Un paréntesis en coproducción con Italia
Rodada durante el verano de 1963 a bordo del transatlántico Cabo San Roque de la compañía Ybarra y Cía, Crucero de verano (1964) son unas vacaciones en medio de tanta niña cantante: una comedia romántica que Luis Lucia dirige para Cesáreo González P.C. en coproducción con Italia, pero la participación de la Royal Film italiana en la producción debió limitarse a la aportación de Gabriele Ferzetti y Marisa Merlini como intérpretes y a facilitar el fugaz rodaje durante la escala en Génova, porque ni consta título italiano ni parece que pasara los trámites administrativos para ser estrenada allí.
En cierta medida recicla el modelo de “mujeres que trabajan (pero lo que quieren es casarse)”, pero estamos ya en la España del desarrollismo y el boom turístico. Además, el personaje interpretado por Carmen Sevilla gana el centro del escenario, convirtiéndose sus compañeras de la agencia de viajes en meras apoyaturas cómicas —sobre todo, en el caso de la resuelta y simpatiquísima Margot (Margot Cottens)—, y desligándose, por tanto, del carácter coral del modelo tal como se había venido practicando tanto en España como en Italia en la década anterior. El problema es que el personaje de Patricia, empleada de la agencia que debe acompañar a los clientes en un crucero por el Mediterráneo, en el Cabo San Roque, se encuentra con el hombre que la ha enloquecido con un solo beso, Carlos Brul y Betancourt (Gabriele Ferzetti). Es éste el líder del movimiento revolucionario de un país de Oriente Próximo en el que tienen intereses tanto la Unión Soviética como un grupo de espías (José Alfayate, Goyo Lebrero y Venancio Muro) escapados de una historieta de Mortadelo y Filemón. Y es que en el papel de la candorosa Patricia parecen concitarse las contradicciones del aperturismo auspiciado por Manuel Fraga desde el Ministerio de Información y Turismo. Las escalas en Génova, en Atenas o en Estambul funcionan a modo de travelogue con locuciones más propias de un documental turístico o un reportaje televisivo, pero en el Egeo se cuela un comentario sobre el reciente matrimonio de Juan Carlos de Borbón con Sofía de Grecia y entre las cualidades del Bósforo esta su valor estratégico, “pues aquí se puede cerrar a Rusia el paso hacia Occidente”.
Entre el reparto “de continuidad” destacan José Orjas, como el pasajero que cuenta la misma milonga a cuanta chavalita se le pone a tiro y un magnífico Manuel Alexandre, como un señor que entró en la agencia buscando un billete para Pamplona, ciudad en la que iba a haberse celebrado su boda.
Carmen Sevilla interpreta cuatro temas con música de Algueró, su flamante marido, y letras de Antonio Guijarro. El más destacado por su situación en la trama es Complejito, con el que Patricia pretende provocar los celos de Carlos. Se trata de un tórrido tema burlesque —“puede ser que yo no tenga / cosas que admirar / y mi sex appeal / nada valga ya. / Por eso... / Yo nunca me quito, me quito, me quito... / Yo nunca me quito este complejito”— a cuyo compás Patricia mima un estriptis totalmente vestida. Burla de la censura —o aquiescencia con ella y guiño al espectador—, la escena, al igual que la del arranque en la falsa venta flamenca anunciada con neones, deja aflorar el humor socarrón de Lucia, soterrado en los últimos años entre tanto producto familiar.
A título chafardero, parece que el enamoradizo Algueró entabló una relación durante el rodaje con Ángela Bravo, a la que inmediatamente lanzaría como cantante. Pues bien, Rafael J. Salvia aprovechó para reciclar la situación auténtica en los añadidos a la comedia de Enrique Jardiel Poncela en Un adulterio decente (Rafael Gill, 1969), cuando el personaje interpretado por Andrés Pajares aborda a Carmen Sevilla... en un crucero, claro.
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