Una versión previa de este texto apareció en el extinto blog De Reparto
En 1969 José María Zabalza dirige unos westerns, en Techniscope y a partir de guiones propios, mediante el sistema que los americanos denominan back to back. Consiste en rodar simultáneamente con el mismo equipo técnico y artístico, utilizando los mismos decorados dos películas distintas. Dispuesto a superarse a sí mismo, dado que acaba de rodar en Irún por el mismo método dos cintas sobre el gangsterismo en el Chicago de la Ley Seca, los westerns serán tres: Plomo sobre Dallas (1970), 20.000 dólares por un cadáver (1970) y Los rebeldes de Arizona (1970). Los plazos de rodaje son de dieciocho días para una de ellas y doce para cada una de las otras dos, lo que equivale a un total de siete semanas.
No me explico por qué causa tanta sorpresa rodar tres películas al vez, con los mismos decorados y las mismas pistolas, cuando los poblados del Oeste y las pistolas de atrezzo son empleadas una y otra vez en distintas películas desde hace diez años. Tampoco intento hacer obras maestras, sólo películas serie B con dignidad. Y a coste muchísimo más reducido de lo normal: He rodado las tres en siete semanas, sin descartar domingos y fiestas, lo que las deja convertidas en seis. De verdad que no hay que tener ningún respeto al cine. Ahora mismo las películas están vendidas a Grecia, África, Sudamérica y Bélgica... ¡Y aún no están terminadas! [José María Zabalza entrevistado por Enrique Brasó: "Una son tres, tres", s/ref.]
20.000 dólares por un cadáver relata una tradicional historia de venganza. Bruce Dale (Miguel de la Riva) mata al malvado Burkett (Fernando Sánchez Polack) cuando éste entra a robar en su rancho. Al querer cobrar la recompensa —los veinte mil dólares del título se ve envuelto en una guerra entre los responsables del ferrocarril y el jefe de la banda de pistoleros de la que Burkett formaba parte, contratados por el servicio de diligencias para estorbar el tendido de la vía. A pesar de las súplicas de su mujer (Dianik Zurakowska), cuando los forajidos queman su rancho Dale aprende a disparar a marchas forzadas y se convierte en agente del ferrocarril.
Si no fuera por los caballos y los colts, Plomo sobre Dallas se diría una novela criminal, una suerte de Cosecha roja, de Dashiell Hammett, que ya Leone había tomado como modelo, vía Kurosawa, para Por un puñado de dólares / Per un pugno di dollari (Sergio Leone, 1964).
Otro Dale Bruce (esta vez Carlos Quiney) no tardará mucho en comprobar que preguntar por el ranchero Ralston en Tombstown —que no Tombstone— puede resultar peligroso. Se ha interesado por él en la barbería y en el saloon y le ha hecho un par de preguntas a Helen (Claudia Gravy), la cantante del local. Pues cuando sube a su habitación hay tres tipos esperándole que le pegan una paliza y le aconsejan que abandone el pueblo al amanecer. Pero Dale no parece dispuesto a hacerles caso y pronto las calles de Tombstown será un reguero de cadáveres. Grace le advierte que detrás de los intentos de liquidarle está otro Burkett (José Truchado), el capataz del rancho Minister, así que hacia allá encamina su caballo el forastero. Un detallito aquí y otro allá, va reconstruyendo el expolio al que los de la compañía del ferrocarril han sometido a los propietarios locales y cómo el rancho de Ralston ardió cuando se negó a vender. Una vez tendida la línea férrea, la compañía le revendió los terrenos a Morse a bajo precio. Mediado el metraje nos enteramos de dos nuevos datos... Primero: Dale y el hijo de Ralston han descubierto una mina de oro, su compañero ha muerto y él está empeñado en entregarle al padre su parte en el negocio. Segundo: ese tipo elegante y misterioso (Luis Induni) que acaba de llegar a Tombstown en la diligencia es el mismísimo Ralston, cómplice de Morse en la compra fraudulenta de tierras. Los rancheros expoliados se rebelan, el sheriff toma conciencia de la situación y la guerra se desata.
