El humorista PGarcía firma argumento y diálogos de La casa / Prigionieri dello spazio (Angelino Fons, 1975), en tanto que el guión estaría elaborado en colaboración con el director, aunque éste precisa que la relación entre ambos se limitó a este proyecto y que la idea surgió del lanzamiento del Skylab, la primera estación espacial puesta en órbita por Estados Unidos el 14 de mayo de 1973. La cinta está llena de diálogos altisonantes en la mejor tradición de la comedia burguesa. Y de hecho comienza así, como si se tratara de una comedia con seis personajes encerrados en una casa en un futuro cercano amenazado por la destrucción atómica. El joven David (Antonio Cantafora) representante en la pantalla de la juventud contestataria afirma en los primeros compases:
—La nuestra es una maravillosa sociedad basada en una falsa cortesía. Personalmente detesto la patria, la familia, las madrastras y los ingenieros nucleares.
Paul (Carlos Estrada) es el triunfador de inspiración nietzscheana y Claude (José María Prada) el fracasado que, no obstante, se casó con la mujer de Paul (Helga Liné). La acción, hasta ese momento llevada por el camino de cualquier novela policiaca en la que parece imposible abandonar el encierro por una serie de circunstancias fortuitas, se aclara al final del primer acto. La casa no es tal casa, sino una nave espacial, que ha abandonado la tierra antes de que se produjera la explosión nuclear definitiva. “Siempre he pensado —explicaba Fons— en la tragedia que supone esas naves girando libremente en el inmenso espacio exterior mientras que sus ocupantes conviven en habitáculos tan reducidos que están a punto de que la claustrofobia los elimine”. Obligados a convivir con reservas de agua y alimento limitadas hasta que los índices de radiación permitan un regreso seguro, los seis personajes viajan por el espacio en unos planos de maquetas que pecan de reiterativos y que alcanzan momentos involuntariamente cómicos en la escena de la lluvia de meteoritos. Aunque se han señalado concomitancias con La caza, por la participación de Fons como guionista en la película de Saura, por la presencia de José María Prada en el reparto e, incluso, por razones de homofonía, lo cierto es que La casa recuerda más a la cinta de Mario Bava Cinque bambole per la luna d’agosto (Cinco muñecas para la luna de agosto, 1969) por la omnipresencia del decorado, el erotismo servido por Helga Liné y Magda Konopka y el recurso a la cámara frigorífica para conservar los cadáveres.
La casa se estrena con dos años de retraso y los espectadores que pasan por taquilla no llegan a los setenta mil, cuando han visto la anterior cinta de Fons casi medio millón.
De su siguiente película, De profesión, polígamo (1975), ya desgranamos el argumento por cuenta de la participación de Victoria Vera en la misma. Armada a partir de una serie de subtramas no siempre bien engarzadas, la producción resulta un artefacto extraño. Los desnudos corresponden a una película de destape, como cualquiera de sus contemporáneas. La fijación del protagonista —similar a la de otros personajes con una tara psicológica que Summers interpreta en estos años— confiere a la cinta un carácter de apólogo moral. La narración discurre en los primeros compases por la senda de la intriga hitchcockiana, con algún apunte esperpéntico por cuenta de la familia de María, cuyos padres están interpretados por Luis Ciges y Lola Gaos. La reivindicación final del protagonista ante el tribunal no puede resultar más desconcertante. Es como si las piezas del puzle no terminaran de encajar.
Cierra este breve ciclo y su deambular por distintas productoras Esposa y amante (1977), una reelaboración del tema que Fons ya había tratado en Separación matrimonial (1973). Pedro (Ramiro Oliveros) es un periodista deportivo de éxito y un mujeriego empedernido. Su mujer, Luisa (Concha Velasco), le perdona estas infidelidades hasta que le descubre en un hotel de Barcelona con su mejor amiga (Erika Wallner). Ésta le ha confesado más de una vez a Luisa que su matrimonio no va muy allá y que engaña a su marido siempre que se le presenta la ocasión. Pedro abandona el hogar familiar después de la consiguiente trifulca y Luisa decide seguir el ejemplo de su marido y pasar una noche con un hombre al que conoce en un bar (Daniel Martín) y cuyo principal atractivo es el parecido con Pedro. Luego entabla una relación algo más duradera con Mario (Ricardo Merino), un compañero de estudios. Mientras tanto, Marisa (Victoria Abril), la hija de Pedro y Luisa, está cada día más desatendida. De hecho, la película arranca con su tentativa de suicidio y recurre a una serie de escenas inanes en el hospital que pretender pautar los sucesivos flashbacks sobre los que se configura la cinta. El resultado es un relato desarticulado e, incluso, confuso, a pesar del flou con el que Raúl Artigot fotografía las secuencias del hospital.
La alusión a un grupo de futbolistas que pide la amnistía para los presos políticos y una pintada que reclama la libertad para Carrillo en la fachada del diario nacional-sindicalista Pueblo son meros apuntes de la situación política que vive España. Sin embargo, ésta queda expuesta mucho más claramente inscrita en el cuerpo desnudo de Concha Velasco, Conchita Velasco, la chica ye-yé de apenas una década antes. En pleno apogeo del destape y para evitar agravios comparativos también Daniel Martín y Ramiro Oliveros se despelotan.
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