domingo, 23 de abril de 2023

la buena caligrafía de josé maría forqué (3)

La legión del silencio (1955) es hermana gemela de El canto del gallo (Rafael Gil, 1955): la misma localización tras el telón de acero, análogo anticomunismo connatural, similar concepción martirológica del catolicismo e idéntico tratamiento retórico-caligráfico.

Jan (Jorge Mistral) es el jefe de propaganda del Partido Comunista de un país de la Europa del Este. Ansioso de hacerse con su mujer (Nani Fernández), Chapeck (Rubén Rojo) consigue una falsa delación contra él lo que obliga a Jan a huir. Durante la fuga, intercambia su identidad con la de un sacerdote católico emboscado que acudía a una villa de la frontera donde los fieles mantienen viva su fe clandestinamente. En contacto con ellos, las ideas de Jan sufrirán un vuelco.

Antes de ser dirigida a cuatro manos por Forqué y José Antonio Nieves Conde la película tuvo dos novios de altura. Primero, Juan de Orduña, una vez terminado el ciclo Cifesa y antes de recuperar el apoyo popular con El último cuplé (1957). Después, Orson Welles, al que los productores tentaron pero que se quedó por el camino al pretender rehacer el guión. De este modo, el responsable de Yago Films recurre a un director que ya ha probado su valía en este género híbrido entre película de tesis, anticomunismo oficialista e intriga sostenida con buen pulso de cara a la platea. Nieves Conde había dirigido Balarrasa (1951) y acaba de realizar para la misma productora Los peces rojos (1955). Pero como el tiempo apremia, deciden que la dirección se reparta con Forqué. Según el testimonio de Nieves Conde, él se hizo cargo de la escena de la huida y de rodar los dos finales alternativos. Forqué asevera que salvo algunas conversaciones previas sobre el guión, trabajaron de modo absolutamente independiente, en dos unidades diferentes, debido a la rígida agenda de compromisos de Jorge Mistral. También afirma que el final definitivo fue obra suya. Gracias a esta experiencia Forqué realizará inmediatamente después otro de los títulos esenciales de este filón: Embajadores en el infierno (1956), nuestro particular Río Kwai —Antonio Vilar interpreta un papel muy similar al de Alec Guinnes— antes de The Bridge on the River Kwai (El puente sobre el río Kwai, David Lean, 1957) y por cuenta de los divisionarios cautivos en los campos de trabajo soviéticos. Más allá de la ganga ideológica, Forqué se muestra como un narrador vigoroso a la hora de ilustrar este martirio ejemplar del capitán Adrados, trasunto del capitán Palacios que había narrado su experiencia a Torcuato Luca de Tena. Forqué muestra en esto haber aprendido la lección de Augusto Genina en su seminal L’assedio dell’Alcazar (Sin novedad en el Alcázar, 1940).

Las imágenes documentales de la llegada del buque Semíramis al puerto de Barcelona se utilizaron en éste y otros títulos del miniciclo divisionario, como Carta a una mujer (Miguel Iglesias, 1961). La prensa se hizo eco en su día de este trabajo de apropiación:

José María Forqué trabaja activamente, estudiando el ambiente ruso y principalmente el de los campos de concentración soviéticos. Aparte de la documentación que ha logrado reunir —muy copiosa—y multitud de fotografías, la Filmoteca Nacional le ha proporcionado material abundante, entre el que se hallan todas las películas hasta ahora conocidas en España sobre temas marxistas. [Francisco Casares: “Crónica de Madrid”, en Libertad, 13 de diciembre de 1955, pág. 6.]

Según las crónicas Forqué fue sacado a hombros del Palacio de la Música, donde se estrenó la cinta, en un gesto que no sabemos si atribuir a su pericia como narrador cinematográfico o a la exaltación anticomunista de los asistentes a la sesión de gala. Claro, que la cinta fue distribuida por la compañía opusdeísta Dipenfa-Filmayer. Lo hizo emparejándola con Todos somos necesarios (José Antonio Nieves Conde, 1956). Yago Films, una de las productoras del grupo, proyecta a principios de 1957, dos nuevas películas a cargo de los mismos. Nieves Conde debería realizar El rey Baltasar y Forqué, El Empecinado, sobre la figura de Juan Martín Díez, víctima del absolutismo. [“Los señores Alonso y Martínez de Olcoz, a América”, en Pueblo, 11 de febrero de 1957, pág. 20.] El guión es obra del reputado Carlos Blanco y para encarnar al guerrillero antinapoleónico se baraja el nombre de Jorge Mistral. Aunque avancemos demasiado en el tiempo, viene aquí a cuento otro guión de Carlos Blanco que debería haber dirigido Forqué. Se trata de La espada negra, un libreto sobre la juventud de los Reyes Católicos que iba a ser interpretados por José María Flotats, la británica Lynne Frederick, Simón Andreu y el inevitable Marsillach. En esta ocasión, la suspensión del proyecto se habría debido a la prohibición de la censura. [Juan José Porto: “La semana cinematográfica”, en Mediterráneo, 14 de septiembre de 1974, pág. 10.]

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