Con Miguel de Echarri y Miguel Rubio
La descripción de la trama de La chica de Via Condotti / La ragazza di Via Condotti / Meurtres à Rome (Germán Lorente, 1973), que involucra a un detective privado, una joven en busca de ascenso social, un sanguinario asesino y un comisario de policía, nunca podría hacer justicia al despropósito que constituye esta entrada en la filmografía de Lorente. Mucho mejor aludir a su condición de coproducción ítalo-hispano-francesa, a unos desnudos femeninos que nunca pasarían el filtro de la censura en España o a las secuencias de acción coreografiadas por el especialista Remo De Angelis. En Italia, la censura exige cortes en “todas las secuencias en las que la protagonista aparece completamente desnuda, así como las escenas relacionadas con la cópula de los protagonistas”, además de “los planos en los que se ven los genitales femeninos y en otras escenas particularmente explícitas, como la del el hombre con la mujer y los besos lascivos en el cuerpo de la bailarina”. Cuatro días después, la comisión comprueba que se han realizado los cortes solicitados y aprueba su exhibición para mayores de 18 años, “debido a las numerosas escenas de desnudos y violencia”. [Italia taglia: https://www.italiataglia.it/search/] Probablemente sobre estos cortes se efectuara la recensura para España.
Mediante la alternancia de desnudos con peleas en cementerios de coches, chantajes sexuales con tiroteos, y explosiones con diálogos de fotonovela —el guión está firmado por Adriano Asti, Miguel de Echarri y el propio Lorente—, el metraje va avanzando a trompicones, sin que nunca entendamos demasiado la intriga ni mucho menos el comportamiento de los personajes. Eso sí, Lorente va cogiendo práctica en el rodaje de unos striptease que formarán parte fundamental de al menos un par de títulos rodados a partir de la desaparición de la censura.
Los guionistas y los actores Frederick Stafford y Alberto de Mendoza repiten en la siguiente película de Lorente para Echarri: Hold-Up, instantánea de una corrupción / Hold-Up, istantanea di una rapina / Hold-Up (1974). Robert Cunningham y Mark Gavin (Stafford y Enrico Maria Salerno) custodian un furgón blindado del Bank of America en Génova. A consecuencia de un accidente automovilístico que sufre durante la persecución de los asaltantes del furgón, Robert queda amnésico. Ahora vive en Italia, con una pensión del gobierno americano y pasando las noches entre la ruleta y timbas de póquer. Judy (Nathalie Delon), su nueva novia, intenta ayudarle a recordar, cosa que sólo empezará a ocurrir parcialmente cuando se encuentre con uno de los atracadores (Marcel Bozzuffi) y caiga en la cuenta de que él estaba del otro lado de la ley. El encuentro aparentemente casual en Cannes con otro jugador (Mendoza) propulsa la acción por nuevos derroteros. Los recuerdos parciales de Robert van pautando la historia y lastrando irremediablemente la narración. Son flashbacks fragmentarios que, en un momento, se conforman mediante pequeñas viñetas que dividen la pantalla como habían hecho por entonces con mucha mejor fortuna Thomas Crown Affair (El caso de Thomas Crown, Norman Jewison, 1968) y The Boston Strangler (El estrangulador de Boston, Richard Fleischer, 1968). El efecto resultaría efectista en 1974, pero hoy en día parece un anacronismo, sobre todo, porque no hace otra cosa que llamar la atención sobre sí mismo, sin mantener la más mínima utilidad narrativa. Para colmo, los giros de guión que se concentran en el tercer acto son harto previsibles. Quedan entonces en la memoria del espectador paciente el asalto al furgón blindado que sirve de prólogo al relato y una larga persecución de unos seis minutos de duración en la que, más que lucirse Lorente como realizador, se luce el equipo de Rémy Julienne. El crítico del diario comunista L’Unità echa la culpa al libreto, “dignamente realizada por el director Germán Lorente, quien, sin embargo, ha tenido que trabajar a partir de un guión desordenado y lleno de lagunas”. [M. Ac.: “Cinema: Holp-Up, istantanea dei una rapina”, en L’Unità, 17 de agosto de 1974, pág. 9.]
