El reconocimiento oficial a Embajadores en el infierno (1956) propicia el salto de Forqué a un proyecto más ambicioso que será la primera de las tres películas que escriba con Alfonso Sastre: Amanecer en Puerta Oscura (1957). Un poco en la estela de Carne de horca (Ladislao Vajda, 1953), pero con una potente fotografía en color de Cecilio Paniagua, el guión de Forqué y Alfonso Sastre sitúa el origen del conflicto en la explotación de los trabajadores de una mina por parte de los propietarios. Eso sí, estos son ingleses y la acción se sitúa en el siglo XIX para que la Censura no ponga demasiadas trabas. Pero esto es simplemente la chispa que enciende la mecha de una cinta en que los dos huidos se unen a un bandolero perseguido por la Guardia Civil. Modos de wéstern para una historia profundamente española. Luis Peña, José Marco Davó y, sobre todo, Paco Rabal ofrecen interpretaciones tensas y muy convincentes. Supone el intento de retomar el filón del cine social camuflado de otra cosa, como hiciera Antonio del Amo con Sierra maldita. El elemento religioso es el peaje que Forqué y Alfonso Sastre tuvieron que pagar para sacar adelante el proyecto: el “juicio divino” que librará a uno de los reos de la muerte es uno de los momentos antológicos del cine español. Obtuvo el Oso de Plata en el Festival de Berlín.
Sobre la participación de la falangista Natividad Zaro en el guión, hay sus más y sus menos. Lo que tampoco se le puede negar es el riesgo que asumió siempre como productora con su marca, Atenea Films.
Se quejaba Forqué de que después de este éxito estuvo dos años en barbecho. No es cierto, pero hasta que se convierta en el realizador de cabecera de la primera etapa de As Films con Maribel y la extraña familia (1960), lo característica más relevante de este tramo de su carrera es el cambio de productoras. La noche y el alba (1958) está financiada por Europea de Cinematografía, Un hecho violento (1959) por un aventurero estadounidense y la Nervión Films de Margarita Alexandre y Rafael M. Torrecilla, en tanto que De espaldas a la puerta (1959) es un proyecto de la Halcón P.C. de Vicente Sempere para Chamartín que Ladislao Vajda, el realizador de la casa, no puede dirigir por problemas de agenda.
Vamos con La noche y el alba, un guión escrito de nuevo junto a Alfonso Sastre que se adscribe a los postulados del PCE sobre la reconciliación nacional. Ya vimos hace unas semanas el planteamiento: un empresario ambicioso (Vilar) y un fotógrafo alcohólico y maltratador (Rabal) como posibles sospechosos de la muerte de una joven (Rosita Arenas). La mujer del empresario (Zully Moreno) intenta convencerlo de que asuma su responsabilidad. Los tres acuden a la fábrica, donde el directivo espera convencer al sospechoso para que abandone el país. Podría pasar a Francia por el Pirineo. Es entonces, cuando surge el subtexto del relato. Pedro ya tuvo que abandonar España veinte años atrás como soldado de la República derrotado. Carlos podría haber acabado con él entonces, puesto que se encontraba en el bando contrario. La sociedad española se ha construido a partir de esta derrota. Los vencedores han ocupado los puestos de poder y los perdedores de entonces, siguen siendo los derrotados de ahora. El “mensaje” constituye, pues, el alma de La noche y el alba, una película a la que José María Forqué, con la colaboración de Cecilio Paniagua en la fotografía y Gil Parrondo en la dirección artística, se esfuerza por dotar de motivos visuales potentes —los peces, la fábrica en construcción...— que sirvan de compensación al diálogo de fuerte impronta literaria escrito por Alfonso Sastre, a partir de un argumento de éste y de Mariano Ozores. O sea, que La hora incógnita (1964) no resulta tan anómala en su filmografía como a primera vista pudiera parecer.
Paul Burton, capitalista en la producción del film Hecho violento que Nervión Films venía realizando días pasados bajo la dirección de José María Forqué, ha desaparecido misteriosamente de Madrid, provocando el consiguiente estupor entre los elementos de la productora.
Según parece, la esposa de Mr. Burton y Margarita Alexandre, discutieron acaloradamente una secuencia do la película, en la que intervienen como actores el norteamericano Richard Morse, la actriz Adelina Carr [Mabel Karr] y una nueva promesa del cine español, Enrique Ávila. El rodaje de la jornada concluyó, sin embargo, felizmente Al día siguiente de este pequeño suceso, el equipo echó de menos la presencia del capitalista, y cuando telefonearon al Hotel Castellana Hilton para ponerse en contacto con él, fueron informados de la sorprendente noticia.En consecuencia, el rodaje de Hecho violento ha tenido que suspenderse por falta de numerario. Pueden ustedes imaginarse el estado de ánimo de los actores, que han visto diluirse como por arte de magia el dinero de sus contratos. Nadie supone la causa real que ha motivado la huida de Mr. Burton, porque es pueril creer que su marcha se debe a una simple discusión de su esposa con Margarita Alexandre. Como es lógico, se supone que el capital del americano sólo existía en su imaginación, por lo que tuvo que recurrir al hecho violento de dejar empantanados a actores y técnicos.[Fernando Montejano: “Hecho violento en el rodaje de Hecho violento”, en Nueva Rioja, 4 de septiembre de 1958.]
