Hasta hoy no ha habido modo de localizar ningún material de Good-bye, Sevilla (Adiós, Sevilla) (Ignacio F. Iquino, 1955). Y eso que se trata de una película producida por Iquino con el apoyo de la multinacional Columbia en plena década de los cincuenta, cuando ya se había consumado el tránsito del soporte de nitrato de celulosa al triacetato de seguridad.
Por lo que dicen la guía de prensa y los catálogos, se trataría de una españolada en toda regla que busca conciliar folklore y sátira del propio género y de las producciones estadounidenses. La excusa argumental de esta “humorada folklórica”, según la califican las gacetillas, presenta a un equipo internacional que va a rodar una película en un pueblecito sevillano y la doble historia de amor entre la protagonista sevillana y el actor estadounidense (Marujita Díaz y Erling Willy), y el viejo galán del cine mudo y una de las propietarias de la casa en la que se rueda la cinta (Tullio Carminati y Carmen López Lagar). Carminati se interpreta en cierto modo a sí mismo, ya que ha triunfado en los escenarios y en las pantallas italianas en los años diez junto a Eleonora Duse y en películas dirigidas por Carlo Campogalliani y Augusto Genina, para trasladarse luego a Hollywood, donde trabajará con directores de la talla de Ernst Lubitsch o Gregory La Cava.
Tanto el rodaje en los estudios IFI, de Barcelona, como en el parque María Luisa y la plaza de España, en Sevilla, a finales de 1954 y principios de 1955, fueron cubiertos por los reporteros gráficos de la prensa especializada.
Augusto Algueró hijo, Iquino y Paquita Rico, en Primer Plano, núm. 737, 28 de noviembre de 1954.
Marujita Díaz y Pedro de Córdoba, en Primer Plano, núm. 778, 11 de noviembre de 1955.
La cinta se estrena el 26 de agosto de 1955 en el cine Coliseum, de Barcelona, y exactamente, un mes más tarde en el madrileño Capitol. Se reclama entonces para Iquino el prestigio de haber dirigido El Judas (1952), su mayor éxito, y para Columbia, el de distribuidora de grandes éxitos internacionales. Aunque finalmente aparezca el de Valls como único responsable único de producción, realización y libreto, en un suelto de junio de 1954 se atribuían los diálogos al caricaturista Del Arco. [“Manuel del Arco ha escrito los diálogos de Good-bye Sevilla”, en Pueblo, 7 de junio de 1954, pág. 12.]
La crítica busca referencias en Fuego en la sangre (Ignacio F. Iquino, 1953) —de la que ésta sería el contratipo cómico— y El deseo y el amor / Le desir et l’amour (Henri Decoin y Luis María Delgado, 1951), por aquello del equipo de rodaje foráneo que se desplaza a España en busca de tipismo, aunque el filón mistermarshallista tampoco resulta ajeno a la idea argumental; de ahí procedería el personaje de Manolo Morán según Àngel Comas [Ignacio F. Iquino, hombre de cine. Barcelona: Laertes, 2003, pág. 244]. Luego, los caminos divergen totalmente. Hay quien no ve ninguna novedad en el asunto y quien la valora por lo que ofrece, quien echa las campanas al vuelo y quien le niega el pan y la sal. Cuatro ejemplos que en esta ocasión uno no puede contrastar con una opinión de primera mano:La fábula abunda en apuntes irónicos y en episodios jocosos, en risueños contrastes que, en definitiva, actúan de eficaz percutor de la sonrisa y la risa de los públicos. Por otra parte, y a mayor abundamiento, la trama da cabida a motivos de vario y vistoso folklore, en los que acaso el sentido cinematográfico de Iquino ha encontrado, para dichas secuencias, las mejores soluciones visuales de su experto repertorio de realizador. Caricatura, donaire popular, gracia incisiva y fresca, sabor de sainete, música grata y una cuidada coreografía, barájanse en este divertido y variado espectáculo para el que su autor y animador ha sabido escoger unos intérpretes adecuadísimos, que cumplen, cada uno en su puesto, con análoga eficiencia y acusado relieve personal. [“Cines - Los últimos estrenos: Good-bye Sevilla, en Hoja del Lunes (Barcelona), 29 de agosto de 1955, pág. 9.]
Alfonso Sánchez no se para en barras: “El atentado cinematográfico que supone Good-bye Sevilla entra en la sección de sucesos”. [A.S.: “Crónica de cine: Films nuevos”, en Hoja del Lunes (Madrid), 3 de octubre de 1955, pág. 5.] La revista Primer Plano tampoco es mucho más benevolente:
Iquino, que asumió todas las responsabilidades en esta película, escogió lo más fácil. Incluso en final sorpresivo carece de gracia. Y es lástima, porque este director sabe y puede hacer cine de auténtica calidad, como lo ha demostrado. Pero no será por estos caminos. Lo mejor que ha puesto en la cinta son sus valores plásticos. Tampoco la interpretación —Marujita Díaz, Rullio Carminati y el resto— le ayudó. [José Luis Gómez Tello: “La crítica es libre: Good-bye Sevilla, Capitol”, en Primer Plano, núm. 781, 32 de octubre de 1955.]
Por el contrario, Sebastià Gasch se lanza en Destino al panegírico sin medias tintas:
Las ambiciones de Good-bye, Sevilla son claras: hacer pasar un buen rato al espectador. Y el film lo consigue de un modo netamente funcional y hasta suntuosamente en las deslumbrantes secuencias coreográficas que, a nuestro juicio, son las que tienen mayor calidad —una auténtica calidad cinematográfica— de la cinta. En el marco esplendoroso del sevillanísimo parque de María Luisa y de la plaza de España, cuya grandiosidad y finura de proporciones admiten el parangón con las más refinadas joyas de la arquitectura italiana, Pedro de Córdoba, Marujita Díaz y un disciplinado cuerpo de baile, tejen y destejen las figuras de un exquisito ballet. La cámara —inteligentísima— no obliga a los danzarines a ser un falso testigo plantado ante el asunto, sino que se convierte en espectador sensible que, alternativamente, fija su mirada en los pies de los bailarines, en su rostro, en sus brazos, y que con frecuencia abraza el conjunto, el paisaje y el cielo. Es así como se ha de filmar un ballet si se quiere evitar la frialdad polvorienta de los archivos.
La inesperada y sumamente hilarante aparición de Gila al final de Good-bye, Sevilla, desenlace que transforma en campo de Agramante el vestíbulo del cine en que se ha estrenado la supuesta cinta y que el popular cómico comenta con el ridículo frenesí de los reseñadores radiofónicos de los partidos de fútbol, bastaría para salvar un film si no fuese divertid. Verdad es que el de Iquino lo es mucho. Y le dan una interpretación sui generis la vivaracha Marujita Díaz, la trepidante Lydia Scotty, Sazatornil, en una de sus más graciosas y más acabadas actuaciones, Manolo Morán, Julia Caba Alba y Tullio Carminati, que lleva sus años con una distinción señorial, un noble empaque y una elegancia refinada en el vestir. Dueño de sus medios corporales y expresivos, Pedro de Córdoba anima el ballet con su estilo racé y su insólita agilidad. [Sebastián Gasch: “El sábado en la butaca - Coliseum: Good-bye, Sevilla”, en Destino, núm. 943, 3 de septiembre de 1955, pág. 36.]
Como apunta Gasch, el final, metalingüístico, presenta a Miguel Gila como cronista del estreno de la propia película. O sea, que aunque sólo fuera por esto, merecería la pena intentar echarle un ojo.
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