Hasta hace poco Fuego en la sangre (Ignacio F. Iquino, 1953) resultaba prácticamente invisible. La restauración llevada a cabo en 2022 por Ferrán Alberich para Filmoteca Española y Filmoteca de Catalunya, con la colaboración de Filmoteca de Andalucía, nos va a permitir acceder a un título que nos invita, una vez más, a reevaluar el trabajo de Iquino.
Ésta fue una de sus más ambiciosas producciones de aquella etapa y una de las pocas que mereció la aprobación unánime de la crítica. Según las gacetillas, se trataría de hacer un drama de fuerte raíz andaluza, pero que eludiera la españolada. El drama plantea un triángulo explosivo entre Juan Fernando (Antonio Vilar), el mayoral de un cortijo, la coqueta Soleá (Marisa de Leza) y Miguel (Antonio Casas), su novio de toda la vida. Las faenas de la ganadería, el apartado, la tienta de reses y el traslado del ganado proveen a la cinta de un tono documental que no resulta ajeno a otros títulos del filón taurino, aunque acaso aquí tengan mayor peso. En abierto contraste con lo anterior y privilegiando siempre el rodaje en exteriores, Iquino y el director de fotografía Pablo Ripoll dotan de una fuerte impronta formalista a la iluminación, angulaciones y encuadres del resto del metraje, situando a menudo elementos en primer término que llaman la atención sobre la composición del encuadre. A la operación de prestigio contribuye también la incorporación a la banda sonora como leitmotiv de "Orgía", una de las Danzas fantásticas compuestas por Joaquín Turina en 1919.
La pasión irrefrenable que Juan Fernando siente por Soleá no es reprimida siquiera por su matrimonio con Carmela (María Dolores Pradera). Claro que ella es una mujer enferma y, para colmo de males, estéril. El argumentista Antonio Guzmán Merino ya ha utilizado este motivo argumental en Vértigo (Eusebio Fernández Ardavín, 1949), aunque luego la trama derive por otro camino. Lo que allí era una historia de paternidad, herencia y transmisión de valores es aquí relato de amor fou hasta las últimas consecuencias, pues sólo más allá de la muerte podrá consumarse.
Carmela está presente durante la primera parte del metraje, pero siempre como un personaje relegado a un segundo plano, en situaciones serviles o directamente humillada por la atención que su marido presta a la expansiva Soleá. Sólo en la fiesta en el cortijo se atreverá a enfrentarse con su rival. Luego, de vuelta a casa, la debilidad la vence y Juan Fernando subirá con ella en brazos por la escalera, en un remedo macabro de una convencional noche de bodas, para depositarla en la cama y acudir junto a Soleá. La consiguiente y postergada pelea entre Juan Fernando y Miguel tiene lugar en el patio y provoca que Carmela se levante del lecho. En esta ocasión, Iquino no mide bien la continuidad de las secuencias y, aunque en el interior de la casa Carmela apenas puede sostener sen pie, cuando llega al patio para clamar que no está dispuesta a seguir callando se mantiene en un registro de heroína de tragedia griega apto como preludio a su muerte, pero poco creíble desde el punto de vista narrativo.
Las complicaciones argumentales derivadas del “ni contigo ni sin ti tienen mis males remedio” y de la aparición de la prima sevillana de Soleá (Conchita Bautista) suponen otro lastre argumental en el tramo final del metraje por su carácter exógeno al desarrollo dramático. No obstante, Iquino logra reconducir la historia con un final en el que algunos han querido ver cierto aroma a Duel in the Sun (Duelo al sol, King Vidor, 1946). Para inscribir esta elección en el universo iquiniano, conviene fijarse en el importante despliegue promocional, que insistía en la anterior colaboración entre el productor-director y el actor portugués: El Judas (1952). Como en aquella, hay aquí un armazón de melodrama sin ambages, pero en un contexto que se pretende “realista” a partir del rodaje en exteriores y de la incorporación de actores naturales —doblados, claro— y figuración local.
Las gacetillas no se recataban en apuntar al wéstern:
En esta nueva obra, Ignacio F. Iquino sigue abriendo cauces al cine nacional y nos da la primera película campera y dramática con sus caballos y sus prados inmenso, que tanto admiramos en otras cinematografías, pero dotada de un más fuerte carácter que hace de ella una obra ibérica. [Pueblo, 24 de septiembre de 1953, pág. 12.]
La película se estrenó en Italia en 1958 con la prohibición de acceso a las salas de los menores de dieciséis años. Fue distribuida por Titanus con el título de Fuoco nel sangue. En este doblaje el nombre de Soleá pasó a ser Dolores.
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