Julio Camba fue maestro de humoristas. Los otros del 27 lo colocaban en el escalafón sólo un peldaño por debajo de Ramón Gómez de la Serna. Pero es que Ramón fue mucho Ramón y Camba no fue nunca más que un periodista: cronista o corresponsal. No quiso ser otra cosa.
Los que, por edad, nos acercamos a su obra hace veinticinco o treinta años lo hicimos en aquellas recopilaciones de artículos de la colección "Austral" cuyos descriptivos títulos rezaban: Sobre casi todo, Sobre casi nada... El volumen de reflexión gastronómica comparada La casa de Lúculo y los escritos satíricos de Haciendo de república han tenido mayor vigencia por causas extrínsecas. En todos ellos campea el humor irónico, el amor por la paradoja. Otros humoristas renuncian a su línea de pensamiento con tal de acuñar un juego de palabras afortunado. O a lo mejor carecen de ella y la paradoja se constituye en faro mudable. Camba, jamás. Y éste es el hallazgo fundamental de Los escritos de la anarquía que edita Pepitas de calabaza. Desde los dieciséis años, excomulgado, expatriado en la Argentina, ignominiosamente repatriado, frecuentador de los círculos anarquistas, propagador del ideal desde tribunas ajenas o propias, insolentemente joven y fervoroso nietzschiano, Camba florece como humorista al correr de las páginas de ¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno! en un sin sentir.
Son textos olvidados en su mayoría, ayunos de reedición, y tanto más valiosos porque casi todos ellos son flor rara, nacida en las páginas del semanario argentino La Protesta Humana, en Tierra y Libertad y en el personalísimo El Rebelde, creado al alimón con Antonio Apolo y cercado por la asfixia económica y las prohibiciones gubernativas. En virtud del medio en el que desempeña su cometido Camba despliega una serie de recursos entre los que cabe el panfleto de agitación, el ensayo breve sobre literatura y arte, la invectiva contra los poderosos, la estampa de la miseria cotidiana, el cuento erótico, el diario íntimo y la crónica parlamentaria. No traigo a colación ningún ejemplo porque los hay de sobras. La selección es generosa y es bueno que así sea porque a saber cuándo va a volver a encontrarse uno con tal golosina. Destaco en cambio dos momentos de la lectura...
El destierro, la falsa nouvelle con la que se abre la antología, es una crónica apenas fantaseada sobre su estancia en Argentina y la deportación de anarquistas por parte del gobierno de aquel país a raíz de la agitación social de 1902. Apareció en la colección El Cuento Semanal en 1907, con la distancia justa de lo ocurrido como para que un Camba plenamente cuajado como escritor ¡a los veintiún años! relate el fervor de los dieciséis.
La serie "Diario de un optimista", con la que da fin a sus colaboraciones en El País en las postrimerías de 1906, es una epifanía. Después de una larga estancia
hospitalaria y de su interrogatorio a propósito del atentado de Mateo
Morral contra la carroza real, Camba aparece como quintaesenciado. Sin
renunciar un ápice a su modo de entender la vida -sin el cual el estilo
no sería nada- brilla en estos artículos la brevedad de lo refinado, el estilo limpio y terso, la ironía a costa, sobre
todo, de uno mismo. El año siguiente hará las maletas: Galicia,
París, Turquía, Londres... Como corresponsal en el extranjero Camba nos
contará a los otros para retratarnos a nosotros mismos. No necesita
vacunarse, el justo y sutil veneno inoculado en su organismo a temprana
edad lo ha inmunizado contra la más terrible y extendida de las
epidemias: la del lugar común.
¡Oh, justo, sutil y poderoso veneno! (Los escritos de la anarquía)
Pepitas de Calabaza, Logroño, 2014.
ISBN: 978-84-15862-18-5
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