domingo, 5 de septiembre de 2021

la amargura de luis lucia (1)

 
 
Primeros pasos de la mano de Vicente Casanova 

Luis Lucia Mingarro fallece el 13 de marzo de 1984, a los sesenta y nueve años. Ha dirigido su última película en 1972; o sea, a los cincuenta y siete. Por medio, cuatro decenas de cintas realizadas y coescritas a lo largo de tres décadas: comedias, películas folklóricas, niñas prodigio y algunas adaptaciones literarias ambiciosas. El poso, desgranado durante los últimos doce años de inactividad: una profunda amargura teñida de socarronería.

Amargura por la evolución política de España, toda vez que su padre, cristiano-demócrata, pero integrado en la CEDA de Gil Robles desde la Derecha Regional Valenciana, había sido condenado a muerte por ambos bandos durante la Guerra Civil, como él —ferviente católico— se encargaba de recordar puntualmente cada vez que era entrevistado.

Amargura por la desaparición de una industria en cuyo seno se había forjado: la ejemplificada por la Cifesa de los años cuarenta. En la empresa de los Casanova, valencianos como él, había ingresado apenas terminada la guerra en su condición de licenciado en Derecho, para convertirse inmediatamente en gerente de la rama de producción, jefe de producción y guionista, antes de debutar como director en 1944.

Amargura por lo que consideraba ingratitud de las niñas y adolescentes que lanzó en la última etapa de su carrera —Marisol, Rocío Dúrcal y Ana Belén— y que una década más tarde denunciaban lo que había supuesto para ellas la pérdida de la infancia o, en el mejor de los casos, buscaban la clave en el futuro y no en el pasado.

Amargura, en fin, por un cine que la única satisfacción que le había dado, como también decía siempre que se le presentaba la oportunidad, había sido la de ganar lo suficiente para poder dejarlo.

Con ocasión de su fallecimiento, Diego Galán calificaba su obra como “la más más característica del cine español de posguerra”. Y es que Lucia habría sido “el que mejor se sensibilizó al pulso del público, combinando géneros y estilos, de forma que la comedia o el melodrama sustentaran los esquemas religiosos o folklóricos de moda”. [Diego Galán: “Ha muerto Luis Lucia, considerado el director más clásico del cine español”, en El País, 14 de marzo de 1984.] Pocos días después, Julio Pérez Perucha matizaba este aserto: 

Muchas veces se entiende por cine popular un cine populachero, cine zafio, cine basto. E, incluso, tiene un cierto prestigio Lucia de hacer un cine de consumo para amplios públicos poco exigentes. [...] El hecho de que haya hecho muchas películas y este carácter popular lleva a algunos a decir que era un realizador estándar, un buen artesano sin personalidad. Esto me parece una flagrante injusticia. Luis Lucia me parece uno de los grandes del cine español porque precisamente a partir de la base que le proporciona el poder hacer cine con una cierta tranquilidad y de esa voluntad, totalmente respetuosa con el público, de hacer buenas películas, siempre metía una serie de toques personales. [...] Continuamente inscribía una serie de reflexiones sobre el doble, la máscara, el falseamiento, etc., que le dan un espesor muy curioso a las películas de Lucia y las hace muy modernas. [La noche del cine español: Luis Lucia (Fernando Méndez-Leite, 1984)]

Una reivindicación que se mantendrá como firme convicción a lo largo de los años, ya que en la Antología crítica del cine español [Madrid: Cátedra / Filmoteca Española, 1997] que él coordina se incluyen hasta cinco títulos del director valenciano.

Cuando le entrevistaban en su casa, Lucia se colocaba bajo el retrato de su padre y explicaba que ingresó como abogado en Cifesa porque aquél, encarcelado, no podía alimentar a su familia. 

De asesor jurídico de Cifesa pasé a ocupar el cargo de gerente de la producción de la misma. Ocupando aquel puesto, firmé a Ana Mariscal el primer contrato de su vida; di a Alfredo Fraile la ocasión de ascender a primer operador y, porque tenía gran fe en él, conseguí que Rafael Gil se estrenara como director. [Donald: “Luis Lucia, la niña y el payaso”, en Blanco y Negro, 5 de febrero de 1966, pág. 87.]

La película de Gil es El hombre que se quiso matar (1941), guión del propio Lucia a partir de una novela de Wenceslao Fernández Flórez. De los realizadores para los que trabajó como jefe de producción decía haber aprendido siempre algo: de Marquina, la técnica cinematográfica; de Delgrás, el ritmo; y de Orduña... que para dedicarse al oficio hay que estar un poco loco. [ibidem, pág. 88.]

El 13-13 (1943) supone el debut de Lucia en la dirección y la primera de las ocho películas que realizó para Cifesa. La acción se desarrolla en un país imaginario. Pablo (Rafael Durán), el agente 13-13, y Berta (Marta Santaolalla), la agente 13-14, trabajan para el servicio secreto sin saber a qué se dedica el otro. Al encontrarse reviven el amor que les uniera, pero el coronel Berkel (Alberto Romea) les avisa de que hay agentes extranjeros en el país dispuesto a neutralizarlos. Además, entre ambos existe una rivalidad pues Berta está descuidando sus misiones por culpa del amor y Pablo realiza todas las misiones importantes. Berta pone como excusa una visita a su supuesta tía Ágata para realizar una misión en el extranjero y demostrar su valía ante el coronel Berkel. Pero su comportamiento despierta las sospechas de Pablo.