Los infortunios de la virtud de Ana Beltrán (Taida Urruzola) en Venus de fuego (1979) tienen bien poco de sadianos y, en cambio, mucho que ver con la novela erótica de quiosco de los años veinte: la novicia violada por su padre (Alberto de Mendoza) a los catorce años, cuya madre se suicida; su seducción y chuleo por parte del hijo de un ministro (Manuel Tejada); su amor sincero, convertida ya en stripteuse, por un comisario de policía (Simón Andreu), que va tras la pista del calavera... Situaciones y diálogos de folletín salpimentadas con rutinarias escenas de cama, persecuciones y tiroteos que no vienen a cuento —es como si el bloque dedicado al asesinato del embajador procediera de otra película—, números de striptease resueltos con dos cámaras y secuencias ambientadas en discotecas a ritmo de italodisco que nos recuerdan que apenas un año antes se ha estrenado en España Saturday Night Fever (Fiebre del sábado noche, John Badham, 1977). La cinta alcanza así dos horas de metraje, a todas luces excesivo para un melodrama erótico que es la única película de Lorente que obtiene la clasificación “S”. Como en Striptease, lo único que queda una vez terminada es el cuerpo de Taida Urruzola.
Antes de volver con Echarri, Lorente realiza una nueva película para Jaime J. Puig, el productor de Sharon vestida de rojo (1968), ahora bajo la marca Venus Producción. Tres mujeres de hoy (1980) se pone en pie en torno al nombre de Robin Ellis, un actor británico popularísimo en España por la serie Poldark (Poldark, BBC, 1975). Alrededor de él revolotean las bellas Ana García Obregón, Norma Duval y, de nuevo, Taida Urruzola. Ellas son Victoria, Bárbara y Maribel, tres jóvenes que representan otros tantos caracteres y problemas amorosos. Victoria milita en un partido de izquierdas, pero está enamorada de la gran promesa de la derecha española. Bárbara busca el amor en un diplomático italiano debido a la crisis de su matrimonio. Maribel acaba de salir de la adolescencia y duda entre un compañero de trabajo y un vecino del edificio en el que su padre trabaja como portero. Las historias se van entrelazando mientras su admirador las espía y se convierte en confidente de todas ellas. Esta suerte de tutela que el empresario ejerce sobre las chicas se concreta en unas filmaciones en 16mm, se supone que clandestinas, que alguien ha debido de realizar para él. Sin solución de continuidad, las imágenes realistas se transmutan en una ensoñación de baile oriental que, en el caso de Maribel, se convierte además en striptease. La fantasía del harén así representada permea todo la película, aunque la convención empuja a que opte por una de las tres. Pues no. Aunque el empresario estaba aquejado de una enfermedad mortal, se recupera contra todo pronóstico y el final reúne al cuarteto en un yate que hace la travesía de la Costa Azul al Egeo. Eso sí, parece que el sexo no tuviera nada que ver en esta relación a cuatro bandas. La actualidad de las mujeres, aparte de esta especie de paraíso basado en la dependencia económica del propietario del yate, queda subrayada en la peripecia del aspirante al amor de Victoria, cuyo jefe es víctima de un atentado supuestamente terrorista, aunque su ejecución deje mucho que desear en cuanto al procedimiento que regía este tipo de acciones.
Como de costumbre en la filmografía de Lorente, predominan los interiores lujosos; en esta ocasión, los exteriores se reservan para el epílogo. El conjunto se complementa con unos diálogos impagables de la pluma de Miguel Rubio —”Los hombres son menos interesantes que las mujeres: son más previsibles y más ambiciosos. Las mujeres guardan sus ambiciones en secreto. Uno no sabe nunca lo que piensan. Es como un reto”, “Las mujeres sabemos herir muy bien a los hombres; es nuestra arma más importante”— y un conjunto de zooms y panorámicas que Lorente alterna, una vez más, con algunos movimientos de cámara gratuitos, como sendos travellings laterales mientras los personajes permanecen inmóviles, conversando, con algún elemento llamativo en primer término.
