domingo, 17 de julio de 2022

azcona y forqué en la calle ballesta

Rafael Azcona arranca su novela Los europeos con una descripción de la fauna que se daba cita en el bar americano Jimmy's, en el número 4 de la calle de la Ballesta, a finales de la década de los cincuenta:

Miguel se encogió de hombros, encendió un pitillo y por la calle de Colón salió a la Corredera. Del mercado, cerrado y siniestro, emanaba un espeso olor a víveres fermentados, y envuelto en humo salía del bar de la esquina de Barco el griterío de unos borrachos. Siguió a buen paso hasta Ballesta, que se precipitaba desierta y tranquila en busca de las espaldas de la Gran Vía; sólo allí, en su arranque, la estrecha calle se animaba con los coches y las gentes que se movían entre una constelación de rótulos de neón multicolor. Muy cerca ya de ellos, Miguel se miró las manos, cubiertas de sudor en las palmas, y se las frotó contra los flancos del pantalón. Desde Pigalle llegaban las, notas de un acordeón, y de Picnic salían unos mocitos aleteando alrededor de una mujer vieja y elegantísima. Sin dejar de frotarse las manos, Miguel se dirigió a Jimmy's y entró en el local confundido con unos norteamericanos que acababan de apearse de un Buick.
Le golpeó la cara una oscura y casi sólida bocanada de ruido, calor y música. En la barra, colmada de clientes, se hablaba en varios idiomas, y en el fondo del establecimiento, por encima del murmullo de las conversaciones, cantaba una mujer acompañada por un piano. [...]
Estaban junto al piano, en un nivel más alto que la zona de la barra. Apoyada en el pianista, una chica cantaba borrorosamente algo que Antonio tarareó. Le preguntó al panameño:
—Oye, ¿qué es eso que canta?
Donne-moi, de Becaud. Donne-moi un peu d'espoir, un peu de vie, un peu d'amour...
—¿Has oído, Miguel? ¡Qué tío, el Pompeyo! Se sabe todas las canciones!
Miguel, con su coñac entre las manos, miraba hacia abajo. La mayor parte de las personas que llenaba el establecimiento eran hombres; todo el mundo estaba excitado o contento, y sobre las conversaciones estallaban grandes carcajadas. En los divanes más próximos a la barra había tres muchachas extranjeras y un enjambre de muchachos muy peripuestos, vestidos a la italiana y con el pelo peinado hacia adelante, manoteaban en un agotador intento por hacerse entender. Las mesas que, pegadas a la pared, corrían desde los escalones a la puerta, estaban ocupadas por hombres, casi todos jóvenes; sólo en una de ellas había una mujer pechugona y miope, la cual escuchaba atentatamente algo que le contaba un chico gesticulante. [Rafael Azcona: Los europeos. París: Libraire des Editions Espagnoles, 1960, págs. 17-20.]

Jimmy's, propiedad de Luis Miguel Domingín y del marqués de Villaverde, según decían algunos, era sólo uno de los locales de copas y/o alterne que había en la calle de la Ballesta, en la trasera de la Gran Vía. Harlem, Pigalle o Picnic eran otros tantos. Todos ellos sirven de fondo a José María Forqué para ambientar los exteriores de su adaptación de Maribel y la extraña familia, de Miguel Mihura. La comedia partía de la hipótesis de que un hombre tímido y provinciano conoce en un bar de alterne a una señorita y cuando ella cree que la lleva a su casa a rematar la faena, le presenta a su madre y a su tía, convencidas como él de que no es más que una chica moderna, de esas a las que no les importa ir solas a las cafeterías. Buena parte del éxito de la comedia de Mihura se debió a su habilidad para sortear las férreas indicaciones censoras; también, a unas situaciones siempre sorprendentes, con una hábil mixtura de intriga y humor, a unos personajes dibujados primorosamente y a unos diálogos descacharrantes, de los que José María Forqué saca el mejor partido en su adaptación para la pantalla de 1960.

En un momento, Maribel piensa que la cosa pasa de castaño oscuro y que debe explicarle a Marcelino a qué se dedica. En la comedia, el diálogo tiene lugar en el primer acto, mientras la tía prepara unos cócteles. En la pantalla, Forqué muestra, aunque sea brevemente, el ambiente de prostitución en torno a al primer tramo de Ballesta, el que va de la calle Desengaño a la esquina con Loreto y Chicote. Lo que más destaca, claro, son los anuncios luminosos que remiten a lugares exóticos asociados con la aventura, la delincuencia o el pecado, tan presente en la España nacional-católica.


