domingo, 29 de enero de 2017

panorama del cine criminal barcelonés (17)


A pesar de que el grueso de la producción policial catalana —y española— se la reparten Iquino, Este Films, Balcázar y la desaparecida Emisora Films, hay otras empresas que también se acercan al género de modo puntual. Una de ellas es Urania Films, la firma del propietario de un cine de Tarrasa, que vendió la sala para producir la película de episodios Sendas marcadas (Juan Bosch, 1957).

El arranque es fulgurante. Unos disparos resuenan en un paisaje montañoso. Un hombre con una cartera y una pistola (Antonio Puga) se esconde tras una roca. Un inspector de policía (Adriano Rimoldi) y dos guardiaciviles le ordenan que se entregue. Disparan contra él. Lo atrapan. Como está herido, deciden pasar la noche en un refugio de montaña, en tanto regresa el número destacado al pueblo en busca de socorros. Allí se establece una discusión sobre la predestinación, a partir de un accidente ocurrido durante una escalada que podría ser un homicidio. El resto de historias tienen un carácter más o menos fantástico —las protagonizadas por Francisco Piquer y Paco Martínez Soria, inspiradas probablemente por el éxito en España de Jennie (Portrait of Jennie, Robert Siodmak, 1948)— o de burla del destino —un contable que ha cometido un desfalco se hace pasar por un hombre de negocios con el que tiene un sorprendente parecido… para ser detenido por un asesinato perpetrado por éste—. De modo que el relato estrictamente criminal es el que sirve de marco a la película: el detenido ha llegado hasta un pueblo del Pirineo, próximo a la frontera, donde espera recibir el pago por un alijo de drogas que acaba de pasar desde Francia. A la fonda llegan el inspector y una mujer policía (Montserrat Julió), que se hace pasar por su esposa. Mientras él juega con los delincuentes al póquer, ella registra sus equipajes y confirma sus sospechas. Sin embargo, es sorprendida cuando escucha a los malhechores arreglar el pago de la mercancía con su contacto marsellés y su vida corre serio peligro. Abandonando a su cómplice (Carlos Otero), el narcotraficante intenta alcanzar la frontera a pie. El círculo se cierra. 

Además de la proximidad de la frontera con Francia, desde donde el mal entra siempre a la pacífica España del general Franco, la ambientación de ésta y de otras películas del ciclo en el Pirineo nos recuerda el origen amateur de muchos de los cineastas catalanes y su integración en grupos excursionistas con potentes secciones dedicadas a la fotografía y al cine.

Urania Films participa también en la financiación de A sangre fría junto a la marca de Enrique Esteban y es plenamente responsable de dos títulos más dirigidos por especialistas del género aunque un tanto periféricos: Han matado a un cadáver (Julio Salvador, 1961) y Muerte en primavera (Miguel Iglesias, 1965).

La sombra de Laura (Laura, Otto Preminger, 1944) planea de forma explícita sobre la primera. Ahí está el retrato de Teresa Montes (Colette Ripert) ante el que el joven inspector Martín (José Campos) se queda embobado mientras el veterano comisario Rivera (Ángel Picazo) le advierte que no debe enamorarse de un fantasma; ahí, los testimonios de quienes conocieron su ambición y sobre quienes recaen las sospechas de que pudieran haberla asesinado; y ahí, Teresa rediviva, en la puerta de su apartamento, ante el asombro de los policías, aunque...

Se nota que el comisario Rivera es consumidor habitual de cine negro y novelas policiacas. Sólo así se le puede ocurrir saltarse todos los protocolos y hacer pasar por agonizante a la cantante muerta a fin de que la persona que la envenenó antes de que se despeñara hasta el mar en su 600 se delate o intente silenciarla definitivamente. Y todo, porque en el bolso de la fallecida se han encontrado unos billetes falsos que traen al comisario de cabeza. Un turista de Kansas (José María Cafarell) ha denunciado que ha cambiado mil dólares en un anticuario del Pueblo Español (Marcel Portier) y le han estafado con estos billetes. En lugar de preocuparse por su problema, el comisario le dice que ha sido por pasarse de listo y que la próxima vez cambie en un banco al precio oficial. Su compañera de piso, el guitarrista que le consiguió el primer trabajo, el acaudalado hombre de negocios que se enamoró de ella y al que chantajeaba, el hijo de éste... Todos tenían motivos para hacerla desaparecer. La historia dará un viraje insospechado cuando se presente en Barcelona la hermana de la fallecida y el joven inspector se encargue de convertirla en la doble perfecta del fantasma del que se ha enamorado.

Muerte en primavera arranca con la autoinculpación de Miguel (Paco Morán) por la muerte de su amigo Carlos (Óscar Pellicer) en el yate de su propiedad. Interrogado por la policía del puerto, Miguel rememora las circunstancias que le han conducido al asesinato. Acaba de casarse con Isabel (Mónica Randall) y los tres coinciden en la finca que Carlos le vendió a su amigo. Desde entonces, vive vagabundeando de puerto en puerto. En el yate los recién casados se encuentran con Sandra (Yelena Samarina) una mujer rica, casada y alcohólica de la que, evidentemente, vive Carlos. Con una realización plenamente funcional, el intríngulis de se basa más en el juego establecido con el espectador que en una auténtica intriga psicológica. Coadyuva a ello la estructura de un guión en el que colabora el dramaturgo Jaime Salom y en el cual, una vez finalizada la declaración de Miguel y apenas mediado el metraje, comparece Isabel para declarar que fue ella quien mató a Carlos. Seguimos entonces la historia desde su punto de vista, accediendo a algunos datos que antes se nos habían ocultado. El careo entre ambos esposos debería servir para dilucidar quién es el verdadero culpable… aunque el comandante del puerto (Carlos Lemos) ya ha advertido que hay otros móviles en juego.

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