Despido improcedente (1980) es la penúltima película del veterano Joaquín Luis Romero-Marchent. Está protagonizada por Juanjo Menéndez y Jesús Puente, pareja de hecho por el éxito teatral de Violines y trompetas… y por un spot de atún en conserva. Interpretan a un par de abogados en plena época de conflictos laborales, aunque para ellos parecen más importantes los líos sentimentales. Los dos son laboralistas, aunque Andrés (Puente) trabaja para la patronal y José (Menéndez) defiende a los trabajadores. Por lo demás, ambos carecen de ideología, más allá del estupor que les causan los nuevos tiempos democráticos en los que parece que la magistratura siempre da la razón a los trabajadores ineptos que aprovechan las indemnizaciones para darse la vida padre en tanto que los pobres empresarios ven cómo se hunden los negocios que tanto les ha costado poner en pie. La cosa queda ejemplificada en Ortiz (Agustín González), enloquecido por la situación y dispuesto a tirarse desde la azotea de su fábrica si no viene el mismísimo ministro de industria a solucionarle la papeleta.
La situación es consecuencia de un sindicalismo sin freno ante la ausencia de un gobierno fuerte, de la “ola de erotismo” y de la inseguridad ciudadana, que eran las grandes plagas de la sociedad española según parecían pensar los cineastas reacios al cambio o críticos con él. El guionista Santiago Moncada sitúa dos o tres lindezas sobre el asunto ya en los títulos de crédito. Un quiosquero (Paco Camoiras) persigue al footinguista José para contarle que se han fugado de prisión más “grapos” y etarras y Andrés escucha en la radio el parte matutino: “La noche ha sido tranquila. En la capital sólo se han registrado diecisiete robos, cinco violaciones y catorce atracos, con un total de dos muertos y ocho heridos”.
En su vida privada, José se encama con una mujer casada (Ana María Frías), que lo utiliza únicamente para satisfacer su apetito sexual y luego prescinde de él, y Andrés, en una de las escenas más grotescamente obscenas que se hayan visto nunca en una comedia española, se presta a violar a una refugiada camboyana (Luigina Rocchi) para que ella pueda superar el trauma bélico. Eso sí, Romero-Marchent se permite ejercer de moralista en un recorrido por la cartelera madrileña cuando rodó la película, en febrero de 1980. El deambular de los protagonistas por la Gran Vía sirve de excusa a la inserción de una serie de carteles exentos rodados en los alrededores de la calle Fuencarral. La localización principal es la sala ABC Park, un cine recién inaugurado, con cuatro salas especializadas en cine clasificado “S”. De ahí proceden los pósteres de Señora casada busca joven bien dotado / La Femme peintre (Juan Xiol, 1972) “provocadora, insinuante, osada”; El maravilloso mundo del sexo (Mariano V. García, 1978), “con Susana Estrada y esta película llegará el escándalo”, Les héroïnes du mal (Tres mujeres inmorales, Walerian Borowczyk, 1979), “donde el vicio, el placer y la virtud se confunden”; Le lunghe notti della Gestapo (La larga noche de la Gestapo, Fabio De Agostini, 1977); “no era erotismo... era degradación”; Le evase (Las evadidas, Giovanni Brusadori, 1979), “mujeres dominadas por el sexo y la violencia”.
Sendas salas de los multicines Luchana programaban por las mismas fechas Tamaño natural / Grandeur nature (Luis G. Berlanga, 1974) y Salut i força al canut (Cuernos a la catalana) (Francesc Bellmunt, 1979), y el Proyecciones, Polvos mágicos / Lady Lucifera (José Ramón Larraz, 1979), “los polvos mágicos de aquella casa encantada convirtieron a Alfredo Landa en un Supermán”.
No obstante, el inserto más extraño es el de Una storia d'amore (Los pecados inconfesables de una señora bien, Michele Lupo, 1970), que ya se había estrenado en España en 1972 y cuya presencia en las pantallas madrileñas en esos días no he podido localizar en la cartelera de ABC [12, 20 y 23 de febrero de 1980], de donde proceden las gacetillas de las demás. La inclusión de las películas de Berlanga y Bellmunt acaso apuntara a que en todas partes cuecen habas, incluido el cine de autor.
En cualquier caso, la secuencia carece de significación dramática y sirve más bien de guiño cómplice a unos espectadores que reían con los chistes sobre hijas que piden pasta a sus progenitores para abortar en Londres, terroristas evadidos a diario y yonquis latinoamericanos, al tiempo que disfrutaban de la visión de los pechos de varias actrices del elenco. El público y el director podían disculparse a sí mismos, ya que al fin y al cabo no tenían otro remedio que dejarse arrastrar por la rampante ola de erotismo, aunque sin caer en la chabacanería. Otro tema muy distinto es el de la ordinariez ideológica, pero eso ya ha quedado apuntado al principio de esta glosa cuyo ánimo es estrictamente testimonial, no moralizante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario