creado por el desempleo permanente en el sector pesquero en el que busca trabajo Miguel (Luis Meiral), ni el ambiente asfixiante que se crea en torno a su mujer, María (Aurora de Alba), a la que todos los hombres del pueblo desean. Para más fácilmente hacerla suya, el armador (José Marco Davó) le ofrece a Miguel el puesto de Luis (José Calvo) en un barco que va a hacer la campaña del bacalao a Terranova. En su prolongada ausencia, el armador asedia a María, que le rechaza. Sin embargo, en una situación clásica del drama rural hispano, las habladurías corren de boca en boca en boca y Miguel regresa precipitadamente para vengarse... No llegará a hacerlo porque la policía detiene a María por el asesinato del armador, aunque nosotros sepamos que es inocente. Condenada a la pena capital, un embarazo que ella no deseaba obliga a prorrogar el plazo de la ejecución de la pena, giro argumental que dará ocasión a un nuevo debate sobre el libre albedrío y la expiación más propio de un drama de tesis.
Influido por Man of Aran (Hombres de Arán, Robert J. Flaherty, 1934) en las escenas de la pesca y la costa, Zabalza no duda en echar mano de recursos melodramáticos a tutiplén y convierte a Aurora de Alba en una maggiorata autóctona; al verla entre rejas no podemos evitar pensar en Yvonne Sanson y sus películas con Matarazzo. Su cuerpo concita todas las miradas y se convierte en el foco de la tragedia.
La ambición formal corre pareja a las pretensiones transcendentes del relato, que lejos de husmear en los vericuetos psicológicos de los personajes, se limita a definirlos como arquetipos. Algunas elipsis especialmente oscuras podrían deberse a la impericia del director debutante, pero también a la falta de medios o a la intervención de la censura.
Como alumno del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, Zabalza, había rodado como práctica de fin de estudios en 1954 una peliculita de unos veinte minutos titulada Entierro de un funcionario en primavera. Cuatro años más tarde, cuando va a abordar su segundo proyecto como director profesional, decide ampliar aquel cortometraje, añadirle varias tramas secundarias y de este modo surge el largometraje Entierro de un funcionario en primavera. Es el fin de Haz Films. Los informes sobre el guión presentado a censura previa no pueden ser menos alentadores. El proyecto original contempla un elenco encabezado por Fernando Fernán-Gómez y/o José Luis Ozores en los roles encomendados finalmente a Tony Leblanc y Fernando Delgado. El papel del plañidero profesional que acabaría haciendo Félix Fernández estaba concebido para Gila, y Luis Sánchez Polack “Tip” y José Luis Portillo “Top” debían interpretarse a sí mismos. El presupuesto —quimérico para las posibilidades de financiación de la modesta productora de Zabalza— es de 3.593.957. El Servicio de Ordenación Económica de la Cinematografía, dependiente del ministerio de Industria y competente en materia de costes, reduce la valoración a dos millones mondos y lirondos. Va a dar igual. Esta estimación oficial sirve para ajustar los porcentajes de protección económica que percibirá el productor una vez clasificada la película en la Dirección General de Cinematografía, pero la Tercera categoría que se le otorga por unanimidad a Entierro de un funcionario en primavera (1958) la excluye de cualquier tipo de ayuda.
El informe de uno de los vocales eclesiásticos de la Junta de Clasificación y Censura, el reverendo Andrés Avelino Esteban resume: “¡Qué horror!”. Luego, matiza: “Nunca he visto nada comparable a esta película española… Ni tiene gracia, ni interés, ni arte, ni valor alguno cinematográfico… Ni siquiera es realista”. [AGA-36/4775.] La verdad es que la preocupación por la relación entre la sociedad española y el cine, tan apegada a los postulados de las Conversaciones de Salamanca, no deja de resultar sorprendente viniendo de quien viene. Por su parte, el padre Manuel Villares pide la prohibición total de la película. De hecho, el baldón de la Tercera categoría veda su estreno en locales de Madrid y Barcelona. Además, se califica para mayores y se ordena el corte de una frase en el rollo 7 en el que el guardia de la circulación hace un chiste sobre las calles que llevan nombres de héroes militares. Lógicamente, Haz Films recurre la clasificación, aunque sin demasiada convicción puesto que ni realiza modificaciones sustanciales en la copia ni proporciona una argumentación convincente en su defensa. Los vocales de la Junta se sienten molestos por la petición de revisión y se ratifican en su primera valoración. La sentencia de muerte de Haz Films queda sellada el 21 de noviembre de 1958. Entierro de un funcionario en primavera llegará finalmente a las pantallas madrileñas en 1960, en programa doble en el periférico y humilde cine Alcántara. No obstante, Miguel Pérez Ferrero “Donald” le dedica una breve reseña en ABC:
No somos muy partidarios del humor macabro, pero éste puede encontrar su justificación si es por lo menos humor. Y aquí lo que se brinda es infrahumor, en una trama que es un galimatías, en la que las inanidades reiteradas se señalan. [ABC, 27 de enero de 1960.]