Aseguraba Margarita Alexandre que Rafael Torrecilla y ella habían asumido la producción de Un hecho violento con su marca, Nervión Films, a instancias de un modesto productor estadounidense que, como tantos otros, había decidido rodar la película en España debido a los bajos costes de producción. Pero mientras otros se decantaban por el color local o el paisaje, lo curioso de esta crónica escrita en primera instancia por un tal P.B. Mecur —el mismo productor, a juzgar por sus iniciales— sobre la condena de un inocente recién casado en Estados Unidos es que pretendiera recrear en Málaga un ambiente netamente norteamericano. Y lo mejor que se puede decir de ella es que lo logra en lo epidérmico. No en vano, Forqué ya había transitado por caminos análogos en La legión del silencio (1955), codirigida con Nieves Conde, y Embajadores en el infierno (1956). Con esta última hay más de un punto en común, aunque la influencia más evidente sea la del cine social de la Warner Bros., al modo de I Am a Fugitive from a Chain Gang (Soy un fugitivo, Mervyn LeRoy, 1932). Claro que el final de Un hecho violento es mucho más acomodaticio: el sistema funciona y es capaz de depurar a los indeseables que han olvidado el carácter regenerador de los penales de trabajos forzados. Se salvan de la ingenuidad algunas escenas de castigos físicos, puestos en escena con la debida brutalidad, y la larga escena de la fuga en la que predominan la acción y el montaje. Disfrutar de la interpretación de Marsillach como sádico jefe del campo de prisioneros entra ya en el terreno de los placeres culpables.
De espaldas a la puerta constituye un nuevo cambio de productora. Patricia (Elisa Loti) no se llama Patricia; se llama María. Claro que si en su pueblo se enteraran de a qué se dedica... Ella quería ser artista. Bailarina. Un día se escapó de casa y se enroló en un espectáculo de variedades itinerante. Figúrense una de esas carpas tipo la del Teatro Chino de Manolita Chen. Total que se vino a Madrid, a “La Ratonera de Oro”, un club que regenta con mano de hierro doña Luisa (Irene López Heredia), vieja, seca y coja como ella sola. Las lecciones se aprenden el primer día: hay que bailar una coreografía contemporánea, pero también hay que alternar con los clientes, hacerles consumir y tenerlos contentos. Además hay que esquivar a las compañeras con más callo. Lola (Emma Penella) es de las que no pasan una. Bueno, pues en esta su primera noche de alterne, Patricia (Elisa Loti) es apuñalada por una mano misteriosa. Uno de los sospechosos es Ramón “El Fantasías” (Luis Peña), estafador profesional y granuja de medio pelo. Luis Peña, que había sido galán heroico en la posguerra, realiza durante estos años un buen puñado de papeles de composición con una hondura aprendida probablemente en las tablas. Este tipo patético que suplica, negocia, se escabulle, trapichea incluso con la policía, se humilla, chivatea y es capaz de gastarse seis mil pesetas con las chicas, es el personaje más verdadero de todo el reparto. Un policía escéptico (Luis Prendes) y su ayudante (José Luis López Vázquez) deben esclarecer el caso mientras la chica permanece entre la vida y la muerte. Una pirueta dramática obliga a que toda la acción tenga lugar en el club a lo largo de la noche. Interrogatorios, vueltas atrás en el tiempo, coartadas que el inspector desarma... La pesquisa policial y la descripción de la fauna que se da cita en el cabaret cada noche van de la mano. En intentar conjugar estos dos diferentes registros pone Forqué todo su empeño. Buena prueba de ello es una reconstrucción plena de suspense al ritmo del taconeo de La Chunga.
Sempere y Forqué aprovechan la contratación de la bailaora para registrar en Technicolor algunas danzas —alegrías, bulerías, y una rumba catalana— reunidas en el cortometraje Baila La Chunga (1959).Apegado aún al humanismo trascendente que le ha valido para pasar del sainete al anticomunismo y, de ahí, a un cine social emboscado en envoltorios genéricos, Forqué escribe en Film Ideal:
Más y más el cine es arte de multitud; más y más se comprende su tremenda influencia y quizá esta gloria sea su más serio peligro. Difícilmente va a poder evadirse el cine de las influencias políticas, de conveniencia colectiva, de su servicio a ideas y principios de todo tipo. Hay una mística de cine que remueve los sentimientos; el cine es hoy lo que sustituye al antiguo “misterio” que congregaba multitudes y lo que dice, poco a poco, se va sometiendo a las necesidades comunes, a la doctrina del bien común. El cine es hoy el más “católico” de los medios de expresión, el más “social” el más “político”. De aquí su trascendencia. [“Coloquio sobre cine y literatura”, en Film Ideal, núm. 60, 15 de noviembre de 1960, pág. 13.]
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