De vuelta a la disciplina de Echarri —ahora en colaboración con Arturo González—, Lorente y Rubio se descuelgan en Adolescencia (Germán Lorente, 1981) con un melodrama moralista en el que la hipocresía o la indiferencia de los padres aboca a los hijos al desconcierto. Como declaración de principios, durante los créditos Ramoncín interpreta Pasamos de casi na. Su personaje, retratado con simpatía por Lorente, es un caradura, buscavidas, macarra, chulo y dominador del léxico cheli —en 1993 Ramoncín publicará El tocho cheli: Diccionario de jergas, germanías y jeringonzas—; o sea, una actualización de los tipos arnichescos. Sirven de contratipo a la pareja protagonista, Jorge y Laura (José Luis Alonso y Cristina Marsillach), dos adolescentes que deciden escaparse de casa y vivir su amor libre e inocentemente. Frente a otras películas “de denuncia” o próximas al filón quinqui, las trampas que se les ponen en el camino —el riesgo de la explotación sexual o las drogas duras, depredadores pederastas, los prejuicios de sus propios padres— son sorteadas gracias a un romanticismo a prueba de bombas. Tampoco es baladí que los progenitores sean burgueses con posibles y comprensivos. El padre de ella (Carlos Larrañaga) es un hombre corrido, con innumerables aventuras extraconyugales, en tanto que el de él (José Luis López Vázquez) es un tremendo beato que descubre un mundo nuevo —su reacción ante un espectáculo de Carla Antonelli resulta paradigmática— pero que intenta, hipócritamente, mantener las apariencias. Lo curioso es que, con semejantes mimbres, la cinta toma partido por los jóvenes, con un happy end convencional pero escasamente moralista para lo que solían ser este tipo de cintas desde los tiempos de Experiencia prematrimonial (Pedro Masó, 1972).
Llama la atención, eso sí, que Lorente —tan afín a los ambientes sofisticados— se avenga a rodar una escena a modo de reportaje en el madrileño Mercado de Legazpi, donde Jorge encuentra empleo como descargador para mantenerlos a ambos. Cuando el horario y la dureza del trabajo ponga en riesgo la relación, el chaval optará por aceptar la propuesta de un corruptor (Manuel de Blas), ajena por completo al sexo, eso sí. La presencia de un cartel de The Deer Hunter (El cazador, Michael Cimino, 1978) nos pone sobre aviso. La secuencia más efectista de la cinta —montaje de Alfonso Santacana, música de archivo— es una “ruleta rusa” a la que Jorge se somete en prueba suprema de su amor por Laura.
Ramoncín aparece de nuevo como uno de los hombres que pululan alrededor de María José Santiago en La vendedora de ropa interior (1982). La última película que Lorente firma como director ha de servir de lanzamiento cinematográfico a la vedette, pero en esta ocasión ni él ni Miguel Rubio intervienen en el guión, escrito por Juan José Alonso Millán y cuyo destinatario natural parecía Mariano Ozores. La implicación de Lorente, por tanto, es mínima. Se limita a dirigir de oficio esta comedia saturada de chistes sobre UCD, el cine clasificado “S” y la ola de erotismo que nos invadía. Saza, Antonio Garisa, Paco y Quique Camoiras, Alfonso del Real y Antonio Ozores garantizan las dosis de humor rijoso, mientras los “destapes” corren por cuenta de la protagonista, Andrea Albani y María Salerno. La puesta en escena, tan plana como la fotografía de García Galisteo, que ha acompañado a Lorente en este último tramo de su filmografía. Que el principal decorado sea el interior de una pensión madrileña habla a las claras de su frustración, lo que probablemente le llevara a abandonar la realización.
Su penúltimo trabajo acreditado parece ser como productor ejecutivo para Venus Producción y Máquina de Películas en el policial Bajo en nicotina (Raúl Artigot, 1984), protagonizado por Óscar Ladoire. Artigot se ha responsabilizado de la fotografía de una decena de películas de Lorente desde Su nombre es Daphne (1969). El año siguiente Lorente aparece como productor asociado de Réquiem por un campesino español (Francisco Betriu, 1985). Luego, su rastro desaparece. En televisión se programan de vez en cuando sus thrillers all’italiana y sus películas con Rocío Jurado y Peret.

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