Elocuente epitafio para la película más personal de José María Zabalza.
Tras el fracaso económico de Entierro de un funcionario en primavera, Zabalza pega un golpe de timón y en cinco días concibe y escribe una obra de teatro sobre tres chicas de alterne. Gracias a sus contactos consigue que se estrene en el madrileño Teatro Recoletos en 1959. El planteamiento es modesto —el escenario partido en dos con un una única decoración, un número muy limitado de intérpretes y papeles de cierto lucimiento para las tres protagonistas femeninas—, la recepción no es mala y la obra emprende una gira trompicada que incluye estancias en San Sebastián y en su Irún natal. Éstas serán las localidades elegidas para poner en pie la adaptación cinematográfica que emprende él mismo en 1965 como tercera producción de la marca Uranzu Films. De este modo, Zabalza se convierte en productor, director, guionista único y autor adaptado, en la que para algunos resulta su obra más personal. La elección de las contadas localizaciones exteriores y algunos interiores en Igueldo y en el Club Náutico con vistas a la bahía, no es suficiente para proporcionar entidad cinematográfica a un guión que reposa exclusivamente en las situaciones dialogadas. La resolución mediante encadenados del cansino baile de una pareja en el Club Macumba parece más una artimaña para alargar un poco el metraje que una figura de estilo autoral. A raíz de algunas escenas rodadas con la cámara encima de las actrices por las apreturas de la localización elegida, uno está tentado de pensar que con unos diálogos menos obvios y sin el caricaturesco acento francés de Gemma Cuervo, Zabalza podría haber abierto una vía cassavetiana en su filmografía. La realidad es que se entrega una y otra vez a lo más evidente. La aparición de una pistola en el bolso de una de las chicas al principio del segundo acto es también uno de esos ardides dramáticos que, al menos, resultan siempre eficaces para mantener un suspense que parte de dos situaciones únicas.
La jovencísima e ingenua Elena (Paloma Valdés), aspirante a bailarina, ha caído en las redes de Carlos (Germán Cobos). Así se lo advierte la veterana Lilian (Gemma Cuervo), una francesa baqueteada por la vida que, no obstante, ve en un tal Luis –que nunca comparecerá en la pantalla- su última oportunidad de encontrar el amor, a pesar de que él pretende chulearla sin más contemplaciones. Completa el Trío Walder, Loli (Carmen Lozano), una chica de pueblo abocada directamente a la prostitución, pero a la que esta vida le parece mucho más divertida que estar sirviendo en casa de unos señoritos. La revelación de una relación entre esta última y Luis propiciará un par de giros a la trama y un motivo para la utilización de la pistola.
En Madrid se estrena en pleno mes de julio. La crítica del ABC —esta vez es “Harpo” en lugar de “Donald”— resulta demoledora:
Camerino sin biombo se estrenó hace unos años en Madrid, como obra teatral, sin demasiado éxito. Su autor, José María Zabalza, se ha atrevido, sin embargo, a intentar su versión cinematográfica. El resultado no puede ser más desdichado. La película naufraga de principio a fin, sin que su asunto —las peripecias de tres mujeres empleadas como atracción y como "gancho" en un "cabaret" de baja estofa— interese en ningún momento, sin que en ningún momento, tampoco, se atisbe un rastro de sinceridad en ella. Ni los diálogos discursivos y vacíos; ni la interpretación, paralela a la falsa humanidad de los personajes; ni la realización, rígida, anticuada, sin matices, poseen la calidad necesaria para un comentario más extenso. [Harpo, en ABC, 6 de julio de 1967.]
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