domingo, 26 de noviembre de 2023

notas sobre los tres largometrajes de ficción producidos por la cnt que se conservan

 Aurora de esperanza (Antonio Sau, 1937)

Juan (Félix de Pomés) y Marta (Enriqueta Soler) regresan con sus hijos a su modesto hogar después de haber pasado dos semanas de vacaciones en el campo. Son las últimas porque el paro se extiende y el Estado se enfrenta al problema de proporcionar alimentos al creciente número de niños desnutridos por la situación laboral de sus padres. Cuando Juan es despedido de la fábrica, no consigue encontrar otro empleo. Para paliar la situación económica de su familia, Marta aceptará una colocación degradante como maniquí de lencería viviente en un escaparate, ante los ojos ávidos de los hombres que se congregan para admirarla. Juan decide entonces encabezar una “marcha del hambre” que debe servir para reivindicar empleo, pan y justicia social. Aspiraciones tan abstractas tienen su justa correspondencia en la deslocalización geográfica y temporal del drama, lo que lejos de proporcionarle universalidad termina por convertirlo en producto aséptico. 

Aurora de esperanza es una película de tesis sin embozo. Al contrario que Our Daily Bread (El pan nuestro de cada día, King Vidor, 1934) o La belle équipe (Julien Duvivier, 1936), que proponen soluciones a pequeña escala, la cinta de la CNT plantea una revolución social inalcanzable. La figura retórica sobre la que se construye la planificación es el travelling frontal del protagonista en busca de trabajo. Su rostro cada vez peor afeitado, sus zapatos cada vez gastados... avanzan infructuosamente para chocar una y otra vez con la indiferencia de los empresarios que aducen la inmensidad del problema para sus escasos recursos. De nuevo el travelling precede a la marcha del hambre convocada por Juan, pero ahora no se trata de un individuo que requiere una solución a su problema individual, sino una reivindicación de la dignidad colectiva ante el parlamento de la nación. Lo que era marcha pacífica se convierte inesperadamente en expedición armada. La cámara se detiene. La columna se aleja hacia el horizonte mientras las mujeres y las familias quedan atrás. El travelling no acompaña a los desempleados hasta su destino final.

 

 

Barrios bajos (Pedro Puche, 1937)

Ricardo (Rafael Navarro) busca refugio en el puerto de Barcelona después de matar al amante de su mujer. Floreal (José Baviera), traficante de cocaína y proxeneta, intenta averiguar qué es lo que busca en los barrios bajos, pero un estibador al que salvó de una condena, El Valencia (José Telmo), accede a esconderle. Entretanto, una alcahueta (Matilde Artero) trae al cafetín a una muchacha ingenua llamada Rosa (Rosita de Cabo), a la que Floreal pretende prostituir.

Drama social de los de meretricio y drogadicción, Barrios bajos aprovecha estos ganchos y la intriga criminal para proponer la solidaridad interclasista como única vía de escape del ciclo capitalista en el que amor y diversión se pagan en moneda contante y sonante. El Valencia es un héroe de la clase trabajadora. Cuando la policía le pide su documentación, él presenta su gancho de estibador: para un obrero no hay mejor identificación que su herramienta de trabajo. Pero también es un noble bruto, que se sacrificará para librar a la joven pareja de un destino aciago: ella, el burdel; él, el presidio.
A pesar de algunas reminiscencias del realismo poético francés -el ambiente portuario, los músicos callejeros, el refugio claustrofóbico...-, la cinta no terminó de convencer al público deseoso de evadirse del conflicto bélico ni a los responsables del Sindicato de la Industria del Espectáculo de la CNT que había promovido su producción. Tampoco el público contemporáneo parece sentirse especialmente atraído por los elementos folletinescos de la trama que proporcionan a la película buena parte de su encanto. También es cierto que los decorados delatan su condición de tales y que la continuidad con las escenas rodadas en el puerto y la ciudad resulta perjudicada por este detalle, pero tampoco difiere en eso de otras producciones más o menos coetáneas, como Don Qunitín el amargao (Luis Marquina, 1935), que constituyeron un auténtico éxito de público.

 


Nuestro culpable (Fernando Mignoni, 1937)

Nuestro culpable es el único largometraje de ficción producido por la CNT en Madrid. Priorizando los criterios técnico-artísticos sobre los ideológico-sindicales, los responsables del sindicato en la zona Centro deciden llevar adelante un guión que el director artístico Fernando Mignoni había ofrecido a los estudios CEA antes de la sublevación militar. Acaso por ello y a tenor de las circunstancias la cinta tiene un inconfundible aroma reneclairiano.

El Randa (Ricardo Núñez) se pasa las noches por los tejados de Madrid, colándose por las chimeneas de las casas en las que ejerce su oficio de ladrón, que no practica por vicio, sino para ganarse honradamente la vida. Así es como conoce a Greta (Charito Leonís), la amante del banquero Urquina (Carlos del Pozo), quien no duda en entregarle cierta cantidad en dólares... para luego quedarse ella con la parte del león: nada menos que dos millones. Como Urquina lo que más teme es el escándalo, nunca denunciará la presencia de Greta en la casa, La policía se pone, pues, tras la pista de El Randa, que ha cometido el robo para obsequiar a unos novios en cuya boda ejerce de padrino. Con tal de que el ladrón no confiese el banquero pide a los responsables del presidio que le traten a cuerpo del rey, lo que despierta la envidia de otros reclusos (capitaneados por Freyre de Andrade), empeñados en que comparta la fortuna con ellos. Mientras tanto, la popularidad del Randa sigue creciendo: las muchachas le escriben cartas de amor a la cárcel, las coplas con sus hazañas se venden a dos pesetas. Por mucho que Greta se empeñe en devolver el dinero, la sociedad ya tiene su culpable.

Ajena por completo a la actualidad bélica, algunos detalles argumentales hablan a las claras de la época en que se rueda: el Randa sueña su boda con Greta en la que un funcionario del casa por un plazo de veinticuatro horas; la directora del presidio (Irene Caba Alba) es un virago y el preso pelirrojo al que arrancan un pelo con el que narcotizar al guardia tiene una pluma que tira de espaldas; el Randa le abre el escote a una de las muchachas que van a verle a la cárcel para comprobar qué tal está dotada; la mujer del banquero (Ana de Siria) le amenaza con un divorcio fulminante... Chistes muchos de ellos de dudoso gusto pero que marcan la hora contemporánea como no volvería a ocurrir en muchos años en el cine español.

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