A pesar de lo ajustado del presupuesto, Zabalza se permite algunos pequeños lujos, como la planificación de la escena en la que uno de los pistoleros de Burkett azota al carpintero (Javier de Rivera) y que el protagonista sigue a través de los ventanales del saloon antes de incorporarse él mismo a la acción en el exterior, o el plano en que Ralston recibe la noticia de la muerte de su hijo, rodado a través de la rejilla de la ventana. Sin embargo, estos detalles no son suficientes para que la película remonte un segundo acto en el que, a contrapelo del género, la trama se desenvuelve a golpe de diálogo en interiores.
Los rebeldes de Arizona es la de más pretensiones —aseguraba Zabalza—.
Es a lo Lester. Una pareja decide casarse para vivir aventuras. Les
suceden muchísimas. Con un mexicano en la frontera de Arizona
encuentran oro, les quitan continuamente el dinero que consiguen, salen
los indios, luego unos negros les vuelven a robar, toman la diligencia,
les asaltan unos bandidos, están a punto de morir ahorcados... [Ibidem.]
Los rebeldes de Arizona es la más peckimpahiana de la trilogía de westerns que Zabalza rueda para Procensa. En el primer acto hay tres ideas ya que constituyen una auténtica locura que saca adelante con absoluto aplomo. La primera es el incendio del rancho de Peggy Morgan (Claudia Gravy) por parte de la compañía ferroviaria interesada en la adqusición de los terrenos; Peggy acaba de casarse con Alan Jackson (Carlos Quiney) —el oficiante ha sido el alcalde de Tombstone, interpretado por el propio Zabalza— y prosiguen el baile nupcial mientras su casa arde. La segunda es la voladura de la caja de caudales la compañía para cobrarse el estropicio en el mejor estilo Bonnie and Clyde (Bonnie y Clyde, Arthur Penn, 1967); y resulta insólito porque no hay el más mínimo atisbo de juicio moral sobre este ojo por ojo, algo no demasiado habitual en el cine de la época. La tercera es que, apenas cruzada la frontera con México, deciden entregarle todo en dinero a Juan (Enrique Navarro), un padre de familia al que los bancos quieren desahuciar. Luis Induni, con el mismo vestuario que en Plomo sobre Dallas, y Miguel de la Riva, con el de 20.000 dólares por un cadáver, son los representantes del banco. O sea, sus enemigos. Pero, de pronto, Rudy (De la Riva), salva a la pareja cuando están a punto de ahorcarlos y se une a ellos en una nueva aventura que nada tiene que ver con todo lo anterior, ni desde el punto de vista argumental ni porque se haya producido un enlace causal. Simplemente, Mac (José Truchado) les ha robado los caballos y, de paso, se dedica a venderles armas a los apaches. Unos minutos después Peggy y Alan están enredados en el asunto, en tanto que Rudy, con el que forman un extraño trío sobre el que no hay la más mínima insinuación de menage à trois, se siente interesadísimo por la cándida hija de Mac (Dianik Zurakowska). Peggy y Alan realizan una incursión nocturna en el campamento indio, pero es para volar el cargamento de armas, no para recuperarlo. Mac se enfrenta entonces en un duelo a cuchillo contra el jefe de la tribu apache. Y Rudy tendrá que elegir si sigue a la pareja en su viaje en busca de diversión y emociones o se establece y aburguesa junto a la hija de Mac.
Para su estreno en Italia se sajonizan todos los nombres del equipo. Zabalza pasa a llamarse Harry Freeman y se sustituyen las composiciones de regusto pop de Ana Satrova por una partitura inconfundiblemente spaghetti western de Gianni Marchetti. Más aún, todas estas operaciones deben correr a cargo de la Cinemec Produzione, de Roma, porque el nuevo combinado figura como una coproducción ítalo-española. Como tal pasa los trámites censoriales en Italia con el título de Adios Cjamango! y obtiene el permiso de exhibición el 7 de septiembre de 1970 sin mayores contratiempos administrativos.
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