Luis Alcoriza escribió un porrón de guiones en comandita con Janet Reisenfeld, que no era una mera colaboradora, sino la promotora del equipo. La familia Alcoriza, oriunda de Extremadura, había llegado a México forzada por la Guerra Civil. Allí salieron adelante haciendo lo que sabían: comedias y sainetes. Luis fue primero actor y sólo más adelante se decidió a escribir. Coincide su boda con Janet y su dedicación en exclusiva a las labores guionísticas con lo que se ha llamado la Edad de Oro del cine mexicano. Igual escriben para Cantinflas que una comedia ranchera. En 1949 Luis Alcoriza colabora por primera vez con su tocayo Buñuel en una película que se convertirá en un mito: Los olvidados (1949). Es el principio de una alianza fructífera que se prolonga durante toda la década de los cincuenta. Fruto bizarro de la misma es uno de los pocos argumentos en los que colaboró Buñuel sin que fuera finalmente dirigido por él mismo. Si para colmo la cinta es una farsa desopilante, se pueden imaginar ustedes el choque que produce la contemplación de Si usted no puede, yo sí (Julián Soler, 1951).
La cinta está concebida a la medida del talento del popular cómico argentino Pepe Iglesias “El Zorro”. Popular en su país, donde debutó en 1943 en la radio haciendo imitaciones y creando personajes propios, y popular en España donde fue uno de los personajes más aplaudidos en la radio durante los años cincuenta y en las primeras emisiones televisivas. A España llegó en 1953, pero en 1951 había recalado en México para realizar esta película en la que aparece junto a otro gran cómico: Fernando Soto “Mantequilla”. Aunque no alcanzó el protagonismo ni la fortuna de otros compatriotas —Mario Moreno “Cantinflas”, el más universal, y Germán Valdés “Tin Tan”, no por local menos eficaz—, Mantequilla actuó en casi dos centenares de películas después de haber aprendido el oficio en los teatros de revista junto a su padre: Roberto Soto “El Panzón”. Mantequilla, bautizado por sus paisanos como “el cómico químicamente puro”, trabajará a las órdenes de Buñuel en La hija del engaño (1951) y La ilusión viaja en tranvía (1953).
En Si usted no puede, yo sí hay ocasión de contemplar al Zorro y a Mantequilla en un mano a mano, caracterizados respectivamente como el artista de variedades León Parelli y el mangante enamoradizo Beto. Otro español exiliado en México, Emilio García Riera, afirma en su documentada historia del cine azteca: “Es obvio que tanto Buñuel como Alcoriza se divirtieron más que El Zorro”. Veamos por qué...
León Parelli trabaja en un teatro de variedades. Su número consiste en un camelo brasileño —en la línea del Tico Tico de Carmen Miranda— en la que hace un dueto consigo mismo. Un canotié con una flor y su versatilidad vocal le permiten desdoblarse; que la flor está delante es la fémina quien canta, que está escondida, es el varón. El empresario (Ernesto Finance) es un auténtico liante y deja a todas sus atracciones en la calle y sin un céntimo con la excusa de que sólo ha hecho cuarenta pesos de recaudación en los tres pases que ha habido ese día. Los esfuerzos de Parelli por recuperar sus maletas de la pensión pondrán a prueba sus habilidades para la caracterización. El hostelero fue bautizado Inocencio Bosch Puig (Francisco Ledesma) es un catalán a carta cabal que ha bautizado su negocio con el castizo nombre de La Barceloneta. Parelli se hace pasar por un paisano y alquila su propia habitación. En un quien roba a quien traba conocimiento con Beto, con el que decide formar equipo. Su primer intento para salir de la miseria es aprovecharse de la ambigua publicidad de la agencia “Si usted no puede, yo sí”, que promete resolver cualquier asunto o indemnizar a sus clientes. Parelli y Beto se plantan allí y piden un sueldo, comida y alojamiento. En caso de que el empresario Julio Cellini (Julio Villarreal) no quiera atender su petición demandan una indemnización de mil pesos. El truco no da resultado pero a cambio don Julio les propone que trabajen para él. Preguntados por sus habilidades, Pepe Iglesias realizará una nueva demostración, sólo que esta vez el trucaje cinematográfico tiene arte y parte en ella. Un sencillo corte, cada vez que pasa por detrás de “Mantequilla” le permite aparecer, cual Frégoli fulminante, caracterizado de norteamericano mascachicle, de italiano bigotudo o de brasileiro con pandero.
Uno de los hallazgos más divertidos de la película son los siete hermanos Fratelli, empeñados en hablar una lengua de Dante macarrónica, con continuas referencias a su condición de italianos de pega. Los Fratelli han jurado vendetta contra los Cellini. Una escena teatral con una voz superpuesta que remeda la de los locutores de noticiarios, sirve para presentar el motivo de la afrenta. Dos caballeros conversan. En primer término, una madre con su hijo. El niño llama a su padre. Ambos caballeros responden al unísono. Se miran. Comienzan un duelo que se prolongará a las siguientes generaciones. Los Fratelli confunden a Parelli con Julio Cellini y le someten a una persecución sin tregua. Cuando los amigos acuden a un pueblecito a escarmentar al sobrino díscolo de un hacendado, los siete hermanos Fratelli se disfrazan de mariachi y cantan una descacharrante versión italiana del Juan Charrasqueado que popularizó Jorge Negrete. Al enterarse de que Marta es una Cellini, la secuestran. Beto y Parelli se ven obligados a disfrazarse una vez más para colarse en el hotel e intentar rescatarla. Ahora, de judíos, para que no quede estereotipo nacional con cabeza.
La persecución final tendrá lugar de nuevo en el teatro de variedades, porque el empresario se ha quedado sin compañía y acude a la agencia en busca de artistas. Pirelli y Beto ejecutan entonces una parodia de tango, malograda por la utilización de la cámara rápida. No era necesaria para añadir efectividad cómica a este número en que el cantante solicita los objetos que le recuerdan a “la que se fue” y la criada —Parelli travestido— los trae por grandes que sean, sin caer en la cuenta de que la petición es metafórica. Los otros números que tienen lugar durante la persecución son ejecutados por las Dolly Sisters y por las rumberas de Chelo La Rue. Éstas aparecen por lo menos en una docena de títulos rodados en México durante la década de los cincuenta. Los Fratelli reciben un telegrama en el que se les conmina a regresar a la patria y abandonar su vendetta. Obedecen ciegamente. ¿Lo firma? Benito Mussolini. Salen del teatro haciendo el saludo fascista sin importarles que el Duce lleve seis años bajo tierra.
Hay historia de amor, cómo no. Pero también aquí la originalidad de Buñuel y Alcoriza queda patente. La hija de don Julio, Marta (Alma Rosa Aguirre) es una enamoradiza compulsiva. “No es coquetería –se justifica ante su padre- sino un desarreglo del sistema nervioso”. De Parelli le gusta la voz y de Mantequilla no puede resistir la caída de ojos. A lo largo de la cinta se decanta alternativamente por uno o por otro. En el último rollo, cuando en cualquier película, ella terminaría optando por el galán y dejando de lado al cómico, Marta aún no sabe qué hacer.
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