Como tantas películas de Sara Montiel de finales de la década de los cincuenta y principios de los sesenta, La reina del Chantecler (1962) es una reedición de El último cuplé (Juan de Orduña, 1957). Jesús María de Arozamena y Antonio Mas Guindal vuelven a hilvanar un libreto en el que asistimos a la condena al desamor de una artista del género ínfimo. Pero si en la película inaugural María Luján era un personaje imaginario, aquí remite directamente a Consuelo Portela "La Bella Chelito", que triunfó en el Salón Chantecler de la plaza del Carmen en la segunda década del siglo XX. Al situar la acción en el Madrid de 1916, los años de la Gran Guerra, los guionistas aprovechan para incluir también a otro personaje real, Margaretha Geertruida Zelle, conocida en los escenarios como Mata Hari, y en los círculos de los servicios secretos como la agente H-21. La participación —real o supuesta, tanto da— en su detención al regresar a Francia desde España del periodista Enrique Gómez Carrillo, proporciona al argumento una subtrama en la que figuran la bailarina holandesa (Greta Chi) con su propio nombre y el periodista guatemalteco afincado en España levemente alterado como Federico (Alberto de Mendoza), el amante de la Bella Charito. Acaso esta fuera la idea del figurinista y dibujante Pepito Zamora, buen conocedor de aquel mundo en compañía de Álvaro Retana, del que Sara Montiel canta dos cuplés, y que aprovechó el éxito de estas películas para intentar rescatar su legado como cronista de la sicalipsis con la publicación en 1963 de su última novela, oportunamente titulada La reina del cuplé.
Durante el primer acto, Gil se dedica a la descripción del ambiente de los teatros de variedades en esa época. El Chantecler, el salón Parisiana de la Moncloa, artistas casticísimas con apodos como "La Cuaquerita" (Eugenia Roca), comerciantes provincianos provectos que siguen echando canitas al aire en la capital (poco más que un cameo de Miguel Ligero) y ministros conservadores (José Franco) que regalan joyas a las mujeres más deseadas de su tiempo y consiguen que se reabran los teatros cerrados por escándalo público. En el segundo acto gana espacio el amor ilícito de la condesa de Valdeluna (María Asquerino) y Federico, y la añagaza que urden para que el marido burlado (José María Seoane) crea que la "mala mujer" es Charito y no la condesa. El escándalo de su suicidio aconseja que la artista y su madre (Milagros Leal) desparezcan de Madrid, por lo que aceptan un contrato para actuar en el Casino de San Sebastián. Allí cerca, en Oyarzun, Charito encuentra el amor auténtico en un ingenuo pelotari (Luigi Giuliani), miembro de una familia conservadora de rancia tradición carlista. La detención de Mata Hari en la frontera y el descubrimiento por parte del pelotari de la verdadera identidad de su amada conducen al clímax melodramático. Como mandan las leyes del ciclo, la protagonista volverá al escenario y ofrecerá su corazón destrozado al público en un cuplé postrero.
Samba (1964) es la segunda y última película en la que Rafael Gil dirige a Sara Montiel por encargo de Cesáreo González: una intriga policiaca bastante enrevesada que José López Rubio escribe en colaboración con Jesús María de Arozamena y que sirve de bastidor a los números musicales de la estrella femenina, como no podía ser de otro modo.
Belén Moreira (Montiel) es una modesta costurerita de la favela de Morro do Salgueiro ennoviada con Paulo (Marc Michel), un joven que trabaja en una gasolinera. La abuela de Belén (Antonia Marzullo) es una hechicera macumba que ha imbuido en su nieta el sueño de ser la nueva Xica da Silva, una esclava de gran belleza a la que un tratante de diamantes cubrió de riquezas. La escuela de samba local elige precisamente a Belén para encarnar este personaje en el desfile de carnaval. Claro que la cosa tiene truco, porque un par de gánsteres le han ofrecido al presidente de la escuela una pequeña fortuna para que sea ella la escogida. El cuento de la Cenicienta tiene su lado perverso porque ya hemos visto que el príncipe azul no es otro que el alucinado Fernandes de Oliveira (Fosco Giachetti), que ha disparado contra una cantante idéntica a ella en el prólogo de la cinta. Belén va a realizar la fantasía de que Laura, la fallecida, sigue viva. Todo es una confabulación de unos contrabandistas, que pretenden aprovechar la gira por Europa de la escuela de samba para sacar los diamantes de Brasil.
Gil dirige con un ojo puesto en Orfeu negro (Orfeo negro, Marcel Camus, 1957) y otro en el travelogue, esa suerte de documental sobre paisajes exóticos. El problema es que la figura principal, Sara, aparece siempre como despegada del fondo, un pegote imposible hasta en los números musicales, sobre todo, en los que deberían de tener sabor popular. Como, además, la química con Marc Michel es nula, el principal valor de Samba es el intento de facturar un cuento de hadas contemporáneo en la línea de la "comedia de la felicidad" que López Rubio cultivaba en los escenarios. Quizá por eso en esta ocasión no hay final melodramático para la estrella, sino la celebración de la vida que, un día al año, supone el carnaval.
De la participación brasileña en la producción, aparte de las localizaciones, apenas podemos destacar la presencia en el reparto de Grande Otelo, en un papel cómico de marido calzonazos.
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