domingo, 15 de mayo de 2022

azote del materialismo y la hipocresía

El asunto de Verde doncella (Rafael Gil, 1968), de los que en la España pacata de los años sesenta se consideraban "fuertes", llama la atención de los glosadores contemporáneos por haberse anticipado en su alambicado dilema moral a Indecent Proposal (Una proposición indecente, Adrian Lyne, 1993). En realidad, la película de Rafael Gil adapta una comedia estrenada pocos meses antes por Emilio Romero. Imbuido de espíritu reformista, el periodista nacionalsindicalista pone en solfa la falta de valores del mundo contemporáneo, aunque nunca termine de quedar claro si ofrece alguna solución o, simplemente, poretende repartir estopa a diestro y siniestro. Teatro de situación que toma la idea de partida de aquel relato de Mark Twain que se tituló en español El hombre que corrompió a una ciudad o El hombre que corrompió Hadleyburg y que Mario Camerini había desarrollado con mano maestra en Centomila dollari (1939). 

La ausencia de cine estadounidense en las pantallas italianas durante la última etapa del fascismo provoca la conversión de esta comedia a la húngara –con ambientación en Budapest incluida- en una genuina y lunática comedia screwball, en la que Amedeo Nazzari y Assia Noris demuestran una adecuación para el género encantadora. El millonario estadounidense Woods (Nazzari) tiene el capricho de cenar con la telefonista (Noris) del hotel de Budapest en el que se hospeda, así que, a pesar de que ella se va a casar al día siguiente, le ofrece cien mil dólares a cambio de que le haga compañía durante esa noche. Camerini mantiene el pie en el acelerador de la farsa en todo momento, aunque el romanticismo de su protagonista femenina le permite adentrarse en el terreno de la comedia brillante con una delicadeza no exenta de ironía. En paralelo, el retrato colectivo de la familia del prometido de la chica propicia el aguafuerte satírico sobre la hipocresía de la burguesía. Los ingredientes están dosificados con tanta sabiduría que Centomila dollari resulta no sólo una de las mejores comedias italianas de los años treinta, sino también una de las más originales al adentrarse por un camino que el curso de la guerra cerró.

El hombre de la película de Gil (Antonio Garisa) ofrece un millón de pesetas a Laura (Sonia Bruno) a cambio de que pase con él su "noche de bodas" en lugar de pasarla con su novio, Moncho (Juanjo Menéndez). Por supuesto, ella iba a llegar virgen al matrimonio, pero no es éste el quid de la cuestión, sino la aquiescencia de sus allegados de que por dicha cantidad harían "cualquier cosa". Laura termina aceptando y, a la mañana siguiente, Moncho sólo le pregunta si ha traído el maletín con el dinero. El segundo acto se desarrolla durante el viaje de novios, con el resquemor continuo de Moncho sobre el origen de la fortuna de que disfrutan y el miedo a que les roben el maletín. La presencia en la playa de dos supuestos policías (Venancio Muro y Álvaro de Luna) que le siguen la pista a unos billetes falsos, culminan con la desaparición del maletín. Último acto: el hombre del maletín vuelve a visitar a Laura. Le ofrece medio millón por otra noche. Ahora la mercancía es ya de segunda mano.

La necesidad de concreción inherente a la narración cinematográfica, empuja a Gil y a su guionista, Rafael J. Salvia, por dos caminos complementarios. El primero es el engrosamiento del escueto elenco teatral con la incorporación de dos personajes reciclados de la comedia de Mihura Ninette y un señor de Murcia, encarnados además por los mismos actores: Rafael López Somoza y Julia Caba Alba. Él encarna al padre de Laura, un viejo republicano que se acostó el 1 de abril de 1939 y que no ha vuelto a levantarse desde entonces; desde la cama se dedica a escribir soflamas anticapitalistas, aunque llegado el momento declara que por un millón de pesetas es capaz de alistarse en el Frente de Juventudes. La otra vertiente tiene que ver con el consumo. La película arranca con un fotógrafo que debe realizar un anuncio de lavadoras y los electrodomésticos serán lo primero que compren los recién casados. También el mítico Seat 600. Y la playa en la que pasan sus vacaciones está enclavada en una localidad levantina en la que sólo hay ingleses y franceses. Más allá del vacío debate ideológico, es en estos ribetes donde Verde doncella se muestra como hija de su tiempo.

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