 
 
En su recorrido periodístico por la calles de Madrid, Moncho Alpuente escribía que el poeta Ángel González frecuentaba la zona a finales de la década de los cincuenta y que allí buscaba "una sombra de libertad, un eco de Montmartre o del Soho. La añoranza del poeta incluía a una principessa, italiana de oscuros orígenes, aficionada al canto, que sujetaba con horquillas del pelo los restos de su último abrigo de visón". [Moncho Alpuente: "La Ballesta", en El País, 16 de septiembre de 1985.]

En su biografía de Jaime Gil de Biedma, escribe Miguel Dalmau sobre la zona frecuentada por ambos poetas:

Eran modernos locales al gusto de los norteamericanos, que habían instalado recientemente sus bases militares en suelo español: el American Star, el Picnic o el Jimmy’s. En poco tiempo estas primeras whiskerías captaron a la clientela más audaz de las antiguas tascas y tabernas. En el Jimmy’s los noctámbulos buscaban relacionarse con mujeres liberadas —algo impensable en las cafeterías del centro— y en el Picnic los homosexuales podían confraternizar en libertad. Gil de Biedma siempre recordó aquella época en que "la cultura urbana madrileña se adelantó a la nuestra y dio de sí el primer whisky á gogo". Para un hombre como él, una velada en el Picnic era una bocanada de aire fresco: escuchar los boleros que interpretaba al piano un tal Manuel Alejandro, que luego fue compositor de Raphael, beber los primeros Cutty Sark y abordar a desconocidos. [Barcelona: Circe, 2004, pág. 239.]

Y el propio Manuel Alejandro recuerda así su paso por el local en unas notas autobiográficas:

Recalé, por varios años, en un llamado bar americano en la calle de la Ballesta, donde en las tardes distraía a parejitas de enamorados jóvenes tocando el Bésame mucho o el Volare de moda, y en las noches, con el Blue Moon de Elvis o los cuplés de Sarita Montiel enloquecía al colectivo homosexual, sus gigolós y sus "chaperos", que abarrotaban aquel bar mal llamado Picnic. Eran las primeras divisiones de homosexuales que salían con enorme sigilo de los armarios al estar tan perseguidos por el Régimen, y fui cum laude en un master acelerado de discreción… Me encontraba con profesores, honorables paisanos y hasta con amigos cercanos. Largo tiempo estuve tocando allí, hasta que se convirtió en el centro neurálgico de la prostitución madrileña, que con los soldados de la Base Americana, radicada en Torrejón de Ardoz, y los pertinentes "chulos" que merodeaban alrededor de las prostitutas, el Picnic se convirtió en un auténtico saloon del Oeste americano, donde en las muchas broncas que surgían me silbaban los vasos por las orejas mientras que tocaba a todo trapo charlestones y twist de moda. [Manuel Alejandro: "Cuento y recuento", en Sociedad de Autores y Compositores de México: https://www.sacm.org.mx/Informa/Biografia/34023]

El Pigalle, en la esquina de Loreto y Chicote con nuestra calle de referencia, se promocionaba en el año de su inauguración sugiriendo que el cliente podría vivir, "sin salir de Madrid", las mismas experiencias que en la parisina plaza homónima. Y añadía: "coma y beba al ritmo del acordeón de Jean Fred y Luis de Santos". [ABC, 7 de diciembre de 1957.] Por cierto, que la dirección artística del Jimmy's estaba en 1955 a cargo de otro célebre acordeonista francés establecido en Madrid, Jean Freber. Freber interpretó la banda sonora de las dos primeras películas producidas y dirigidas por Tony Leblanc y hace un cameo en la primera de ellas: El pobre García (1961).

Aparte de estos "bares americanos" en Ballesta y Desengaño había también tabernas de renombre donde matar el hambre y tomarse un vino en un ambiente menos selecto, como Asquiniña, La Cresta o La Tasquita de Enfrente —puerta con puerta con el Jimmy's y frente a la Gran Tasca, del mismo propietario—, que también aparece en Maribel y la extraña familia.

Década y media más tarde la degradación debía ser patente porque en su guía Pecar en Madrid, Antonio D. Olano se refiere a la zona como una de las muchas "costas" en las que practicar la lujuria, pero se limita a una mención genérica de los locales: "En Chouri, Honolulú, Pic-Nic, Club Amador (amador es el verdadero dueño de la costa"), Él y Eva, Manolo's, etc., usted tendrá la seguridad de que va a "tiro hecho". Las muchachas no quieren perder el tiempo". [Madrid: Ediciones 99, 1976, pág. 80.]

No hay comentarios:

Publicar un comentario