Tomando como modelo el cine estadounidense, Lucia rueda una comedia romántica dosificando la trama de espionaje para sostener el interés hasta el inesperado y dramático final. No es frecuente encontrar películas de espías en el cine español de los años cuarenta a no ser como tramas secundarias de cintas de género histórico o pertenecientes al ciclo católico anticomunista. El 13-13, Pacto de silencio (Antonio Román, 1948) y la parodia Yo no soy la Mata-Hari (Benito Perojo, 1949) constituyen los ejemplos más relevantes.

Su siguiente película como director, Un hombre de negocios (1945), resulta, en la práctica, invisible, debido a su deficiente estado de conservación y a la inexistencia de másteres para pases televisivos o ediciones en vídeo doméstico. Recurrimos por ello a la sinopsis consignada por Pérez Perucha en su pionero artículo sobre su primera etapa de Cifesa:

Todas las confusiones del film constituyen una descarada simulación sin más objeto que la obtención de algún beneficio pecuniario. Veamos. El protagonista, sumido en la bancarrota, ha de fingir que es marido de otra mujer; la protagonista, para ocultar una estafa de un tío suyo, y para lograr una herencia, ha de representar el rol de señora casada: la madre de la protagonista, mientras, ha de interpretar otro papel con el fin de que el plan siga adelante, llegando incluso a mantener una conversación telefónica con el “tío de América” poniendo voz de carretero y haciéndole creer que no es ella sino el marido... Y, por si fuera poca la ensaimada, el tío de América, que llega abruptamente al lugar de los hechos, no es tal tío sino un actor contratado, que además ha de interpretar al actor que hace de tío con objeto de no ser víctima de una estafa. A su vez, el mayordomo del protagonista ha de dedicarse a hacer de apuntador del falso tío cara a que no corneta caros errores. Por su parte, el actor que ha de suplir al tío, confunde al auténtico tío con el sobrino, con el primer marido, impostor que únicamente desea obtener dinero... Este verdadero caos —excelentemente resuelto al nivel de la puesta en escena por Luis Lucia, de quien conviene recordar sus cualidades como brillante narrador— concluye cuando uno de los suplantadores no es capaz de continuar con la representación; acto seguido, todos irán cayendo cual fichas de dominó: una vez destrozada la representación, el relato se vacía de sentido. No es descabellado colegir que Lucia, con esta maraña de equívocos, no hace más que dinamitar mordazmente cierto tipo de narrativa dominante, algo sorprendente en la pantalla de 1945. [Julio Pérez Perucha: “El cine de Luis Lucia en Cifesa: Sus primeras películas”, en Archivos de la Filmoteca, núm. 4, diciembre-febrero de 1990, pág. 95.]

Dos cuentos para dos (1947) es una novelita romántica de José Mallorquí convertida en comedia de enredo por Lucia. Al igual que otras películas de los años cuarenta basadas en obras de este género —como las adaptaciones de las hermanas Linares Becerra— el ascenso social es el motor de la acción y la confusión de identidades el artificio empleado para sostener la intriga. La película de Lucia se atiene a tales premisas, pero no se deja cortar las alas por el moralismo que tiende a emascular otras propuestas similares. Además, cuenta con un reparto en estado de gracia en el que no hay desperdicio, de los modestos soñadores que protagonizan la historia —Tony Leblanc y Carlota Bilbao— al detective especializado en caracterizaciones —Manuel Requena— pasando por el banquero Gordón y señora —José Isbert y Julia Lajos—. La realización conjuga estas interpretaciones, por completo ajenas al realismo, con un dinamismo heredado de una atenta lectura de los modos de la comedia screwball estadounidense. Desde el propio diálogo, Dos cuentos para dos se postula como cuento de hadas. La historia de amor del tasador de joyas apocado y de la manicura echada pa’ alante, con un inesperado desdoblamiento en el romance entre un hombre de negocios norteamericano y la maniquí de una peletería, que resulta ser la doble exacta de la manicura, rehúye cualquier comentario sobre la realidad contemporánea para terminar acercándose, paradójicamente, a ésta más que otras cintas con voluntad de levantar acta sobre su tiempo, pero lastradas por una visión interesada del mismo.

Sin embargo, como apunta Juan M. Company, 

el aparente carácter bonancible de la historia narrada oculta más de una sorpresa, no siendo la menor de ellas una insólita calificación de los personajes en términos de clase social y según las relaciones laborales que entre ellos se establecen. [...] Tanto Berta como Jorge van a ser definidos como dos personajes explotados del empresariado franquista que oculta la crudeza de sus designios e intereses bajo la máscara de una actitud familiar y protectora ante los trabajadores. [Julio Pérez Perucha (ed.): Antología crítica del cine español. Madrid: Cátedra / Filmoteca Española, 1997, págs. 218-219.]

Para entonces, Cifesa está intentando remontar la crisis en que la ha sumido la inclusión en las listas negras de la industria estadounidense por su activa colaboración con empresas nazis y fascistas. Como profesional de la casa, Lucia se verá afectado por estas circunstancias.

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